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Los magnates de la prensa
(Editorial Debate). Nuevo libro de la periodista María Olivia Mönckeberg. Premio Nacional de Periodismo 2009

Por Alejandro Lavquén

 

Antes había publicado, entre otros títulos: El saqueo de los grupos económicos al Estado chileno (Ediciones B, 2001) y La privatización de las universidades. Una historia de dinero, poder e influencias (Copa Rota, 2005). El presente volumen, subtitulado “Concentración de los medios de comunicación en Chile”, da cuenta, fundamentalmente, de la realidad de la prensa en nuestro país y cómo los grupos económicos y personajes ligados a la dictadura (entre los que sobresalen Agustín Edwars y Álvaro Saieh), lograron controlar los medios de comunicación con evidentes objetivos de favorecer sus intereses políticos y económicos a través de la manipulación de la opinión pública.

Si la importancia de los medios de comunicación es trascendente en un mundo globalizado como el de hoy, más aún lo es su propiedad. Cuando ésta se concentra en unos pocos propietarios, de un mismo sesgo ideológico, la manipulación de la información se convierte prácticamente en un mal hábito. Y los efectos sobre quienes reciben el mensaje comunicacional tendencioso se hacen notar. La propiedad de los medios de comunicación, en el caso de nuestro país y de la prensa escrita, por ejemplo, se encuentra concentrada en dos consorcios, El Mercurio y Copesa, que en la práctica conforman un duopolio cuya influencia en la generación de corrientes de opinión a favor de los intereses de la oligarquía nacional es abrumador. Esto se explica muy bien en parte del prólogo del libro:

“El acceso social a la información, el rol fiscalizador de la prensa, la libertad de expresión y opinión de los ciudadanos se ven condicionados y amarrados a otros intereses. Y muchas veces ese público lector, auditor o telespectador no está siquiera consciente de lo que ocurre, porque los velos y cortinas de silencio que imponen los medios ocultan lo que sucede en “los Chile” fragmentados de hoy.

En la mayoría de los casos, los dueños de esos medios constituyen importantes grupos económicos entrelazados con otros de similar influencia y poder; a ellos se suman los “aviadores” que intervienen en publicidad en entidades afines a su modo de pensar.

Se levanta así un cerco de marcado corte ideológico-financiero que incomunica a los habitantes del país, cercenando las posibilidades de establecer un verdadero debate social sobre los asuntos y problemas que nos afectan a todos”.

Mönckeberg nos ilustra en muchas materias pertinentes al tema con rigor y antecedentes. Son once capítulos que se leen con fluidez, resultando muy ilustrativos en los aspectos que en ellos se desmenuzan. Encontramos, entre otros datos, antecedentes históricos referentes al desarrollo de la prensa en Chile y sus motivaciones originales desde la fundación de La Aurora de Chile por Fray camilo Henríquez, pasando revista a diarios como El Ferrocarril, La Unión de Valparaíso, El Diario Ilustrado, El Despertar de los Trabajadores, las medios durante la dictadura, etcétera.

Actualmente, en el caso de la prensa escrita, dos son los principales consorcios: El Mercurio, dirigido por Agustín Edwards Eastman, y Copesa, dueños de La Tercera , controlado por Álvaro Saieh Bendeck. En materia de crear corrientes de opinión, la iniciativa la lleva El Mercurio, desde donde su dueño Agustín Edwards Eastman impone su pensamiento, influyendo incluso en personas de ideología distinta a la suya, como ocurre con muchos miembros de la Concertación , por ejemplo, que participan en la entidad Paz Ciudadana, creada por Edwards. El carácter embaucador de El Mercurio es impresionante. Por otro lado, Agustín Edwards, y esto es importante no desecharlo, tiene un juicio pendiente con el país. Un juicio que incluya el delito de haber promovido la intervención de una nación extranjera en el derrocamiento de un presidente legítimamente elegido, acción que en cualquier lugar del mundo es juzgada como traición a la patria. Otro aspecto es el tema de los atropellos a los derechos humanos, donde Edwards y quienes fueron directores y colaboradores del matutino durante la dictadura, actuaron como encubridores. Los tentáculos del poderoso imperio periodístico de “don Agustín” son tenebrosos, y hoy le han permitido ser dueño de la inmensa mayoría de los diarios regionales, permitiéndole una influencia ideológica difícil de contrarrestar. En el plano económico, El Mercurio, en los años ochenta y a pesar de los miles dólares recibidos de la CIA para encabezar la sedición contra el gobierno de Salvador Allende en la década anterior, estuvo prácticamente quebrado debido a su alto endeudamiento. Pero fue salvado por la dictadura con dineros fiscales. Todo esto Mönckeberg lo demuestra con antecedentes concretos, serios e irrefutables. Hoy, paradójicamente, el decano recibe el mayor porcentaje del avisaje estatal. Mientras que las revistas y diarios que fueron voz de lucha contra la dictadura tuvieron que cerrar sus redacciones por falta de recursos. Es decir, los gobiernos de la Concertación , en vez de velar por que exista una prensa libre e independiente, se han empecinado en favorecer a la prensa que estuvo ligada a Pinochet y que hoy defiende su legado político y económico.

En cuanto Álvaro Saieh, es un hombre que hizo su fortuna al amparo del pinochetismo, y al igual que su par de El Mercurio, a través de La Tercera defiende los valores de la economía neoliberal y el legado político de la dictadura, a pesar de las pinceladas con que pretende mostrar una cara democrática, incorporando articulistas de “distintas” tendencias en sus páginas. Saieh poco a poco fue tejiendo sus nexos financieros hasta lograr un imperio económico considerable, logrando importantes inversiones en el área de las comunicaciones. Por ejemplo, en la adquisición de radios. También sus intereses apuntan a la televisión, pero no ha podido posesionarse en ese ámbito, aunque llegó a presidir el primer directorio de La Red. Un dato “curioso” es la relación que Saieh mantuvo como inversionista en medios que tras su llegada desparecieron. Es el caso del los diarios La Época y Diario Siete. Hoy, sus dardos estarían privilegiando al diario que posee la Universidad de Concepción llamado El Diario, y donde Saieh es asociado mediante un convenio con Copesa para la distribución. La universidad también es propietaria de La Discusión de Chillán y concesionaria de una señal de televisión y una radio. Lo peligroso es que gran parte de la deuda que mantiene la Universidad de Concepción es con Corpbanca, el banco de Álvaro Saieh.

Otros casos emblemáticos de magnates de las comunicaciones son el del fallecido Ricardo Claro y del candidato presidencial Sebastían Piñera, propietarios de los canales de televisón Megavisión y Chilevisión, respectivamente. En el caso del primero se mantiene la línea programática heredada de su fundador. Estos medios son utilizados para crear corrientes de opinión favorable a la derecha chilena, al empresariado y transnacionales. En general al sector privado. Los pocos programas que aparecen como amplios en sus contenidos y sin censura en la práctica no lo son. Los sistemas de entregar la información lo dejan de manifiesto. Respecto a sus propietarios, en el caso de Ricardo Claro fue un hombre temido dentro de la propia oligarquía nacional. Su poder era despótico y pechoño, ardiente de anticomunismo feroz. Piñera, por su lado, siempre ha sido un tipo cuestionado por sus negocios y la manera en que logró consolidarse como uno de los hombres más ricos de Chile.

El libro de María Olivia Mönckeberg nos releva estos y otros detalles de un imperio comunicacional repartido entre poderes económicos que se enseñorean en nuestro país, obteniendo jugosas ganancias y privilegios. También es interesante cómo se vinculan en las empresas de estos magnates nombres de personajes asociados a la dictadura, y que hoy pretenden aparecer como blancas palomas, con reconocidos nombres de la Concertación. Incluso con tipos que alguna vez llevaron el título de revolucionarios.

 

 

 

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