La novela sobre los últimos minutos de Allende:
las cartas de suicidas nunca dicen la verdad Allende y el museo del suicidio, de Ariel Dorfman,
Galaxia Gutemberg, 2023, 576 páginas
Por Ascensión Rivas Publicado en EL CULTURAL, 11 de septiembre 2023
Todos los paratextos que anteceden esta novela total escrita por Ariel Dorfman son significativos. El lector lo sabe cuando, al terminar el libro, regresa a las páginas iniciales. No solo se trata de la dedicatoria a Angélica, pilar en el que se fundamenta la vida del escritor, la pieza clave de su cordura y el puntal de una creación que nace con vocación de trascender. Me refiero, sobre todo, a las citas que acompañan al libro y ratifican su sentido.
La de Isaac Bashevis Singer revela que las cartas de suicidas nunca dicen la verdad; la de Javier Cercas se refiere a los géneros que la novela ha fagocitado a lo largo del tiempo –épica, historia, poesía, ensayo, periodismo o memorias–; la tercera es un fragmento del discurso pronunciado por Salvador Allende el día de su muerte que se ha convertido en uno de sus mayores legados; recoge su deseo de que el hombre libre pasee por las alamedas y augura una vida mejor; y una última de Novalis en la que afirma que la novela surge para paliar las deficiencias de la historia. Las cuatro son sustanciales porque Allende y el museo del suicidio toca cada una de las consignas propuestas.
Han pasado treinta años desde que los hechos contados en el libro sucedieron. Solo transcurrido ese período el narrador puede contar la historia, tal como le prometió a su mentor, Joseph Hortha, unos acontecimientos que implican tanto a Hortha como a él mismo, que responde al nombre de Ariel Dorfman.
Joseph Hortha es un multimillonario obsesionado con la historia del suicidio que quiere construir un museo sobre el tema. Está persuadido de que una de las salas debería estar dedicada a Salvador Allende, sobre cuya muerte hay demasiada información y escasas certezas. Para averiguar cómo fueron los últimos minutos de la vida del presidente, contrata al escritor Ariel Dorfman porque ha oído que estuvo presente en aquellos momentos críticos, acompañando a Allende en el palacio de La Moneda.
Nacido en Buenos Aires en 1942, Dorfman se vio obligado a emigrar a Estados Unidos siguiendo a su padre, un bolchevique convencido que, tras el ajuste de McCarthy, huyó a Santiago de Chile. Allí se hizo amigo de las hijas del dirigente socialista y más tarde, al final de la existencia del mandatario, un indispensable en el grupo que lo asistía en la residencia presidencial. Dorfman regresa a Chile para realizar la investigación pero no lo hace solo.
Lo acompaña su familia: Angélica, su mujer, que es también su sostén emocional y cuya aguda inteligencia lo ayudará en las pesquisas; y sus hijos, Rodrigo y Joaquín. El buceo en la realidad sobre lo que sucedió el 11 de septiembre de 1973 tendrá consecuencias para la historia de Chile y para el devenir vital de Hortha y de Dorfman, que tendrán que enfrentar zonas oscuras de su alma y un pasado que habían ocultado incluso a sí mismos.
En Allende y el museo del suicidio hay un juego constante entre la realidad y la ficción que se inicia con la elección del tema (la historia de Chile y el último día en la vida de Allende), del género (la novela histórica autoficcional) y del protagonista, un escritor cuyo nombre coincide con el del autor real y cuya biografía también es convergente, incluidas las referencias a su producción literaria. Es el creador de Para leer al pato Donald (1971); de la novela Viudas (1981); y de la obra de teatro La muerte y la doncella (1990).
A pesar de todo, ese autor-personaje confiesa haberse servido del componente ficcional, sobre todo por lo que respecta a su auténtica familia, a la que mezcla con personajes inventados. Su actividad sobre las criaturas de ficción es absoluta porque, como confiesa, puede hacerlas vivir o matarlas, condenarlas “a la ruina, al fracaso o a la soledad”, según las necesidades de lo que está contando. Incluso al referirse a sí mismo como personaje asegura estar manipulando los hechos, es decir, creando una fábula. En este sentido declara: “sería brutal conmigo mismo, inmisericorde, dispuesto a exponer cada debilidad, inventar debilidades, siempre y cuando haga más interesante el libro”.
El autor, pues, pone todo su afán en el atractivo de la obra, lo que, por sí solo, justifica su infidelidad a los hechos efectivamente sucedidos: “Un novelista que se basa en una persona real del pasado debe estar listo para traicionar a esa persona, mentir para destapar una verdad más profunda. Los escritores tenemos que ser despiadados”, admite. Y como afirma después, solo la literatura puede ordenar la vida de un hombre, asistir a su final y penetrar en su conciencia, que es lo que sucede en la obra.
Con estos ingredientes narrativos, la novela reconstruye la crónica del último siglo de Chile, obstinándose en la figura de Salvador Allende.
Porque Josef Hortha, en su fascinación por la muerte y el suicidio, necesita saber con certeza cómo fue el final del presidente: ¿Luchó como un valiente para preservar la democracia y la libertad? ¿O se inmoló para no sufrir la tortura de los militares? ¿Tuvo un desenlace épico o trágico?
Allende y el museo del suicidio es, sin duda, el legado de Ariel Dorfman (“mi despedida, mi propio epílogo”), una obra total en la que, al hilo de la observación histórica de un país, se reflexiona sobre lo que cuesta mantener la independencia de un pueblo y sobre la lucha —violenta o no— indispensable para conseguirlo.
Paralelamente hay en ella una consideración aún más global que toca la entraña del ser humano, porque el relato indaga en los miedos, la culpa, las crisis y el modo de superar todos esos escollos; de ahí que defienda la necesidad del amor, donde, según el autor, se concentra el verdadero sentido de la vida. Y es, además, un alegato en favor de un planeta —el nuestro— que camina ciego y sordo hacia la extinción.
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"Allende y el museo del suicidio", de Ariel Dorfman,
Galaxia Gutemberg, 2023, 576 páginas.
Por Ascensión Rivas.
Publicado en EL CULTURAL, 11 de septiembre 2023