Francisco Simón Rivas, autor de Todos los días un circo, novela recientemente publicada por la Biblioteca del Sur de la Editorial Planeta (Santiago, septiembre de 1988) es el mismo escritor que con el nombre de Francisco Simón despertó profundo interés en el público lector con El informe Mancini, Los mapas secretos de América Latina, Martes tristes e Historias de la periferia.
Aunque la violencia y el poder constituyan el 'lema", el estrato último de la novela, el "problema de fondo" (y la obsesión de este escritor), su lenguaje apunta a extraer la magia de la historia y la magia de la ciencia mezclándolas a la realidad presente y creando una nueva realidad literaria cuya dimensión sobrepasa con creces la contingencia.
El relato transcurre algunos meses después de un imaginario alzamiento de Antofagasta y de la instalación del Consejo Insurreccional, pasada ya una década de la dictadura del General. El país está roto, existe un virtual empate entre el Chile del Norte y el Chile del Sur y las irregulares acciones guerrilleras del Vendedor de Globos Terráqueos —personaje ya conocido en El informe Mancini— tratan de quebrar ese equilibrio.
El protagonista y narrador Bernardo, muchacho de quince años, vive en Ñuñoa y sufre junto a su madre y su pequeña hermana los efectos cotidianos de la guerra civil y la
ausencia de su padre, que está peleando al otro lado de la línea del Limarí. Su curiosidad se incentiva con la misteriosa muerte del soplón del barrio, cuyo cadáver debe reconocer: está inmóvil, "con un agujero estrellado y rojo en la mitad del espinazo". Pronto aparece otro muerto —el padre del gordo Pecce— con una desgarradura similar en la espalda, "abierta como los brazos de una estrella de mar". En ambos casos hubo poco sangramiento y algún cambio en los zapatos del asesinado. Luego, estudiando los sucesos de 1891, Bernardo descubre en una fotografía que el cuerpo del general Korner —actor en otra guerra civil— presentaba "una herida en el pecho, grande, como los pétalos desordenados de una rosa roja".
Esa extraña manera de morir no parece casual. El circo que se ha instalado en una plaza cercana, diversión y refugio del protagonista —"un circo es un lugar seguro hasta que deja de serlo", afirma su dueño Bilardo— cumple la función de ampliar hacia la fantasía los límites de la realidad, haciéndola, paradojalmente, más comprensible. (Sin duda el novelista ama los circos e intuye algún hermoso secreto en sus ritos y en la trasgresión permanente de las leyes de la normalidad física). Aires de la historia, de la Edad Media a nuestros días, se introducen en la trama a través de los fabulosos relatos de Bilardo sobre sus propios actores y otros circos famosos y en cada uno de esos relatos alguien aparece asesinado, siempre de la misma manera; la gran garra roja en la espalda y la ausencia de la sangre. La investigación acerca de los culpables de estas muertes repetidas y la necesidad de descubrir y entender las causas, las constantes que desbordan los límites de cada época, se mezclan al presente de Bernardo, —que intenta integrarse a las acciones contra el General, tiene amigos, va al liceo y ama a Valentina— constituyendo el hilo argumental de la novela.
Los episodios relatados por Bilardo —construidos cada uno con imaginación, rigor y un sorprendente conocimiento de hechos y detalles verdaderos sobre el mundo de los circos— insinúan en conjunto, exitosamente, la dimensión histórica y filosófica de los sucesos de la época actual, pero su número quizás excesivo actúa a la larga contra la fluidez del desarrollo, postergando innecesariamente el desenlace.
En la creación de un universo fantástico con elementos tomados de la ciencia y de la historia, puede reconocerse en Francisco Simón Rivas un parentesco literario con Borges, (y quizás, en otros aspectos, con García Márquez), sin perjuicio de lo cual la conexión de tales elementos con la realidad política ha influido en la formación de una voz profundamente original en nuestra literatura.
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Francisco Simón y Francisco Simón Rivas
Todos los días un circo, Editorial Planeta, Santiago, 1988, 406 págs.
Por Agata Gligo
Publicado en Mensaje N°375, enero-febrero de 1989