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TRES POETAS CHILENAS CONTEMPORÁNEAS

Isabel Gómez, Úrsula Starke, Amanda Durán
 
Por Alejandro Lavquén


 

En Chile, la poesía goza de buena salud, sin duda. La variedad de voces es amplia y estructuralmente múltiple. En estas líneas, me referiré a tres de ellas, Isabel Gómez, Úrsula Starke y Amanda Durán, que recientemente han publicado Dasein (Editorial Cuarto Propio), Ático (Editorial Cuarto Propio) y Ovulada (Mago Editores), respectivamente. El hecho de que las tres sean mujeres no se debe a un asunto de género. En lo personal, siempre me ha parecido impertinente eso de separar la poesía en de hombres y de mujeres, la poesía es poesía y punto, lo fundamental es que esté bien escrita, la estructura, el sexo o la edad es sólo algo circunstancial. Acerca de los tres volúmenes mencionados, considero que se encuentran entre los mejores libros de poesía que se han publicado en los últimos años. En mi percepción, lo que une a estas poetas, tiene que ver conque su manera de trabajar lo conceptual del lenguaje, no desplaza al sujeto social a un segundo o tercer plano, como suele ocurrir con muchos poetas que se extravían en los vericuetos del lenguaje por el lenguaje en busca del objetivo y razón de la poesía. 

Isabel Gómez (Curicó, 1959). Antes de Dasein, había publicado cinco libros muy parejos en su calidad expresiva. La característica principal de esta poeta es el manejo de la palabra y su manifestación, expresada en versos justos y precisos, en imágenes de gran belleza e intimidad. Isabel debe ser una de las poetas que mejor desarrolla su ser interior sin ser inalcanzable en la comprensión de sus versos. Sus metáforas son luz y sombra, tal cual lo es la vida cotidiana, y al llevar esto al poema, lo hace siempre manteniendo el nivel poético del lenguaje. En su primer libro, Un crudo paseo por la sonrisa (1986), emociona desde un principio con paisajes admirables: “Entonces, bajaré a la tierra/ para morir un instante/ cuando no exista nada más/ que nuestro otoño disidente/ y el sur me devuelva/ el único secreto/ que poseyeron mis manos”. O estos otros versos: “Yo que aprendí de la lluvia/ su madera impaciente,/ hoy sólo quiero nombrar/ aquello que emigró de los silencios”. Luego vinieron sus libros más maduros, en el sentido de asumir nuevas experiencias, donde el poema se sintetiza y abrevia. Isabel no es de versos largos o poemas muy extensos, la excepción es Boca pálida (2003), al que me referiré más adelante. En Pubisterio (1990), Versos de escalera (1994) y Perfil de muros (1989), los poemas son cortos y de carácter intimista y existencial, acompañados con matices de un erotismo muy sui géneris, sólo en Perfil de muros se rompe un poco este esquema, al introducir en algunos textos motivos de crítica social, que posteriormente en Dasein quedarán claramente de manifiesto. Respecto a Boca pálida, es un largo poema en homenaje a las mujeres detenidas desaparecidas, que mereció haber tenido mayor tribuna. Sin perder su estilo, Isabel Gómez se interna en uno de los hechos más dolorosos de nuestra historia: “He tendido mi imaginario sobre las piedras/ y ya no puedo regresar/ La inexacta luz de la verdad me devuelve/ tu violencia/ Tendré que proteger mis pasos/ para no caer/ He equivocado todas las palabras/ la complicidad del mundo/ deteriora aún más el silencio/ Madre/ simularé que vuelvo/ de tu cansada sangre/ al final de esta piel el miedo me sepulta/ me deja a orillas de tu voz/ en el rebrote de cualquier pereza/ Madre/ no dejes que arrastre más muerte a mi sombra/ Las voces envejecen sin escucharse/ las voces envejecen/ sin escucharse” (...) “Madre/ pon tus labios sobre mi corazón”. Versos sentidos y claros. Un grito de justicia y poesía, que quiebra la pasividad del olvido. Volviendo a Dasein, es un diálogo con la escritura y la locura de un mundo que se desmorona, pero que sienta sus esperanzas en ese mismo diálogo: “Me detengo en el absurdo de estos diálogos/ Creo reconocer los rostros/ que se alejan dentro de mí” (...) “Dejaré la locura en otros cuerpos/ Es probable que aparezcan mundos otra vez/ Es probable que aprenda a protegerlos sin huir”. Los textos, independiente de donde se comience a leer, mantienen una coherencia, una manifestación interna que los hace interactuar entre sí con mucha precisión; esto tiene cierta relación con la manera de titular los poemas, que son distintas combinaciones de las letras de la palabra que da título al libro. La poeta sostiene un periplo donde va encontrándose y desencontrándose a través de las palabras que dan forma a un discurso que dialoga con la violencia, la melancolía, las sombras y aquella “locura” que acecha como si fuera un designio inevitable: “Diré que no hubo escritura/ y que este día sólo fue una nueva sombra/ en los labios” (...) “Ah, libertad/ déjame el brillo indeleble de estos trajes/ Cubre mi piel de esta república sin memoria/ ni ataúd”. Isabel Gómez es, en  mi opinión, una de las poetas más sólidas de la actualidad. Tanto por la manera de asimilar las experiencias de escritura, como por el talento y responsabilidad con su trabajo.   

Úrsula Starke (San Bernardo, 1983). Publicó su primer libro, Obertura (2000), a los diecisiete años. En él, nos ofrece versos de gran nivel para un primer libro, escrito a tan temprana edad. Incluyendo dos poemas con méritos para ser parte de cualquier antología exigente, como son “El rojo atardecer de las vidas” y “El encuentro”, Los que me permito transcribir íntegros. Dice el primero: “Somos generación de almas sin vida./ Hijos no deseados/ De Dios./ Ni siquiera tuvimos olor a leche/ Nacimos siendo obreros/ Con el color del cansancio en la boca./ Pobres vástagos/ Buscando lo imbuscable./ Lo escondido en la escoria/ Del sentimiento paterno./ Porque hubo que ser padres,/ y tuvimos que ser hijos”. El segundo expresa:  “Me fui/ Pero no para siempre./ Volveremos a encontrarnos/ Un día oscuro, con niebla/ Entre cadáveres y ruinas./ Estaremos descalzos y fríos/ Viejos, solos/ Cubiertos de tierra/ Nos encontraremos.../ No me reconocerás/ Estaremos  desechos y podridos/ Te acordarás de los días que pasaste conmigo/ Y te arrepentirás de no haber sido feliz”. Úrsula es una poeta muy especial dentro de su generación, alejada del ruido de las luces y los círculos literarios, ha desarrollado su trabajo desde la soledad e intimidad consigo misma. Más una experiencia que ha ido creciendo de manera no siempre pareja, pero que ella ha sabido equilibrar con voluntad y superación. Poeta de lecturas varias e inteligencia atenta, que asume su condición de manera crítica y abierta a los nuevos conocimientos, sin el prejuicio que marca a ciertos poetas de su edad. En cuanto a Ático, diría que marca una cumbre en su poesía, alimentada por un estilo y un mundo interior abrumado por conflictos existenciales, pero superados a través de la poesía. Ático comienza en las penumbras, y de alguna manera abre una ventana por donde la luz sustrae a la poeta hacia un nuevo mundo. Es un libro que se sufre y disfruta a la vez. Escrito con  una prosa poética que demuestra un esclarecido estilo literario. La poeta se aferra a su oficio sin medias luces ni medias sombras, sabe que en la escritura está la salvación, la sobrevivencia a sus desdichas en un mundo que la oprime en sus afanes: “cuando ustedes claman la vecindad solar y emprenden la temática sondable de su/ victoria, tipeo la vieja máquina de coser, la fe de erratas inconclusa, donde escribo a mi/ estilo la mortal ceremonia de mi pena”. Allí se manifiesta “el asombro cósmico de la niña que escribe mosaicos incomprensibles, que agita la bandera/ colorida cuando camina hacia el ático”, lugar que pasa a ser el refugio de sus plegarias, quizá un placebo que no es otra cosa que la poesía en toda su dimensión del dolor, arrojada sobre la hoja en blanco. El comienzo de Úrsula no ha sido fácil, pero ya las puertas se han abierto de par en par. Y sin dudarlo, me atrevo a decir que es una de las poetas más notables que ha surgido en los últimos años.

Amanda Durán (Santiago, 1982). A los doce años publica su primer libro Zona Primavera (1994), con un prólogo-poema de Nicanor Parra y firmado por su nombre civil, Daniela Pizarro Durán. Obviamente un libro de niñez, pero que ya marcaba la tendencia de esta poeta a los desafíos literarios de manera decidida. Le expresa Parra: “Ya verás ya verás/ Imposible vivir sin poesía/ Sin poesía nos volvemos locos/ Sin poesía no se entiende nada”, lo que a estas alturas de su vida la poeta ha asumido a plenitud. Por su parte, Mauricio Redolés, afirma que ella: “puede danzar con las palabras”. En aquel primer libro, Amanda Durán ya demuestra parte de su talento, se anuncia aquella luz que se apronta a extender sus rayos, un ejemplo son estos versos: “Son las 11:30 de la ¡noche!/ lo que ha pasado hoy es tanto/ que tal vez sobre.../ pero, al grano”. Insinuante texto para haber sido escrito a los once años. Otro verso que llama la atención es uno donde manifiesta su temprano despertar social: “La pobreza aquí en mi pueblo/ crece otra vez/ Será por cosas como esa/ que yo hablaré”. Y lo ha hecho, además en la práctica, participando y rechazando la pasividad frente a la injusticia y los atropellos. Aparte de Ovulada, del que ya hablaré, Amanda tiene acumulados gran cantidad de poemas donde el factor social es poderoso en su relación con el mundo que la rodea, incluso cuando el tema principal es el amor, el desgarro, la soledad o la melancolía. Un ejemplo: “Con la tarde al hombro/ hoy vuela una mosca/ trae la pobreza como propaganda/ como reina” (...) “La mosca volará otras tardes/ el niño mamará sangre de mis pechos,/ un viejo se derrumbará en tus manos,/ el cortejo avanza”. O estos versos: “El niño dibuja flores con sangre de sus dedos/ Irak… está en el otro mapa/ la casa, la cerca, los alambres de púa/ en el río pintado un pato muerto/ de hambre/ de hambre/ el niño también muerto”. En otros textos, Amanda insinúa el estilo que empleará en Ovulada, donde los versos e imágenes son fuertes, provocadores, profanos tal vez: “De virgen pura y santa a la ramera hundida/ la diosa que de altares es negada con sentencia/ de niña inocente a la cualquiera,/ escondida en el puente, debajo del río/ de bolsillos repletos a hambruna exigente/ mendiguera de besos/ poco honrados/ poco besos,/ maquillaje y cama/ boca desdichada”. En su Ovulada, la poeta entrega un texto conmovedor y audaz. De una intencionalidad poética que sorprende en muchos de los parajes que nos ofrece. El texto, está marcado por el dolor y sangra constantemente, desde el inicio, como un diluvio de conflictos no resueltos: “La niña que no soy/ que nunca amó a su padre/ y finge/ gemidos falsos/ y falsos/ a ras de hambre/ o muerte”. (...) “Construí un muro con los restos de mis hermanos/ oriné en la primera piedra/ para que no se sintieran solos”. Ovulada es un fárrago de analogías y símbolos que asombran por las rasgaduras internas que se reflejan en la conciencia e inconsciente del hablante poético, así como por el buen manejo del lenguaje y el trabajo de las imágenes. Amanda, es una poeta de asombros permanentes, una estrella no fugaz.




 

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