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Chistes y obituarios

Por Roberto Merino
Publicado en Revista de Libros de El Mercurio, 3 de abril de 2016



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Para explicar el mecanismo del humor, Alfredo Casero, el comediante argentino, imaginaba una escena: la de un hombre llorando junto al ataúd de su madre. Por cierto esta es una escena que puede llegar a ser conmovedora. Pero si luego el mismo hombre se echa el ataúd al hombro e intenta salir corriendo de la iglesia, el efecto es hilarante.

La relación entre la muerte y el humor corresponde a una extraña simbiosis de dos categorías supuestamente alejadas. No es lo mismo reírse de la muerte que morirse de la risa. Hacer chistes sobre un muerto reciente es riesgoso, en la medida en que el ánimo de los deudos por lo general es sombrío, pero la verdad es que a quien se le pregunte preferiría que tras la paletada la gente más bien se tomara el asunto con un poco de liviandad. Pero casi nunca se cumplen los deseos del difunto cuando estos contrarían los de las familias. Hemos visto ateos recibiendo la extremaunción cuando están en las últimas.

No recuerdo una sátira más feroz de la muerte y sus circunstancias sociales que la película inglesa "Muerte en un funeral". Se trata de una chacota sutil, si cabe la expresión, de una situación circunspecta derivada en zafarrancho, pero a la vez de un viaje retrospectivo, de la recomposición psicológica de una familia dispersa. En otro frente está la famosa escena del entierro del cómico en la película "Los nuevos monstruos", en que el cortejo -formado por otros cómicos, actores de vodevil , saltimbanquis- transforma el sepelio en un espectáculo grotesco en concordancia con el espíritu que mostró en vida el que acaban de meter bajo tierra.

Era costumbre popular en Chile, según Oreste Plath, que en los funerales los asistentes se sacaran una foto de grupo antes de que el cajón descendiera a la fosa o fuera deslizado en el nicho. Era también el instante de una talla invariable: alguien gritaba "¡Cuidado con poner cara de muerto!".

Esta improvisada recolección de ejemplos ha nacido de la lectura de un libro muy hermoso, que desde 1989 -fecha de su primera edición- se ha mantenido en el semisecreto, al igual que su autor: Obituario, de Andrés Gallardo. Hace poco la editorial Overol ha tenido la buena idea de reeditarlo, ya que era un libro imposible de encontrar.

Lo de Gallardo es una colección de "casos", vinculados todos a la circunstancia de la muerte y ubicados casi todos en pequeños pueblos de provincia. Jueces, profesores, antologadores de "poesía regional", parientes del narrador, burócratas de mediana cuantía son los protagonistas. Los relatos tienen la atmósfera de esos cuentos familiares que uno ha escuchado toda la vida en las cocinas: cosas que suceden en segundo o tercer plano a conocidos de conocidos, con la diferencia de que aquí muestran siempre un detalle sorprendente.

Gallardo es un narrador prescindente, distante. Sus textos hacen reír bastante pero también, a la vez, abisman y potencian el misterio esencial del "último trance". 


 

 

 

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Chistes y obituarios
Por Roberto Merino
Publicado en Revista de Libros de El Mercurio, 3 de abril de 2016