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Interiores/exteriores, de Juan Zapata Gacitúa: escenas de un yo múltiple

Por Andrés Florit C.

 


“Hay que decir palabras mientras las haya” es la cita de Foucault que Juan Zapata Gacitúa repite a modo de mantra o loop en el primer poema de Interiores /exteriores (Concepción: Cosmigonon, 2007), libro que en sus 80 páginas propone un viaje por distintas voces y escenas: el sujeto que habla no busca elocuencia a partir de un discurso unívoco, sino que juega a ser fotógrafo de sonidos, de hilachas de lo que fue un sueño, o de palabras dichas al pasar, que cobran nuevos sentidos al ser puestas en nuevos contextos, o al repetirlas. No hay un hablante que se complazca en oírse hablar, sino más bien alguien que observa y reconstruye lo visto en el lenguaje. Las escenas interiores y exteriores del libro están estructuradas en una secuencia narrativa que utiliza pluralidad de recursos estilísticos, sin rigideces. La escritura asemeja por momentos un diario íntimo, por otros un guión de cine, a veces se suspenden ciertas normas gramaticales en beneficio del ritmo, alargando el fraseo, y otras utiliza el suspenso de los dos puntos, con un versificado más clásico; es prosaico a ratos, otras lírico y hasta lárico; pero siempre mantiene un hilo, un tono que nunca es grandilocuente, sino más bien melancólico y sosegado.

Es un libro que a partir de fragmentos estructura una totalidad: no es un libro de fragmentos, sino que se sirve de ellos, sin lanzar manchas al azar al lienzo. Tampoco hay grandes individualidades que sobresalgan entre los textos, lo que no quiere decir que no haya poemas notables: sólo que predomina una escritura continua. Aunque es imposible no citar un par de versos memorables, como cuando en el final de un poema termina con la inquietante imagen de “svásticas en los pizarrones de los liceos / y en los pechos de las adolescentes”, o cuando observa que “emergen figuras oscuras que avanzan hacia la playa / en una imagen como de fotocopia”.

Pero más allá de estos aciertos, este libro no es un conjunto de poemas que brillen más por sí mismos que lo que logran al ser leídos en conjunto. Es una tela que necesita cada hebra. Imágenes, detalles, que van de lo recién observado a la evocación, mezclas de lo aprendido en los libros y la teoría, con imágenes de la calle, avisos publicitarios,  Natasha Kinsky en el cine o lo escuchado en los discos de David Bowie o Jim Morrison. Escenas de Nueva York, escenas de la provincia, ambigüedad: no hay certezas ni grandes ambiciones, “en estos días de gestos que recuerdan / una novela de Severo Sarduy / y metapoesía y metapoesía”.  

El libro tiene un título muy apropiado en relación a su contenido: el o los que hablan en esta obra polifónica se trasladan con toda libertad de los interiores a los exteriores: no sólo de las escenas entre cuatro paredes a las que se viven al aire libre, sino que también desde el interior de la mirada de un yo, al exterior de la mirada de un otro(a), o desde la evocación interior a la observación exterior, más objetivizante.  El mérito, según veo, es ir configurando un entramado poético con mucha soltura, a veces desde un yo que observa, a veces desde un otro u otra que habla en su voz, pero no como Neruda en su ansia de darle voz a los sin voz, sino más bien como un periodista que recoge cuñas al pasar, o un músico que graba sonidos en la calle y luego los mezcla en el estudio. Como dice Miguel Gomes en el prólogo, es “una acumulación de voces, reclamos o ideas que sugieren una realidad en última instancia movediza, abrumada o nutrida por el `cruce de subjetividades´ –términos con que Cecilia Rubio caracteriza con acierto y poder de síntesis la poesía de Zapata”. Además son textos, por lo que leemos en la solapa, que datan de varios años, que al irse escribiendo fueron dando forma a una obra y no al revés: no hay un programa previo, sino la consolidación de una manera de mirar.  

El poeta Juan Zapata Gacitúa (1955) es académico del Departamento de Español de la Universidad de Concepción, donde dirige la revista Acta literaria, y se ha dedicado por muchos años a estudiar la obra de Enrique Lihn. Claramente, en el libro que comentamos hay un rastro de ello, un diálogo con el autor de Al bello aparecer de este lucero, pero no en la forma de un epígono, sino que en la de alguien que ha escuchado y aprendido de esa voz, y habla con la suya propia, que también se nutre de otras incontables fuentes, no sólo literarias sino también de la cultura popular, como vimos, con varias citas cinematográficas y musicales.  

La obra tiene la densidad de lo que no se apura en aparecer, sino que sabe esperar hasta lograr las palabras justas con las cuales hacerse visible. Hasta lograr un tono, un ritmo, y también una estructura desde la cual hablar. Es una escritura que tiene swing (doble mérito en el caso de alguien que dedica tanto tiempo al trabajo teórico-académico, que reseca tantos talentos), una escritura que está muy atenta a no cometer errores y que está plenamente consciente de sus efectos, sin por ello apegarse rígidamente a un programa.   Dice bien Miguel Gomes, en el prólogo ya citado, que el sujeto que dibuja Zapata Gacitúa en este libro es “un sujeto evanescente que puebla el mundo con la ubicuidad de los fantasmas”. Es un sujeto que escribe su propio guión, con escenas interiores/ exteriores que se mezclan en una misma bruma. O en un mismo poema.  


 

 

 

 

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