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ALEXIS GÓMEZ ROSA, CONTRA LA PLUMA LA ESPUMA

Miguel Aníbal Perdomo
Revista Plural No. 278, 1994



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Alexis Gómez Rosa es quizás el poeta dominicano de más vasta erudición poética. Y en su reciente Contra la pluma la espuma (Santo Domingo, Editora Taller, 1991) es posible advertir el peso de esa erudición de manera explícita o implícita. Así mismo, sus textos llevan hasta las últimas consecuencias las rupturas metafóricas iniciadas con los movimientos vanguardistas tales como el surrealismo y el concretismo. La suya es una poesía profundamente reflexiva en la que se aborda el oficio con enorme rigor.

En el presente libro estamos más bien frente a dos obras (Opio territorio y Cabeza de alquiler) articuladas por una misma intención y un título común: Contra la pluma la espuma. En ambos textos predomina una obsesiva poética de la visión, que prefigura un estado vital; dice en Cabeza de alquiler:

Estoy viendo con el ojo hacia
adentro,
donde un pájaro se desinfla
en verde música.
(Ves como no puedo con ese
adverbio
en herencia como los dos
nervios pensantes
de un delirio). Frente
a Breton, Artaud:
nigromantes del ojo
copulativo, lactando
una purulenta y espumosa
luz muere.
Al revés del ojo manoseado
en su paisaje…

Y en Opio territorio habla de:

El ojo levantado, ilícito.
mural,
a la mayor brevedad es un poco
crematista.
El ojo agrietado: perdón,
¡cuánto lo siento!
segrega el paisaje que un galope
despeja.
El ojo perdido, el derecho,
para verte mejor,
da cuenta de ajados varones,
corrobora
la hembra.

(Pág. 107, “El nervio practicante”)

Pues Gómez Rosa, de serlo, parecería un surrealista paradójico que se niega al automatismo. Se trata más bien de un poeta que vuelve y revuelve lo imaginado y convierte las sensaciones en conceptos. Vive también en constante estado de alerta ya que teme que lo venzan la espontaneidad y sus monstruos personales. Por eso, es la suya una poesía de ojos abiertos, para evitar las trampas de la imaginación, los posibles caprichos goyescos o el aquelarre de los tropos.

Paralela a la obsesión de la vista, corre la obsesión, a lo Mallarmé, de la página en blanco. Porque en este libro el poeta se mueve en una realidad caótica, y la poesía es reflejo del mundo. El hombre apenas posee existencia y está amenazado por el vacío. La escritura deviene entonces un pobre intento de vencer la disolución. Pero el poeta desconfía de sus sentidos (“Desarmo mis sentidos”, dice, “mientras lavo mis cinco sentidos”), y asume una actitud que lo acerca a un antirromántico:

El poema espontáneo,
complaciente,
orillador de formulas: pobre
cantar de ciego.
Ingeniosidad versus
ingeniería.
Está bajando sangre por mis
letras,
vísceras y testículos.
La poesía: es el acto más
lúcido
de la política.

(“Campeador de onda corta”, Pág. 39, Cabeza de alquiler)

A pesar de la intención ordenadora, lúcida, del protagonista lírico, el poema se vuelve un reflejo del mundo, su duplicación y al mismo tiempo lo referencial se capta como caótico, inaprehensible, quizás. Por ósmosis, las palabras adquieren autonomía, no aspiran a nombrar ni a sugerir, sino a crear su propia realidad. Pero a la vez, de ese magma verbal, de esta explosión de signos, surge un mundo violento, desarticulado y angustioso. De ahí ese ojo ubicuo en las 242 páginas del libro, que de poema en poema va cambiando su sentido, destruyendo sin compasión el carácter simbólico de la lengua poética, negándose a coagularse en un significado único.

En la tradición aristotélica, la vista es el órgano de la percepción por excelencia. El filósofo estagirita comienza su Metafísica subrayando la preeminencia de la vista, porque a través de los ojos –nos dice– podemos conocer los objetos y las numerosas diferencias que existen entre ellos. En la poesía de Gómez Rosa el ojo está subordinado a la lógica. La pasión virtual que genera lo circundante en el poeta envía sus mensajes al cerebro, donde las sensaciones se decodifican con todo cuidado, y el impulso creativo se elabora a partir de lo conceptual. Las constantes pruebas de ello abundan en el libro: “Siento la cabeza madura”, “Bradford es una idea oftálmica”, “territorio mental”.

Y si Cabeza de alquiler tiene mucho de reflexión creativa, en Opio territorio el bosque de signos que es el mundo (según Baudelaire y sus compadres simbolistas) se transforma en un espacio particularmente agresivo. La ciudad es un muladar de latas y neumáticos; los letreros son carnívoros; los espejos, antropoides, y las calles están transformadas por la violencia. Es, por tanto, una realidad desquiciada con mucho de pesadilla.

Se pensará tal vez que ese ojo avizor, que se abre en el libro para absorber el entorno, nos devolverá una materia organizada. Pero no es así. Alexis Gómez Rosa tiene mucho de Góngora del trópico. Las palabras lo seducen con su ambiguo poder e imponen sus propias leyes. El poema se convierte en una masa verbal, se vuelve deliberadamente cacofónico, la flor crece “internamente hacia fuera”, y el poeta siente que las noches de Nueva York son gelatinosas.

A partir de ese momento lo racional deviene absurdo, la mirada se invierte, transpiran las palabras, se convierten en algo amorfo, y se apela a la organización cubista del texto. La literatura pasa a ser ardid, máscara, y el poeta es consciente de sus redundancias textuales: “Lo que digo se disuelve el vano ejercicio tautológico”. Esto es, las palabras generan excrecencias que anulan sus sentidos. No en vano se habla de una “elocuencia del cero”, que deviene imagen de la neutralización, pero nos enseña también que el vacío produce sus criaturas y es en esos instantes cuando Gómez Rosa bordea la incomunicación de algunos movimientos de vanguardia.

No obstante, hay momentos en que los dioses cotidianos son favorables, y la poesía es una celebración de los placeres elementales de la vida. La mesa, testigo habitual de la página en blanco, preside el encuentro fraterno en torno a un pernil rociado con un abundante cabernet sauvignon. La noche, que evoca un instante de Santo Domingo, se torna nostálgica y el poema se tiñe de tierno humor (“Aesop´s table”). La misma tónica sigue el poema dedicado a la madre, uno de los más transparentes del libro. En dicho texto se apela a la simple acumulación sustantiva y se prescinde completamente del dinamismo que confieren los verbos. Pero la yuxtaposición y la elipsis confieren un movimiento interno a los verbos, y el estribillo “el mundo” carga el poema de afectividad: “Supermarkets, aeropuertos, máquinas de coser, el mundo chico de mi madre el mundo grande. El mundo ancho de mamá, el mundo largo, príncipe negro, rascacielos, el arte culinario” “Opio territorio” (Pág. 81).

En cuanto a la organización, los dos libros están presentados por medio de portadas contrapuestas y se dividen en tres “cuerpos”, el segundo corresponde a poemas en prosa.

Hay, por tanto, una intención simétrica. Cada texto es espejo del otro, cóncavo y convexo, macho y hembra. La página es síntesis del cosmos y el libro, por lo mismo, es infinito.

El poeta, por su parte, a esa espuma disolvente, corrosiva, que es el mundo, solo puede oponer la hipotética lucidez de la pluma.

Plural No. 278
México, noviembre de 1994

 

 

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Miguel Aníbal Perdomo nació en Azua, República Dominicana en 1949. Licenciado en letras por la universidad Autónoma de Santo Domingo y PhD por la Universidad de la Ciudad de Nueva York. Ha sido profesor de literatura y columnista en el periódico La Noticia. Su obra, entre poesía, narrativa y ensayo es amplia y variada. Ha publicado Cuatro esquinas tiene el viento (1982); Los pasos en la esfera (1986); El inquilino y sus fantasmas (1997); La colina del gato (2004), Premio Nacional de Poesía.



 



 

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Por Miguel Aníbal Perdomo
Revista Plural No. 278, 1994