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EL CINISMO COMO PARAÍSO, LA PUREZA COMO INFIERNO
Narrativa completa. Adolfo Couve.
Editorial Seix Barral.
Santiago, 2003
Por Carlos Labbé
http://sobrelibros.cl/
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La figuración. Tal sería un título apropiado desde el cual intentar un ensayo sobre el enigma de Adolfo Couve. O una fábula, en la cual su trabajo pictórico sería la liebre, su trabajo literario la tortuga y la meta un premio engañoso: la perfección estética que promete vida eterna y que en verdad es muerte. La moraleja que se obtuviera de esa fábula sería una descripción válida y exacta de una existencia ejemplar. La vida de Alonso Camondo, personaje de tres narraciones de Adolfo Couve, su antifaz de hombre que busca inmortalidad, persistencia, totalidad, por todas las vías posibles: comienza con el oficio de abarcar espacio y tiempo en el logro de la belleza –fundamento de la pintura y la escritura en la concepción clásica–, sigue con la idealización amorosa, intenta participar en la vida social del pueblo y termina invocando a paganos dioses caducos (Apolo y Poseidón) y actuales (el santito de la misa católica), para finalizar en la locura e incluso perder el propio cuerpo como consecuencia de su ambición.
Pero esa moraleja, ese panfleto, ese epitafio se lo escribió el mismo Adolfo Couve. La figuración, como título del ensayo sobre su enigma, debe ser leída en sus dos acepciones: el artista es un hombre que busca figurar su carencia en su obra; el artista es un hombre que busca figurar en sociedad para que alguien se interese en su obra. Como bien lo señala Adriana Valdés en el prólogo a Narrativa completa, vida y obra de Couve se resumen en el título de su más reconocida novela: La comedia del arte. En su Narrativa completa es posible leer una diversidad de personajes ajenos al reconocimiento público, niños, artistas, viudas, próceres olvidados, cuyos nombres conforman unidad: Alamiro, Angelino, Anselmo, Augusto, Almagro, Alonso, Apolo. Personajes que se detienen en una acción menor, que se obsesionan con un objeto en apariencia insignificante. Protagonistas que en pocas oportunidades ocupan el centro del relato, un relato breve y fragmentario donde el tiempo no se encadena, no pasa, no envejece sino que eterniza un momento a la vez preciado e insondable. Esa eternidad rozada, en el lapso que dura la lectura –e imagino en el proceso de escritura– de las novelas cortas de Couve, permite alcanzar la figuración de una plenitud. Y la justificación clásica, armónica, del arte.
¿Y la comedia? Valdés señala dos movimientos en la narrativa de Couve. El primero, que iría desde Alamiro hasta La copia de yeso, corresponde al trabajo del arte clásico. La anécdota minuciosamente contenida, la orfebrería del narrador invisible, el artesanado de elaborar imágenes de sugerencia suficiente a las expectativas del relato. Una plenitud, sin embargo, menos se puede experimentar con palabras, por muy detenido que haya sido el enunciado. El segundo movimiento, a partir de El cumpleaños del señor Balande, entonces, será la descripción de este desengaño. La lucidez formal característica de la escritura de Couve transforma su narrativa a partir de la toma de conciencia de su patético rol en la sociedad, a la manera de un comentario grotesco al relato realista que ejerció con anterioridad. Las fugas, las referencias exteriores sustituyen la armonía interna de las narraciones pertenecientes al movimiento anterior. A pesar del epitafio con que Couve tituló su novela más importante y que resume su producción completa, la Commedia dell’ Arte no es una clave de lectura tan extensiva como otra referencia que aparece en sus textos finales: “así como los valores del claroscuro son tres, sombra, luz y media tinta, este trío […] guarda relación con la Divina comedia del Dante; y sombra es infierno, media tinta purgatorio y luz, paraíso”.
La pregunta con que cerraría el ensayo sobre el enigma de Adolfo Couve es cuán exacta fue la analogía que él mismo hizo entre su obra y la figuración medieval de infierno, cielo y paraíso del poeta toscano. Una pregunta que no me atrevo a contestar simplemente con el recorrido existencial de A. C.: si la figuración de las sombras armónicas de la técnica artística desembocó en el infierno del desengaño amoroso de Camondo y su mujer Marieta, si los claroscuros del retablo social de El cumpleaños del señor Balande eran el purgatorio de cualquier proyecto de trascendencia personal, ¿el paraíso –o su ruta, “El Camino de Santiago”– acaso es para el artista reconocer con cinismo, asumir y aprovechar su figuración como espectáculo, como personaje de consumo público, a la manera de Camondo, que cierra las narraciones durmiendo en una limusina en compañía del Cónsul de Chile en Nueva York, tras una elegante fiesta?