MATAR AL HIJO
Las sienes del Asno de Oro de Alejandro Godoy
Por Gabriel Larenas
Revista Grifo UDP
.. .. .. .. .
A principios de este año se llevó a cabo la primera versión del Arthur Rimbaud, concurso patrocinado por la Universidad del Desarrollo cuyo objetivo es alentar y estimular la poesía joven y que tuvo por ganador el libro Las sienes del Asno de oro de Alejandro Godoy (Santiago, 1993). Poco –por no decir nada- afirman al respecto los comentarios del selecto jurado; cito algunos textos: “poemario llamativo y robusto”, “composición que evoca raíces”, “madurez escritural”. Palabras que por un lado acentúan gratamente el posible gesto irónico –los primeros días de Apuleyo antes de la magia- y que por otro lado plantean la dificultad de rotular como joven aquello que poco remite a la edad y que fractura la relación entre el sujeto y su tiempo bajo el umbral de Rimbaud. Cristián Warnken define este libro como consistente; propongo una visión contraria: la escritura es errática, estimulada por la misma ansiedad con la que Apuleyo se enfrenta a lo que piensa que le es negado. Ansiedad bella de un sujeto que necesita a fin de cuentas revitaliza la escritura y atraparse en ella; una suerte de hambre insaciable que se satisface con la palabra extraña, ineludiblemente precisa. Con el frenesí de la magia de Apuleyo, aquí la escritura deviene animal con la carga de su tradición, pero ávido de su historia. Las palabras le hacen intuir la estructura de un poema aunque en este caso Godoy parece quedarse en el ejercicio de recuperar al ancestro, no hablar a través de él.
El rito del ancestro, el embrujo, equivale a la negación de la soledad, recurro a Rilke para entender ciertos aspectos de este libro que a veces resultan transparentes, otras siniestros, un tanto exigidos aunque dado el escenario en que se instala esta publicación criticar el estandarte de la escritura a través de la frialdad anacrónica podría resultar certero. El texto sí se conforma con accidentes lucidos, versos que revelan la relación magia-rito, el impulso y un erotismo cauteloso. En este viaje a la metamorfosis, el escritor es capaz de encontrarse directamente con los hombres de su vida para señalarles su tristeza. Rafael Rubio descubre una de las claves: Gabriela Mistral. Al parecer, Alejandro Godoy parte a buscar tanto la estética del neobarroco como la magia mistraliana, a pasos ciegos hacia el viejo ritual literario: matar a la madre. Rilke en relación con la soledad y la mesura desde la infancia pregunta: “¿por qué cambiar por defensa y desprecio la sabia incomprensión del niño?” y aquí la operación de los sinónimos, del significado por sobre el descubrimiento, funcionan como defensa, como autenticación. El niño mistraliano ya no es niño en tanto destruye con el intelecto lo intranquilo. En este sentido, se está lejos de matar a la madre; al contrario, busca formas concretas para mimetizarse con su devenir donde el otro está dislocado y queda en su apariencia; se retare en aquella estructura imposible. Godoy no mata a la madre, mata al hijo, porque ya no basta con ser hijo, al despojarse. En este gesto a mi parecer reside la belleza del texto: en la angustia “mágica” de invocar –denotando el miedo, el terror quizá- la soledad, comprendida como el sujeto que despide a su ancestro, entendiendo solo que este le será inherente.
Alejandro Godoy (Santiago, 1993) Estudiante de la carrera de Psicología en la Universidad Nacional Andrés Bello. El 2010 obtiene el primer lugar en el Concurso de Poesía Juvenil del Instituto Chileno Norteamericano, premiado en el concurso de la revista Grifo en la UDP, y al año siguiente resulta ganador de los Juegos Florales Gabriela Mistral organizado por la I. Municipalidad de Santiago. El 2012 recibe el premio Arthur Rimbaud por su libro Las sienes del Asno de Oro (Editorial CIEM).
