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UNA PALABRA PARA CRUZAR EL PUENTE

Por Miguel Aníbal Perdomo





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ALEXIS GÓMEZ ROSA es el último poeta entre nosotros; quiero decir que, entre sus contemporáneos, es el único en asumir la poesía como forma de vida. Su obra es una proyección de sus actos, los que vive de manera lírica, en ese estado que, según Nietzsche, el individuo se convierte en una obra de arte. La poesía suya se nutre de lo cotidiano y de la historia, del entorno familiar y de lo trascendente, es proteica; asume formas diversas y contradictorias, toca a las puertas del hermetismo o se torna escueta y efectiva como el haiku; se apodera y engulle todos los estilos y los carnavaliza, al modo de un saxofonista de merengue o de jazz. Se la ha visto buscar el rumbo en el Barco Ebrio de Rimbaud, y al poeta lo hemos escuchado declararse hijo legítimo de Octavio Paz y de muchos otros. Y en la siguiente página, emerge impoluto, dueño absoluto de su propio destino y de su estro. Con la clarividencia que otorga el Arcángel de la Poesía a quien unge, Gómez Rosa intuyó muy temprano cuál era el derrotero preciso. Cuando todos a su alrededor gritaban deslumbrados por el Neruda del Canto general, Gómez Rosa se tapaba los oídos con goma de mascar y miraba hacia otra parte. Pero de ningún modo esta actitud puede juzgarse como indiferencia. En sus obras hay abundantes muestras de sus preocupaciones sociopolíticas. El ejemplo más reciente es su libro La tregua de los mamíferos, en el que conmemora la Contienda de Abril. Sin embargo, aquellos temas se subordinan siempre a los objetivos poéticos, pues Gómez Rosa comprendió bien temprano que la poesía tiene sus propias leyes. No tuvo que leer a los formalistas rusos, ni escuchar aquella polémica de Cortázar y Collazos, en que el autor de Rayuela proclamaba la autonomía del hecho literario. Gómez Rosa, por eso, al escribir, despoja lo referencial de todo lo accesorio para convertirlo en un producto transformado por las necesidades textuales. Y la Poesía le ha pagado con creces. Lo ha convertido en el poeta criollo del presente con mayor proyección internacional; pero el éxito no le ha llegado mientras el poeta esperaba sentado. Al contrario, ha sido la suya una dedicación constante, a base de tinta, sudor y sangre. Gómez Rosa es de los pocos escritores nuestros que podríamos llamar “profesionales”, aunque no reciban ninguna remuneración, lo que demuestra una vocación de acero.

 

 

La unión

Soldadura de labios.
. . . . . . . (El callejón de Regina a la hora none
de los monjes)
Soldadura de pechos.
. . . . . . . (La noche dentadura de luto en los relojes)
Soldadura de alientos.
. . . . . . . (Arrobos del pachulí sus trenzas Dios
la esculpe.
Soldadura de vientres.
. . . . . . . (Adivinanza: lo que va viene ¿vaivenes?)
Soldadura de sexos.
. . . . . . . (El sol declaratorio/ la luna clarividencia)
Soldadura de palabras.
. . . . . . . (Caldero de los signos/ el sí y el no del sino)
Soldadura de silencios.
. . . . . . . (Las sábanas jinetes/ el viento sacerdote)
Hazlo sonar de nuevo en el gramófono

 

 

Círculo madre al cuadrado

Supermarket, aeropuertos, máquinas de coser,
el mundo chico de mi madre el mundo grande.

El mundo ancho de mamá el mundo largo,
príncipe negro, rascacielos, el arte culinario.

La túnica desnuda, corotos, el espejo risueño,
el mundo rojo de mi madre el mundo blanco.

El mundo tierra de mamá el mundo agua,
canta el gallo, la iglesia, es la casa de Dios.

Amuletos, planetas, la piel de los caminos,
el mundo sueño de mi madre el mundo superficie.

El mundo grave de mamá el mundo transparencia,
hospitales, museos, los dédalos del cuerpo.

El mundo macho cimarrón, ¡claro!, los cuervos
del leopardo: ese mundo sincero.


(De “Opio territorio”, del libro Contra la pluma la espuma, 1990)

 

 

Cartón de publicidad

Soy hombre de mingitorios callejeros.
........ Su olor varonil vende más que el drugstore
más cercano, soy una musaraña que organiza
su teatro. Ilumino el entarimado y baño al público
con sangre de gallina en la sangre,
........ soy hombre de apaga y vámonos.
La mochila en el pensamiento. A decir verdad,
........ la mochila en los malos pensamientos,
soy una güira en tránsito a una orquesta de cámara.
........ Palabras que traen palabras,
la música de alquiler contra viento y marea,
soy un virgoniano bajo el signo de escorpión.
Todos los signos reúno bajo el signo de escorpión,
........ soy una página pluscuamperfecta
desprovista de todo lo perfecto.
........ En la columna izquierda los verbos auxiliares,
los verbos auxiliados en la columna derecha,
soy una especie de arqueólogo del sueño.
........ Mitad cuerpo de luz, la otra mitad de sombra,
soy en mi osario de letras un manifiesto de sangre.
¿Quién ha puesto a secar el alma en mi recinto?
Soy un camino que se anuda
en la podredumbre de su origen.

 

 

Si hablo sigan la broma

Tengo por declarar a continuación,
lo que me baja por el centro de la lengua
impulsado por la memoria inválida.
Lo que vive rumorado en una oreja: toda
la oreja. Lo que se agacha debajo
de la lengua transpira el habla: envuelta
en sábanas de transparencia. Lo dicho
por un labio que en el otro rechina.
El paso del silencio encorvado sobre
párpados abiertos, arenales me avanza muerte
y cerrojo. Lo que circula
entre las líneas del poema que pienso.
Los puntos suspensivos, y aparte,
los asteriscos que no son correspondidos,
los signos de número más, número menos.
La carta que reposa en el lápiz
de mi mujer, y que sospecho, no habrá
de alcanzar nunca el blanco y negro.
Lo que se asoma a la cabeza
para dejarme en babia.
La sorpresa que me reserva el camino
que inicio. Lo que llega instalado
en una clave de música (Sentimiento puro,
¿no?/ azúcar). Lo que vibra de noche
para escaparse de día. El discurso
enredado en las celdillas del micrófono,
-¡óyelo!/ fuera de serie. Eso que arrolla
por las vías de la página introduciendo
inusitados caballos de fuerza.
Lo que se desprende del techo
de un loco y que ahora encuentro inerte
en la boca del teléfono: constituyentes
son del tiempo de mi poesía.
El deseo en trance convertido en carne
de mi carne. El labio A,
censurado por su opuesto a quien ve.

(De “Cabeza de alquiler”, del libro Contra la pluma la espuma, 1990).

 

 

La carta

A Rigas Kappatos

En la estafeta de correos puse una carta, una carta vacía. Si está vacía no es una carta, es un papel y no merece ningún comentario. Ser papel, el espacio inmaculado, la mirada (monotonía del desierto, discurso que se repite), es dar cumplimiento al No-Ser, determinado en el marco de las causas finales.
Arena y viento (sugerencia de la página en su papel de mendigo), traen un eco distante que nunca fue voz: fríos silencios del sueño de las cucurbitáceas.
En blanco la página promulga lejanías, miserables sandalias. (Cartero que va y vuelve).
Una carta espera cosas. En sí, la carta, es un informe, una salutación, o tan sólo un acuse de recibo. En última instancia sería buscar, al doblar la esquina, como el cuchillo el pecho adolescente, o miel en los labios de la amante. Es abocarse a la sangre sin cometer el crimen.
Una pregunta: ¿y el papel que mandé, qué es? Yo diría que un metalenguaje, Narciso. Vale superponerle otro papel, hacer dialogar dos vacíos. Llenar un vacío con otro (la metodología es de Juarroz), y luego ver allí el significado del mundo que reproducen.
Papel que arropa el lápiz y lo anula, haciéndolo describirse garrapateando nombres y ciudades. ¿A quién la carta, el papel? Circulatoria la mirada, va ensartando arqueologías, vitrales, bodegones, por la redondez de la sala, el orgullo es del gato que pasea.

 

 

El buen sujeto de la mala conciencia

Qué cosa: un loco se está mordiendo una oreja en el espejo. A dentelladas limpias se devora las cuatro letras de su nombre.

Se muerde una mejilla, la nariz, que termina en puente de cotorra por donde pasan los disturbios de su mundo interior.

Aletea ilusionado: loco suma gorgojos. Aletea sangrando a profusión en una mezcla de mucosidad y fétido humor, riendo con lágrimas larvas que evolucionan mariposas.

Ríe a la muchedumbre de curiosos afectada de solemnidad Kodak, obsedida por la barbarie.

En la mano izquierda el corazón (aún latiendo), en su ordinario papel de mal romanticismo, le dice cosas y se asusta al callar otras.

El loco de la 169 street engulle con grandes mordiscos sus tripas. Su miembro viril succiona, desesperado, hasta hacerlo esculpir largas blasfemias, provocando oleadas de vómitos y náuseas, oleadas de aceite.

Ya doblado sobre sus rodillas: mapa de arterias, hígado y riñones, lo conducen a completar su antropofagia convencido de finalizar (muerto de risa), con los siete días de la creación, ¿existe?, ¿no existe?

Abandonado a suerte y verdad, en plena calle, présago de su historia, lo espera el cuerpo errante de la noche.

 

 

Son del vacilador

Ojerosa, la calle, en el crudo meridiano al sur del Bronx, le salen como ganglios y cerosas membranas.

Los carniceros, en la esquina, meditan en un cuchillo el reporte meteorológico de que habrá nieve. Los bodegueros, rumiando entre las uñas la ganancia, celebran el paso arrocero de la nieve.

Y los mecánicos, carteros y zapateros, programados en lustrosa lujuria, dejan escapar sus ojos entre apretados glúteos en la nieve.

Buhoneros y comeojos y chulos y trafalmejas, imponen contra reloj su lotería, en un minuto impuro de nieve.

Los santeros de la lechuza con su mágico herbario, protegen las almas desahuciadas que orillan la nieve.

Tecatos, rufianes, gariteros, dispútanse un cliente que vacila en la noche caen seis pulgadas de nieve.

Los bomberos y policías: custodios twenty four hours del inmaculado tesoro de jardines y veneros, desandan –perseguidores– las huellas del delirio esparcidas en la nieve.

Los camareros, ¡ah, los camareros!, con mejillas de nalgas infantiles, sonríen por acción dentrífica semejante a la nieve.

Las estilistas de belleza, como voluptuosas odaliscas, como gatas, ira ponen en las pestañas que mueven intermitentes en la nieve.

 

 

Melodía en lo mío

El día se origina en un plato de arroz con lentejas
. . . . . . y costillitas de chivo.
Para mis compañeros de oficio (obsedidos por el colesterol
. . . . . . y la vitalidad sexual), el día
no termina de crecer, a pesar de su hinchazón al voleo,
proveniente de las masas de gas, sin riendas de las nubes.
Es miércoles cimarrón dotado de un especial encanto,
. . . . . . gasolina y merengue,
frente a la carretera que nos conduce al cielo de Sosúa,
y al infierno (no menos celeste),
. . . . . . de la finca del comodoro Williams.

Agua y cocoteros en azul turquesa recortados por la brisa
que aleja las montañas.
. . . . . . (Isabel de Torres, como un ojo del tiempo,
en protección de los bañistas, ilustra el viaje que ya gana
las tierras de Río San Juan).
. . . . . . Agua y cocoteros a lo largo del ojo enardecido.
Casas meditabundas que son nudos en la carretera desatada,
. . . . . . y en sus frentes, unos hombres huraños,
negociando mas allá de las petacas de carbón, la ingravidez
. . . . . . de su delirio.

Sin caminar nos desplazamos: el humo del veguero,
los percherones; el humo pecho del veguero cabeceando
en su arcádica lentitud,
. . . . . . el día estalla en su planicie nemorosa.
Las horas se iban almacenando con el mismo tic nervioso
como si fueran a parar a un frasco
. . . . . . (Un retrato se forma el paisaje de una verde
ilusión, la luz como el sonido venidero).

El pasado ahora suma unos minutos cuya conquista
. . . . . . pertenece al futuro, sombra y transcurre.

En esta hora se dan cita un gajo de sol, el temblor
. . . . . . del colibrí, y la fanfarria de la guayaba y el níspero.

Mi cuerpo se tiende en la sensualidad de lo efímero,
. . . . . . y se deja preñar por todo aquello que a la cita
dice presente.

Galope sordo, infecundo, por la gradería oriental, galope
. . . . . . ciego. Yunta de bueyes,
narigones, arrastrando un sol cardenalicio
por los atajos que abrevan en Charco Largo, mitigan
. . . . . . colores los arrayanes en primer plano:
desdibuja el labrador su fe de hondo cielo.

Este debe ser uno de los rostros de la felicidad, otro,
debe llamarse Bárbara:
. . . . . . la mujer que me confirma en su llave.

Dentro de unos instantes habrá de crearse el fuego;
y con él la cocción y bendición de los alimentos,
. . . . . . acercará nuestras voces
en un solo corazón, lavado por el verdor de marzo.

La casa ha recobrado su sentido y por el sueño,
. . . . . . los cuerpos se anudan por el suelo, se anulan,
en la mordaza de fugas y regresos.

 

 

Carrusel de los gordos felices y dichosos

Apiñados en el rencor de un tufo carnicero, tragan
. . . . . . en seco, los insaciables golosos.
Redondos (no es una metáfora), pero redondos hasta el fin
de la cuesta,
. . . . . . dan lengua los gordos mordiendo en el vacío,
el pato asado que impone su vuelo
. .. . . . . . . . . . y el cuá cuá nos recuerda...

Se lamen los dedos y en el ombligo escarban, con mucha
nostalgia y poco sentido común;
. . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . su infancia inalterable (coma),
con mucho sentido del gusto reducido al paladar
. . . . . . impostergable.

Me place verlos merodear la vitrina pomposa
de un rojo pequinés.
. . . . . . Rodar naranjas, botellones. Rimar la circularidad
con lo absoluto.
Tengo el firme convencimiento de que Botero los echó
. . . . . . a andar, con la visible complicidad
de Teté Marella,
. . . . . . y en súbita venganza contra la pequeña humanidad
que me habita: los gordos bacanales, levantan
. . . . . . sus ojos de un momento.

Gruñen y se comen las uñas y se rascan el culo
muertos de risa. Y un dedo les sale por un hoyo de la nariz,
. . . . . . diciendo sí, diciendo no.
Y como si pertenecieran a un combo, visten de blanco
y negro marchando uno tras de otro.

Sé que esto no suena muy creíble, ¿cierto?
. . . . . . Ni yo estoy aquí para cantar verdades.
Además, no se imaginan ustedes lo mucho que gocé la función
caravana, hinchado hasta el delirio,
. . . . . . con más miedo que vergüenza, pobrecito de mí.

(Apiñados los gordos, cuente los paseantes, aire le falta
. . . . . . a la respiración del día).


(Del libro Si Dios quiere y otros versos por encargo, 1991).

 

 

* * *

Miguel Aníbal Perdomo nació en Azua, República Dominicana en 1949. Licenciado en letras por la universidad Autónoma de Santo Domingo y PhD por la Universidad de la Ciudad de Nueva York. Ha sido profesor de literatura y columnista en el periódico La Noticia. Su obra, entre poesía, narrativa y ensayo es amplia y variada. Ha publicado Cuatro esquinas tiene el viento (1982); Los pasos en la esfera (1986); El inquilino y sus fantasmas (1997); La colina del gato (2004), Premio Nacional de Poesía.



 



 

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Una palabra para cruzar el puente.
Alexis Gómez Rosa en Antología poética de La Antorcha.
Por Miguel Aníbal Perdomo