Mi mano tocó la superficie del agua.
Me acuesto en la escarcha
y la mejilla arde al tacto.
A borde de follajes
el recuerdo hace pensar
que la lluvia abandona algo de sí
en el tiempo que nos convierte
en hojas sin piel.
Aquello que fuimos sin nombrar
no discierne una distancia de otra,
palabras que abate la lluvia
pidiendo que perdure otra quietud.
Abandonado a ese otro tiempo
que crece en nosotros
el rostro reemplaza el de alguien.
El fuego mece sin hacer daño,
sin peso nos libera del tiempo.
Un hombre moliendo arroz,
oculto sus cabellos
con distintas manos,
nadie señala a quien duerme
lejos de estas tierras,
la lengua envejece antes de ser,
pasos que se alejan
o acogen a quienes seguimos.
Una mujer lleva
un cuenco de bambúes,
un perro ladra
a su mano ausente,
nadie comprende
los huertos podridos
por la helada.
Unos plantadores barren
la nieve de los trigos.
A quien rechazo antes de tocar
sin rostro desde la niebla
habita en nosotros.
Las ciudades se alejan,
será el fuego
aquello que abandona la conciencia,
el hijo del jardinero
entre esqueletos de autos,
mi ojo enfoca
y lo paraliza,
nada cambia verdaderamente
en un tiempo que recoge
su propio rostro,
la nieve traída por la mano
donde habité
vuelve a besar lo quemado.
No respiran
los que tantas veces reconstruyo
en un invierno que el sol quema
sobre los hombros,
el día va pudriendo tras de mí
paisajes habitados por leños,
la lengua de las aves sin pertenecer,
la voz incinera a su paso
otro que en mí querrá preservar,
las mismas ciudades
tocadas por una lluvia
anterior al latido,
antes de llegar al cuerpo
cruzo ese latido que el lenguaje protege,
el respiro golpea las hojas,
no quiero escuchar
a quien el fuego acaricia,
su mano quemada por la nieve
baja mis párpados,
el vaho en las plantaciones de té
lastima al hablar,
no hay rostro extraño
sino lo imperfecto del reflejo.
El fuego atenúa los paisajes
pero quién busca al ausente,
sin fuerza a quién dan su nombre
en espera de lo que el tiempo cubre.
No es el sonido
un cuerpo en la hierba.
El caer de la hoja
revela su presencia,
la lentitud de la niebla
descompone la piel.
Un paisaje huye del calor,
al mirarnos intento comprender
quienes buscan hogar,
el leño adelgaza por la lluvia,
las hojas retornan a sus ramas,
desnudan tu cuerpo
sin que yo lo reconozca.
El tiempo aún recibe
la voz que de otros años envejece.
Un hombre se acerca,
sin saber de sí
vaga sobre el agua.
Al hendir el césped
el pie recobra el tacto.
Tras el ramaje otros pasan
a espera de aquello
que se niega a retirar,
luz en las habitaciones,
nadie responde,
dos mujeres se alejan,
despojadas de piel
han cubierto sus rasgos,
qué busco en esas cabañas,
nadie ha venido
y el ausente extiende su mano.
Escucho un remo a lo lejos,
el invierno detiene
a quien nombré hace años,
afuera del pueblo
sin darnos cuenta
el calor en las muñecas
se vuelve uno solo,
torna falso el decir de las cosas,
la luz pudre el trigo
cuya quietud nos rodea
y tú duermes a espaldas de un río
quemado hace años,
un desconocido asusta a las aves,
escucha nuestra boca
recorrer el calor del pecho.
Una anciana en la lluvia,
la hoja se marchita al ser mirada,
sombras de trigo
velan a quien desconoces,
quién con un mismo rostro
se ha detenido,
en el vientre de la espiga
que pierde color
quisiera vernos
sin esperar nada.
Carretas de leña
abandonan las ciudades,
pisadas que regresan
desde el reflejo,
sin vernos retengo tu aliento,
la nieve de los bambúes
intenta velar
el vapor del cuerpo desnudo,
a centímetros del fuego
arde la sien.
Un tren detiene a lo lejos,
si tan solo observaras el fuego
abriendo mi costado,
pero quien no recuerda
aparta su brazo
al que he traído mi cansancio,
si perteneces desde antes al latido
que un forastero hace callar
protejo ese latido
tocado por otros,
canoas vuelven al anochecer,
nadie me espera
y lleno la ausencia de mi carne
con la tuya,
la conciencia se pudre,
la niebla borra
la luz de las casas.
Una silueta
pronuncia algo inentendible,
a quién llama
si el cuerpo no responde.
Un pez golpea
las hojas del estanque.
Un pincel de bambú
sobre la tinta
debilita el recuerdo.
Un pescador reposa
en sacos de carbón,
las ramas se confunden.
Un manto de bruma
impide a los cerezos abrirse
y al ganado respirar,
veo a través de las llamas
un transcurrir distinto al tiempo,
los desconocidos
nos dirigen una lengua muerta,
La silueta de un pez
vierte calor al respiro
que encuentra reposo.
Avispas sobre arroz,
el pensamiento marchita
todo reconocer,
apenas concibe
aquello que dirige su palabra.
Hombres encienden
las barcas de una capilla,
el dios del año presente
engaña a través de parábolas,
desde el monasterio norte
debe mostrar una ofrenda
que altera la ausencia de las cosas.
Tu cabello en el heno me ciega,
estos bosques se mitigan.
Miro mi cuerpo
y desde la hierba me observa,
recostado en tu pecho
niega el despertar.
los campos de arroz se deshojan
y en estos follajes
que el recuerdo incinera
mi mano tocó la superficie del agua.