Aquí es sin llorar
«No aceptes caramelos de extraños» Andrea Jeftanovic. Uqbar, 140 páginas
Carolina Andonie Dracos
La Panera N°24, enero de 2012
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Andrea Jeftanovic se ha posicionado en un espacio de excelencia crítica, académica y narrativa que ha llamado la atención en los circuitos extranjeros. De hecho, ya es común ver incluida en los cánones iberoamericanos su prosa rigurosa, dura, realista.
Nada raro entonces el éxito que ha obtenido su más reciente entrega, el conjunto de relatos «No aceptes caramelos de extraños» (Uqbar, 140 páginas), que desde el título introduce al lector en una zona oculta y alambrada, como la que trata de sortear la niña que aparece en la portada. No hay aquí un tono moral, aunque tampoco una postura inocente. El volumen abre con "Árbol genealógico", que expone sin censuras el tren de pensamientos de una quinceañera que convence a su padre de formar una familia endogámica, y así compartir la herencia genética mientras se dejan llevar por el deseo.
También está el ex matrimonio que se erotiza ante el horror de la
inminente muerte de su hijo, o el que recurre a internet cuando los cuerpos ya no cuentan por sí solos: "Mirándolo desde la distancia, mi tedio es igual; mi deseo de soledad, idéntico; mi ansia de silencio, la misma; quiero simultáneamente que me ames y no me ames. En nuestra habitación hay una falta de épica, un horizonte acotado. Se respira una quietud en el aire, una atmósfera de sala de espera".
Seres que rondan a media asta en el imaginario colectivo, cosas que se saben, pero no se dicen. Jeftanovic desadjetiva la realidad que, ya desprovista de todo juicio, se torna impúdica, cruda, demasiado nítida, como ocurre con la niña que relata a los expertos su pasado de abuso, o el hijo que ahoga a su hermana recién nacida para volver a la armonía del triángulo que formaba con sus padres.
También hay historias más irónicas, como la del niño que se rebela contra la inmadurez y el compromiso político de sus progenitores, aunque termina cometiendo los mismos errores. "¿Por qué sigo siendo un perro caliente? Pienso en la enorme necesidad de ser hijo antes de ser padre. Siento una gran arcada y no sé en qué ideología disfrazar mi desgano de ser padre".
Claro que aquí no cabe el voyeurismo sin consecuencias, porque lo que experimentamos con la lectura intimida, aturde, desestabiliza. Pienso en aquella madre que mantiene un ritual por si vuelve su hija perdida. O en la dupla amorosa que forman una mujer y la amante de su marido, al planear su venganza: "El amor es un verbo transitivo. Si la amas y yo te amo, debemos amarnos entre nosotras en algún punto, ¿no?".
El volumen cierra con uno de los relatos más bellos y conmovedores: una hija le roba una sonrisa a su padre moribundo en un hogar de ancianos, fumando marihuana y acompañándolo "hasta que se apaguen las estrellas". Hay ternura en medio de la indefensión, del rito de las cuidadoras, de la histeria de los paramédicos y las constantes hospitalizaciones. Hay seres -no casos- que se amalgaman airosos en medio de la desesperanza: "Mi padre con su conocimiento enciclopédico me corregía, yo siempre confundía los planetas con las estrellas, erraba la ubicación de las constelaciones, no distinguía la luz de los satélites del parpadeo de los aviones. Un mecanismo de corazón precario que se atrasaba constantemente uno o dos pasos en relación con la vida".