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DE TEMPERAMENTO NERVIOSO

Por Alberto Fuguet

Publicado en Revista de Libros de El Mercurio. 10 de septiembre de 2006



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De pronto, hay libros que uno no puede dejar de leer y subrayar y comentar; mientras dura el proceso, ese libro, y su autor, pasan a ser tu mejor amigo nuevo. En el aeropuerto de Ezeiza vi uno llamado La raza de los nerviosos, y de inmediato pasó a transformarse en uno de mis libros favoritos.

Mi mejor amiga nueva se llama Vlady Kociancich y es una escritora argentina "ya grande" (nacida en 1941), respetada pero no del "todo conocida" mediáticamente. Su nuevo libro es una "cartografía" personal, lúcida y emocionante de sus escritores y libros favoritos.

"En la obra de un narrador, el ensayo es como un cuarto en la intimidad de su casa, ahí donde sólo entran los amigos". Si eso es un ensayo, entonces uno ingresa a la casa de la Kociancich a conversar largamente, sin prisa, sobre literatura. No sobre contratos, agentes, concursos, premios nacionales, capillas o los últimos comidillos. Con Kodancich uno dialoga de libros y, de paso, de uno.

Según la nota de un diario argentino, el libro se ocupa "de la exótica fauna de los escritores". Exótica fauna. Gente rara. Enferma, liminar, solipsista.

El provocativo y sugerente título del libro de Vlady Kociancich procede de Marcel Proust, quien sostuvo que los escritores "pertenecemos a la raza de los nerviosos, que da delincuentes o artistas". Esta es, además, la primera línea del libro. Interesante partida: iniciar un libro con una línea ajena. Pero Kociancich pone en duda la frase del todopoderoso Marcel. Es de aquellas frases que más que satisfacer al autor pareciera que fue escrita para seducir a la platea. "El comentario", escribe Kociancich, "sintetiza la sospecha común de que hay locura encerrada en el método de la imaginación creativa, un incorformismo que rechaza leyes, costumbres, ideas recibidas, tan ciego en su pasión y en su desequilibrio como el que lleva al delito".

¿Por qué asociar escribir con el crimen? La verdad es que se ha usufructuado demasiado con esta "idea", tan romántica como pedestre. Esta sospecha del escritor-como-ladrón (o, por qué no, como asesino, violador y, por cierto, suicida) tiende a profundizarse "cuando se investiga la vida privada de un gran escritor y surgen las debilidades, las manías o los vicios, cruzándose con sus virtudes y siempre en constante movimiento como las formas en la gota de agua que miramos en un microscopio".

Vlady Kociancich tiene claro que es posible hermanar al escritor con el delincuente, pero de una manera más bien metafórica. Donde ambos se unen, dice, es en el "peculiar ejercicio de la libertad mediante la palabra, que a corto, mediano o largo plazo, socava las convenciones del momento y las derrumba para abrirse camino".

Aún así, ella misma titula el libro como La raza de los nerviosos. Negar que la creación surge de alguna disociación es estar un tanto perdido, pero de ahí a creer que todo viene de un marasmo enfermizo, oculto y lastimado, es querer estar más interesado en la vida del autor que en la vida del personaje que ese autor ha creado.

"Si hay alguna magia en la novela, está en las voces de los personajes", confiesa Kociancich al escribir de Conrad. "No en lo que dicen, no en lo que cuentan, sino en el tono con que expresan su carácter o definen su mundo (...) Como en la vida, reconocemos a los personajes en su modo de hablar".

De que existe el mito del escritor "como un equilibrista caminando sobre la cuerda floja de la existencia", existe. Y, hasta cierto punto, es verdad. El escritor está "siempre a punto de caer al fondo de su anormalidad, de ser traicionado por el impulso irresistible que lo llevó a escribir, a persistir, a defender la extraña naturaleza de ese impulso de la tentación de opciones de vida más cómodas o menos insalubres". Pero también cree que se ha abusado y exagerado de los propios autores y sus miserables vidas en desmedro de sus obras. Kociancich llega a aseverar que las relaciones entre vida y literatura están sujetas a reglas complejas, por lo que debería evitarse el afán reduccionista de intentar explicar lo literario a partir de la vida. Eso, según la autora, es ligero, obvio y surge de una suerte de fantasía eyaculada por gente que nunca ha creado. Primero están los libros, y después los creadores. Pero, claro, es difícil entrevistar a un libro; no así a un autor. El costado nervioso, temperamental, autista o bipolar que conecta la vida con la escritura es evidente y acaso tan fundamental como fundacional, pero sin duda se queda corto a la hora de comparar esa determinada vida con la propia obra en cuestión.

"La tendencia a enfatizar aisladamente pormenores de su intimidad, divorciando sin ningún escrúpulo al escritor de su escritura, lo despoja de la mitad más importante de su vida. Sin el espejo de sus libros, un escritor es sólo una mala ficción, un puñado de anécdotas".

Soy de los que creen que la escritura, o el impulso de crear, viene de algún vacío, de algo que hace al autor un ser un tanto incompleto y que, vía la creación, trata de completarse. Si es verdad eso de que los escritores pertenecen a la raza de los nerviosos, entonces crear, ese acto tan misterioso donde uno inventa y, al mismo tiempo, recuerda, puede curar tanto como destruir. Para crear necesitas conectar. Only connect, como dijo E. M. Forster. Pero si te conectas mal, puedes empezar a desconectarte. Al final, quizás hay dos tipos de escritores aunque ambos provengan de la misma "raza": los que se salvaron escribiendo y aquellos que sucumbieron al pozo de los "nervios".


Imagen sup. http://www.liznichollsartist.com/gallery.html

 



 

 

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Publicado en Revista de Libros de El Mercurio. 10 de septiembre de 2006