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El mundillo literario nuestro de cada día
«Sudor» de Alberto Fuguet. Literatura Random House, 2016, 606 págs.
Por Roberto Careaga C.
Publicado en Revista de Libros de El Mercurio, 10 de abril de 2016
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Un nuevo corte de pelo es lo que necesita Augusto Puga Balmaceda para enfrentar una sesión de firmas de su novela en la Feria del Libro de Santiago. Odia que omitan su segundo apellido en la prensa, le pide a su editora que filtre la suma del adelanto que recibió para "provocar envidia" y la idea de escribir un libro comercial lo emociona. En cambio, Alejo Cortés no quiere vender más, quiere que subrayen sus frases. Teme a la fama y al desprecio. Odia el circo de la feria en la Estación Mapocho. Son dos escritores chilenos en los inicios de sus carreras que en común tienen a un amigo, Alf Garzón, un editor de Alfaguara, el protagonista y narrador de Sudor, la nueva novela de Alberto Fuguet. El mismo día, pero por separado, se sientan con Alf y, además de hablar de lo que están escribiendo, se ponen al día sobre el mundillo literario: destrozan autores, salvan a otros, pelan a todos. Lo de siempre.
Ambiciosa y satírica, Sudor cuenta la historia de la apoteósica visita a Chile del poderoso escritor Rafael Carvajal Restrepo y su incontrolable hijo, del mismo nombre, y el terremoto que desatan en tres días. No hay misterios: para ambos personajes, Fuguet recurre a las trayectorias, y también a los mitos y leyendas, del mexicano Carlos Fuentes y su hijo, igualmente llamado Carlos. Pero la novela también es un retrato de Santiago de 2013, enfocado en los circuitos gay capitalinos y las bambalinas del mundo literario. Alf está en los dos lados, al mismo tiempo: mientras revisa obsesivamente Grinder, la red social de encuentros homosexuales, habita en las entrañas del grupo Santillana —que está a punto de vender Alfaguara—; ojea libros en la Que Leo y Metales Pesados; le pide ideas al director de Ediciones UDP, Matías Rivas; asiste a los lanzamientos en el Café Literario del Parque Bustamante o al Estudio Panal, y si decide pasar de una fiesta del sello Hueders no es solo porque tuvo algo con el DJ, también porque habrá "mucha chica nueva, mucho editor indie, muchos detectivitos salvajes".
Como Alf y Alejo y Augusto, Sudor está lleno de personajes de ficción, pero, en una expresa ambición de "verosimilitud" del autor, aparecen o son mencionados varios escritores locales: Rafael Gumucio, Francisco Ortega, Antonio Skármeta, Roberto Ampuero, Germán Marín, Álvaro Bisama, Arturo Fontaine, Alejandro Zambra, Jorge Edwards, Carlos Labbé, Diego Maquieira, María José Viera-Gallo, María Paz Rodríguez, Carla Guelfenbein, Pablo Azócar, Óscar Contardo, Gonzalo Contreras, etc. No todos lo van a agradecer. Fuguet los distribuye a lo largo de las 600 páginas del libro como parte de un universo donde se enfrentan egos, hierven las envidias y reina la inseguridad. Y en ese sentido, la novela deja expuesto un comidillo que pocas veces sale del ámbito privado.
"Todos saben que, como en cualquier mundillo cerrado, hay redes, hay envidias, hay egos, hay grupos y hay pelambres. Por ser gente que trabaja con las palabras, quizás lo lógico es que pelen", dice Fuguet. "Yo partí con un cuento llamado 'Pelando a Rocío'. Quise plasmar el cotilleo de todos los días, entre otras cosas, y yo siempre me he sentido ultra pelado. Quizás es mentira. En todo caso, es fascinante ver cómo basta que alguien surja y partan los pelambres. Los escritores sí intentan negar eso, creo. Se saludan y besan y hasta acuestan y niegan los odios y chismes y envidias. Yo quise hacerme cargo de eso pero con cariño y empatía", agrega.
"En mostrar el comidillo está el riesgo fundamental de la novela. Se sabe que existe, pero nadie lo dice", sostiene Matías Rivas. Y agrega: "Creo que en Sudor hay una extensión del concepto pornográfico como lo entendía Sontag: más allá de la poderosa carga sexual que exhibe el libro, muestra zonas de la vida que nunca se mencionan, en este caso el backstage del mundo literario". Rivas ya leyó la novela y no salió con
nada parecido a un gusto amargo al leer el retrato del mundo al que pertenece: "Al contrario. Lo mitifica. Con sarcasmo, mala y buena leche. Quien lea este libro en 40 años se va a imaginar que acá estaban pasando muchas cosas. Mi impresión es que esto no se había hecho nunca en la literatura chilena. Nadie había descorrido este velo, por decirlo en manera donosiana".
Viejos comidillos
Algo se había hecho. El mismo José Donoso entró en las bambalinas de su generación en Historia personal del boom (1971), una crónica del ascenso a la fama mundial del grupo de Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez y Julio Cortázar, entre otros. Más que una historia de las novelas, el libro es un acopio de anécdota sobre fiestas, amistades, hitos personales y retratos, en el que Fuentes aparece como el gran articulador de la conquista literaria latinoamericana. También es una defensa ante los detractores —fue escrito en 1971— y, no tantas veces, la confirmación prematura de algo hoy evidente: "El público sospecha que son amigos inseparables, de gustos literarios idénticos, de posiciones políticas iguales, cada uno dueño de una corte particular: pero claro, eso es ingenuo, falso", escribe Donoso.
Como sabemos, Donoso llevaba un diario en el que, además de registrar sus temores y procesos literarios, fue lapidario con muchos amigos: Juan Marsé, Fernando Alegría, Julio Ortega, Enrique Lafourcade, etc. Eran ajustes de cuentas, pelambres por escrito en el ámbito de la intimidad. La zona oculta del esplendor del boom, que en Sudor aparece en la figura de Rafael Carvajal Restrepo, un jerarca que impone sus decisiones en la sede de Alfaguara tan solo llegar a Chile. Es un ego poderoso, igual que el de Fuentes, como muy pocas veces hubo en Chile, cree Germán Marín. A sus 82 años, el escritor y ex editor es también una memoria de las vanidades, esplendores y miserias de nuestra literatura: él vio a Fernando Alegría humillando a Braulio Arenas a mediados de los 80, por ejemplo. "Pero no creo que haya habido muchos egos poderosos en la literatura chilena, que estuvieran por encima de su propia generación. Dado el contexto acultural chileno, los egos han tenido que operar defensivamente", dice Marín, que pone una excepción: Pablo Neruda, un "ego poderoso, invasor".
"En los 90 no podemos hablar de egos poderosos. Son débiles, que al expresarse se desvanecen. Porque la vida cultural no lo permite. El palacio de la literatura está vacío. Ya nadie le riega el pasto. Todos se fueron al de la política: ahí hay fiestas todas las noches", dice Marín, célebre por enredarse en polémicas públicas, casi siempre literarias, con Gonzalo Contreras, Sergio Gómez e incluso Patricio Fernández. El autor de Trilogía de una absolución familiar recuerda un pelambre típico de los días en que volvió a Chile tras la dictadura: "Todos quienes habían estado en el taller de Donoso se sentían muy orgullosos de haber echado a Fuguet. Eso decían, que lo habían echado".
En la historia de los pelambres recientes, pocos más bullados que el de Roberto Bolaño, quien, tras cenar en la casa de Diamela Eltit y Jorge Arrate, escribió una columna en la revista española Ajo Blanco: "El pasillo sin salida aparente" se llamaba, y comentaba conversaciones de sobremesa, el menú vegetariano y, sobre todo, se centraba en la figura de Arrate e ignoraba a Eltit, por entonces, y también por ahora, una narradora central de la escritura contemporánea chilena. No se lo perdonaron. "El mundo literario es puro canibalismo", escribió una vez el español Javier Cercas, y el editor Carlos Orellana (1928-2013) creyó que era conveniente citarlo cuando en sus memorias, Informe final (2008), repasó sus años en Planeta, comandando la Nueva Narrativa Chilena.
"Todos los escritores son vanidosos en mayor o menor medida", escribe Orellana, editor general de Planeta entre 1992 y 2000. Y se lanza a repasar el trato que mantuvo con autores como Jaime Collyer, José Miguel Varas, Darío Oses, el mismo Fuguet, Hernán Rivera Letelier, Ana María del Río, Bolaño, Carlos Cerda, Sergio Gómez, Leandro Urbina, Marco Antonio de la Parra, Carlos Franz, Gonzalo Contreras; en fin, prácticamente todos quienes estuvieron en el paisaje literario de los 90. Salvo en los casos de Contreras y Collyer, a quienes trata de "infatuado y huraño" y de "personalidad inestable y neurótica", respectivamente, Orellana entrega un informe casi técnico. Despacha los problemas en el contexto del avance del mercado, o como "escaramuzas minúsculas solo para el olvido, como tantas otras en la pequeña historia de la literatura".
Miserias y exageraciones
Esa pequeña historia tiene pasajes como este: un autor local, un best seller, le exige al gerente comercial de su editorial que lo acompañe en una visita por las librerías para ver qué tan bien se está vendiendo su nueva novela. O autores extranjeros que con suerte venden 500 copias en Chile y para una visita piden viajar en business. "Hay mucha pequeñez", dice Pablo Dittborn, ex gerente de la sede local de Random House Mondadori. "Hay escritores que publican un libro sobre fútbol y se creen Premio Cervantes. Te llenan de exigencias, que el mejor hotel, que la cobertura de prensa, los cócteles... no vas a vender más si haces un buen cóctel de lanzamiento. Pero también hay gente muy profesional, como Isabel Allende. Hay envidias y codazos, pero más que nada hay mucho amiguismo entre los autores", agrega.
"Es un mundo de artistas, hay susceptibilidades, hay amistades, pero igual hay envidias", dice la editora de Alfaguara, Andrea Viu. Ella leyó el año pasado una versión preliminar de Sudor y le parece que hay cierta exageración. Descarta que, por ejemplo, la visita de un autor, aunque fuera Fuentes, pueda revolucionar una editorial. "Si viene Mario Vargas Llosa hay una comida un poco más elegante", concede. "Lo que pasa es que en la novela se le atribuye un falso glamour al mundo de los escritores. Sin duda que la cosa es más plana. Tal vez hubo más, pero gran glamour no. Lo que sí puedo afirmar es que cada vez hay menos. Nadie tiene presupuesto. Hay caricaturismo, para que sea entretenido, porque si no Sudor sería más plano", agrega.
Fuguet no niega que exageró. "Más que hacer un retrato del ambiente literario, mi deseo era captar una época, su vértigo. Mi meta era aprovechar ese mini-mundo para hablar de otras cosas y armar ojalá un retrato más amplio. La idea era usar un idioma o una verba alucinada, latinoamericana, exuberante, barroca, sudorosa, física, casi porno y exagerar todo para captar lo exagerado del hoy", dice el escritor, quien después de 25 años publicando libros se entiende bien con la guerra de egos y vanidades de su ambiente: "Logré sobrevivirla. Todo mundo se parece al boxeo. Y es posible que hasta esté bien: hay algo darwiniano. Siempre he pensado que hay algo de justicia: si haces lo que deseas, si puedes transformar tus neuras en algo más que tu hobby, no es tan atroz tener que pagar algunos peajes. Un tema que ciega a muchos es: ¿hay que triunfar? Lo que importa es jugar", concluye.