Con Vírgenes del Sol Inn Cabaret, Alexis Figueroa
(Concepción, 1956) ganó, hace una década, el
Premio Casa de las Américas. Un libro que inexplicablemente
ha tenido poca difusión crítica,
lo cual, en contrapartida, se ha convertido en ganancia, permitiéndole
moverse o subsistir por otros canales. Así, de mano en mano,
me llegó hace unos años, un envejecido ejemplar; esas
feas ediciones Casa de las Américas, de mal papel y tapas deslucidas.
En cuyo interior, algunos lectores habían inscrito improvisadas
notas al margen y hasta una dedicatoria amorosa. Como un muro cualquiera,
este libro había producido intervenciones espontáneas
en los desconocidos lectores que me precedían. Imaginé
entonces, que pudo estar en algún parque, un casino universitario
o simplemente en medio de unas cervezas, y que algo habría
en aquel libro que permitió tales marcas. Virgenes del sol...
contiene una tristeza que atestigua e indaga en la inmundicia urbana.
Una mirada a la vez violenta y esperanzada, en torno a los fragmentos
de una modernidad saturada de signos acrílicos y presagios
de muerte. Poemas cuya dispositio se asemeja mucho a la de un relato:
un colérico y asqueado cuento sobre un simulacro de buen mundo
latinoamericano. Figueroa nos introduce en un puerto lujurioso y en
el Inn Cabaret, enclaves de la angustiosa "región de la
utopía"; donde pululan no sólo mariners ansiosos,
sino también las bíblicas Ester o María Madonna
y la luminosa Susana "en la calle, levantando sus dos manos para/
hacerse visera bajo el sol". Mujeres que parecen reproducir a
la famosa Malinche; una suerte de eterno femenino, sobreexpuesto y
violentado por la masculinidad de la cultura.
La escritura de este autor se aproxima desde lo real al simbolismo.
Realidad y símbolo, precisamente, constituyen una de las matrices
en que se ha desenvuelto la joven poesía nacional realizada
con posterioridad a 1980. Un lirismo crítico que dejaba entrever
una profunda creencia en la utopía. Virgenes del sol...,
enmarcada en un ámbito cercano al testimonio, posee una fuerza
poco dada en la poesía reciente; un decir convulso y aterrorizador
que, por lo mismo, la hace especialmente particular. Así Figueroa,
condenado, en cierto modo, por el acierto de su primera obra, nos
presenta ahora un nuevo y diametralmente distinto trabajo: El laberinto
circular y otros poemas.
Un volumen donde predomina la centrada, hegemónica y autorreferencial
voz del poeta y su mundo oficial. Resulta claro que ya no es el mismo
de Vírgenes del sol...; ya no está aquella visión
quebrada del hablante y de su mundo; atrás ha quedado también,
la alternancia entre lo real y lo onírico. Hay en su reemplazo,
una opción desmedida por lo simbólico, la poesía
ya no intenta reproducir el caos extratextual, Ha optado ahora, por
revivir mitos, palabras, temas y figuras consagradas por su condición
de alta sublimidad poética: por ejemplo, el poeta es catalogado
de Orfeo o viajero celeste.
Situación que en primera instancia descoloca, pero que al poco
andar se asume como una opción racionalista de abandonar el
explícito contradiscurso cultural, por un hacer poético
codificado en la abstracción y la simbología. Como en
"El huevo de pingüino" donde señala:
"el símbolo redondo y exéntrico del huevo/ gozoso
arquetipo de la Ó tan femenina"; o en "El
cielo protector", que dice: "Lechosa luz y blanca,
suma total de los sentidos/ Mamífera leche original que dio
los mundos...". Enunciaciones atravesadas, además,
por la utilización de fósiles poéticos: élitros
de arena, párpados de espuma, gotear de azogue o argentino
circular de las esferas. Quizás, la hiper-conciencia del hablante,
intente reeditar un canon lírico, compuesto de estereotipos,
muletillas, tics y luego conflictuarlos. Sin embargo, el conjunto
se empaña por la carga implícita de tal lenguaje. Resulta
complicado captar los sutiles matices irónicos, que se podrían
haber intentado al recrear estilos desprestigiados y en desuso.
El desplazamiento de Alexis Figueroa, nos parece tremendamente interesante,
en términos de cómo evoluciona un quehacer poético
que comenzó su instalación durante el gobierno militar.
Período en que surge una poesía que relativiza la fuerza
del yo y se involucra en la degradación de la historia. Figueroa,
fue uno de aquellos autores que, ubicados en el vértice de
una bisagra (entre lo mundano y el referente simbólico- metafísico)
han debido, a través del tiempo, optar por una redefinición
total de su proyecto estético. La poesía surgida en
medio del conflicto político, poseía una fuerza vital
que se ha ido transformando en mera logicidad. Había claramente
un anhelo social común que se mezclaba con los deseos particulares
de los sujetos líricos y que incidía en una escritura
que forzaba límites y acudía a la experimentación.
En el presente, advertimos un giro: el engrandecimiento del yo en
su desvinculación de lo mundano. El laberinto circular...,
nos entrega una poesía puertas adentro, un yo habitante de
las altas esferas que se vuelve hacia sí mismo como única
preocupación y que ha logrado desprenderse de lo otro en la
mayor parte de sus poemas. Un otro que se le cuela, a pesar de todo,
en algunas oportunidades, como: "Yo pasaba veloz con mi carrete/
de la mano de la chica poesía". O en "Alicia
en la clínica" y "Correspondencia de Alicia".
Dos bellos poemas que hurgan en lo fantástico y en la visión
oscura y fatal de la Alicia de Lewis Carroll, inmersa en el haschis,
intoxicada de valium, atrapada en "el espantoso universo Victoriano"
e interpelando al propio escritor: "no me escribas/ ni me
uses como imagen tutelar de tu metáfora". Des-asirse
de su Alicia, retazo de su antigua poesía, ha sido el proyecto
de Figueroa en este libro que desafía linealidades.
Si hay algo que no se puede cuestionar a la escritura de El laberinto
circular... es que resulta formalmente correcta. Un lenguaje sin
temor a la palabra difícil, al recarga-miento semántico
o al desborde retórico. Poesía, a fin de cuentas, que
puede resistir cualquier disección académica, porque
denota precisión, enciclopedismo y una clara conciencia respecto
a lo que desea significar. Poca histeria y demasiada mesura. Una etapa
diferente en la escritura de este autor que recupera un enrarecido
subjetivismo y se distancia del diálogo con lo real. Una redefinición
del centro, que nos parece legítima, consciente e intencionada.