Los espejos y los teléfonos son abominables porque comunican a los hombres y los multiplican; los convierten en personas diferentes o —mejor todavía— en personajes. Konfidenz empieza entonces como el misterio puro y zumbante de un enjambre de conversaciones telefónicas entre un hombre y una mujer a las que pronto —mediante el artilugio de capítulos/separadores— enseguida se suma una tercera voz, la voz de Dorfman, que confiesa compartir nuestra misma intriga. Nosotros —los lectores, los oyentes polizones de esta historia— escuchamos al principio sin entender del todo. Desconocemos nacionalidades, geografías, ignoramos las motivaciones de aquellos que dialogan sobre algo que enseguida nos suena urgente, definitivo. Y —maniobra tan admirable como insospechada— lo más importante es que cuándo se nos ofrecen los cómo, los dónde y los porqué de la acción ya no nos importa demasiado porque los modales del enigma han mutado a una de esas historias donde los personajes se han convertido en personas y donde la historia íntima triunfa sobre la historia pública.
Ariel Dorfman
Por razones obvias, no habrá aquí pistas, no se adelantarán placeres, no se reducirán desconciertos. Porque el principal privilegio de este libro tan medido y perfecto en su forma como generoso y profundo en su fondo quizá sea el de empujar al lector a que piense como un escritor, a moverse como alguien que está ensamblando la trama al mismo tiempo que la lee y la escucha.
En este sentido —como Pául Auster (quien suele empezar sus libros con detonadoras llamadas telefónicas), como Michael Ondaatje, como Douglas Cooper, como Don DeLillo—, Dorfman anota su número en la misma inteligente agenda metaficcional que siempre llama a la historia para reflexionar y conversar sobre las posibilidades de la historia. Como ellos, Dorfman señala a la información como metáfora de la literatura y —quizá por escribir desde afuera o haber padecido distancias ya irreducibles y exilios impuestos o deseados— narra desde otro lado para poder comprender mejor ciertas incomprensibles injusticias de la mal llamada naturaleza humana dentro de una estética o movimiento que bien podría llamarse "Literatura del Testigo Clave".
Una recomendación entonces: conviene —es más que pertinente— leer Konfidenz dos veces para disfrutada plenamente. La primera desde el desconocimiento novedoso, desde la intriga y los golpes de efecto que nunca son efectistas. La segunda, sabiéndolo todo y —aun así—descubriendo que el verdadero placer pasa por otro lado, por la fiesta de un lenguaje y una trama de rara e inquietante universalidad.
Los buenos libros reconocen varias lecturas. Así, Kofidenz puede leerse como thriller telefónico y audiolibro de pápel y tinta; como original ensayo sobre los riesgos de la escritura y los peligros de la ficción; como curiosa apreciación de la figura femenina; como inteligente revisitación del mito de Casablanca; como manifiesto político aplicable
a todas las épocas; como eficaz ejercicio teatral; como inquietante teoría sobre el papel que cumplen los sueños en eso que dimos en llamar la realidad; como gran historia de amor fuera del tiempo y del espacio.
Los libros importantes, en cambio, son los que consiguen un todo armónico a partir de sus múltiples posibilidades. Por eso —he aquí lo imprescindible, lo inolvidable— todas estas rectas se intersectan en el infinito del último y magistral capitulo de Konfidenz.
Allí, la voz que antes dialogaba ofrece ahora el más emotivo de los monólogos. Se despide de su amada interlocutora, se despide de Dorfman, se despide de nosotros y sus últimas palabras son —flanqueadas por la incertidumbre de dos signos de interrogación— "¿O vas a permitir que nuestra historia muera conmigo?".
Comprendemos entonces —comprende el protagonista, comprende Dorfman, comprende el lector— que las grandes personas y los grandes personajes sólo se resignan a desaparecer para que las grandes historias vivan y permanezcan y puedan ser escritas.
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dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com La voz humana
KONFIDENZ, por Ariel Dorfman.
Planeta, Colección Biblioteca del Sur, 1994, 176 páginas.
Por Rodrigo Fresán
Publicado en Página/12, 10 de julio 1994