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Querido Pedro: Cartas de Enrique Lihn a Pedro Lastra (1967-1988)
Selección, edición y notas de Camilo Brodsky B. Santiago: Das Kapital, 2012, 120 pp.
Andrés Florit Cento
Universidad Diego Portales. Santiago, Chile
andres.florit@udp.cl
Acta Literaria N°47, II Sem. Concepción, 2013
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Este es el primer libro que da a conocer parte de la desconocida faceta epistolar de Enrique Lihn. Reúne cartas enviadas por el poeta a su amigo Pedro Lastra, quien hace algunos años las depositó en el Archivo del Escritor de la Biblioteca Nacional, donde Camilo Brodsky las leyó e hizo una amplia selección para este libro. Son cerca de 60 cartas que, como dice el mismo Lastra en una de las notas introductorias al volumen, “muestran otras facetas del carácter de Enrique, reconocidas y familiares para sus amigos más próximos; la de su condición afectuosa y atenta, cordial y estimulante”.
El carácter de Enrique Lihn, que ha sido motivo de varias crónicas escritas por amigos o cercanos suyos e incluso por él mismo en algunos artículos autobiográficos o entrevistas, queda aquí ciertamente expuesto de manera íntima, sin filtros: la mayoría de estas cartas están escritas con urgencia, a partir de necesidades apremiantes, pero sin descuidar el estilo, ni la mencionada “afectuosidad”, ni las referencias al contexto político-cultural o el humor, la mayoría de las veces negro, que son ingredientes constantes de estos textos. El hecho de que Lihn “no descuide el estilo” no quiere decir que su estilo en esta correspondencia no sea descuidado. En su nota introductoria Lastra puntualiza que estas cartas “no tienen intenciones literarias”. Las define como una escritura “espontánea y familiar” que, nuevamente, “revela rasgos del carácter de E.L. desconocidos para quienes lo vieron en otras situaciones”.
Me parece que el interés que tienen estas cartas va más allá del mero contenido de las mismas. En la Fundación Getty, donde se conservan alrededor de 60 cajas de manuscritos, libros inconclusos o nunca publicados, dibujos, cuadernos de apuntes con los que preparaba sus clases, ensayos inéditos y otros efectos personales, hay varias que contienen la correspondencia que Enrique Lihn sostuvo por más de 30 años con un gran número de interlocutores, ya sean escritores, amigos o familiares. Conocemos muy poco de ese material, una que otra carta que alguien ha fotocopiado, pero más allá de la información biográfica que puede obtenerse leyendo dichas cartas, éstas son parte importante de la obra de Lihn que nos falta por conocer. El poeta se definió a sí mismo más de una vez como un “grafómano” y llevó esa grafomanía a todos los géneros posibles, que mezcló y subvirtió: poesía, cuento, novela, teatro, cine, crónica, ensayo, conversaciones. Y el “género epistolar”, del que estas cartas a Pedro Lastra son la primera muestra pública, también fue una forma utilizada intensamente por Lihn a la hora de escribir, con la misma urgencia que escribía a veces sus “poemas de paso”, más allá de que haya tenido o no “intenciones literarias” al escribirlas. Eso es secundario: el valor literario de estas cartas está a la vista. El solo hecho de que puedan leerse como un “relato de un exilio al revés”, como sugiere Jaime Pinos en otro de los textos introductorios, o como una “novela de la dictadura”, según Brodsky en su nota a la edición, no sería posible si las cartas no tuvieran un valor literario. Al menos, no serían un relato tan verosímil y desgarrado como resulta ser. No creo que sólo sirvan para “multiplicar las posibilidades de lectura de la obra y la persona”, como apunta el mismo Brodsky, sino que son una ampliación de su obra.
Se constata, en tres de los cuatro textos introductorios al libro, la espontaneidad, la plena confianza en el interlocutor, la libertad de lenguaje, la falta de autoedición de los textos, la cotidianidad expuesta sin filtros. Y esos rasgos son justamente, a mi parecer, los que hacen de Lihn un notable escritor de cartas, alguien que se sentía muy cómodo en el género epistolar y lo dominaba con particular oficio. Hay una urgencia y sobre todo una posición, reconocibles a lo largo de toda su correspondencia con Lastra: la constante disconformidad con su propia situación, en la que se refleja la del país bajo dictadura; su aversión a “dar la lata”, los permanentes encargos que hace desde una ética de persistente movilidad y agitación, forzosamente contra-cultural, ya que la “cultura oficial” lo ignora; la amistad no como remanso, sino como máxima complicidad para el trabajo; la no-quietud, el no-apagón. El abocarse a proyectos mínimos, que no aspiraban a derrocar a Pinochet (esa era tarea de otros), sino a resistir la dominación cultural, no claudicar frente a la censura y la gravedad ambiente, desde una posición crítica no sólo de la dictadura, sino de la oposición.
También, desde luego, este libro, por la falta de las cartas del interlocutor, es un monólogo, como apunta Guillermo Valenzuela; un monólogo autobiográfico, en el que accedemos a “la interna” de varios libros y proyectos que se gestaron en el período que abarcan estas cartas, que es fundamentalmente de 1975 a 1988 (hay sólo una carta anterior, de 1967, valiosa por haber sido escrita en Cuba y dar cuenta de parte del trabajo del poeta en Casa de las Américas); accedemos a la subjetividad final de Lihn, su tránsito crispado desde los primeros trabajos que realizó en el Centro de Estudios Humanísticos de la Universidad de Chile hasta el rápido cáncer mal diagnosticado que acabó de golpe con sus múltiples proyectos. No es un libro, sin embargo, que pueda leerse sin un mínimo de información previa sobre el poeta. Por ello son útiles las cerca de 300 notas al pie que nos informan de variados personajes e instituciones de la época e incluso se hacen pocas, considerando que aún no existen biografías de Lihn sobre las que este libro se pueda apoyar, para resaltar los datos novedosos que entrega y complejizar otras informaciones o rasgos asociados a su figura. Todo lo referente al autor de Diario de muerte sigue estando disperso, en construcción, pese a la notable ola de reediciones y libros dedicados a su obra que ha habido en los últimos 10 ó 15 años. Este libro nos recuerda que sabemos poco de Lihn. Nos enteramos, por ejemplo, en carta del 21 de febrero de 1976, que ya en ese entonces pensaba reunir en un volumen sus ensayos, cosa que nunca pudo concretar en vida: “A propósito de Óscar Hahn y de Ocnos. Que retire mi prólogo y envíe el libro a esa editorial, parece ser la única alternativa para que al fin publique su magnífico ‘poemario’ (así los llamaban, ¿no?). Luego publicaré por mi parte el artículo o lo incluiré en un librillo de ensayos que estoy preparando y/o ambas cosas a la vez. Yo mandé al carajo al tal Marco y rechazará el libro si se le presenta asociado a mi nombre, pero en caso contrario tendrá que publicarlo en honor a la verdad y a la calidad”. El tal “Marco” es Joaquín Marco, editor del sello español Ocnos, donde Lihn publicó Algunos poemas (1972) y Por fuerza mayor (1975). De este último no recibió ni siquiera un ejemplar, razón por la cual envió “una carta de cuero de diablo que por cierto no contestaron”. Como se ve, estaba preocupado también por la publicación de Arte de morir, de su amigo Óscar Hahn, que finalmente apareció en 1977 en la editorial Hispamérica, con su prólogo incluido.
La actividad de Lihn en este periodo es frenética y múltiple. En la mayoría de las cartas abundan los planes y paralelamente la sensación de precariedad, el miedo a la exoneración y la búsqueda de invitaciones periódicas al extranjero, especialmente a los Estados Unidos, donde dio clases e hizo recitales poéticos en diversas universidades, gracias a las becas que obtuvo y a las invitaciones que consiguió a través de los contactos de los amigos, entre ellos, por cierto, el mismo Lastra. “Lo que tiene de bueno Chile se debe percibir mejor por temporadas que con jornada completa”, dice en una carta de octubre de 1983. Hay fragmentos que bien podrían ser parte de una biografía del poeta, detalles inéditos de sus viajes a Francia y España, como la visita que recibe, convaleciente de su infarto en Barcelona en 1981, de parte de Joaquín Marco y el poeta José Agustín Goytisolo: “El otro día me vinieron a ver un parco y afable Joaquín Marco y el energúmeno de José Agustín Goytisolo. Con su hija, lechuguino y torero, histrión español del chiste grueso como un pernil. Cada vez soporto menos a los poetas volados, curados y de pecho caliente; esa gente que no dialoga y te pone entre la espada y sus pruebas de ingenio”.
Esta correspondencia es una crónica parcial de su inteligencia crítica y las circunstancias que lo determinaron; pero también es la crónica de “la ansiedad del compás de espera” de cada proyecto que emprendía, su relación con las editoriales, su rol como “gestor cultural” y desenvuelto promotor de sí mismo. “Yo ya sé cuál es el único secreto de un posible éxito: ¡Autopromoción! Y estoy dispuesto a divertirme a expensas de la literatura”, dice en carta de enero de 1977. Ese fue el espíritu con que afrontó la organización de múltiples exposiciones y otros actos culturales, como la grabación de Adiós a Tarzán o sus incursiones en el teatro, que financiaba él mismo. Es la trastienda de Lihn, una obra que recién comenzamos a conocer y que está tan ligada a su biografía y a su situación como la mayor parte de sus poemas o sus ensayos. Aquí vemos a un Lihn que, pese al reconocimiento que alcanzó en el extranjero (basta mencionar dos ejemplos importantes: la publicación del libro The dark room and other poems en 1978 por New Directions y la de Mester de Juglaría en 1987 por Hiperión), nunca alcanzó a sentirse satisfecho; primó en él la incomodidad y la frustración por la situación del país y la insuficiente atención que recibía en Chile. “Como aquí no se puede hacer nada en grande, nos dedicamos a los circuitos internos, a los ceremoniales del oso hormiguero”, dice en una carta de febrero de 1983.
Complementan este epistolario dos anexos valiosos: la intervención de Enrique Lihn en el Congreso de Artistas y Trabajadores de la Cultura de 1983, que no había sido recogida en libro y que está a la altura de los mejores ensayos de El circo en llamas, donde hace un diagnóstico de la situación cultural de los primeros años de la dictadura y cuestiona algunas estrategias de la oposición que considera “peligrosas” (“a veces en la forma de una oposición que tiene algo en común con su polo opuesto”, “que repite a su manera una tragedia política muy conocida: la lucha por el poder de grupúsculos llamados revolucionarios”) y un conjunto de 10 ilustraciones a lápiz Bic y plumón, que originalmente acompañaron algunas de las cartas aquí reunidas.