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Texto de Bienvenida a Álvaro Gutiérrez al taller Trilce
A diez años del Taller Palabras Flotantes en Balmaceda 1215

Por Alejandro Godoy


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Posterior a mayo del 68, cierta parte de la producción artística en Europa se centró en escandalizar con el recién socializado sentimiento de libertad sexual. Saló o los 120 días de Sodoma de Pasolini trata de un gesto radicalmente distinto, muestra el placer como parte de la estructura del fascismo. En Personajes psicopáticos a la escena, Freud se interroga cómo el espectáculo del sufrimiento puede engendrar goce en el espectador. El público puede identificarse con el héroe, sin pasar por un dolor propio. Solo al neurótico puede provocar placer la liberación, pero también resistencia a ella. Aquí el gesto de Pasolini sigue siendo radical; la rebelión, característica de la tragedia, está imposibilitada por algo que constantemente tensiona y hace cortocircuito en el espectador. Con el escritor Álvaro Gutiérrez una vez hablamos de eso. Pensábamos cómo abordar ese impedimento de la vida para defenderse de sí misma sin recurrir al chantaje sentimental, o al tono trágico de “lo que no llegó a ser excediendo lo vivido”. En una ocasión Álvaro me paró los carros cuando intentaba impostar ese aire melancólico del “pasado que no fue” a mis veinte años. Ya no estamos ni en el sentido trágico ni en eso que, con el cristianismo, supuso trasponer y elevar la tragedia a salvación divina, escribió Nancy. Mi neurosis obsesiva me llevó a frecuentar cuanto taller literario existía. En muchos actué como eso: un espectador, camarógrafo. Hasta que dejé de tenerles aprecio excepto a lugares muy puntuales. “Trilce” es uno de ellos. También me pasó que el exceso de ostentación comenzó a ponerme ansioso, más de una vez me topé con algunos que decían no usar el metro por ser un aparato histórico burgués. Admiro a narradores como César Farah o Carlos Tromben que pueden desarrollar un taller entero soportando todo eso. Lo fácil es hablar de la representación y no de lo que la excede, su origen irrepresentable. El filósofo chileno Sergio Rojas dice: “Es como pensar que la Revolución Francesa comienza con la toma de la Bastilla; eso es el cuerpo simbólico.” Así como la enfermedad y sus manifestaciones en el lenguaje, la Historia actúa a través de desplazamientos. Otra cosa es el placer inconsciente que produce hablar de las propias enfermedades. Creo que las obras de Chejov muestran eso. Es curioso, pero no hace falta asistir a teatros o leer sobre psicoanálisis para encontrarse con el absurdo de la psicopatología cotidiana. Mira a tu alrededor y está lleno. Un licenciado en letras de la PUC que solía organizar encuentros de autoayuda erótica, en un taller me dijo como una madre que se dirige a un niño -él insistía en hablar desde ahí- que me faltaba más experiencia en el amor y la vida para escribir. Solía reírse de los versos de quienes asistían y al primer trago agarraba a besos a medio mundo. Me recordó esa necesidad “estética” de la histeria: ser vista. Muchas presentaciones de enfermos a principios del siglo XX se hacían en teatros. Incluso una tipa tocó el extremo de llegar a uno de mis lanzamientos con traje de leopardo, criticando el “academicismo” de los otros presentadores e invitándolos a hacer un círculo mientras reprochaba las referencias mistralianas del libro. Días después subió un estado a una red social, donde dejaba a su hijo ver TV hasta las seis de la mañana como “política de resistencia”. Esos jugos nunca han resistido a nada; no reflexionan, son cómplices. En un festival de París un poeta se acercó diciéndome que su objetivo artístico era seducir, y me señaló un cuadro para que me fijara en el efecto de movimiento del claroscuro. Luego expresó que de cara al frenesí capitalista que se apodera de las “sociedades sudamericanas” lo mejor es responder con un “desfallecer melancólicamente”, porque lo infinito hace que el objetivo se mantenga siempre a la misma distancia, y eso nos orienta en una búsqueda eterna. Fue como: puta, viajar de tan lejos para encontrarme con los mismos ahueonaos. En el fondo debe ser eso, la obsesión con la historia política de Latinoamérica. Basta con leer algunas tesis doctorales para ver el goce académico que las dictaduras de Videla, Stroessner, etc. causaron en los europeos. La invitación ahora es a recordar la crisis actual lejos de la expectación, no del heroísmo o antiheroísmo, sino desde su experiencia propia, su lenguaje habitable.

 

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Alejandro Godoy.
Doctorante en Arte por la Université de Strasbourg. Máster en Estudios Psicoanalíticos Université Paris 8.


 

 

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