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    Patrimonio - 2007 | index | Juan Pablo Riveros  |Arnaldo Enrique Donoso | Autores | 
    
   
   
   
  
  
  
   
  De la  tierra sin fuegos (1986), de  Juan Pablo Riveros.
  
    Acero y  fuego: discursos homocinéticos 
 
 Por Arnaldo Enrique Donoso 
  Nunca  hay que preguntar qué quiere decir un libro, un significado o un significante;  en un libro no hay nada que comprender, tan sólo hay que preguntarse con qué  funciona, en conexión con qué hace pasar o no intensidades, en qué  multiplicidades introduce y metamorfosea la suya, con qué cuerpos sin órganos  hace converger el suyo. Un libro sólo existe en el afuera y en el exterior.
Gilles Deleuze / Félix Guattari
 
 
          Operan  de modo homocinético dos discursos cuando éstos se ponen en funcionamiento de  manera análoga, realizando un mismo movimiento de enunciación y digresión,  cooperando hacia un sentido mayor. De los variados discursos que aloja De la  tierra sin fuegos (1986)(1) del poeta Juan Pablo Riveros (1945), examinaremos dos que asumen tal condición  homóloga y que al mismo tiempo suturan el contexto de producción de la obra con  el flujo histórico. Nos interesa estudiar cómo operan
 mismo tiempo suturan el contexto de producción de la obra con  el flujo histórico. Nos interesa estudiar cómo operan
          1) el argumento  reivindicatorio, “histórico y antropológico de las sociedades y culturas  anuladas y exterminadas en la zona austral de Chile” (Carrasco 1998b: 70)(2),  esto durante las postrimerías (último tercio) del Siglo XIX y comienzos del XX,  mediante la reconstrucción imaginaria de la cosmovisión de tres grupos étnicos  y sus conflictos con el elemento invasor; y
          2) la inserción del discurso  antidictatorial, que intenta establecer semejanzas suprahistóricas entre las  matanzas de selknam, yámanas y qaweshqar, y las de la dictadura militar,  específicamente con los casos “degollados” (1985) y “quemados” (1986)(3).
          Ambos discursos se  encuentran presentes en dos poemas del apartado “III: Selknam”. Estos discursos  –“desarrollos sémicos mayores, perceptiblemente unificados, diferenciables por  ende, y que a modo de vasos sanguíneos recorren el cuerpo del texto” (Rojo  2001: 23)–, trazan intensidades caspi(4), caspi-aion(5), que inscriben su  presencia cada vez que el texto es tratado por el lector. Así, de manera  espontánea emerge una realidad no-textual en el texto, o más bien textualizada  poéticamente por el autor. Caspi y aion, son abstracciones, coordenadas  inmateriales, pero, sin embargo, son también una especie de memoria de  situaciones históricas concretas. La escritura de Riveros es caspi y aion pues permanece, resiste: es objeto de correlaciones de  fuerzas internas cuya afirmación y estabilidad son irreducibles.
          Respecto de lo anterior, es  de notar que el texto que estudiamos articula una multiplicidad de escrituras  que el poeta (cual copista) reescribe, glosa, traduce, actualiza, hace discutir  polémicamente, provocando contrapuntos textuales-discursivos, montajes de  escritura que encuadran su macronarración en el espacio de una “enunciación  sincrética” (Carrasco 1998b: 79) o entronización de un circuito referencial del  que se toman elementos heterogéneos hacia la construcción de un alcance plural,  mayor. Según Carrasco (1998b), las estrategias textuales de De la tierra sin  fuegos están orientadas por una escritura en segundo grado (Genette 1989).  Esto reforzaría, según nuestra posición, y como veremos, no el nivel  narrativo básico de la obra al que alude Carrasco en repetidas ocasiones,  sino que, más pertinentemente, un campo argumentativo que aloja una  lectura sublineal “que se esfuerza por comprender los sentidos ocultos e  implícitos del texto […es decir], los códigos culturales más que los meramente  lingüísticos” (Araya 2006: 6). Se posibilita una nueva lectura y un nuevo  lector que, en su contemporaneidad, vislumbra un nuevo examen de la historia y  la contingencia.
           
          DISPOSICIÓN TEXTUAL
          De  la tierra sin fuegos se estructura sobre seis secciones: “I: Naturaleza”,  “II: Precauciones”, “III: Selknam”, “IV: Yámanas”, “V: Qawashqar” y “VI:  Despedida”. Sin embargo, fuera de esta jerarquía encontramos variados elementos  de índole gráfica y paratextual. Por ejemplo, un “mapa no oficial” (Riveros  1986: 3) que nos informa acerca de las concentraciones de poblados indígenas  australes, titulado “Tierra del Fuego antes de su desaparición”; una dedicatoria  a la memoria del antropólogo francés Joseph Emperaire y a la del sacerdote y  etnólogo austriaco Martín Gusinde, homenaje seguido de un epígrafe que contiene  una cita de los escritos de éste último (7). Entre las páginas 9 y 11, aún  fuera del vertebrado-poema, se narra un rapto surreal de quien luego  transmitirá el flujo de voces y escrituras que concatena el texto. El sujeto de  la enunciación es capturado por un grupo de onas que le llevan a una comunidad  escondida y remota. En un estado catatónico, dominado por la presencia de los  hombres fueguinos, el prisionero intenta aprehender los signos que a su  alrededor oscilan. Entiende lo que dicen los onas en sus rituales, pero no distingue  sus voces. Refiere que los hombres le llaman (“Were, wenne, wint”, es decir,  “¡Pronto, ven acá!”) sin mover los labios, en una comunicación que prescinde de  la articulación fonética. Se le pide que no recuerde nada de su persona ni de  su pasado (10). El sujeto, tampoco debe especular sobre el futuro, pues el  futuro y el pasado confluyen en el ahora. Se refuerza esta idea en el segmento  final del misterioso relato del rapto: por una parte, los rituales de sus  centinelas se realizaban en cualquier momento del “día” (noción poco aventurada  en este caso), y por otra, no existía ni luz ni sombra; pues todo tiempo era un  absoluto(6) (11). Sucede a esta relación un epígrafe de Murena, que habla de recuperar una  mirada apocalíptica ante el mundo, pues esta frágil creación –el mundo que  conocemos– puede desaparecer en cualquier instante.
          Ya  en el entramado textual –De la tierra sin fuegos como poema único–, en  “Naturaleza” (ocho poemas), se entregan las características de los paisajes  patagónicos como una forma de posicionar, en el imaginario lector, el escenario  en que se desarrollarán las siguientes series. La sección habla de un “paisaje  barrido” –la imagen del viento barriendo como un cometa el suelo austral–, de “las  mismas tormentas, el mismo / corte, la misma espesura de los bosques / y las  móviles tuberas siempre las mismas” (17).
          Estos escenarios y fenómenos  son instantaneidad infinita, siempre refrendándose en un estadio sin tiempo. El  “Desmesurado Poder” (así, con mayúsculas) “de las furias naturales” y los  “Fuertes vientos [que] deforman la copa / de los árboles”, proyectan la ominosa  presencia de la naturaleza. Se hace presente la simbiosis botánica,  característica en zonas de clima extremo: “Asociaciones vegetales  fundamentales” (20). El sujeto entrega tales visiones en una lengua material y  geométrica que fija en el ojo lector sorprendentes imágenes:
          
            
              Archipiélagos naturalmente
                torturados. Pulverizados mares.
                Árboles desgarrados y hondas
                mordeduras de mar en las rocas”  (21); o bien
              Altas montañas como ejes  graníticos.
                Deslumbre en los ángulos  superiores de las cumbres […]
                Ventisqueros
                azules trizándose eternamente,  como monjes
                arrodillados en las vigilias  (24).
            
          
          El  capítulo “Precauciones” se compone de un solo texto, “Precaución”. En éste  aconseja de manera metafórica al lector que entre sin miedo al espacio-libro y  a la multiplicidad de seres y voces que encontrará en su interior. Riveros  realiza una analogía entre las profundidades marítimas y el libro. Pero,  también el poema contrae el valor de arte poética: aún cuando el autor debe  ingresar a las profundidades de la creación artística (“paraíso oculto”), debe  dejar un cordón que le provea de oxígeno, quedando, el “hocico” de éste,  “abierto al ancho mundo” (29).
          “Selknam”  (treinta y seis poemas) inicia el recorrido por la cosmogonía y cosmovisión del  pueblo ona. Se presentan sus dioses, como Temáuquel (“el que vive allá  arriba”), dios creador de la Tierra (35). Su enviado,  Quenós, es “el arquitecto luminoso”, aquel que dio vida a los hombres y seres  de la   Tierra. También se le atribuye a éste la  creación del sol y las estrellas. El mito dice que al bajar Quenós sobre la Tierra informe, moldeó un puñado de barro formando los órganos masculino y  femenino: así se creó el hombre y la mujer ona (37-38). En páginas siguientes,  Quenós entrega un discurso en que dicta las reglas de convivencia y disciplina  selknam: independencia a la vez que generosidad, capacidad de trabajo,  ejercitación del cuerpo a través de las caminatas, natación y ascenso de  montes, velocidad para la caza, reserva en juicios y pensamientos, cuidado del  conocimiento y tradiciones de su raza, igualdad entre hombres y mujeres,  respeto por las especies vegetales y animales, pues todo es caspi, todo proviene de un solo creador  (38-39). Luego de tales lecciones, y muchas otras, Quenós deja a los selknam.
          El poema “Caspi” (41) es  decisivo en nuestro planteamiento. Se precisa que caspi es una abstracción ona compleja. En “la sombra / de un  hombre; en el reflejo de un rostro / en lo íntimo del agua” se encuentra la  esencia de aquello que permanece difuso en el espíritu del hombre. Es aquella  existencia que da cuenta de otra que le es familiar por constituirse de las  mismas sustancias espirituales y la pureza de todo lo creado. Posteriormente,  hace su aparición Yoshi, el espíritu del bosque. Yoshi se forma por variados espíritus  que convergen en su esencia inmaterial y que vaga(ba)n por los bosques y selvas  australes, impalpables (42).
          Cuanyip representa otra  fuerza modeladora del mundo. En un principio existían los hohuen, seres inmortales. Cuanyip suprimió la inmortalidad para que  los hohuen no acumularan un  conocimiento exagerado del mundo y no sucumbieran a la corrupción. Al morir,  los hohuen se convirtieron en  bosques, océanos, rocas, aves, acantilados, etcétera, manteniéndose en estado caspi. Luego de combatir a aquellos hohuen que se apartaron del camino  descrito por Quenós, Cuanyip creó el régimen del día y la noche (44-47). 
          Luego de lo expuesto, el  hablante prosigue en su recorrido por la cultura, dioses y tradiciones ona: Hain, o ceremonias de iniciación (48-50); Jon, chamanes o hechiceros, casta que  contenía el conocimiento religioso y la espiritualidad, la perfección del Jon era alcanzar la comprensión del  interior del hombre, lo inexpresable; se decía que la interioridad de un Jon podía alcanzar a Cra: la luna  (52-53); Sho’on, el cielo como una cartografía de sus dominios, etcétera(7).
          Siguiendo  a Ostria (1992), “Yámanas” (treinta y cinco poemas), tercer apartado, disloca  el imaginario terrestre del capítulo anterior hacia el mar. “Yámanas” posee un  lenguaje más directo y sintético que “Selknam”, privilegiándose el tono  descriptivo y la sentencia breve. Los siete primeros poemas asumen, nuevamente,  la función de informar al lector sobre la geografía y clima del extremo sur del  continente americano. En “¡Oh cantos!” (92) se inicia la revisión de los rasgos  culturales yámana (yagán). Dicha etnia no poseía ningún tipo de organización  social; cazaban nutrias y focas para comer y usar el cuero. Recolectaban erizos  y moluscos para alimentarse. Se subvierte el mito darwiniano creía a los yaganes  un pueblo antropófago y se muestran sus avances técnicos (arpones, lanzas,  cuchillos de hueso, armas, canoas de tronco ahuecado, etc.). Se realiza el  perfil de un pueblo “manso. Y generoso” (94). Watauinewa es el padre, el dios supremo,  es quien envía el hidabuan (“amor del  padre”) a los hombres para que éstos vivan en fraternidad. Existían las loimayécamush (escuela de hechiceros). Los  jóvenes yámanas se sentaban frente a un fogón entonando melodías, imitando a  los ancianos, hasta llegar a la inconciencia y la visión, convirtiéndose en yécamush (hechiceros) (106). Para los  yámana, el mar es la abundancia y lo perfecto en su armonía y cadencia  (108-112).
          La  sección siguiente, “Qawashqar” (veintisiete textos), posee el mismo tono del  capítulo anterior. El sentido, otra vez, es informativo: descripción de los  alacalufes (125); mención a mitos como el de Atqasap, un ratón que refleja en  relatos orales las costumbres e historia del pueblo qawashqar (130); se hace  alusión a Ayayema, espíritu del mal que mora en los pantanos y la espesura de  los bosques, que incendia las chozas, hunde las canoas, precipitando a la  muerte a los qawashqar (131), a las ceremonias de cura de enfermedades y de  exequias (132-134), al búho como pregonero de la muerte (140), a la costumbre de  no comer choros, cholgas y quilmahues crudos –machas y erizos podían comerse  crudos, pero sólo el mismo día–, la prohibición de comer los interiores de una  foca, etcétera (141); y la muerte de los qaweshqar a manos de marinos que  ejercitaban disparando a las canoas y chozas (151).
          “Despedida”,  última sección, se compone, al igual que “Precauciones”, de un solo texto:  “Despedida de martín Gusinde: 1923”. En este poema, glosa  del diario del sacerdote y etnólogo austriaco, se pone en evidencia el afecto  que tuvo éste por cada una de las comunidades con las que vivió durante un  período de cuatro años, lapso en el que realizó un gran número de expediciones  por Tierra del Fuego. El poeta sentencia que los pueblos desaparecieron a manos  del kolliot (“el hombre blanco”, “el  occidental” en lengua ona).
          Sigue  a “Despedida” una serie de dieciocho fotografías en las que aparecen retratados  habitantes australes de las tres etnias aludidas (157-193). La última  fotografía muestra al kolliot, armado  de rifles, cazando onas. Este es un testimonio visual que inmortaliza la  fisonomía y presencia de hombres y mujeres que desaparecieron a manos de otros  hombres. En sus rostros se refuerza la caracterización íntima que Juan Pablo  Riveros ha intentado en su obra, imbricada con el valor histórico de las  imágenes y de los documentos que, en un montaje intertextual, denuncia la  matanza y los horrores cometidos por el hombre blanco.
          A estos documentos debemos  agregar las secciones “Glosario” (197-202), y “Notas” (205-209), es decir las  referencias en las que se apoya la escritura de Riveros.
          
          DISCURSOS HOMOCINÉTICOS: ACERO Y  FUEGO
          Ahora  nos centraremos en el estudio de dos poemas de la sección “Selknam”. Nos referimos  a “Exterminio Ona (1875-1905)” y “Dawson”. En éstos, como dijimos, convergen  dos discursos homólogos en su sentido e irrupción: el testimonio de la  desaparición de las etnias australes, por una parte, y el discurso  antidictatorial que emplaza a la justicia, por otra, cooperando ambos a un  sentido mayor: el enaltecimiento de los valores humanitarios.
          
           “Exterminio Ona (1875-1905)”. Fuego
          La  formulación de “Exterminio Ona (1875-1905)” (64-66), es eminentemente de corte  intertextual. A través de un montaje escritural, Riveros plantea una polémica  discusión de fuentes históricas que se imbrican con la perspectiva del sujeto  de la enunciación en un protocolo integrador de voces que reconstruyen  argumentos útiles para articular un discurso conmovedor de reivindicación de  los valores humanitarios. La contemporaneidad de la voz caspi en el poema se desplaza en un tiempo sin bordes (aion) para recrear transcontextos y/o un  discurso transhistórico que despliega una po-ética política que lucha contra la  amnesia. En efecto, los primeros versos se refieren a los años de la conquista  española: “A los buscadores de oro, Auri Sacra Fames / siguieron otros enemigos  de los indios / más perversos y poderosos: Los estancieros” (64). Aquí se  presenta una primera homologación discursivo-histórica: una analogía entre de  la avaricia del español imperialista con la brutalidad de un nuevo colonizador,  ligado al capital y al robo de los territorios pertenecientes a los aborígenes  –no obstante se presente tal similitud como una superación. La razón por la  cual se encuentra el kolliot en las  latitudes septentrionales es por las exclusivas condiciones de la región de  Magallanes. Al respecto, trascribimos un segundo segmento:
          
            
              Extensas llanuras cercadas.  Despojados
                los onas de sus cotos de caza.  Ellos,
                que poseían estos bienes  inmuebles «de manera
                que ni siquiera sabían que  fuesen bienes inmuebles…»
                jamás reclamaron título legal  alguno (64).
            
          
          Según Riveros, una fuente  periódica inglesa, en 1872, notifica que
          
            
              Indudablemente la región  (Magallanes) se ha
                presentado muy apropiada para  la cría del
                ganado; aunque ofrece como  único inconveniente
                la manifiesta necesidad de  exterminar a los fueguinos (Ibíd.).
            
          
          Tal razón autoriza al  invasor a talar, quemar bosques, exterminar al guanaco, introducir especies  animales foráneas y asesinar al indígena. Los pioneros hacen negocios con las  cabezas de los habitantes originarios:
          
            
              [el] Museo de Antropología de  Londres […]
                pagaba hasta ocho libras  esterlinas por cabeza.
                No respetaban… mujeres… niños…
                ni ancianos (Ibíd.).
            
          
          Riveros pone en cuestión el  discurso científico. Entre la cultura selknam y el Museo Antropológico de  Londres existe una relación dramática; la ciencia se provee de objetos de  estudio mediante el genocidio. La matanza y la miseria fisiológica presentan un  cuadro trágico:
          
            
              un día los onas
                despertaron y hallaron sus  campos nevados de ovejas.
                Famélicos, mujeres y niños:
                «Ante la boca de nuestros  Winchester, cogen
                aquello que consideran producto  de su tierra» (65).
            
          
          El  segmento siguiente homologa los dos discursos en los que indagamos.  Transcribimos:
          
            
              Grandes perros de caza
                sueltos
                en los campamentos indios.
                Innumerables niños onas
                muertos a mordiscos.
                «Entonces una camioneta militar
                nos alcanzó. Alguien llenó un  envase
                con bencina y le atornilló un  fumigador manual.
                Un oficial  nos roció de rodillas a cabeza. Y tendiéndonos nos arrojaron
                [fuego.
                Y entonces ardimos.
                Me esforcé en apagar el fuego.
                Carmen Gloria oscilaba a mi  lado
                como un péndulo en llamas.
                Al pararme recibí un culatazo  en la nuca
                y ella, otro que le voló los  dientes.
                Luego arrojaron nuestros  cuerpos humeantes
                en una acequia de Quilicura»  (Ibíd.).
            
          
          La  imagen evocada de persecución de niños onas sirve como sustrato para la  narración posterior. Se trata de una glosa de “la versión del Depto. Pastoral  de Derechos Humanos” sobre la tortura que sufrieron los jóvenes Carmen Gloria  Quintana, de dieciocho años, estudiante de la Universidad de Santiago de Chile, y Rodrigo Rojas DeNegri, fotógrafo de diecinueve  años, residente en EEUU, el dos de julio de 1986, luego de una protesta contra  la dictadura militar. Ambos fueron detenidos por una patrulla militar, para  luego ser rociados con combustible y quemados. Rojas DeNegri agonizó cuatro  días, falleciendo en la Posta Central. Las quemaduras  le cubrían el 90% de su cuerpo. Carmen Gloria sobrevivió quedando con graves  secuelas físicas y psicológicas.
          La  transposición temporal es violentísima. “Entonces una camioneta militar nos  alcanzó”, dice el texto. Ese “entonces” deja fuera del foco lector, de manera  elíptica, todo un cotexto que se supone acumulado. La narración de la tortura  en el poema está a cargo de Rodrigo Rojas: “Carmen Gloria oscilaba a mi lado /  […] Al pararme recibí un culatazo en la nuca / y ella, otro que le voló los  dientes” (65). Mejor dicho aún, la narración de la tortura en el poema está a  cargo del caspi Rojas DeNegri, de su  espíritu que historiza fragmentos de nuestra historia reciente. El devenir caspi ligero y leve susurra en la  escritura de Juan Pablo Riveros, situando en un mismo nivel a los estancieros y  los efectivos militares chilenos, a los selknam asesinados y a las víctimas del  régimen militar. Caspi como  subjetividad que introyecta la palabra al espacio íntimo de la memoria y la  verdad del hombre y que sólo existe en el diálogo con otra subjetividad caspi con la que se pone en contacto: la  memoria de un pueblo diezmado por rifles, cañonazos, degollamientos,  mutilaciones, quema de bosques, exterminio del guanaco –fuente de alimento  selknam– y por la estricnina que le inyectaban a las ovejas para que, al  cazarlas y comerlas, los indígenas murieran envenenados.
          Por  último, el poeta se pregunta por el papel de la justicia en los bestiales hechos.  Hay que tener en cuenta que en Tierra del Fuego no hubo pacificación. El  indígena no debía hacerse lacayo para sobrevivir. Sólo perecía. La tarea del  terrateniente fueguino de las postrimerías del siglo XIX y principios del siglo  XX consistía en ocupar y colonizar territorios deshabitados o en posesión de  pueblos nativos, exterminar a éstos últimos, fundar reductos ganaderos,  promover la circulación de mercancías. Esta nueva “hazaña épica” (Barraza) de  expoliación –una más en nuestra historia– nunca fue juzgada por las autoridades,  pues correspondía a una política de Estado. Al decir de Riveros: 
          
            
              ¿Las Autoridades Competentes?
                ¿Cuáles autoridades competentes?  ¿La opinión pública?
                Algunos vecinos magallánicos y  Misioneros Salesianos
                fueron la opinión pública.
                «El horroroso drama de aquella  planeada
                destrucción se desarrolló en  unos treinta años» (66).
            
          
          Demasiado  tarde la “Convención para la prevención y la Sanción del Delito de Genocidio”, de 1948; la “Convención 107 de la Organización   Internacional del Trabajo, Concerniente  a la protección e Integración de Poblaciones Indígenas, Tribales o  Semitribales”, de 1957; la “Declaración sobre Raza y Prejuicios Raciales” de la UNESCO, de 1978; o la “Declaración de Principios de los Derechos Indígenas”,  adoptada por la “Cuarta Asamblea del Consejo Mundial de Pueblos Indígenas”, en  1984 (Vidal 1994: 87). La destrucción de un patrimonio cultural incalculable y  de vidas humanas en Tierra del Fuego, fue, es y será un crimen sin culpables.
          
           “Dawson”. Acero
           En la misma  dirección, el poema “Dawson” (67-70) plantea nuevamente digresiones acerca del  discurso de los vencidos, a partir de sujetos históricos reconocibles en el  aparato de referencias articulado por Riveros. Las “semejanzas  suprahistóricas”, de las que habla Carrasco (1998b: 78), se realizan con  conexiones manifiestas en un plano interlocutivo: diversos son los sujetos de  la enunciación, diversos los enfoques y argumentaciones, diverso el estatus  textual –por cierto inestable, aunque “suma coherente de diversas coherencias”  (Segre 1985; cit. Barraza 2004: 267)– que evidencia el carácter conflictivo de  sus implicaturas y sus estrategias de enunciación y argumentación.
          El  bricolaje(8) alcanza su operatividad desde el inicio, en el epígrafe del poeta Aristóteles  España –de un poema homónimo al que estudiamos–, referente a la marcha de los  presos confinados a Isla Dawson durante el régimen de Pinochet. El paralelismo  se da en esta oportunidad porque Isla Dawson fue “También campo de  concentración / de onas y alacalufes” (Riveros 1986: 67). Expulsados los  selknam y qaweshqar de sus “sho’on milenarios”, asesinados sistemáticamente por  compañías extranjeras, víctimas de estancieros (Stubenrauch, Mc Rae, Mr. Bond,  Sam Ishlop), los fueguinos sucumben ante las estratagemas de quienes pagaban  por el genocidio (Popper, Mac Clelland). La brutalidad llega a límites  insospechados:
          
            
              Igual suma cancelaban los  Pioneros por un puma,
                por un par de orejas de niño o  adulto.
                Llenos
                los campos fueguinos de onas  sin orejas.
                […] una libra esterlina
                por cada cabeza, testículos o  senos,
                por cada cosa muerta (68).
            
          
          La  misma fórmula de introducción temática del discurso pro-derechos humanos de  “Exterminio Ona (1975-1905)” se plasma aquí: “Grandes cacerías en la Patagonia. / ¿Derechos Humanos? ¿Derechos humanos Parada, Guerrero, Nattino? /  «Degollad a cuantos indios encuentren»” (Ibíd.). Los degollados: Santiago  Nattino Allende, José Manuel Parada Maluenda y Manuel Leonidas Guerrero  Ceballos. Según el Informe Rettig
          
            
              el 28 de marzo de 1985 fue  secuestrado en la vía pública en el sector alto de la capital Santiago NATTINO  ALLENDE, publicista de militancia comunista, sin cargos conocidos dentro de esa  agrupación.
                Al día siguiente, a tempranas  horas de la mañana fue secuestrado en momentos en que llevaba a su hija al  Colegio Latinoamericano de Integración, José Manuel PARADA MALUENDA, quien se  desempeñaba como Jefe del Departamento de Análisis de la Vicaría de la Solidaridad.  En esa misma oportunidad fue secuestrado Manuel Leonidas GUERRERO  CEBALLOS, profesor e inspector del mismo colegio, dirigente de la Asociación Gremial de Educadores de Chile (AGECH), quien era amigo desde hacía largos  años de José Manuel Parada.
                En los dos operativos los  secuestradores actuaron con gran disponibilidad de medios. En el caso de  Santiago NATTINO señalaron a viva voz que eran policías y que detenían a la  víctima por problemas económicos.  En el  otro secuestro hay testigos que indican la presencia de un helicóptero en los  hechos y de desvíos de tránsito en el sector. Esta acción fue cruenta ya que se  le disparó a quemarropa a un profesor que intentó impedir el hecho. 
                […] Pese a las intensas  actividades desplegadas no se tuvo noticia alguna de los secuestrados hasta el  30 de marzo de 1985 cuando son encontrados sus cuerpos degollados en el camino  que une Quilicura con el Aeropuerto de Pudahuel […] Manuel GUERRERO, José  PARADA y Santiago NATTINO fueron ejecutados por agentes estatales en razón de  su militancia y las actividades que realizaban, en violación de sus derechos  humanos (Proyecto Internacional de Derechos Humanos 2006).
            
          
          “Cacería”,  es la palabra que principia las intensidades caspi del “caso degollados”. Detenidos por la Dirección de Comunicaciones de Carabineros (DICOMCAR), Parada, Guerrero y  Nattino son caspi y testimonio del  “corazón del hombre”.
          En  lo sucesivo, “Dawson” reescribe las señales de ruta del poema anterior:  “Urgente fue la eliminación del guanaco / envenenamiento de alimentos, ropa,  baleo indiscriminado” (Ibíd.). Se modelan semas y sentencias que introducen  connotaciones extrínsecas a la enunciación en la que están inscritas, y que  confeccionan un nuevo tejido de relaciones suprahistóricas y transhistóricas:
          
            
              Con todo, el punto clave es  conseguir 
                  una orden por algunos  soldados 
                que nos ayuden a arrinconar a
                los indios y llevarlos a Isla  Dawson […]
                Ay de aquellos que dominan  con ejércitos 
                y cuya sola ley es el poder
                […]
                estamos moviendo cielos y  tierra
                para obtener que el Gobierno  chileno
                remueva a los que quedan  hacia
                Isla Dawson (69, nuestro énfasis). 
            
          
          Corroboramos que todos los  segmentos subrayados en la cita anterior presentan una complexión temporal-situacional  ambivalente. El primero proviene de una carta de un estanciero magallánico a su  socio en Europa. El segundo viene del Canto LXXVI de Cantares Pisanos de  Ezra Pound, mientras que el tercero procede de una carta del estanciero Mc  Clelland a su socio Braun. La imbricación de discursos y su irrupción oblicua  se hace aún más ostensible en las últimas líneas del poema: 
          
            
              Y en 1911, Septiembre,
                expiró el contrato de la misión  en Dawson
                con un cementerio de  ochocientas tumbas.
                Dawson quedó a la espera.
                «El campo de Compingin, en  Punta Grande, fue
                ‘inaugurado’ el mismo 11 de  Septiembre de 1973
                con sesenta detenidos de Punta  Arenas… El campo
                de Río Chico funcionó desde el  20 de Septiembre…
                Hacia Enero del 74 había unos  400 presos.
                …El último de los ‘dawsonianos’  recuperó la
                libertad en Junio de 1977» (70;  nuestro subrayado)(9).
            
          
          De  la tierra sin fuegos subordina unidades enunciativas de segundo grado que  coexisten de manera paralela, aleatoria y secuencial. Elementos paramétricos  incrustados a lo largo del entramado textual que expanden y diseminan vectores  que profundizan las fragmentaciones del texto hasta unirlas en un bloque  discursivo con una escritura hipertextual impecable, palpable en fuego y acero  en sus polos de desviación. Las páginas escritas por el caspi Juan Pablo Riveros son bricolaje, resistencia y  reivindicación.
           
          Arnaldo Enrique Donoso
            donoso_arn@hotmail.com
          
                                                              
          
            
            
           (1) Existe segunda edición aumentada y corregida  por el autor: Riveros, Juan Pablo.  2000. De la tierra sin fuegos. Concepción: Cosmigonon. Utilizamos la  primera edición para nuestro análisis. 
           (2) El notable  estudio del profesor Carrasco (1998b), lamentablemente, posee variadas imprecisiones  en las referencias al libro de Riveros. Si se quiere revisar este artículo, se  debe contrastar cuidadosamente el artículo de Carrasco con la obra en cuestión.
           (3) Cabe  decir que escribir tan explícitamente sobre estos tópicos fue un gesto de  valentía por parte de Riveros, pues, recordemos, De la tierra sin fuegos fue publicado en 1986, mismo año en que ocurrió el “caso quemados”.
           (4) Caspi, en lengua selknam “[es] el ánima  o espíritu como una sombra impalpable […] También es aquello que permanece de  un muerto, lo que queda luego de su desaparición terrenal” (Riveros 1983: 198).
           (5) Aion: “bifurcación incesante del  presente en pasado y futuro. Así ocurre en el estoicismo donde Aion se define como la bifurcación  eterna del tiempo […] deduce a una interpretación singular del tiempo donde lo  que se destaca de él es su dimensión virtual, es decir, el pasado y el futuro  que, en rigor, no son o no existen efectivamente […esto] induce a pensar que se  está ante una interpretación del tiempo que concede estatuto fundamental al  incesante devenir” (Universidad de Chile 2006).
           (6) Véase nota anterior.
           (7) Hemos  omitido el comentario de los poemas “Exterminio ona” (64) y “Dawson” (67).  Éstos serán abordados críticamente en el apartado posterior.
           (8) “Procedimiento de composición que consiste en  intercalar o combinar fragmentos […] reconocibles, que pasan así  a integrar una nueva estructura. Frente al collage o al assemblage el  bricolaje se caracteriza por trabajar con materiales no inocentes,  sobresaturados semiológicamente, con ancestro cultural o prestigio artístico”  (Schiavo 1971: 611-612; nuestro énfasis).
           (9) La  distribución de los números en el segmento transcrito es de suma importancia  para la producción de efectos comunicativos y estímulos lectorales. Esta forma  conclusa, simétrica y eurítmica de ordenación es una estrategia aguda y  convincente, pues disloca la función referencial del (los) enunciados hacia la  función emotiva, sin la cual la lectura ideológica y el discurso argumentativo  propuesto por Riveros serían incompletos.
          
            
              
                                                                        
              
            
            
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