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Rememorando la historia literaria con Alicia Galaz


Por Dave Oliphant
Publicado en Hallazgo y traducción de poesía chilena
Raleigh, NC: Editorial A Contracorriente. 2019




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Todos los descubrimientos ocurren como resultado de una serie de conexiones o de una reacción en cadena, aun cuando en el momento puedan parecer simplemente un golpe de suerte[1]. Y a no ser que uno los esté buscando —o sean buscados por otros, por interés personal, o por experiencia en el tema— es improbable que sean descubiertos, sea un dato, una persona, un asunto o una idea percibida. Esta fue ciertamente mi experiencia al conocer el trabajo de Alicia Galaz. Inicialmente, su nombre me había llamado la atención —y una definición de esta palabra es «concentrar la mente en un objeto de interés o meditación»— a través de una serie de hechos y encuentros que siguieron luego de haber postulado a un puesto como profesor en el Instituto Chileno-norteamericano en Santiago. Esto fue después de haber pasado un mes en Chile, durante nuestro verano de 1965, como miembro de un programa de intercambio estudiantil. Mi interés en la poesía chilena comenzó al leer la antipoesía de Nicanor Parra y haberlo conocido personalmente durante esa primera visita a Chile, a lo que él ha denominado «un paisaje» y no «un país». Durante mi permanencia en el Instituto en 1966 fui invitado por Carlos Cortínez para que visitara su Universidad Austral en Valdivia y presentara un par de conferencias sobre poesía norteamericana. Fue allí donde fui presentado al Grupo Trilce y pude conocer el excelente trabajo que desarrollaban varios escritores, incluyendo a Cortínez y Omar Lara, el editor de la revista Trilce, publicación que continúa hasta hoy.

Antes de mi visita a Valdivia, el conocimiento que tenía de los poetas chilenos contemporáneos, aparte de Neruda, Parra y Enrique Lihn, era muy escaso. Pero después de conocer a Carlos y Omar comencé a desarrollar un gran interés por aprender más sobre la joven generación de poetas. Al dejar Chile a fines de enero de 1967 para regresar a Texas, mi esposa chilena y yo pasamos nuestra luna de miel en Ciudad de México y fue allí donde descubrí dos revistas con publicaciones de poetas chilenos cuyo trabajo ignoraba. Al suscribirme a El corno emplumado encontré en uno de sus números de 1968 una serie de poemas de Cecilia Vicuña y, a través de mi suscripción a Mundo nuevo, leí en su número final de 1971 dos poemas de Alicia Galaz y de otros poetas del Grupo Tebaida, incluyendo uno de Oliver Welden. Tanto me impresionó la introducción a la Antología breve, escrita por Alicia y Oliver, donde explicaban su labor de promoción de la nueva poesía del Norte Grande de Chile que, cuando mi esposa María Isabel y yo regresamos a Chile en el invierno de 1971, tenía la gran esperanza de contactarlos y, tal vez, incluso visitarlos en Arica. A través de una invitación de la Universidad de Chile (sede Arica) y con el apoyo de la embajada de los Estados Unidos, María y yo viajamos al «Nortegrande» (título de un poema de Alicia que posteriormente traduje como «Far North») donde conocí al Grupo Tebaida. Y, como se suele decir, el resto es historia, ya que de ese «Encuentro en Arica» (título de un poema mío que dediqué a Oliver) reuní el material para una antología de poesía chilena, publicada en 1972 por Road Apple Review de Wisconsin, que señaló el comienzo de mi amistad con varias generaciones de poetas chilenos.

Entre los poemas de Alicia Galaz, que traduje para el número especial de Road Apple Review, figuraba uno que había aparecido en Mundo nuevo con el título de «Julián», un bello soneto con un epígrafe de Unamuno: «Esperanzas siempre verdes y sin fruto siempre, esperanzas en eterna flor de esperanza». En mi traducción intenté mantener la estructura de la rima del poema de Alicia y, al mismo tiempo, ser fiel al relato del parto y muerte simultánea de un hijo. Años después traduje otro poema suyo, «El parto», sobre un nacimiento, donde describe el embarazo y su «fruto» triunfal que cuelga de los pechos de la madre. En ese tiempo el mensaje de estos dos poemas era la expresión, por parte de las escritoras, de una toma de conciencia de sus propias voces y de temas exclusivos de la mujer. Durante la década anterior el movimiento feminista había animado a la mujer a expresarse y a tomar el control de su vida y de su cuerpo. Este tema también atraviesa la poesía de Alicia, perfectamente ejemplificado en el poema «Hembrimasoquismo» (el primero en su colección Jaula gruesa para el animal hembra de 1972), y especialmente en el verso que dice: «me controlan la matriz». Su poema está dirigido, en un sentido, a todos los hombres y las leyes que imponen limitaciones o restricciones a los derechos de la mujer para parir o no parir, y al final el hablante lírico del poema declara: «Y a ti que te sonríes, te borraré del Paraíso». Mi traducción de «Hembrimasoquismo» se publicó en 1994 en una antología titulada en inglés, These Are Not Sweet Girls: Poetry by Latin American Women, editada por Marjorie Agosín, que dedica su compilación «A las valientes mujeres poetas de Latinoamérica que se atrevieron a hablar». Los poemas «feministas» de Alicia siguen proporcionándome un gran agrado por el lenguaje fuerte y directo, las vívidas imágenes de la mujer que espera dar a luz sus esperanzas y temores, su malestar físico y su alegría, no sólo en su «apostolado de sábanas» sino que, como ella dice en «Autorreferencias», en «la embriaguez al buche misterioso».

Como la mayoría, si no todas las poetas chilenas, Alicia era una devota de la poesía de Gabriela Mistral, en especial de los poemas sobre la relación madre-hijo. Como editor de The Library Chronicle, una publicación académica de la Universidad de Texas en Austin, se me encargó hacer en 1991 un número dedicado a la Colección Latinoamericana de la Biblioteca Benson de la universidad. Conocedor de que Alicia había escrito sobre Mistral en su libro Alta marea de 1988, le solicité que contribuyera con un artículo sobre la Colección Gabriela Mistral de la Biblioteca Benson. Alicia conocía bastante bien la Colección ya que en 1990 había estado becada en Austin, realizando una investigación literaria en esa biblioteca. Como resultado, escribió con gran facilidad su ensayo «Gabriela Mistral: The Christian Matriarch of Latin America», que fue publicado tanto en el Chronicle como en el libro Nahuatl to Rayuela: The Latin American Collection at Texas. En su artículo, Alicia presenta un magnífico panorama de los títulos de la Biblioteca Benson y los relaciona con los principales libros de Mistral y su recurrente simbolismo de la madre como una suerte de Cristo cuyo árbol-cruz, sangre-lágrimas y lagar de sufrimiento materno refleja su propia «crucifixión», como en Lagar donde Mistral escribe: «y tres días estuve cubierta, / rica de él como de mi sangre». En Alta marea, Alicia había sugerido que el hijo adoptivo de Mistral (sobrino-hijo) era en realidad su propio hijo: «Presiento que esta teoría puede levantar enconadas protestas, pero es necesario aceptar que, si en un algún siglo futuro se hiciera válida esta teoría, ello no serviría sino para comprobar hasta qué punto la sociedad gazmoña, hipócrita y farisaica exigía de la mujer el ocultar, avergonzarse o disfrazar la sublime maternidad que ella medía en toda su grandeza». Sólo recientemente algunos estudiosos han aceptado la «teoría» de Alicia como algo más que hipotética. Pero en lo que concierne a la propia poesía de Alicia, en cuanto a la relación entre la madre y el hijo, parece estar claro que su «Julián» y «El parto» descienden de «el árbol de luto» de Lagar de Mistral y de las «canciones de cuna, rondas infantiles y jugarretas» de Ternura.

Mucho más original, o mucho más ella misma, es el poema de Alicia titulado «Mi madre me tortura en la punta de la silla», en el que critica la relación madre-hija construida sobre convenciones sociales. Mientras que el varón de la familia goza de todas las libertades y desde el hermano ya

trepa escalas,
saca frutas, se raja el pantalón con el gran siete
de la victoria en su primera independencia,
al regresar libre de nosotras, 30 metros adelante,

la niña, en cambio, debe sentarse inmóvil y escuchar todo lo que se le dice para llegar a ser una dama, incluyendo «los peligros / de las relaciones prematuras» y las conversaciones sobre «ventajosos matrimonios». El esposo-padre ha de ser respetado siempre y su taza de café servida a tiempo. Pero el hablante femenino del poema ya comienza a tejer, desde muy temprana edad, sus propias «fantasías / sobre» su «madre comedida». Manuel Rojas escribió sobre la poesía de Alicia: «Si Gabriela Mistral hubiese tenido toda la experiencia que ha tenido Alicia Galaz, de seguro habría escrito así, con esta robustez y esta realidad».

Cuando traduje «Julián» en 1971 yo no había leído a Luis de Góngora, cuya poesía Alicia había estudiado minuciosamente, y sabía yo muy poco de la poesía inglesa de Ben Jonson. Fue más tarde cuando volví a leer mi traducción de «Julián» que descubrí una conexión entre el soneto de Alicia y un poema de Jonson, su «A la inmortal memoria y amistad de ese noble par Sr. Lucius Cary y Sr. H. Morison», publicado a comienzos del siglo 17. El poema de Alicia dice a Julián que cuando «Pergeñabas la vida y en tu entrega, / vaciado de tu órbita a la nada, / fuiste sombra, de dos un pensamiento». Jonson, que había perdido su primer hijo y que escribió un poema igual de conmovedor sobre su pérdida, recuerda en su poema sobre Cary y Morison el cuento, en Historia natural de Pliny, de un niño que nació durante la Primera Guerra Púnica cuando Aníbal destruyó la ciudad de Saguntum. En la versión de Jonson éste se dirige al «valiente infante» y le dice:

Y tú, ya mirando a diestra y siniestra,
aunque aún no habías salido del todo,
niño juicioso, de inmediato regresaste al útero,
para hacer del vientre de tu madre tu propia tumba.
Resumiste la vida en un círculo de nacimiento y muerte
con la profunda sabiduría que nosotros
. . . . . . . . . .todavía buscamos.


Al igual que en el soneto de Alicia, el poema de Jonson presenta una imagen de la vida que complete un círculo desde su mismo comienzo, con el nacimiento y la muerte simultáneos e instantáneos. Más aún, la metáfora geométrica de Jonson debe recordarles a los lectores de John Donne su «Una despedida, duelo lúgubre», en el cual el poeta se dirige a su esposa y le asegura que su «firmeza hace que mi círculo sea justo, / y me hace terminar donde había comenzado». Y no de manera incidental otro poema de Alicia, en su Oficio de mudanza de 1987, se titula «Círculo cerrado». Además, la imagen del círculo hará recordar a los lectores de William Butler Yeats su poema «La segunda venida», con su «giro que se expande» y su declaración que «Todo se desmorona; el centro no aguanta; / la anarquía total cae sobre el mundo». La frase «todo se desmorona» («things fall apart») fue tomada de Yeats por Chinua Achebe para su novela clásica de 1958 que lleva ese título. El poema «Julián» de Alicia está en muy buena compañía.

Mi descubrimiento de la relación de Alicia con una gran tradición inglesa se erige para mí como un testamento a su continuo legado y me ha hecho apreciar aún más el trabajo perdurable de esta poeta chilena. Tales conexiones entre la poesía en español y en inglés son para mí uno de los grandes beneficios de haber conocido ese número de la revista Mundo nuevo con la antología breve compilada y presentada por Alicia y Oliver. Puede que el nexo entre el soneto del siglo 20 de Alicia y la elegía del siglo 17 de Jonson a Cary y Morison exista sólo en mi imaginación; sin embargo, me ha ayudado no sólo a ver una imagen y pensamiento translingüisticos y universales en el poema de Alicia, sino que, además, a pensar en el interés erudito que Alicia tenía por la poesía de Góngora, que fue casi un contemporáneo perfecto de Jonson, siendo las fechas del primero 1561-1627 y las del segundo 1572-1637. Puede que la poesía de Góngora y Jonson tengan poco en común, pero puede también que compartan más ideas y modismos de los que estoy enterado, ya que no he estudiado suficientemente a Góngora. Le agradezco a Alicia el haberme presentado a este español del cual hay dos poemas con los cuales me pude relacionar de inmediato. En el Romance a Angélica y Medoro me fascinaron los versos: «Las venas con poca sangre, / los ojos con mucha noche», y una estrofa final en una de sus letrillas me recordó a Shakespeare, el contemporáneo del siglo 17 de Góngora, Jonson y Donne. En Sueño de una noche de verano el bardo inglés presenta la escena de Píramo y Tisbe separados por una pared, «a través de la cual los amantes (...) susurraban a menudo secretamente». La versión ingeniosa y erótica de Góngora de la famosa pareja dice:


Pues Amor es tan cruel,
que de Píramo y su amada
hace tálamo una espada,
do se junten ella y él,
sea mi Tisbe un pastel,
y la espada sea mi diente,
y ríase la gente.


— Traducción de Oliver Welden —


 

 

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Notas

[1] «Rememorando la historia literaria con Alicia Galaz», Trilce, no. 28 (2010): 10-13.

 

 

 



 

 

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