ESCENARIOS DE GUERRA
Andrea Jeftanovic. Alfaguara, Santiago, 2000, 185 páginas.
MEMORIAS DE LA SANGRE
Por Javier Edwards Renard
Revista de Libros de El Mercurio. Sábado, 16 de Septiembre
de 2000
Andrea Jeftanovic es otra de las hijas de Diamela Eltit,
la menor de todas, la que ha aprendido de hermanas, primas y tías,
porque la familia es grande y sigue creciendo. Aumentan las adiameladas,
las mujeres del verbo y la estructura, las pensadoras de la imagen
y el gesto, las exploradoras del secreto, de ese como espasmo oscuro
que se instala en los pliegues de la experiencia. Descendientes todas
de una cruza
medio incestuosa entre Nathalie Sarraute y Claude Simon. Gusta cada
una, sorprende su palabra implacable, el texto maniáticamente correcto.
Pero, por momentos, el conjunto agobia, perdiéndose el sentido de
este grupo de escritoras que se teje a sí mismo y desdibuja los contornos.
¿Demasiadas abejas para un mismo panal? A ratos parece que sí.
Escenarios de guerra, la primera novela de Andrea
Jeftanovic, nos entrega una historia construida a partir de los recuerdos
fragmentados que recoge la memoria, imágenes, impresiones, sensaciones
que se visitan bajo el imperativo de una ansiosa búsqueda de lo simbólico.
Para ello, recurre a un lenguaje preciso, articulado en función de
la frase breve: "Las cosas que mamá dice que no repita, las escribo
en mi cuaderno para que no se me olviden. Voy anexando palabras que
suenan bien entre sí, dibujando su significado con cuidadosa caligrafía".
Sus descripciones caen como gotas de agua, mínimas, e inevitablemente
horadantes. Nos cuentan en primera persona sobre las impresiones de
la protagonista, una niña que abandona la voz infantil para hablar
desde cierta vejez ancestral. Ella afirma: los hijos son el público
preferido de los padres; y es que le ha sido asignado el papel de
espectadora involuntaria de esa vida que pasa delante de sus ojos,
que es la suya y también la de los suyos, en una enrevesada trama,
donde los límites no son claros. Y aunque la niña crece, no deja de
ser hija, descendiente, ni de estar atrapada en la red donde ha sido
colocada por un azar implacable. Nada de lo que nos cuenta Andrea
Jeftanovic resulta tan grave o novedoso y, sin embargo, logra justificarse.
Escenarios de guerra es un texto que maneja claves
formales ya conocidas, demasiado emparentadas con la vieja novela
de la mirada, y que logra sobrevivir gracias a la aguda sensibilidad
que su autora manifiesta en la construcción de metáforas. Es a través
de ese recurso como, indirectamente, el relato va descubriendo las
vivencias de su protagonista: memorias de la sangre, podría decirse;
recuerdos que provienen del contacto con los más cercanos y que, también,
se nos transmiten con la herencia. Un matrimonio que se desmorona,
la economía agonizante de una familia a la deriva, la soledad en compañía,
un padre inmigrante que sigue atrapado por los recuerdos infantiles
de una guerra, una madre que huye, el sexo como un refugio dudoso,
la necesidad de definir una identidad propia, la imposibilidad de
dejar de ser uno mismo y sus circunstancias son algunas de las ideas,
de los sentimientos que van apareciendo a los largo de este texto.
En el capítulo 8 del acto II, titulado "Hombres fragmentados en medio
de una multitud", se sintetiza parte importante de la hipótesis que
habita este texto: vivir es un hecho complejo en el que la unidad
no es más que la conjunción de infinitas partes que se perciben como
quebradas. Hay la vaga sensación de que alguna vez existió algo entero,
una identidad, pero hoy sólo queda el recuerdo, una estructura compuesta
por fragmentos.
Andrea Jeftanovic convence al escribir, aunque por
momentos uno sienta que el taller literario todavía está muy fresco,
demasiado cercano. Claramente su escritura no ha optado por lo fácil
y Escenarios de guerra está lejos de ser un relato simplón
sobre las penurias de lo femenino. Más bien, la escritora indaga en
las estructuras de la identidad y con el soporte de una postura literaria,
arma su puesta en escena. No cabe duda que un esfuerzo similar en
manos de un autor sin talento sería inútil. No es el caso, pero las
capacidades reconocibles no alejan por completo la sensación de que
ellas vienen claramente enmarcadas en una actitud literaria que comienza
a convertirse en fórmula, en moda que puede asfixiar la voz única
e individual que está obligada a ejercer. Que quede claro, nada hay
aquí que signifique desconocer el aporte de Diamela Eltit o los méritos
de esta primera novela de Andrea Jeftanovic. En realidad, la incomodidad
que genera la lectura de Escenarios de guerra es su evidente
alineamiento, esa "marca del maestro" que obliga a esperar que la
familia de las diamelas se rebele, que Jeftanovic, junto con las Costamagnas,
Meruanes, Elphicks y otras se dispersen generando nuevas posibilidades
para la narrativa local.