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CUANDO MÁS OSCURA ES LA NOCHE,
MÁS CERCANA ESTÁ EL ALBA

Por Juan Nicolás Padrón
La Habana
, Cuba. Octubre de 2009

 

Puede haber dos tipos de poemas: unos, los perfectos y acabados, los contenidos, equilibrados y correctos, casi siempre gélidos y tan virginales que pueden parecer artificiosos o artificiales; los otros suelen ser imperfectos y explícitos, siempre inacabados y directos, no se ocultan para blasfemar o ser “políticamente incorrectos”, echan espuma por la boca y fuego desde las entrañas, se arriesgan y vibran en las calles con la naturalidad de las voces de muchos silencios. En los primeros, los cuidados formales predominan; en los segundos, el temperamento decide. Si usted prefiere los primeros, no siga leyendo. Si gusta de la poesía “incontaminada”, le adelanto que el poeta y su obra tienen un compromiso verdadero y apasionado por los que luchan por la justicia social, así que le recomiendo detener definitivamente la lectura ahora mismo y quedarse tranquilo en casa revisando sus libros de tapas duras o contando sus dineros. Mas si usted está contagiado con el virus de los apasionados que sueñan y persisten en alcanzar una sociedad más inclusiva y mejor, de los que luchan contra la indiferencia y el egoísmo, de los que siguen peleando sin callarse la boca ante los desmanes de la barbarie, entonces póngase las botas y vamos a caminar juntos porque "a buen baso atraviesa la noche" para esperar el día con los ojos abiertos.

Alejandro Lavquén, autor de A buen paso atraviesa la noche (Mosquito Editores, 2009), mantiene en estos textos un mensaje prístino como agua de manantial y directo como bala de cañón, explica sus adeudos y rechazos en política y en estética, pone las cartas sobre la mesa sin esconderse tras disfraces ni amedrentarse, proclama guerras en tiempos en que casi nadie las declara aunque casi todos las hagan, se sitúa con lenguaje preciso y contundente bien lejos de cortesanos de espinazo feble, y se alinea junto a los sempiternos imperfectos lenguaraces, los bohemios desprotegidos de mesadas y prebendas; su vocación es la parcialidad porque sabe que el punto medio es también parcial; conoce las impurezas de la realidad y se “ensucia” con ellas porque ha visto a dónde han ido a parar los puros y los pulcros; está convencido de que es más importante sentirse poeta por vivir en la poesía, que vender palabras en la bolsa de la cultura, negociar versos, convertirse en un mercader de imágenes de moda para alcanzar un sitio entre las “autoridades” de las oficinas de Apolo. Está persuadido de que siempre el riesgo convive en la cotidianidad y que la creación artística va a continuar al margen de los doctores de las sinalefas y de los burócratas de los hemistiquios.

La poesía, como la pasión, ni se rinde ni se vende; no busca un puesto oficial ni seguro, ni aspira a instalarse en la Fama ; no concita un acuerdo con el Destino porque camina al son de la vida ni está al tanto de los precios de los temas y los lenguajes en el mercado mundial de la palabra, y la de Alejandro se concentra en lo que se habla en la calle más próxima, en el bar de la esquina, en cualquier muro marino frente al mar… Lo poético aquí huye de las instituciones con secretaria y fax para acertar en tabernas con chinche y chicha, con pobres diablos y diablos pobres de grandes razones y harapos, irradiando la luz de la pobreza. Lavquén encuentra sus versos en la orilla del mar o en la travesía de un pájaro, en un secreto frente a un crepúsculo o en las mañanas babilónicas de un pueblo azul. Naufragios y sombras que aguardan la música del mediodía, espacios infinitos o de enclaustramiento constituyen las citas para hallar la poesía, esa sustancia inasible que se desvanece al tocarla y se sabe intangible pero cercana, aparecida en la noche e indefinida en el amanecer, como si no se dejara ver, como si apenas pudiera definirse.

No se describe en estas páginas el paisaje si no están los seres humanos que lo hacen posible; el paisaje humano interesa más que cualquier otro. Historias de estudiantes, trasnochadas cantinas, crónicas de amores y desamores que alguna vez fueron pura vida aunque ahora los muertos sigan vigilando las calles que en otra ocasión resultaron refugio y escondite, ambientan el sustrato de un conocimiento que se reafirma y que no aparece en los libros de los doctores: Dioniso contra Aristóteles. Vivir a la intemperie para escribir con la gravitación del mar de Valparaíso encima; el milagro de la escritura emerge trenzado entre miradores y pelícanos, manos y besos, recuerdos y muertos, mendigos y alfombras, muertos y más muertos… La denuncia que se infiltra en estos paisajes urbanos y marinos vive latiendo desde una visible cicatriz todavía reciente, integrándose para la construcción del futuro, sin nombrar la causa de pasadas heridas, que de vez en cuando se abren mostrándose; no puede haber olvido porque nada  ha sido saldado ni reparado, y continúa pendiente una cuenta sin cobrar por los “indóciles”. Crepúsculo y alba acusan esos resultados: aún forman parte del paisaje los explotados que salen del trabajo y los hambrientos que piden limosnas.

La vuelta a los lugares que fueron de otra manera y ahora se deshacen en sombras, descubre en estos textos una silueta conocida que recuerda a la esperanza aunque no desaparezca como fantasma el fatídico 1973. Las bayonetas que una vez se volvieron contra el pelo largo ―el mismo que toda una generación de aquí y de allá quiso dejarse hasta la cintura― y las faldas cortas, vuelven amenazantes con sus filos; no es pasado pasado la brutalidad de quienes cumplieron órdenes y todavía se mantienen en sus cuarteles esperando las nuevas, quizás ahora vestidos de cuello duro; no es inútil entonces, ni arcaico, estar atentos a nuevas sacudidas; es traición el olvido y complicidad cualquier pacto. A pesar de la aflicción que recorre el cuaderno de Lavquén, nos alerta en su melancolía un anhelo en perspectiva creciente que no cesa; no es decadente su mensaje ni puede serlo porque en cada página se asoman ojos vigilantes y manos listas en un Valparaíso que ahora ha cumplido mayoría de edad y camina solo mirando atrás, para los lados, pero, sobre todo, hacia delante y hacia arriba. Puede haber lluvias y distancias, tormentas que desatan la ira por promesas incumplidas, nocturnidades de invierno y soledad, discrepancias y desencuentros ―dicen que donde hay dos chilenos, hay tres partidos políticos―, ausencias sin olvido, sortilegios que se enredan en el silencio, meditaciones y más soledades aun entre parejas, llovizna pertinaz y muertos, muchos muertos… Y como siempre hay poesía, la resurrección de luz propuesta en estos versos levita del extravío de las llamas que se van apagando y de las sombras que ya casi no se identifican.

En el horizonte, una guitarra espera para compartir un sueño en el oasis; la posibilidad de que a un canto nuevo siga a otro, late más ahora más fuerte aunque un hombre no tenga nada en sus bolsillos. Continúa siendo una dicha compartir la orilla del mar y comprobar que la luna siempre regresa a su sitio y que el sol en su travesía oculta viene llegando para regalarnos su luz sin exclusiones. El azul y la claridad parecen triunfar sobre el luto y las perversiones, y predomina en el poemario la confianza por la cosecha, a veces, con la inocencia de lo explícito, alertándola claramente para todos los ojos: “Pero al fondo de la luz,/ ―entre la oscuridad―/ todavía existen/ el agua y la semilla”. Pero cuidado con el tradicional exceso de entusiasmo de las izquierdas: los eclipses están programados, la luz puede evaporarse por momentos ante la salida de los gendarmes que siguen en los cuarteles esperando órdenes, los ojos asustados de los vampiros continúan mirando temblorosos por las altas ventanas de persianas entornadas. Ojo con el cielo gris y los demagogos de la oportunidad, con los cambiacasacas que salen con sus porras escondidas tras banderas rojas: ¡cuídate Chile, de tu propio Chile!

El poemario de Alejandro Lavquén plantea un juego entre luces y sombras, propone una vigilancia constante por la naturaleza de una claridad que llega con el alba, persiste en la denuncia directa de lo que para muchos ya resulta una evidencia inmoral, reitera los desmanes de una transición nocturna o de una concertación concertada que todavía cuesta vidas: los muertos y los muertos en vida. Estructurado en dos partes, “La edad bajo la lluvia” y “Esquinas de ciudad”, el texto advierte la entrada de la noche y su salida. El desespero del autor por la llegada de un radiante día no se disimula mientras el peso de septiembre convive en cada tragedia cotidiana: algunos se acomodan y se distancian, unos traicionan y pactan, otros siguen disimulando para dar un golpe particular en el negocio de la política… Con la aparición del sol, cada cual muestra su verdadera piel y solo quedan los que tienen luz propia; como ha escrito José Martí: “Nunca es más bella la luz que después de tenebrosa noche”; como ha cantado Silvio Rodríguez: “Quedamos los que puedan sonreír/ en medio de la muerte, en plena luz”.

Los textos recogidos aquí son versos de la vida que sangran y sueñan; poemas vitales que caminan por Valparaíso; poesía dinámica que avanza con las horas a favor del tiempo; poética del ser humano, la de un poeta frente al mar. La sed acumulada de justicia social pendiente, la angustia que provoca en el poeta y que hace temblar a cortesanos con una permanente espada de Damocles sobre sus cabezas, el ansia de que los muertos que pululan por la ciudad al fin descansen en paz, cobran en este poemario una dimensión que va más allá de la estética y de la política para adentrarse en una lucha ética diaria que debe predominar hoy entre los revolucionarios verdaderos de Nuestra América, independientemente de los partidos en que militen y de los estilos poéticos que abracen. A buen paso atraviesa la noche, de Alejandro Lavquén, es su obra de madurez y recuento, de recurrente rebeldía emocional y nostalgia constructiva, repasadora de pasados y simiente del sueño de unidad americana de los hoy Estados Des-unidos del Sur, como afirmara Francisco Bilbao; de pertinaz insistencia en la “necedad” de permanecer luchando por encima de distancias sospechosas, silencios cómplices y mediaciones traidoras, para consolidar una obra poética y de vida que nos alienta a continuar “hasta la victoria siempre”.

 

 

 

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