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Pausas la muerte con tu tarareo, Astrid Fugellie

"El faro, quirófano al noreste", Editorial Cuarto Propio. Poesía. Santiago de Chile, 2016.

Por Sergio Pizarro Roberts
Publicado en WD40 N°5, diciembre de 2022


.. .. .. .. ..

El poeta es una persona con la fuerza imaginativa y la psicología de un niño.
Su impresión del mundo es inmediata, por mucho que se mueva por las grandes ideas del universo.
Es decir, no «describe» el mundo, el mundo es suyo.

Andrei Tarkovski
Esculpir en el tiempo

Dos paramédicos corren por el pasillo del hospital llevando en camilla a una mujer enferma. Una escena típica del cine: las luces iluminan esos fríos pasillos blancos cuya rítmica secuencia es secundada por la angustiosa mirada de la paciente, acostada boca arriba, mientras se desliza hacia el quirófano, un lugar de pesada incertidumbre en el que se administran urgentes analgésicos al cuerpo doliente. Las drogas provocan confusiones y evocaciones entrecortadas a la enferma cuya mente escenifica la experiencia.

Hay algo de cinematográfico en el formato que Astrid Fugellie elige para El faro, quirófano al noreste (2016), testimonio de un trauma que se vierte en un lenguaje musical, aunque vacilante y que nos conduce, a partir del año 2008, al racconto de diversos episodios de su pasado. En esta fatídica cineteca, que revela el temple ensombrecido de una paciente en pugna con el destino de su existencia, nos enfrentamos a una segunda película que exhibe el parto de sus hijos a cuyo momento se llega gracias a la manivela del tiempo que aparece en casi todo el poemario: un mecanismo de regresión textual que gira hacia atrás desde el nacimiento hasta el orgasmo, en un viaje invertido del sexo que rememora las famosas cascadas de Gonzalo Millán subiendo por su cauce hacia un pasado mejor.

Esta segunda película se inicia con una pregunta que encierra una paradoja: los partos: –¿otra forma del morir?, y que transparenta una indefinida inquietud metafísica, consonante con la mejor tradición escatológica de la poesía chilena del siglo XX, y que sorprende por lo inusual dentro de las temáticas desarrolladas preferentemente en estos primeros decenios del siglo XXI. Nacer es morir: otro giro de la manivela del tiempo que descoyunta la lógica del lenguaje mediante la luxación abstracta del sentido convenido, creando una regresión desesperada hacia las puertas de la disolución. Tan desesperada como la ilustración simbolista que exhibe a un hombre adulto intentando desnacer en el cuerpo de su madre muerta. Ilustración con la que Astrid mantiene un tenebroso diálogo.

La muerte cabalgando puede cifrarse como la alegoría que encarna una tercera película en el libro de Astrid cuando la historia de Chile detona un golpe de estado en la juventud de su hablante allá en la primavera del setenta y tres. Y un nuevo y repentino giro de la manivela nos retrocede hasta el verano de 1950, fecha de su nacimiento. ¡Qué vida más muerte! espetará en uno de sus versos mientras la operación quirúrgica del año 2008 sigue avanzando a través de la madrugada de su dimensión encapsulada. Si más adelante nos habla de la metáfora fílmica con la que observa el entorno es posible entender estas secuencias regresivas en el tiempo como otro recurso cinematográfico en el que se representa a la paciente en riesgo vital recapitulando como en un flash semiinconsciente las experiencias más significativas de su vida.

En sus giros arbitrarios la manivela se detiene a los 16 años de Astrid, en 1966. En verdad, en esta fecha la manivela fenece en su ardiente rodar ya que, como en toda adolescencia, el tiempo adquiere tal densidad que las vivencias se perfilan como eternamente prendidas al devenir. La adolescencia de Astrid se columbra rosadamente entre senos y muslos erotizados antes de entrar a la mar oscura de la anestesia con la que finalmente se funde.

En este íntimo racconto, en lo que podría considerarse como un final feliz de película, el amanecer de ese año 2008 sorprende a Astrid bandeando la mar oscura hacia un faro que divisa mientras la manivela se muere, delirando con payasos, acróbatas, niños y risas que al desfilar por la ventana de su convalecencia la empujan a gritar ¡qué muerte más vida el amor!, invirtiéndose ¿optimistamente? la paradoja espetada en páginas anteriores.


enero de dos mil ocho enciende
la tarde manivela . . . ay
la banca quema y: –¡las palomas,
esas...!

vuelan y escapan
hacia el pasto verde

donde nidan las agujas
donde hincan las agujas

donde clavan las benditas . . . y
piden: –¡archiva!– piden

¡dios!, la lustrosa clínica

¡ánimo! dice el cilindro
de oxígeno . . .y secreteo

fija a la banca
retraída en mis libros

ahí . . .donde leo: –¡no, no,
no quiero morir! – leo

es el efluvio
es el olor a pentotal

la anestesia me
apaga . . .me

insensibiliza . . . y soy
letargo anillado al des

varío: –¡no veo, la nubada
dios, la nublada...!


es el tarareo dispar del
mundo . . . el mundo está

muymuy
desquiciado . . . manivela

de súbito . . .la plaza

de niños la plaza . . . los
claros sosiegan

ignoran abismos . . .y no
quejan ni sangran sus

ojos solaces . . .recreo
sus voces risueñas

y en medio
el colorista sus telas expone

viandantes contemplan el
lienzo me exalta

acaso
cogida al todoamor pinte: – ¡sí!

mariposa alucinada: – ¡entre la
muchedumbre, alucinas!


acaso el atardecer sea
el prado floreado y el

pulso no ceda: –¡cariño!
manivela lo mísero...

¡Astrid!
golpe
golpeeee

¡Astrid!
llanto
llantooo

¿es el quiquiriqueo del amanecer?

me limpian
el flujo me arrancan

me secan las lágrimas
las lágrimas me raspan

ahí
donde ha el mal umbroso

liberación del túnel
extravío del alma: –¿me

piensas por ventura,
me riendas,

me ausentas
me sueltas?


mar Goya exaltado y lírico des
emboca el faro . . . orugando en

olas . . .sus canas despiertan un
sol mañanero: –¡incita!– digo

garabateo afásico de
pronto río . . . luego

sonrío . . . tan pronto lloro
luego ilumino

manivela . . . la vidalumbre
lumbra: –¡farolea!


Una muerte imaginizada más que inteligida (Louis-Vincent Thomas) permite que la poesía sea un consuelo al pensarla. Desde los inicios de su era moderna la poesía ha intentado troquelar la realidad en sus textos y ahí están las nuevas mitologías del Romanticismo o la no realidad del Simbolismo, que va desde la nada mallarmeana hasta el silencio puro de Paul Valéry y, posteriormente, esas nuevas realidades creadas afanosamente por las vanguardias. Así, desde aquellos esfuerzos, la muerte poetizada puede asumir diversos matices: una nueva mitología, una no realidad o una nueva realidad trascendente o inmanente, según los gustos. El horror vacui que subyace a la acepción destructiva del morir ha inspirado obsesivamente a muchos poetas en su afán de colmar el espacio tanatológico. En ese derrotero Astrid se instala entre las y los poetas que vivifican la realidad. Es una acreedora de la vida cuando grita ¡no, no quiero morir! Y cuando invierte la paradoja de «una vida que es más muerte» por la de «una muerte que es más vida en el amor» traduce a luz lo opaco al descavar los hipogeos. En su poética no hay lugar para obituarios, apilándose en el repertorio metafísico universal nuevos ecos del antiguo verso «no existe la muerte» que Whitman decretó.

Pensar la muerte puede llevarnos toda una vida y Astrid lo escenifica líricamente en obras como El faro..., Las letanías de Kay Pacha y otras tantas dentro de su incesante bibliografía. Sus poemas cantarines que marean el sentido (en el buen sentido del marear) se entroncan en una larga tradición musical; lista en la que aparece Alberto Rubio, por ejemplo, o Sergio Alfsen Romussi, entre los más recientes.

Y dicho finalmente en cursiva, su invisibilidad no será el oleaje que el viento del tiempo provoque en el mar del olvido.


 

 

 



 

 

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