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Ariel Dorfman:
"Las épocas de transición son las que más me apasionan"

Por Antonio Díaz Oliva
Publicado en La Tercera, 20 de marzo de 2020



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El autor chileno presenta dos libros: Allegro y Chile: juventud rebelde. El primero es un thriller histórico que involucra a un Mozart de niño y detective. Y el segundo un ensayo sobre el estallido social y el fallido regreso, de uno de sus hijos, al Chile de los noventa.


Ariel Dorfman (77) responde disculpándose: dice que le han encargado varios artículos y cosas de la prensa estadounidense. Uno de esos es un ensayo para el The New York Review of Books; y el otro una columna para CNN sobre Joe Biden, el probable candidato a la presidencial por el Partido Demócrata. Y que por eso no puede responder las preguntas para esta entrevista, como decimos los chilenos, al tiro.

Aparte de eso, en estos días virales en que acumular libros puede ser el mejor escape, el autor, quien vive entre Chile y Estados Unidos, llega a librerías chilenas por dos:  Allegro  y  Chile: juventud rebelde, ambas publicadas por el Fondo Económico de Cultura. El primer libro es un thriller histórico que involucra a un Mozart niño detective; y el segundo una suerte de folleto sobre el estallido social y el fallido regreso, por parte de uno de sus hijos, al Chile de los noventa.

"Las épocas de transición son las que más me apasionan", dice. "Tanto porque cualquier cosa puede suceder y todo se tambalea o avanza, como porque la transición chilena ha sido tan perversa y fascinante, llena de 'sueños y traidores' (como señala el título del segundo volumen de mis memorias que trata de ese período). Rodrigo, mi hijo, buscaba su destino en Chile y Chile no le dio cabida. Por ahí eso me influyó en  Allegro, cuando imaginaba a Mozart en París, cuando se lo rechaza y desprecia".

Dice Dorfman que la anécdota inicial de aquella novela,  Allegro, le llegó a través de un familiar. Y que fue algo así: Bach y Haendel sufren, uno en Alemania y el otro en Inglaterra, operaciones oculares de parte de John Taylor, un cirujano charlatán que terminó por dejarlos ciegos y, en el caso de Bach, a las puertas de la muerte.

"Supe, de inmediato, que se me brindaba una historia que había que contar. Lo que me tardó más tiempo fue darme cuenta de quien debía ser el narrador".

Esta es una novela detectivesca, aunque su narrador/detective es Mozart cuando joven. ¿Por qué Mozart?
Tenía una deuda pendiente con Mozart, tan maltratado en Amadeus. Pensé que era la persona perfecta para que, siendo un niño inocente en Inglaterra, y muchas décadas después de la muerte de Bach y Haendel, se le acercara el hijo del tal Taylor para pedirle que librara de culpa a su padre, develando la verdad de lo que realmente había ocurrido durante esas intervenciones médicas pretéritas.

Y además es un Mozart joven, ¿no?, ¿qué te interesaba de la figura del joven artista en construcción?
Creo que es un desafío y un estímulo tener que asumir la mirada de alguien tan joven, algo que he hecho en varias de mis novelas (La Ultima Canción de Manuel Sendero, narrada por un feto que organiza una huelga de los no nacidos contra los adultos; o los mellizos en Viudas que van contando lo que significa tener un padre desaparecido) y que reitero en una ópera, Naciketa, que se estrena el año que viene en el Queen Elizabeth Hall de Londres y que, basada en las Upanishads, protagoniza un pequeño que, acompañado de la Muerte, interroga a niños desamparados de todo el planeta sobre la condición humana.

¿Escribiste Allegro enteramente en español? Te lo pregunto porque cada vez que abro uno de tus libros no sé si fue escrito en español o inglés o auto-traducido de uno al otro.
Durante buena parte de mi vida quise ser monolingüe, escribiendo solo en inglés o en castellano. Pero desde hace tiempo que armo mis obras híbridas en ambos idiomas, empezando por aquel que más le venga al tema. En el caso de Allegro, decidí componerlo primero en inglés para luego, con la ayuda de mi mujer Angélica, reescribirlo en castellano, una versión que me sirvió para corregir el inglés, y así fui saltando de una adaptación a la otra hasta que estaba satisfecho con ambas.


 

Chile: juventud rebelde es un fanzine, un librillo que nace de una urgencia: el estallido en octubre. En menos de 30 páginas Dorfman escribe del golpe de estado contra el gobierno de Allende, de la dictadura de Pinochet y de la herencia constitucional que arrastra desde entonces Chile.

Y escribe, también, de su hijo Rodrigo, quien quiere instalarse en el Santiago de la transición. En los noventa. En esa "democracia restringida y disciplinada", como escribe Dorfman. "Tienes que pertenecer a algún partido político o conectarte a alguna minúscula mafia cultural de la élite para que te ofrezcan asistencia", se queja Rodrigo Dorfman a su padre.

"Viviendo afuera, cuando comienza la revuelta, pensé que era prudente mantener silencio (un par de entrevistas en Italia porque estaba saliendo la traducción de una novela mía ahí y no podía dejar de responder sobre Chile)", dice Dorfman sobre Chile: juventud rebelde. Entonces en noviembre del 2019 lo llama Paco Ignacio Taibo, director de Fondo de Cultura Económica en México, y lee pide unas páginas para un folleto. La idea, le dice, es sacar 40 mil ejemplares para un público internacional que poco sabe de Chile o su historia. "En un comienzo, me resistí durante un buen rato, pero finalmente me di cuenta de que desde la lejanía podría explorar de qué manera las raíces del estallido actual se encuentran en los primeros años de la transición y la decisión de parte de mis propios compañeros de la Resistencia de desmovilizar al pueblo, por razones que no compartía pero que eran comprensibles en ese momento."

Mozart, en tu libro, es un joven que está perdido y que adolece algo en su vida: "El niño que ya no soy, que nunca más seré", como dice. En Chile: juventud rebelde hablas de tu hijo el cual también busca su destino. ¿Siempre fue la idea de que Allegro fuera también un coming of age?
Hay un misterio, por cierto, en el remoto pasado de los compositores y el médico que los cegó, pero más misterioso todavía es el ser humano y con más razón alguien como Mozart, que se busca a sí mismo en el espejo del tiempo y la música. Esta es la época cuando Goethe, Rousseau, Sterne, Fielding, preparan el terreno para los bildungsroman, cuando los jóvenes europeos transitan a la madurez justo cuando la racionalidad y el romanticismo se disputan su alma, viviendo, como Mozart mismo, un conflicto esencial de la modernidad.

Uno de los puntos del estallido de octubre (me parece) es que de alguna forma ciertas narrativas quedaron obsoletas. Tanto la derecha como la mayoría de la izquierda parecen encerrados en un cul-de-sac ideológico. Como escritor, ¿qué posibles narrativas ves para el Chile que viene?
Como dice mi amigo del alma, Antonio Skármeta, ¡ahí sí que me pillaste! Por mi parte, tengo hace un año y tantos una novela sobre Chile en 1990 que me da vueltas y que quizás pueda contribuir a la búsqueda estética que se avecina y que plantea preguntas angustiantes sobre nuestra identidad nacional, el trauma central de nuestra historia de los últimos cincuenta años. Ojalá sea una contribución al insólito diálogo que ya asoma en las redes sociales y las calles y que anticipan formas de contar y relatar que sin duda nos sorprenderán. Bienvenidas sean.


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Puede que Dorfman –junto a Armand Mattelart– se haya adelantado a algo ubicuo de nuestra época: que hoy por hoy todo objeto de la cultura popular se diseccione. Y analice. Y hasta sobre-analice. Esto, claro, bajo la idea de que todo producto pop no es apolítico, sino al contrario: incluso hasta más político que un panfleto, por lo menos en su intención.

Algo de eso, en 1971, escribieron Dorfman y Mattelart en Para leer al Pato Donald, ensayo que hasta hoy resuena en esferas latinoamericanas y académicas (incluyendo el presidente de Argentina).

Pese a esto, Dorfman ha tenido varios acercamientos a la cultura de masas, especialmente a Hollywood: ya sea por la adaptación de Roman Polanski de su obra de teatro  La Muerte y la Doncella, así como por su aparición en  Desnudo en Nueva York, cinta producida por Martin Scorsese, en la cual el escritor chileno comparte escena con William Styron y Richard Price.

"No tengo ningún talento de actor, excepto cuando hago el rol de mí mismo, de manera que cuando uno de los productores de La Muerte y la Doncella en Broadway me pidió que participara en esa película encarnando a Ariel Dorfman, y que Bill Styron reclamaba mi presencia o él no iba a aceptar, dije que sí. Y nos divertimos mucho. Además de pasarlo muy bien con las estrellas, Mary Louise Parker y Timothy Dalton, pude almorzar con Tony Curtis y preguntarle por Some Like It Hot y otras cosillas".

¿Y cómo fue la grabación de esa escena?
El guión decía que para que yo dejara de hablar, Richard Price me lanzaba a la boca unos camarones, una de mis comidas favoritas, pero cuando llegó a filmarse la escena, solo habían traído unos tristes trocitos de jamón. Soy, por lo general, afable y dúctil, pero en este caso, exigí que el guión se siguiera al pie de la letra (o de la cocina), así que un asistente partió en busca de camarones. ¡Me las di de diva y me salió bien!

Para leer al Pato Donald ha tenido varias relecturas este último tiempo. Ya que la cultura popular está cada vez más omnipresente, por las redes sociales, hoy todo el mundo la comenta y disecciona (y ese libro es eso: una disección sobre la ideología pop de Disney). ¿Has vuelto a Para leer al Pato Donald? ¿Cómo lo recuerdas?
Tuve que retornar, forzosamente, a ese libro, cuando hace poco, después de cuarenta años, se publicó por fin una edición norteamericana de ese Pato díscolo que los milicos habían quemado en Santiago y lanzado al mar en Valparaíso y que Disney había tratado de suprimir en los Estados Unidos. Me pidieron una larga introducción en que celebro la vigencia y relevancia del texto en la época de otro Donald (innombrable) a la vez que explico, como lo hice en mi memoria Rumbo al Sur, Mirando el Norte, las circunstancias en que Armand y yo lo escribimos y cómo ha variado, con el tiempo, mi propia perspectiva sobre la cultura popular, la ideología, las formas en que nos podemos apropiar de los esquemas dominantes y darles una vuelta subversiva. Lo que más me gusta de ese libro ahora es su insolencia, su humor irreverente, el modo en que no teme enfrentar a los más sagrados "valores" – es decir, lo que más me gusta es que, habiendo sido inspirado por la lucha del pueblo chileno por soñar un futuro diferente en los tiempos de Allende, ahora encuentra a ese pueblo nuevamente alzado en busca de su propio destino inverosímil y rebelde.

 


 



 

 

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