Andrea Jeftánovic presenta No aceptes caramelos de extraños. Uqbar Editores
Escribir como espacio de libertad moral
Por Silvina Friera
Página 12. Sábado, 22 de octubre de 2011
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“Los cuerpos no son como las habitaciones, jamás conservan las huellas evidentes.” Lo dice la protagonista de uno de los relatos de No aceptes caramelos de extraños (Uqbar Editores), de Andrea Jeftanovic, que comparte el hombre con otra. Como una escultora dedicada a cincelar cuentos transgresores, la escritora chilena se zambulle en la espesura de lo inefable. Cuando era más joven, un hombre regresaba a su casa con flores de regalo para su esposa. Ahora, tres décadas después, vuelve con vibradores y anillos rugosos, líquidos intensificadores de sensaciones y un catálogo de dildos de variados tamaños y formas para contrarrestar la “falta de épica” matrimonial. El libro se compone de once relatos que exploran los vínculos entre padres e hijos, hermanos y parejas en situaciones extremas. Una prosa poética e intimista traza un puñado de retratos hiperrealistas sobre la violencia ambigua y sensual que tensiona estas relaciones “nucleares”. Las historias, narradas en primera persona, ahondan en la subjetividad hasta la última partícula de ese individuo que intenta aferrarse a la vida. Aunque pareciera que se abona el terreno de la irrupción de “verdades reveladoras”, nada acaba por cerrarse. Todo queda ahí, latiendo como materia íntima.
Margo Glantz plantea que Jeftanovic maneja con certeza “las frases más recortadas y filosas”. Los caramelos de la escritora chilena, tan impecables como perturbadores, se incrustan como esquirlas en las certezas previas de los lectores. Ahí está la voz de “Primogénito”, angustiado por la depresión post parto de su madre y por la aparición de su hermanita, que quebró “el triángulo perfecto que teníamos con papá y mamá”. “Mamá, has dejado de quererme, reconócelo, se deja de querer despacito, de desilusión en desilusión, de tristeza en tristeza.” Ahí está, también, la voz de ese hombre convencido de que la pornografía salvará su matrimonio. “Hoy es viernes, viene la empleada. Hará la cama contando cuántas aureolas nuevas hay desde la última vez que cambió las sábanas. Confieso que me inhibe, a través del mapa de las sábanas descubrirá las huellas de nuestra pobre intimidad. ¿Cuántas aureolas hay? ¿Tres? ¿Cuatro? Una noche fueron dos veces. ¿La del sábado? Ya no me acuerdo, los días son iguales, las aureolas se expanden como remolinos.”
Jeftanovic –mitad croata, mitad serbia, y judía por la rama materna– evoca su pasado inmediato. La cadencia de su inconfundible acento chileno celebra “la crisis de los 30” que la llevó a frecuentar los talleres literarios de Antonio Skármeta y Diamela Eltit. Y a renunciar, después, a un “buen” trabajo que tenía como socióloga. “Me daba cuenta de que siempre me había gustado escribir, pero que estaba dejando como hobby lo que más quería hacer en esta vida”, recuerda la escritora y docente de la Universidad de Santiago, Chile, que viene acompañando las movilizaciones estudiantiles por la gratuidad de la educación. “No soy de las que planifican un libro, escribo bajo incertidumbre, tomo muchos apuntes y recién a la mitad del camino se me revela hacia dónde voy”, reconoce la autora de las novelas Escenario de guerra (2000) y Geografía de la lengua (2007) en la entrevista con Página/12. “Me gusta cuestionar y romper esos discursos normativos como que los niños son ‘intocables’. Lo más protegido, como el hogar, puede ser un lugar de mucha amenaza.”
–¿Por qué las voces narrativas son más bien impertérritas: no pontifican ni condenan?
–Prefiero contar la crudeza sin lástima, sin emociones “casi”. Intenté crear una sintaxis psíquica y emocional; y a veces ese relato está hecho de escenas crudas que prescinden de juicios morales, una sintaxis que registra esa delgada línea entre el eros y el tánatos, con imágenes bellas pero que golpean, frases reiterativas como el movimiento de una marea. El niño que se da cuenta de que la madre está viviendo una depresión post natal feroz siente que ese bebé arruinó la familia. El lugar común es que llega un bebé y trae la alegría al hogar. A mí me gusta, en cambio, ver el revés de esa trama. Un bebé es una alegría, pero en algunas circunstancias no. Hay gente que me dice “¡Ay, qué horror!” (risas). Pero no son relatos autobiográficos. La literatura es un espacio de libertad moral para indagar en la psiquis humana.
–En los cuentos, los cuerpos de los personajes tienen un protagonismo central; están siempre en un primer plano. ¿Las tramas empiezan por los cuerpos?
–Trabajo el cuerpo y el erotismo cruzándolos con la violencia y con un proyecto político, como hacía el Marqués de Sade. O sea que el escándalo es para llamar la atención porque el cuerpo es una plataforma de dominación que tiene incrustada la dialéctica del amo y el esclavo. El cuerpo es un lugar de dominación, de humillación del otro, hasta incluso de aniquilación, como lo trabajó Pasolini. Pero creo que parto antes del cuerpo. Quizás en el deseo, pero en un deseo errático, angustiado, por excesiva soledad y no por morbo, que no me interesa mucho. No debería haber libido en una pareja que se reencuentra a raíz del accidente grave de su hijo; entre una madre que pierde a una hija y la busca por todo Santiago; entre dos mujeres que descubren que comparten el hombre; en una niña que relata al terapeuta y al juez su pasado de abuso y rivalidad con su hermana; en unos vecinos que tienen un ritual erótico a la distancia, hasta que un día presencian un suicidio; en un hijo que se rebela al compromiso político de sus progenitores; en una hija que acompaña a su padre moribundo fumando marihuana en un hogar de ancianos y mirando las estrellas. A veces es la inminencia del peligro; otras, el abismo de la normalidad. Y siempre el cuerpo como escenario ineludible.
–No aceptes caramelos de extraños sale justo cuando el cuerpo de la sociedad chilena está convulsionado por el movimiento estudiantil. ¿Cómo está viviendo este momento político?
–El movimiento supera a las aulas; es algo ciudadano, transversal. Los chilenos nos estamos preguntando cómo hemos estado dormidos tanto tiempo, como si nos hubieran anestesiado bajo la lógica brusca de la dictadura del mercado. En estos meses en las marchas han entrado en contacto cuerpos extraños, y en una sociedad segregada como la chilena eso no es lo habitual. De algún modo, con este movimiento se ha reconstruido el tejido social destruido por la dictadura, un tejido de ciudadanos que quieren sentirse parte de una comunidad. El sistema neoliberal caló hondo en la sociedad chilena y ha impuesto un individualismo alienante, una sociedad de castas y, con justa razón, mucho resentimiento. Para mí ha sido esperanzador el apoyo transversal de esta causa. Si bien se han perdido varios meses de clases regulares, creo que hemos tenido una clase magistral de educación cívica y ética. Es muy interesante la actividad política y cultural que se ha dado en los campus en paro o en toma; los foros de discusión, las lecturas literarias, los conciertos de música. Y también ha sido una lección de humildad, en la que los políticos y ciudadanos adultos estamos aprendiendo de estos jóvenes.
–En esa clase magistral de educación cívica y ética sobresale Camila Vallejo, entre otros líderes.
–Es cierto, mención aparte merece este grupo de líderes, por su rigurosidad y ponderación, por su capacidad de trabajar en equipo y preocuparse de ser representativos, por su modo de desenvolverse en los medios y responder con agudeza y calma a los conductores políticos con experiencia que siempre pierden los estribos. Y, en especial, por su generosidad. Ellos no luchan por ellos, casi todos están a punto de egresar, sino que lo hacen por las generaciones futuras. Si logran lo que demandan, será un punto de inflexión en la historia del país.