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El saqueo de las palabras
Por Alberto Fuguet
Publicado en La Tercera, 27 de Octubre de 2019
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Una de las palabras más abusadas de la última semana quizás fue escuchar. Hemos escuchado, he escuchado. Lo dudo. Muchas certezas, vidas, derechos y dignidades han caído esta semana, entre ellas el uso racional, inspirado o certero de las palabras (¿hay algo más lejano que ese jueves 17 último, durante esos últimos días del estado-de-las-cosas-tal-como-eran?). Todos están intentando darle una narrativa a lo que acaba de pasar, pero al parecer aún no existe la palabra que lo defina: (revolución puede ser una y es una buena palabra; crisis no es mala, pero carece de épica aunque está llena de oportunidades positivas). Una de las múltiples causas de todo lo que ha pasado (me aventuro a insinuar) es haber leído mal las señales, pero peor aún leer mal hasta los twitters y no tener un mundo interior que merezca las palabras para expresarse bien. Leer se hace con pausa y si hay premura, se lee con cautela pero a la vez hay que leer rápido. La inteligencia, dicen, es ser capaz de hacer dos cosas bien al mismo tiempo. Se ha leído pésimo. Es el no querer leer, no saber leer (leer es la madre de la empatía). No ayuda el lastimoso nivel cultural del grupo de primos y amigos-del-colegio a cargo.
Leer no es solamente devorar libros tomando lattes sin lactosa sino es conectar con la cultura popular, con la calle y estar dispuestos a enfrentar ideas y mundos nuevos. Es leer la realidad, leer el pulso, pero también leer de forma literal y, por cierto, el no querer leer (pásame el resumen del paper, perrito). Esto no es tan extraño en un grupo que lee más excels que words y, sobre todo, cuando eligen las palabras incorrectas o no entienden las palabras en primer lugar. El lenguaje ha sido saqueado. Y por los que se creían con poder pero no eran capaces de articular frases. Se podría pensar que esto tiene poca importancia, pero soy de aquellos que cree en el poder de las palabras y la capacidad de ordenar (y sanar y resumir y adelantarse) de las historias. Leer (y ver, y escuchar) es enfrentarse de manera civilizada y abierta a otros y, cuando hay fuego, es conectarte con el peligro y exorcizar o codificar los demonios y secretos sociales y personales que se vuelven colectivos. Ni siquiera deseo entrar al tema del uso de la palabra perdón. ¿Perdón? “Humildemente pido perdón” dijo Juan Andrés Fontaine. ¿Puede alguien no humilde de pronto serlo? De un tiempo a esta parte aquellos que usan la palabra perdón no tienen perdón. Qué fácil es arrepentirse cuando se está aterrado y preocuparse del valor de las palabras cuando se está arrepentido o bullyeado. Propongo dejar de usar perdón como pose o escudo hasta que pueda recuperar su profundo sentido real. “Esas palabras de ninguna manera reflejan lo que quise decir”, aseguró Fontaine. ¿Le creemos? Cómo, no entiendo. Hablar sin pensar. ¿Es posible? Alguien de esa estatura educacional. ¿Se puede hablar sin reflejar lo que se quiere decir? Yo creo que no es imposible: lo que hizo fue, como tantos, hablar (no escribir) sin filtro. Eso es todo. Luego se defendieron arguyendo deslices, mal interpretaciones, el fuera de contexto, sentirse sobrepasados. Y así: estamos en guerra (tanto plural, basta) o “Amiga… nos están invadiendo los alienígenas…” (aquí donde la Primera Dama erró en el lenguaje fue en tildar de amiga a una aliada aterrada que filtró el audio).
Luego agrega: “…y vamos a tener que disminuir nuestros privilegios y compartir con los demás”. En una aclaración escrita por twitter (¿quién escribe todo en La Moneda?) confiesa que fue un desacierto a pesar que todo lo que dijo fue cierto: que tendrán que disminuir los privilegios y la sensación probablemente muy sentida que “los otros” son “alienígenas”. Juan Andrés Fontaine sostuvo desesperado y lloricón que las palabras no reflejan lo que siente (yaaaa), pero cuesta creerle y creerles. Las palabras pronunciadas en momentos de crisis, sin pensarlas, no mienten. Están ahí almacenadas, así como el humor, la ironía, la desidia, los prejuicios y la poca empatía. Es cierto, uno puede arrepentirse del dolor que causaron, pero que no quepa duda: tienden a reflejar el mundo interior y el estado emocional del que las pronuncia.
¿Pero qué es soltar, por ejemplo? Soltar: dar salida de lo que estaba detenido o confinado. ¿Es esto una revolución o una re-evolución? Re-evolución: volver a evolucionar. A pesar de tener varios diccionarios y, por cierto, google a mano, de pronto en las redes sociales me topé con una cuenta de Instagram que no apostaba por influencers tomando Aperol, sino a una misión de esparcir calma, sabiduría e iluminación a través de algo tan simple y profundo y necesario como las definiciones de ciertas palabras. Proyecto diccionario, que sale de un campo cercano a Concepción, ha sido una dosis de sanidad entre tanto caos y noche y toque. Antes de ayer pude hablar con la arquitecta Paz González que optó a los 30 años por detenerse a entender lo que decimos y a leer más profundamente las palabras que han sido pronunciadas o escritas a la rápida o hasta sobreexpuestas (evadir curiosamente significa evitar un daño o peligro) o, lo que se agradece más, a aquellas que nadie está usando como flexible o posibilidad o curioso (inclinado a conocer lo que no se conoce).
Llamo a Paz y hablamos de palabras (“busco las que significan algo inmaterial, intangible”) y como el lenguaje modifica nuestras percepciones y como sin querer fue encontrando palabras y escuchando palabras vacías. Comentamos muchas palabras y me cuenta que un día en un trekking sintió que se quedó sin palabras y luego pensó en sublime, pero no tenía del todo claro su significado. Mientras converso con ella miro las palabras que ha elegido a partir de agosto, aunque desde “que el péndulo llegó al fin de su arco”, ha estado subiendo muchas más. Me dice que en estos momentos más que estar tensa está llena de esperanzas por todas las oportunidades que se presentan. Mientras seguimos conversando me detengo en el post de la palabra purgar y estoy a punto de preguntarle que por qué compartió esa palabra cuando capto su sentido profundo: limpiar, purificar algo, quitándole lo innecesario, inconveniente o superfluo. Sonrío.