La poesía y el crítico
Por Alejandro Lavquén
Artículo publicado el 05/10/2009
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Ignacio Valente, sacerdote, poeta y crítico literario de El Mercurio, aprovechando el comentario que hace del libro Canciones oficiales (Ediciones U. Diego Portales) del poeta José Ángel Cuevas, cuela la siguiente frase: “Cuevas es uno de los pocos poetas chilenos que, después de Zurita, Hahn y Maquieira, pueden ser leídos con interés (consuelo de tontos: la escasez de vates nuevos desde 1960 o 70 en adelante es un fenómeno casi mundial; no estamos en ningún siglo de oro)”.
Afirmaciones como éstas son las que pervierten, en el público lector, cualquier imaginario sobre la poesía chilena actual, incluso sobre poesía de otras naciones, pues Valente universaliza su razonamiento acerca de “la escasez de vates nuevos”, entiéndase mayores, que es “casi mundial”. Antes de continuar, valga una aclaración: nuestra intención, en este artículo, no es centrarnos en el libro de Pepe Cuevas, sino que en Valente, el crítico literario.
Ignacio Valente, tras el golpe militar de 1973, hegemonizó la crítica literaria a través de El Mercurio, el diario de mayor circulación e influencia en Chile. Lo mismo había hecho el crítico literario Alone, durante décadas, en La Nación y posteriormente en El Mercurio. Esto significó que dictaran e impusieran un canon literario a su amaño, desde donde levantaban o dejaban caer a los escritores. Y aunque debemos reconocer que toda crítica de arte no es neutral, no por eso tenemos que dejar de exigir que sea verdadera. Entendiendo por verdadero la no distorsión antojadiza de cuestiones concretas y demostrables, en este caso respecto a publicaciones literarias de calidad, sostenidas o desarrolladas en el tiempo y que para Valente no existen. Salvo dos o tres cosas donde seguramente ha percibido que mete la cola el espíritu santo o cree descubrir algún indicio de novedad ontológica evangelizadora.
El juicio de Valente, que citamos al comienzo, es sin duda un sofisma, una sentencia artificiosa y ajena a la realidad. En Chile y en el mundo, durante los años referidos por él como estériles de genio, sí se han escrito libros con excelentes poemas. No es culpa nuestra que Valente los desconozca en su inmensa mayoría. Y si bien podría usarse como excusa la falta de difusión de los libros de poemas, lo más probable es que a Valente no le interese -y nunca le haya interesado- indagar prolijamente en qué se ha escrito “desde 1960 o 70 en adelante” y qué se escribe hoy.
Preguntas: ¿Cuál es la ideología desde donde ejerce la crítica Ignacio Valente? ¿A quiénes van dirigidos sus comentarios? Respuestas: Valente realiza sus críticas desde la ideología del poder, con conceptos metafísicos y estéticos que pretenden elevar a la categoría de evangelios ciertas obras literarias que seguramente considera de interés académico y buen gusto social. Por otro lado, no escapa al síndrome de la comparación aldeana: “no estamos en ningún siglo de oro”, refiriéndose obviamente al Siglo de Oro español. Afirmación colonial y pelucona ¿Por qué tener que comparar siempre con los acontecimientos, literarios en este caso, de los países conquistadores? ¿Acaso la poesía llegó a América con Colón? Por supuesto que no, existe una poesía precolombina, desde Alaska a Tierra del Fuego, riquísima en imágenes y valores, así como existió y existe en los pueblos africanos, árabes, de Asia y Oceanía. Estas poéticas jamás serán tomadas como referencia por críticos como Valente, pues sus expresiones van dirigidas a las clases dominantes: oligárquicas, siúticas y esnobistas que se deslumbran cuando oyen hablar a críticos y académicos de los poetas elegidos de los dioses. Lamentablemente, otro tanto ocurre en la comunidad literaria, donde muchísimos de los poetas más recientes se tragan los voladores de luces, en su forma de estereotipos poéticos, como si fueran hamburguesas del MacDonald’s.
En el caso del libro de Cuevas, Valente lo alaba y lo golpea, pero más lo golpea, pues reconociendo méritos en el autor su ideología reaccionaria lo incita a golpearlo, comparándolo tácitamente con próceres literario anteriores, a los que Cuevas nunca podría alcanzar y menos superar. Es ése el mensaje subliminal de Valente. Pero tales próceres literarios han sido erigidos como próceres sólo gracias a la manipulación académica que dicta los cánones, obviamente con la complicidad de críticos del estilo de Ignacio Valente o Harold Blum (entre los extranjeros). No me cabe duda que en Chile tenemos, actualmente, poetas tan significativos como los próceres. La mala poesía que existe, porque es cierto que la hay, se debe justamente a las patrañas que han divulgado críticos como Valente y Blum, pues cantidad de poetas no inteligentes y educados en la desmemoria y vanidad, sólo ansían parecerse, aunque sea en un poro, a los vates impuestos por la crítica, sobre todo europeos. Es decir, parecerse en la manera de escribir a poetas pertenecientes a la cultura de los países conquistadores. Pero el producto final sólo resulta un pastiche burdo.
En el caso de Chile, la crítica ha tratado de imponer como referentes canónigos a Neruda, Parra, Rojas, Martínez, Lira, Teillier y Lihn, principalmente. Pues bien, podría nombrar una docena de poetas nacidos después del cincuenta y cinco que no les van en zaga a éstos. Ni en Chile, ni en el mundo, existen los poetas canónigos, sólo existen los buenos o los malos poetas. Y los nombres recién citados son eso: buenos poetas, tal como los tantos que hoy existen, sobre el planeta Tierra, sin necesidad de estar encasillados en Siglos de Oro, Generaciones Pop o Pap, Novisisísimas y tantos inventos más que andan circulando por ahí como una religión de la cual todos –lectores y escritores- deben ser acólitos.