“Averiguación del tiempo”
(Editorial Mosquito) de Fernando Quilodrán. Poesía, 71 páginas.
Por Alejandro Lavquén
Cuarto libro de poemas de Fernando Quilodrán, que además es autor de dos novelas y un libro de cuentos. No publicaba poesía desde 1993 y en general sus libros, en este género, han sido editados con varios años de distancia entre uno y otro. El libro comienza con un Arte poética para continuar con cuarenta y ocho poemas numerados bajo el nombre que da título al volumen. Finaliza con Otros poemas, sección que incluye cinco poemas, donde sobresale Cuarteto, un texto de buena factura que cuestiona el devenir del mundo y sus inconsistencias, tanto materiales como espirituales: “… los niños abandonados por la muerte en todas las calles del mundo/ sin sospechar su belleza ni pretensiones de altos seminarios piden/ “Por el amor de Dios”/ en las esquinas donde se junta un tiempo sucio/ los pobres del mundo piden./ A veces, por distracción del sistema trepan a la moneda breve/ que le asignan los Estados o la bondad tarifada de los domingos…”. Respecto al texto central, es parejo en su propuesta y denota el oficio de Fernando Quilodrán cuya estética dista de modas y se pronuncia, en este libro, por un particular estilo donde el lenguaje es quebrado de varias maneras. Llama la atención la construcción de ciertas oraciones –o versos-, muchos de ellos con un sentido de sentencia poética. En algunos versos da la impresión que faltara algo, tal vez alguna parte de la oración, pero no es así, se trata de los énfasis dentro de la construcción lingüística que desarrolla el autor. Ejemplos: “Sus silencios que no argumentes, no impertines, no cuelgues”; “Como si tuya la ausencia hubiera un tiempo sin belleza”, o “Sólo sabemos aguas rodando desde un siempre ya nunca”.
En cuanto a la temática, Averiguación del tiempo es un libro que evoca un pasado (o varios pasados) que no termina de irse, como una ola que va y viene sobre la arena, donde el alba es una especie de eje conductor, el constante renacer, quizá la gracia de sobrevivir un día más: “Oprime el caminante las últimas sombras con un temblor de rebaño extraviado/ Cuando se descubre incipiente en medio del alba” (…) “Ayer el alba vino a verme el tiempo./ Por allí van tus pasos de álamo reciente y tu porte temblando contra el muro”. Muchos elementos se van conjugando, la muerte, que aparece y desaparece a veces sin lograr su objetivo de matar. Todo se va mimetizando, el olvido, la búsqueda de un sitio sobre la tierra, el deseo de exhumar antiguos paisajes. En ese sentido podríamos decir que es un libro conmovedor, donde los fantasmas que encierra surgen reales y emotivos. Un texto que, en mi opinión, podría ser la clave del periplo del poeta, dentro del contexto general, es el siguiente: “Incesantes los días fracasaron en la miel de tus ojos, que si tú me miraras naufragaran las astucias del tiempo./ Cuando la sombra trae por espacio mudos rincones, párpados, alfombras que despreciara el sueño/ En el bosque discurren tu lluvia y mis palabras./ Nada más solo, nada, que la belleza muda./ Si escribo es por lamento”. Y si bien Quilodrán “escribe por lamento”, en buena hora que tenga de qué lamentarse, pues da vida a un libro que interpreta a un ser humano cualquiera dentro de una cotidianidad identificable con no pocos sujetos sociales de una época de colisiones y entreveros, que cada día menos permite la evocación franca de una humanidad nostálgica de un pasado tal vez más cordial y fraternal que nuestra actual convivencia, iniciada con un incierto tercer milenio. En el volumen hay pasajes de gran altura, versos e imágenes potentes, como en los poemas 12, 20, 21, 28, por dar algunos ejemplos. Buenos síntomas de una poesía “Para flotarnos en el río que se hunde tiempo”, como nos convoca Fernando Quilodrán.