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Mozart detective
ALLEGRO, Ariel Dorfman. Fondo de Cultura Económica. México, 2019, 270 páginas
Por Camilo Marks
Publicado en Revista de Libros de El Mercurio. 19 de abril de 2020
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Quizá solo Ariel Dorfman pueda tener el bagaje cultural, la preparación y el atrevimiento para escribir una novela centrada en Wolfgang Amadeus Mozart. Atrevimiento en este caso significa tener plena conciencia de que es demasiado, excesivo, sobreabundante, realmente abrumador el infinito material que se ha publicado, se ha estudiado, se ha mitificado, se ha llevado a distintos medios sobre la figura del genial compositor austriaco, posiblemente el músico más grande de todos los tiempos, con certeza un milagro de creatividad pocas veces igualado en la historia. Allegro pretende ser un relato policial, en el que el pequeño Wolfgang, al inicio en Londres, más tarde en París, ya siendo adulto —¡de 20 años!— y finalmente en Leipzig, intenta desentrañar las causas de la ceguera y posterior muerte de Bach y Hándel, presuntamente provocadas por un oftalmólogo que en su aparición inaugural, se llama Chevalier Jack Taylor, cuyo hijo se quita el título y quien, a todas luces, resulta un charlatán. Esto no quiere decir que
carezca de conocimientos médicos y farmacéuticos, puesto que Jack atiende a la misma madre de Mozart en sus momentos finales o provee de diferentes sustancias químicas al protagonista.
Digamos, desde la partida, que Allegro funciona a medias como historia detectivesca, pese a los esfuerzos de Dorfman por otorgarle este carácter. Lo más interesante de este libro es que está narrado en primera persona, por un Mozart confuso, indeciso, inseguro de sus capacidades y que incluso sufre un bloqueo creativo tras el fallecimiento de María Anna, su progenitora. Cuando lo supera, se da cuenta de que su arte es la luz del universo y únicamente hacia el desenlace tendremos referencias a "Las bodas de Fígaro", "Don Giovanni", sus últimas piezas de cámara, sus grandes conciertos y sinfonías; en suma, sus obras maestras. Por supuesto, Dorfnmn, quien debe poseer una memoria de elefante, conoce a fondo la producción mozartiana y a lo largo de Allegro nos regala distintos pasajes de ella.
Sin embargo, el autor chileno tiende a pasar por alto esto último y con excepción de los chismes o leyendas que rodean al prodigio de Salzburgo —coprolalia, bromas de mal gusto, afecciones venéreas—, centra la trama en la variante policíaca o bien en el día a día, en los apuros económicos, en las obsesiones o en las profundas relaciones de amistad entre Mozart y Johann Christian Bach, hijo de Johann Sebastian, y Karl Friedrich Abel, el primero aún recordado y el segundo olvidado. Esto es un acierto desde todo punto de vista, en particular en la etapa londinense de Allegro. porque la capital inglesa fue ingrata hacia Wolfgang —bueno, en verdad todo el mundo lo fue— y porque vemos al maravilloso infante dar sus primeros pasos, asistimos a sus momentos de incertidumbre, contemplamos la manera de vincularse
que tiene con la gente, o sea, compartimos su quehacer cotidiano. Tal vez la mejor parte de Allegro se encuentre en estas páginas y es memorable la sección llamada Adagio, en concreto la secuencia en la que un grupo de invitados a una cena evoca el aria más bella que haya escuchado. Se trata de piezas hoy día fuera del repertorio, aun cuando Dorfman consiga que deseemos oírlas.
Por cierto, es absoluta y totalmente imposible que nadie se exprese como lo hace aquí Mozart a los ocho años o para el caso, de la manera en la que hablan todos los actores de Allegro, por más que se trate de monstruos de talento o de hombres y mujeres de elevado refinamiento. Está claro que el fuerte de Dorfman no son los diálogos, que en este volumen son pesados, eternos, a ratos comatosos y como ya lo insinuamos, muy inverosímiles. Tampoco acierta el novelista en el retrato de sus personajes, basados, según él nos advierte, en seres reales. Unos y otros suelen caracterizarse mediante descripciones abstrusas, con trazos repetitivos o bien Dorfman cae en el alambicamiento, en el exceso de vocablos recargados, en lo almidonado o de frentón en la caricatura. Además, el lenguaje a menudo le juega malas pasadas al narrador y como podría ser mezquino citar ejemplos, nos limitaremos a manifestar que, a lo mejor, por su frecuentación con tantas lenguas extranjeras o debido al cosmopolitismo de que hace gala, estamos ante factores que andan mal cuando emplea el español.
Con todo, Allegro es una ficción lograda, bien construida, original, divertida y si se sigue con paciencia, entretenida. A fuer de reiterativos, volveremos a declarar que, al menos en nuestro medio, tan solo Ariel Dorfman es capaz de elaborar una intriga corno esta.