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Gabo y yo
Por Alberto Fuguet
En La Tercera. Viernes 18 de Abril de 2014
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Antes de que yo fuera un parricida y "odiara" a García Márquez, yo quise ser como él.
Ya, lo dije.
Una aclaración: no quería ser un escritor como GGM ni quería usar una guayabera como GGM. Lo que deseaba en forma desesperada era ser un periodista como él lo había sido. Soñaba -necesitaba- escribir crónicas como las suyas. Estaba enfebrecido con su manera de narrar.
De narrar historias reales, no mágicas. Historias de náufragos, de tipos a los que los van a matar en forma anunciada.
Partí, claro, imitándolas.
Pero eso fue antes, cuando era joven e indocumentado.
Tanto he leído de mis sentimientos anti-García Márquez que, por un instante, me los creí. Algo aporté yo, claro. No es hora de venir a hacerme el inocente. Mi irritación hacia sus imitadores y a ese software que, sin querer, él creó para fascinación de los cultores del kitsch y el lugar común contribuyeron a la confusión. Algunos insisten en que soy algo así como el líder de un movimiento fundamentalista cuyo fin no sólo es exterminar al veterano escritor, sino instaurar una república autónoma e hiperrealista, repleta de McDonald´s y Blockbusters, donde las abuelas no pueden volar, los tucanes deben quedarse callados y se prohíba la venta de todo objeto remotamente folclórico a menores. Esto no es así. Bueno, no es tan así. Algo de esto es cierto, sin duda; a estas alturas del nuevo siglo, la gente puede ser tonta, pero no por eso menos mediática.
Mi "delito" fue coeditar, junto con mi compatriota Sergio Gómez una dispareja y, sin querer, misógina antología de cuentos de autores latinoamericanos contemporáneos de fines del siglo XX que llevó el divertidillo e ingenioso nombre (el nombre fue mío y, sí, fue ingenioso, para qué andar con cosas) de McOndo. El puto libro vendió algo, fue destrozado y ridiculizado en España, se convirtió en un objeto de disputa en la Academia, donde provocó más asco que interés.
Una aclaración tan obvia que se resbala: sin Macondo no hay McOndo. Las innumerables imitaciones de 100 años (de soledad, digo) pueden considerarse un homenaje, pero no hay mayor halago, dicen, que la sátira. Para zanjar este tema: McOndo es la contraparte exagerada de Macondo; la verdad, como siempre, está en el medio.
Otra cosa: para que exista un parricidio debe haber un hijo, un padre, algo no resuelto y mucha sangre. En mi caso, falta la sangre. Y, sí, claro, existía algo que no estaba resuelto. No me siento el hijo de GGM, no es para nada mi padre y, sin embargo, a veces me percato de que su ADN está en mi sangre (...).
De a poco, mi lazo con este super-giga-mega star que es GGM ha ido limpiándose.
Paralelamente, y no creo que de casualidad, la relación con mi propio padre mejoró tanto que hoy el que tengo enfrente poco y nada tiene que ver con aquel ser que tanto temí, eché de menos o necesité. Las cosas no cambian porque sí; cambian cuando uno logra cambiar. Y uno sólo cambia escribiendo, leyendo, filmando.
Parricidio es una palabra fuerte que encierra algo innegable: es un acto que sólo puede producirse entre dos personas muy, pero muy cercanas. Para que el asesinato exista, antes tuvo que existir el padre. Ese fue, sin duda, mi caso. Antes lo quise matar (¿para independizarme?, ¿para existir?, ¿para llamar la atención?); ahora simplemente deseo leerlo y aprovechar lo que me pueda enseñar.
Fragmento de su libro "Tránsitos"