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Obituario, de Andrés Gallardo
Ediciones Overol, Santiago, 2015. 120 págs.
Por Rodrigo Pinto
Revista Sábado, El Mercurio, 16 de abril de 2016
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El escritor penquista Andrés Gallardo publicó una versión parcial de este libro en 1989 en México. Esta edición, cuidadosamente revisada y aumentada, se compone de más de cien relatos breves que circundan, rodean, enfrentan el único hecho del cual tenemos certeza: que todos, algún día, vamos a morir. El libro incluye algunos cuentos de personas que quisieron esquivar aquella verdad, sea por la vía de la negación o por la de esconderse en una pieza sin luz, como si esa forma de escabullir el bulto fuera suficiente para burlar a la muerte. Y por aquí se puede empezar a reconocer uno de los grandes méritos del libro, el humor sardónico o amable que recorre la mayoría de los relatos. No hay tragedia aquí, no hay reflexiones sobre el sentido o sobre el destino posterior: hay historias de personas que ensayan sus últimas palabras, que dan curso a obsesiones del tipo "algún día..." y que mueren sin haberlo logrado, de accidentes absurdos. También hay secciones más dramáticas, como cuando se refiere a muertes anónimas o a la imposibilidad de incluir en los relatos a los detenidos desaparecidos.
Obituario es un tesoro felizmente recuperado y aumentado. Hay pocas lecturas tan felices sobre un hecho que suele acarrear tantas lágrimas y dolores. No es solo el humor -aunque hay relatos que sacan una carcajada-, sino la mirada serena que sitúa la muerte en un contexto tan normal, tan cotidiano, tan natural. Más allá de ello, los relatos son admirables por la economía expresiva y el extraordinario talento para urdir decenas de historias bien armadas, bien cerradas y mejor escritas. Además, el libro respira un aire indudablemente criollo, campechano, del Chile profundo de nombres estrambóticos, o también comunes y corrientes, hasta el punto de que la muerte de Carlos González Vargas puede confundirse con la muerte de otro Carlos González Vargas. Hay algún cuento situado en un ambiente exótico y varios que apelan a la parentela del autor, tan creativa como Gallardo en eso de fijarse en las cosas con picardía y sin aspavientos, o de ver los acontecimientos como son y no como se disfrazan, aupados por la presunta objetividad o por la pacatería. "La autopsia redundante", uno de los más breves, es uno de estos casos: "¿Para qué ponerse a detallar los efectos de la sobredosis de válium, cuando es evidente más allá de toda duda que la menor de edad M.J.S. murió de pena?". Si hay un tema inagotable, es este; y si hay un modo fresco y revelador de mirarlo, es este libro.