Una parte suya dice que aún está,
la otra sostiene que se ha ido.
Corolas y canciones se le mezclan en la mente
mientras un gusano aspira el humo del haschís.
Una parte suya dice que no está,
se encuentra afuera,
la otra parte de ella la contempla más tranquila,
con un traje color carne pero vuelto del revés:
le han invertido como un guante,
dejando al descubierto el esqueleto
de su educación sentimental.
Y que caos está Alicia que no está, se encuentra
afuera
que caos está Alicia intentando descubrirse
en la Alicia verdadera, reflejada en la imagen de detrás.
Que caos este juego y pobre Alicia,
con los conejos blancos que le llevan tiernas setas,
tiernas setas de crecer y de achicar,
tiernas setas cogidas con cuidado y entre todas una,
ofrecida por la oruga farmacéutica,
que la timbra en la parte superior.
Salud a los circulares fosos de bioquímicos fantasmas,
salud a las esféricas sustancias de chamanes, salud a
las cápsulas redondas en los frascos, vestidas con el
hábito de Hipócrates y la condecoración
de los Hermanos de la Caridad.
Cada seis, cada ocho horas, Alicia corre en círculos,
mas no se mueve, está sentada,
mientras los conejos blancos -helados, espantosos
como el hielo del infierno- dicen
"muerde aquí, después allá, sé
buena chica,
no te hagas la heroína y devóratela entera"
(así dice el coro de conejos al compás de sus
estéreos).
Y ella patalea sobre el piso de baldosas,
dando un mordisco y otro a un solo lado,
hasta que le meten un sonda y lentamente,
baja el valium del Olimpo a su garganta.
Poema apocalíptico
final
En la escena aparece una palabra no muy grande.
Es verde claro y arranca por la selva tropical
La selva es verde oscura, está llena de ruidos.
En las alturas los pájaros se refugian en sus nidos.
Aparece otra palabra aún más grande.
"Didascalia"puede ser, o "calipigia".
(También es verde clara y contra el fondo
se distingue con gran dificultad).
Lianas, enredaderas, árboles y arbustos,
orquídeas, aborígenes, animales que dan susto.
La palabra chica arranca de la palabra grande.
Ruidos de persecución, chillido y grito.
Cae la noche lentamente en el abismo tropical.
La palabra grande atrapa a la pequeña por la pata.
La palabra grande se solaza como gato entre las ratas.
La palabra grande engulle una vocal con parsimonia,
mientras descansa echada en un tronco milenario.
La palabra grande se sienta en un escaño,
mientras mira por la tarde la TV.
(Y usa una servilleta cuadrillé).
Su digestión tiene la forma de un soneto,
derivado de las artes del panfleto.
Con un palito escarba en el cadáver de la palabra chica,
yacen letras aplastadas bajo la gigantesca pata.
Ella, indiferente, se baña en los géiseres de
luna,
después se envuelve en una albina bata.
"Corten" dice el director, "todo está
malo".
"No saben actuar" les asegura.
Ahora las palabras caminan abrazadas,
buscando un bar para olvidar.
Penetran en un tugurio miserable. Piden vino.
"Trae trago" dice una, "trae trago Marcelino".
Les traen un pequeño monosílabo crocante,
que la mayor coge delicadamente, con sus guantes.
(Comen en silencio: caníbales degustando un canapé).
Piden pan, más vino y ensaladas:
se sienta entre los dos una palabra con pestañas
encrespadas.
Pide fuego. Las palabras sacan fósforos.
La palabra saborea lentamente una chupada.
Más tarde las palabras sentadas a la mesa,
ríen dando muestras de embriaguez.
Han olvidado su fracaso como actores.
Y regresan muy contentas al laberinto circular.