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Lo bello y lo triste

Por Andrés Gómez Bravo
La Tercera, sábado 22 de agosto de 2009

 

Entró a la oficina de Raúl Zurita en la Universidad de la Frontera, en Temuco. El autor de Purgatorio se encontraba allí como escritor en residencia. El chico tenía 18 años, era mapuche y compensaba su timidez con una mirada expresiva. Una profesora de liceo le había hablado a Zurita de él pero el poeta lo había olvidado. Se llamaba Leonel Lienlaf, había nacido en la costa valdiviana y estudiaba Pedagogía en Villarrica. ¿Escribes?, le preguntó Zurita. Sí, dijo Lienlaf, pero en mapudungun.

Un año después, gracias al entusiasmo de Zurita, Universitaria publicaba Se ha despertado el ave de mi corazón, el libro debut de Lienlaf. Era 1989 y el joven mapuche se revelaba como un poeta auténtico: sus textos traían otro oxígeno a la literatura chilena. Han transcurrido 20 años y, con Lienlaf como pionero, los poetas de origen mapuche pasaron a las primeras filas de la poesía local. Para algunos críticos, es lo más notable que ha ocurrido en décadas. ¿Sera para tanto?

El mismo año en que Lienlaf conocía a Zurita en Temuco, en EEUU Saul Bellow pronunciaba una de sus frases más célebres e incendiarias. En entrevista con The New Yorker, el gran escritor americano ironizó: "¿Quién es el Tolstoi de los zulúes? ¿Dónde está el Proust de los papúes? Me gustaría leerlos. Todo el progresismo bien pensante, la academia políticamente correcta, los abogados del multiculturalismo, se le fueron encima. Si estuviera acá, el viejo Bellow seguramente también preguntaría: ¿Quién es el Tolstoi de los mapuches? Y habría que decirle: nadie.

No hay un Tolstoi mapuche. Tampoco hay un Parra o un Neruda pehuenche; sí un puñado de autores que hace buena y a veces alta poesía. Pero no idealicemos: no son mejores ni más sabios que el resto de los poetas chilenos. Hay de todo: buenos, mediocres y malos. Y los buenos lo serian también en inglés, guaraní o albanés.

Son muy diferentes entre sí, pero comparten algunas cosas: por lo general, ya no son rurales sino urbanos, a menudo son profesionales y viven conectados. Usan internet y algunos tienen blog. Aun con todas sus diferencias, se hacen preguntas parecidas y luchan las mismas batallas: con el lenguaje, la historia, el presente y su identidad. Y hacen un retrato complejo y polémico de sus conflictos. Una crónica de lo bello y lo triste. "Nos hablaron bajito y nos dieron garrotes/ y unos tragos de pisco para aguantar el frío./ Nadamos muy ligero para no acalambrarnos./ La neblina cerraba la vista de la orilla", escribe Jaime Huenún, Premio Neruda 2003. Huenún editó Epu mari ülkantufe ta fachantü/20 poetas mapuches contemporáneos (2004). Entre ellos destaca Graciela Huinao, de voz fuerte y recia: "Nunca fuimos/ el pueblo señalado/ pero nos matan/ en señal de la cruz". En sus poemas hay rebeldía y reclamos políticos, pero no guerra.

Huinao fue una de las editoras de Hilando la memoria, 7 mujeres mapuche, donde estaban Faumelisa Manquepillán y Maribel Mora. "¿Qué bandera me abraza o me atrapa?/ Yo no tengo ninguna entre mis manos", dice la primera. Mientras la segunda registra el éxodo: "Atrás quedaron los cantos/ los vértigos y el vacío/ la mirada fija en sí misma/ las huellas del retorno/ y del exilio/ El bosque no es más que un recuerdo/ del Edén que nunca nos fue prometido".

El más insolente es David Añiñir. Obrero autodidacta, vive en Cerro Navia y está más cerca del punk y del hip hop que de los cantos ceremoniales. "Somos hijos de los hijos de los hijos/ Somos los nietos de Lautaro tomando la micro", escribe. Hibridos y diversos, estos poetas ofrecen también pequeñas ventanas al conflicto en La Araucanía, de donde nos llegan, por lo general, noticias envueltas en humo.


 

 

 

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Por Andrés Gómez Bravo.
La Tercera, sábado 22 de agosto de 2009