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AUSENCIA Y PRESENCIA DE BARBARA DÉLANO

Por Aristóteles España

Este año 2010 se cumplen 14 años del fallecimiento de la poeta Bárbara Délano, (1961-1996) una de las grandes artistas de la Generación NN (1973-1990) o Generación del 80, en Chile.

Ataviada, como pocas, de los grandes ventanales de la historia, regresó a nuestro país a mediados de esa década dura y épica en latinoamérica.

Llegaba a las calles de Santiago como en la canción de Pablo Milanés,  llena de proyectos creativos y a participar en la lucha contra la dictadura. Traía un breve acento mexicano y era amiga de los grandes poetas de ese país y de Centroamérica, todos compañeros de ruta literaria de su padre, el novelista Poli  Délano, quien vivía exiliado en México por el régimen de Augusto Pinochet.

La conocimos en el bar “El Castillo Francés” de Plaza Italia, de la capital chilena. Nos cautivó desde el   primer momento por su forma de expresar y  darle contenido a las nuevas formas de lenguaje poético que se había incorporado a la realidad de nuestro Chile prisionero, producto del miedo, la represión, el desamor, la paradoja de estar vivo y estar muerto civilmente por un gobierno que coartaba las libertades personales de todo ciudadano.

En 1987 lo recalcó el Papa Juan Pablo II, en el Estadio Nacional de Santiago, con toda precisión, antes miles de jóvenes, y por televisión, a todo el mundo.

Le planteamos antologar sus poemas publicados en “El rumor de la niebla” (Canadá, 1984) y aceptó con la condición que no fuera consultada de la selección final. Preparábamos la antología “Poesía Chilena: La Generación NN” (1973-1990) y se mostró contenta de poder reunirse aunque sea en un libro con sus amigas y amigos poetas a quienes leía con esmero.

Con Bárbara recorríamos las tardes de los jueves las librerías de textos usados y cafés de Avenida Providencia, la calle Merced, cerca del Parque Forestal, en un  Santiago lleno de smog  y Fuerzas Militares.

Compartimos en varias oportunidades con Enrique Lihn en la plaza del Mulato Gil de Castro del barrio Lastarria, cerca de la Alameda; con Jorge Teillier, Rolando Cárdenas y Yolanda Lagos en el bar “La Unión Chica”, del pasaje Nueva York, el territorio libre de los poetas chilenos; con Stella Díaz Varín en “Las Lanzas” del reducto de Plaza Nuñoa y en breves encuentros con Jorge Ramírez Francisco Zañartu, Gregory  Cohen, Leonora Vicuña, José María Memet, Teresa Calderón, Alvaro Ruiz, en lugares tan disímiles como la biblioteca nacional, y en distintos tiempos, personas y  lugares en Valparaíso, Viña del Mar, Algarrobo, Isla Negra, El Quisco.

Recordamos un memorable recital, en 1984, frente a la tumba de Vicente Huidobro en Cartagena, con el oleaje y la bruma de su poesía, llena de paisajes desolados, como si la tarde interviniera directamente sobre sus ojos.

Sus amigos poetas mexicanos José Tlatelpas, Ana Clavel, Benito Balam y el editor peruano Ricardo Rodríguez-Ryos, con quienes compartió los inicios literarios en Ciudad de México nos hablaron de su cálida dulzura, y de cómo incorporaba con acierto las distintas culturas que conoció en su vida errante juntos a sus padres, en China, y otras metrópolis del mundo. Logró la síntesis, la iba logrando lentamente y con talento con la poesía  chilena, latinoamericana.

Le conmovía la tragedia de Delmira Agostini en Uruguay, la locura creativa de Alejandra Pizarnik en Argentina, los ecos mistralianos de Gabriela, la chilena. También los acentos luminosos de Martí, Neruda de Las Residencias, y el Altazor huidobriano.

Aún nos conmueve tu partida Barbarita, en ese avión fatídico que te llevaba desde Lima a Santiago. La  Generación NN de Chile tiene una deuda contigo; nosotros, no tu país que siempre olvida a sus poetas,  la única nación que fue fundada, de alguna manera, en forma literaria, por un poeta español llamado Alonso de Ercilla, con su poema “La Araucana”.

En “El rumor de la niebla” rescataste, compañera, a un espacio desolado, pero lúdico que habitaba los vidrios trizados de la historia chilena, la poesía de los albergues donde duermen las almas tristes; el delirio de hombres y mujeres por querer aferrarse a un bote salvavidas en el litoral de los poetas aquí en tu patria; allí, donde hay incendios, fantasmagorías, los intensos pedacitos  de lluvia de tus ojos de uva como escriben aún los poetas mexicanos y chilenos de ese tiempo, que también es el  tuyo, y el de hoy,  que es de todos, con varios baches, neblinas, remolinos.

Aristóteles España, Valparaíso, mayo 2 de 2010.
 

 

 

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