Aeropuertos, novela de Alberto Fuguet. Alfaguara, 2010, 188 páginas.
La prédica de Fuguet
Por Patricia Espinosa
Las Últimas Noticias. Viernes 10 de Diciembre de 2010
Feroz patinazo se ha pegado Alberto Fuguet con su nueva novela, Aeropuertos , obra apurada, técnicamente frágil e ingenua en su retórica, que supura tonalidades pastorales y vocalizaciones de autoayuda al borde de la vergüenza ajena.
La narración se inicia con un par de adolescentes, Álvaro Celis y Francisca Infante, en viaje de estudios; personajes planos (jovenzuelo irresponsable, chica culposa) sin una pizca de matices, que vuelven predecible y tedioso el relato. Producto de un casual encuentro sexual, Francisca queda embarazada, dando pie a uno de los grandes temas de la novela, el embarazo adolescente, tratado de la manera más obvia posible, es decir, como una prédica en torno al valor de la vida y las consecuencias del sexo fácil. Como era de esperar, la vida le pasará la cuenta a esta pareja de chicos inmaduros.
Álvaro y Francisca se distancian, el niño nace y se lo lleva la madre. La perspectiva determinista de la narración se intensifica con la presencia de Pablo, el hijo, que les recordará continuamente aquel error juvenil. Ya adolescente, el hijo manifiesta tendencias suicidas y odia a sus padres, quienes no han cambiado ni un ápice: el padre, un eterno adolescente, no está ni ahí, y la madre se tortura por la indeferencia del hijo. Ella hace lo posible por darle una buena vida, pero la novela se la juega por afirmar que un padre es irremplazable. La narración, siguiendo el modelo de muñeca rusa, establece una continuidad en la tipología del adolescente atormentado, adicto al ravotril y bien comido; padre e hijo son claramente la continuidad de aquel glorioso Matías Vicuña de Mala onda , esta vez en versión 2.0.
¿Para qué hacer hablar tanto a los personajes si no se poseen las habilidades necesarias? Uno de los puntos más bajos de la novela son los excesivos diálogos, fracasados en su factura y liviandad. Ejemplos inolvidables de no pispar una en términos técnicos son los intentos del autor por demostrar la tensión entre padre e hijo diciendo literalmente “silencio” para remarcar el silencio: “–Ha pasado su tiempo. Time flies, dude. Silencio. Silencio. Silencio”; “Álvaro mira a Pablo y decide no contestarle. Silencio. Más silencio”; o “–¿Qué? Silencio. Pausa. –Nada; me trataste de papá”.
Este pequeño dramón se estira sin miramientos, intensificando las muestras de fracaso en cada uno de estos tres personajes insoportables. Si hay algo que resulta destacable en esta novela, recomendadísima para discutir en una reunión de apoderados, es que cada uno de los personajes es inaguantable; todos son vacíos discursivamente y esclavos de su estilo, ya sea fashion o alternativo.
Pero aún queda lo más insufrible, el final feliz, que remarca la función ejemplarizadora, moralizadora, de esta novela básica, transparente, boba, sin peso dramático ni mínimos rasgos de pequeña tragedia posmoderna, como al parecer pretendió serlo. Un retroceso fatal en la escritura de Fuguet.