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Por qué leer a Andrea Jeftanovic
No aceptes caramelos de extraños. Andrea Jeftanovic.
Editorial Portaculturas. 2016
Por Cezary Novek
Publicado en http://www.lavoz.com.ar/ 5 de aeptiembre de 2016
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Nacida en 1970, en Chile, Andrea Jeftanovic hace en su literatura una prospección de los miedos, la sexualidad y los límites desde un lugar que a nadie le gustaría experimentar. La muerte de un hijo, el incesto, la pedofilia, los celos entre hermanos o el agotamiento de una pareja son algunos de los temas que, en sus manos, se convierten en una radiografía despiadada de cualquier sistema de relaciones.
Un ejemplo es su primera novela, Escenario de guerra, en la que una nena de 9 años relata su crecimiento como mujer en un contexto disfuncional y marcado por las secuelas de un conflicto bélico que aún no termina de diluirse. Geografía de la lengua, en cambio, cuenta la historia de Álex y Sara, dos pasajeros desconocidos, que traban relación en un avión el día del atentado a las torres gemelas. Tiene también un ensayo –de recomendación obligada por su originalidad y rigor– titulado Hablan los hijos, en el que recorre la figura de los niños en la literatura latinoamericana.
Llegué a ella por un cuento que circulaba por la web: "Árbol genealógico". Narra la historia de un hombre que fue abandonado por su mujer y tiene que hacer frente al acoso de su hija adolescente, quien tiene intención de fundar una nueva estirpe. Editado recientemente por el sello local Portaculturas, el libro No aceptes caramelos de extraños –del cual "Árbol genealógico" forma parte– es una colección de cuentos que indagan en las emociones más incómodas que puede sentir el alma humana.
Relato a relato, la autora muda de piel, de sexo y de voz, introduciéndonos directamente en los miedos de los protagonistas, haciéndonos partícipes y testigos de los extremos a los que se puede llevar la experimentación moral, narrados con un pulso que no admite titubeo. Es por esto que sus cuentos se pueden interpretar como una revisión crítica a las relaciones familiares, de pareja, y –especialmente– de los vínculos entre niños y adultos. Su prosa transmite una sensación de agua que apenas cubre el piso y que, frase a frase, crece en intensidad hasta convertirse en una marea de sentimientos encontrados que arrastra al lector hacia lugares inciertos. En la mayoría de los casos, el final es abrupto como el epílogo de un sueño vívido, sin perder jamás el tono perturbador e intimista.
Según Martín Kohan, es un libro que "no se puede leer de un tirón. Hay que detenerse a tomar aire cada tanto". A lo que habría que agregar que sus historias no se leen. Se viven.