"En testimonio, no es suficiente una sola voz"
Antoine Loysel.- Institutes Coustumières, 1607)
Un aire mortífero apareció en un lugar de China y se extendió lenta y progresivamente por el mundo. La realidad inmediata con sus diversas ocupaciones retardó nuestra percepción del carácter planetario de lo que ocurría hasta que los medios informativos empezaron a dar nombres y cifras. La muerte se hizo real. Resurgieron las visiones descarnadas de epidemias de otros tiempos. El gótico medieval y el modernismo de nuestro tiempo se juntaron formando una extraña realidad. Luis Sepúlveda, escritor chileno conocido y estimado fue invitado a un Festival Literario en Póvoa de Varzim, Portugal. La sala iluminada y llena de gente, en la misma tarima otros hombres y mujeres de letras, conversaciones sobre literatura, sobre la gente. Sepúlveda conocía esto y estaba a gusto, era una de sus vidas después de tantas otras. ¿En qué momento la muerte penetró en él?, ¿al conversar con el escritor que estaba a su lado?, o ¿al firmar un libro a un lector que se le acercó?
Algo nuevo apareció en nuestro mundo: el contagio. Seis días después de salir del Festival Luis Sepúlveda fue internado en un hospital de Asturias y falleció el 16 de abril. Los que lo conocían, sus lectores, lo sentimos sinceramente, porque sus libros llevaban a la reflexión y al entretenimiento.
En Paris, el año comenzó sin que el virus se manifestara en forma ostentosa por medio de los Medias. Iba avanzando solapadamente, mientras que la vida seguía y sobre todo seguían las huelgas generales contra el Proyecto de Reforma de Jubilación del gobierno. Lo que más perturbaba era la huelga de transportes. Me sucedió una verdadera odisea para ir al Grand Palais a ver la exposición sobre H. Toulouse Lautrec. En tiempos normales, desde mi domicilio de Clichy hasta la exposición habría echado media hora. Pero la huelga quiso que el trayecto en dos buses más veinte minutos de caminata por los Campos Elíseos significara hora y media de obstinado desplazamiento. ¡Yo quería darme ese gusto y lo logré! No sabía entonces que un problema de transporte no era nada con lo que el año nos traería más tarde.
Febrero, en la ciudad de la torre Eiffel, es un mes de cielos grises alternado con claros luminosos. Un día de sol, a comienzos del mes, asistí en Châtelet a una jornada de actos culturales en homenaje a Chile. Allá me hablaron por primera vez de los jóvenes que habían caído a la cárcel por haber manifestado en el estallido social que comenzó el 18 de octubre. Un mes antes, en septiembre 2019 yo había visitado a mi familia, en Santiago, después de cinco años de ausencia. Al amparo del cálido ambiente familiar, en barrios acomodados de la ciudad, no escuché el fragor de la tormenta que estallaría semanas después. El mismo ambiente de revuelta existía en Argelia, en Hong Kong, en países del Cercano Oriente, devastado por la guerra en Siria y las migraciones masivas.
El virus, que ya estaba en Francia, dio a la vida normal una corta prórroga y el Salón Le Magreb –Orient des Livres pudo todavía abrir sus puertas en febrero. Me encuentro con amigos, firmo mi último libro editado por Marsa y afronto una lluvia torrencial al regresar a casa. Era la última actividad a la que asistiría este año. Ya al mes siguiente es anulado el Salón del Libro de París, al igual que las fiestas y actos por el Día de la Mujer trabajadora. Seguirán anulaciones de festivales en cascada. Las empresas cerraron, el comercio cerró. Las escuelas, colegios, liceos, universidades continuaron con la educación a distancia. Mucha gente pasó a teletrabajo en sus domicilios y muchos otros quedaron sin trabajo o quedaron en casa con sueldo parcial, pagado por el gobierno.
Una increíble realidad había caído sobre el país. Mientras los hospitales estaban saturados de enfermos del coronavirus, las calles quedaron vacías y el silencio permitió escuchar el trinar de los pájaros que de repente se encontraron dueños del espacio, en una extraña primavera que llegaba calladamente.
En años anteriores, la llegada del buen tiempo lanzaba a miles de personas a descansar en los céspedes de los numerosos parques de Paris. Después de los meses invernales era un bienestar infinito sentir el aire suave sobre nuestro rostro, nuestros brazos, nuestro cuerpo entero. Pero en la primavera de 2020 los parques fueron cerrados por la existencia del covid 19.
El confinamiento fue resistencia. Fue también hervidero de sensaciones, encuentro consigo mismo. Calma, disciplina, espera. Cierto que para algunos, encerrados en espacios reducidos, fue un período desesperante y violento. En todo caso, para gran parte del planeta, la llegada del virus significó miseria, desamparo. La felicidad desapareció del paisaje.
Con poca vida social y casi ninguna vida familiar, en mi encierro solitario busqué saber cómo se encontraban mis amigos lejanos, aquellos que están en otros lugares de la tierra.
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Santiago de Chile durante la cuarentena
En Chile, el 18 de marzo fue declarado el estado de excepción lo que trajo por consecuencias el cierre de fronteras aéreas, terrestres y marítimas y un toque de queda nocturno. Se declaró cuarentena total en varias comunas. Desde mayo, las personas mayores de 75 años no podían salir de sus casas y esta prohibición se levantó sólo el día 25 de julio. Se decretó que en esa cuarentena los mayores “no deben salir de sus domicilios, tienen que ser asistidos, deben llevarles el alimento”. A partir del 25 de julio podían salir en días y horarios determinados entre las fases 1 y 4 del plan Paso a Paso de la cuarentena de las comunas.
Pregunté a mi amiga Sara que cómo estaba.
A Sara la conocía desde nuestros años de estudio en el Pedagógico, o sea, hace un largo tiempo. Era una joven bonita, judía de origen ruso. Diversos hechos de su vida desviaron su destino, pero mantuvo su carácter dinámico y al quedar sola tras la muerte de sus padres y sus hermanos no se dejó abatir por la soledad. Cantaba en un coro y asistía a talleres literarios u otras actividades artísticas. Cada vez que yo volvía al país, era una alegría para nosotras reencontrarnos y salir a pasear por las cercanías de la montaña o bien ir a ver una obra de teatro. O simplemente nos quedábamos en su departamento a tomar una tacita de té y conversar, ¡había tantas cosas que contarse!
La respuesta de Sara tardó en llegar.
Querida amiga, Aquí el frío es grande, se me congelan hasta los pensamientos y no dan ganas de nada. Yo estoy bien, hace tres meses que no salgo del departamento, me entretengo en lo que puedo, estoy releyendo libros de mi biblioteca, estoy terminando uno muy bueno de Isabel Allende “La Isla bajo el Mar”, trata sobre la esclavitud en Haití”.
El paso del tiempo y el coronavirus habían recluido a mi amiga entre las paredes de su casa.
La mayoría de los gobernantes del mundo reaccionaron tarde y luego decretaron la cuarentena, el confinamiento. Con el virus no sólo llegó el encierro obligado, sino algo que todos los humanos conocemos y que es parte de nuestra psicología: el miedo. De pronto nuestro cuerpo se convirtió en un frágil receptáculo de males ignorados, invisibles, pero bien presentes que podían significarnos sufrimiento y quizás, la muerte. La angustia mayor era el desconcierto, no saber qué era esa hecatombe que había caído sobre el planeta. El respeto a las consignas gubernamentales tranquilizaba, pero para muchos el miedo era más concreto: se temía perder el trabajo, se temía que la empresa quebrara. A muchos, el covid 19 los hizo caer en la pobreza, la pérdida de pegas de subsistencia llevó a otros a la miseria.
Quise saber de Silvia, con la que me escribía a menudo desde que conocí el problema de los jóvenes prisioneros de la Revuelta de octubre 2019. Ella me informaba de las acciones, en Santiago, en favor de estos prisioneros.
Silvia y mi sobrino Nahuel eran una pareja de jóvenes dinámicos que buscaban realizar su vida en los sombríos tiempos de la dictadura de Pinochet. Un día, un acceso de desesperación llevó a Nahuel a terminar con su existencia, la que hubiera podido ser brillante dado que era inteligente y de gran sensibilidad poética.
Silvia siguió sola su camino sin perder contacto con algunas personas de su familia política. Ahora me cuenta.
El gobierno esperaba que se produjera la “inmunidad de rebaño”, teoría desmentida después por comunidades científicas. En lo personal, decreté que yo era sujeto de cuidado, por hipertensión y edad. Vivo sola y logré sobrepasar mis propias expectativas, saliendo a comprar provisiones 8 veces en 8 meses.
Por razones desconocidas, dos de mis cinco gatitas enfermaron y fallecieron en ese mismo período. La última vez tuve que dar la orden de sacrificar a una de ellas y salí de la Clínica veterinaria en pleno toque de queda, llorando como magdalena, y lo peor, no había pedido permiso a los pacos…me salvé de irme presa.
Por su parte, Ariel me informa:
La pandemia es un fenómeno biológico resultado de la acción depredadora del hombre que ha devenido en un cambio climático acelerado. Los virus no son otra cosa que enlaces proteicos, en el caso del Covid 19, provisto de una envoltura lipídica sin vida propia y que sin embargo ha puesto de rodillas a nuestro mundo. De ciencia ficción sin duda. Hemos vivido la cuarentena, Katy y yo, muy jubilados y por lo tanto en una suerte de cuarentena desde hace ya un par de años. Hemos leído muchísimas horas. Por lo tanto, al cabo de esta cuarentena y muy aislados, curiosamente, nos hemos puesto más universales. Katy debe ser una de las personas mejor informadas en muchas millas a la redonda. Sabemos de todo y casi conocemos al dedillo lo que ocurre en Europa, EEUU (casi demasiado y como nunca), menos de América Latina y sí mucho de la Argentina vecina.
El gobierno lo hizo bien en cuanto a preparar la atención terciaria, hospitales y UTI, respiradores, etc. Pero lo hizo pésimo en cuanto a la prevención. ¿Por qué? Simple…marginó de la gran batalla la Atención Primaria que es la que está en manos de los Municipios -por razones políticas- y con eso se farreó el trabajo profesional de 70000 funcionarios de la Salud Municipalizada. Por lo tanto, muy mal en detección de contagios, trazabilidad, y aislamiento. Resultado, hoy estamos en casi 560.000 contagios y unos 18 000 fallecidos. Mucho para un país de 17 millones de habitantes. Desde hace un mes a esta fecha, 09/11/2020 la cosa ha mejorado y recién el día lunes próximo pasamos a fase 1 en nuestra comuna de Tomé, es decir, cuarentena total solo sábados y domingos. Aprovecharé para efectuar (retomar) mis caminatas diarias por la gran costanera de Dichato. Bello paisaje.
El confinamiento en los distintos países y la disminución industrial fue benéfico para el planeta desde el punto de vista del clima. La polución y la emisión de gases de efecto invernadero bajaron, permitiendo a nuestro planeta respirar mejor, tener sus aguas más transparentes y las ciudades menos asfixiadas por el aire gris de la polución. Además, no hay que olvidar lo que dicen los científicos, algo que todos sabemos por nuestra propia experiencia: nuestra salud depende del buen estado del clima.
Vivir confinados también hizo bien a mucha gente que hicieron una pausa en el ritmo febril de sus actividades o disminuyeron sus desplazamientos al quedarse trabajando en casa. O tuvieron más tiempo para leer. O para reflexionar sobre su camino vital recorrido hasta entonces.
Me vuelvo a mi amigo Ariel a quien conocí en Argel. Después del golpe de estado de Pinochet, y de trabajar unos años en Cuba, llegó a Argelia y unos meses después llegaron su esposa Katy y sus tres hijos. Cuando ocurrió el fatídico 11 de septiembre de 1973, yo vivía en Argel desde hacía algunos años y en la ciudad era la única chilena junto al personal diplomático de la embajada. El exilio trajo a cientos de chilenos a Argel y ellos trajeron a la ciudad un pedacito de Chile. Ariel era médico cirujano y trabajó en la Clínica de Glicinas, que pertenecía a la Seguridad Nacional. En esta clínica, en un momento dado, todo su personal médico era chileno.
Ariel regresó a Chile del exilio en 1987 y años más tarde será Alcalde de Concepción. Lo volví a ver junto a su esposa, cuando volvió a Argel, en calidad de Embajador de Chile en Argelia, en 2001
Siento que, a mis ya largos 82 años, he y hemos vivido con Katy tantas cosas que resumirlas me resulta un tanto abismante. No es poco haber tenido la oportunidad de vivir los apasionantes mil días de Allende en una situación de protagonismo al lado del personaje y haber vivido la tragedia final de manera tan intensa y peligrosa; tampoco es poco haber participado directamente en el plebiscito del 88 y el restablecimiento de la democracia y luego en la larga transición que, a mi juicio, comenzó a morir sólo el 25 de octubre 2020 (plebiscito para cambiar la constitución heredada de la dictadura de Pinochet por una nueva) y que espero enterraremos definitivamente en abril de 2021. El estallido social de octubre 2019 es, sin duda, la expresión del descontento social más importante de la historia de Chile; exilio, terremotos reiterados -uno en Argel- Trump en su victoria y su derrota, etc. ¿No es poco, verdad?
La revuelta social de octubre, con millones de personas llenando las plazas y calles principales de las grandes ciudades chilenas fue la explosión de un descontento general del pueblo chileno frente a la vida sin perspectivas de mejoría y sin dignidad que el sistema neoliberal del gobierno imponía.
Silvia cuenta:
La pandemia le vino bien al gobierno, cortó de plano el crecimiento de las protestas, pero la gente, todas y todos, seguimos unidos por redes sociales, desapareciendo eso sí, la calle como centro de disputa. Mucha gente ha muerto. Entre mi gente, familia, amigos y conocidos nadie por el Covid. Sí me desestabilizó y tuve mucha pena por la muerte de mi tía Alicia.
Ariel continúa:
Bueno, absolutamente todo ha sido trastocado por la agresión viral. La gran marea social que partió el 18 de octubre 2019 y se prolongó hasta enero-febrero 2020 decayó hasta casi desaparecer hoy. En Chile existe lo que se pudiera denominar un vacío político con el gobierno y las fuerzas políticas que le sustentan vagando a la deriva. La oposición, en situación muy parecida y sin visos claros de llegar a la unidad para enfrentar la elección de la Asamblea Constitucional que se efectuará en abril 2021. Triste, sin duda.
Sin embargo y lejos, lo más destacable en este año 2020 fue el resultado del Plebiscito del 25 de octubre en el cual la participación fue la más alta lograda en elección alguna en nuestra historia. Sin embargo, quizás sí por la pandemia, pero también por el escepticismo, esta participación estuvo solo un poco por encima del 50%. Contradictorio si tomamos en cuenta las enormes manifestaciones de masa del año anterior. Lograr que el 80% de los votantes votara por una Nueva Constitución no es menor. Políticamente es el hecho político más relevante de este año y sin duda también de la historia de nuestro país.
El gobierno chileno, ignorando la indigencia en la que vive gran parte de la población y encarcelando a un número elevado de jóvenes participantes en la Revuelta de octubre, sigue su programa de combatir al virus y controlar las cuarentenas.
La vida no es igual para todos en un año que ha sido una hecatombe para muchos, irreal para otros; portador de sufrimientos para unos, de calma para otros. Y para todos, una experiencia inédita de la cual nos pasaríamos con gusto.
Silvia continúa:
Todo el período me sirvió mucho para apreciar el valor de la tranquilidad y calma. Siempre he tenido (y, ay, tengo ahora) mucha actividad. Y la sensación culposa de no estar haciendo algo, cuando eso sucedía. ¡Lo superé! Puedo descansar sin tanta culpa.
Mi trabajo me ha permitido hacerlo desde la casa, además. En vez de ir a la consulta a encontrarme con mis pacientes, ahora los atiendo en línea. No es lo mejor, aunque como hecho positivo, tengo una persona de Temuco y tuve otra de Talca, que han podido tener acceso a terapia, cuando en este país la salud mental no es considerada…
También por esta posición de psicóloga, me he dado cuenta de la ansiedad y la angustia aumentadas en la gente, la duda acerca de cómo seguir y el miedo a salir afuera, después del encierro.
¿Qué fue para Silvia la cuarentena de 2020?
Para mí, la cuarentena fue un buen paréntesis obligado en la vida rutinaria de siempre. Claro, tengo privilegios que la mayoría del país no tiene. Un espacio (amplio para mí sola, decente para una familia), estabilidad en mis ingresos, aunque no sean muy altos. Muchos libros (de verdad, me gusta mucho leer, aunque he leído harto menos de lo que imaginé). Música y gatos. Amigas y algunos pocos amigos, con los que a veces hablábamos por video llamada. Daba y doy las gracias diariamente por esto, cuando en el país hay tanta gente sobreviviendo a través de alimentación por ollas comunes. En el grupo de Asamblea adonde participo hemos aportado dinero a la manutención de estas ollas comunes.
En este tiempo murió mi tía Alicia. Tenía 99 años y en enero 2021 cumpliría 100. El dolor se suaviza un poco cuando la edad es tanta… estaba en un hogar de ancianos y no murió por el virus. Por suerte pude ir al velatorio de la iglesia y al día siguiente a su funeral. Fuimos diez personas, máximo permitido, y había colas de autos en la entrada del Cementerio General, que nos hacían ver lo grave de la situación. Esos funerales permitían a dos o tres deudos “acompañar” el último viaje. Fue grande la pena, la quise mucho, ella “ahuecó el ala”, como gallina clueca conmigo cuando murió mi mamá de una manera repentina y muy dolorosa. En fin, la vida. Mi abuela Sofía decía siempre cuando alguien moría: “Eso, es sólo un adelanto en el camino, mijita. Sólo eso”.
Este período, que esperamos no se repita más, por lo menos en un corto plazo, fue muy intenso. Nos hemos sentido frágiles, vulnerables. El recuerdo más terrible que tengo, fue un día, cerca del inicio de la cuarentena, que me quedé sin pan y tuve que salir a las tres de la tarde por el barrio. Fue tan impresionante, ver y escuchar la ciudad sin autos, sin gente, las casas cerradas, y escuchar pasar sirenas de ambulancias…me trasladé a alguna película que alguna vez vi, eso no aparecía real. La impresión fue muy fuerte.
Me recuerdo de la tía Alicia. Un día asistí, con otras personas de mi familia, a una fiesta que daban Nahuel y Silvia en una vieja casona de la calle Pedro León Ugalde. Nahuel hacía de dueño de casa, con una sonrisa que iluminaba su hermoso rostro y Silvia y la tía Alicia servían bocaditos y licores a los invitados que llenábamos la salita. Había música, gente, alegría. Es un flash que guarda mi memoria.
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Conocí a Maurice en China adonde un grupo de personas de diversos países llegamos a trabajar al Instituto de Lenguas Extranjeras de Shanghaï. Era al comienzo de las clases, en septiembre de 1964. Pronto los colegas de español y francés empezamos a conocernos mejor, porque nuestros departamentos estaban en el mismo pabellón, en el Instituto, y además vivíamos en el mismo piso 11 del Hotel Shanghaï.
Se formó, pues, dentro del conjunto de “amigos extranjeros” que se dispersaban por la mañana a enseñar el inglés, árabe, alguna lengua asiática o africana, un grupo más cerrado que enseñaba el francés y el español.
Álvaro y Jimena Pacheco, junto a sus padres, habían salido de Chile para conocer in situ la experiencia de China. Con esta familia chilena tuve estrechos lazos de amistad, sentimiento que se mantuvo a lo largo del tiempo y su recuerdo sobrevive al desaparecimiento paulatino de tres de ellos. Con los colombianos Alberto y María Emma nos perdimos de vista después que la Revolución Cultural hizo cerrar las puertas del Instituto y tuvimos que salir del país. Entre los profesores de francés, mencionaré a Eric y Micheline que, al igual que Maurice, venían de la Suiza romande.
Excepto los padres de la familia Pacheco, todos éramos jóvenes y a la alegría de vivir propia de nuestra edad, se agregaba un sincero deseo de comprender nuestro tiempo y conocer mejor la República Popular de China que hacía sólo quince años había empezado a caminar hacia su destino de gran potencia mundial. Por el momento vivíamos en un país encerrado en sí mismo que tenía como aliado a la Unión Soviética y que buscaba el desarrollo económico bajo la dirección autoritaria del partido comunista.
Al hablar del Hotel Shanghaï, o Shanghaï Ta Cha no se trata de pintar a través de los personajes la sociedad del mundo, como en la novela homónima de Vicki Baum, sino de contar lo que nosotros vinimos a buscar en China, en esos momentos históricos. En el sudeste asiático, la guerra se encarnizaba en Vietnam con los bombardeos masivos y a napalm que Estados Unidos lanzaba contra los combatientes que se defendían del invasor. La revolución cubana, que estaba aún en estado de gracia, tenía cinco años y Argelia era independiente desde hacía solo dos años. Eran los años sesenta, década de descolonización y cambios sociales a nivel mundial.
Maurice era afable, tranquilo, culto. Con mi marido teníamos gusto en conversar con él y esta amistad se acentuó cuando mi prima Gloria, que llegó al año siguiente a enseñar la lengua a la Escuela anexa al Instituto, formó pareja con él y esta relación terminó en matrimonio.
Gloria y Mauricio vivirán en Santiago de Chile hasta que la represión del golpe de estado de Pinochet los haga salir precipitadamente del país.
Suiza llegó a ocupar el segundo lugar en contagios per cápita a mediados de 2020
En los últimos días de febrero reservé un hotel en Suiza Oriental para nuestra habitual pequeña semana de esquí, Yveline y yo. Al llegar a nuestro hotel de Celerina, tuvimos las primeras informaciones sobre la epidemia de coronavirus en Italia. Sin embargo, no hubo ninguna inquietud, todos pensaban que era una pequeña gripe, y que iba a pasar como llegó, en pocos días. Nadie tomó la más mínima precaución y tanto los restaurantes como los museos y los remontes mecánicos funcionaron como de costumbre con mucha gente en las filas y sobre las canchas y también en todos los restaurantes.
Durante los primeros días de marzo se supo que la enfermedad llegó a Suiza, primero en el Ticino un cantón fronterizo con Italia, y después en todo el país. Las autoridades recomendaron una disminución de los contactos y un confinamiento voluntario de las personas con riesgos, las de más de 65 años. Con mi amiga Yveline, teníamos proyectado un viaje de 4 días a Alemania y habíamos comprado los pasajes del tren cuando nos informaron que las fronteras se cerraban y que no se podía viajar fuera de Suiza. La Compañía de los Ferrocarriles reembolsó todos los pasajes que no se podían usar. Es en ese momento que me di cuenta de la gravedad de la epidemia que iba a afectarme en mi vida cotidiana. El Consejero Federal responsable de la salud, Alain Berset intervino varias veces en la televisión para dar órdenes y recomendaciones con el afán de disminuir el número de infectados: Cierre de las escuelas, de la mayoría de las empresas, de los museos, de los cines, de los restaurantes, restricciones en los transportes públicos con supresión de trenes y buses, y casi obligación de quedarse en casa para toda la población.
En el Club Alpino del cual soy miembro activo, propuse al presidente de consultar los 5 médicos de la sección de la Chaux-de-Fonds, para tener su opinión sobre la oportunidad de mantener o no nuestra asamblea general del 20 de marzo. El veredicto unánime fue: Anular no solo la asamblea sino todas las actividades previstas.
Espontáneamente mi vecino, un amigo médico jubilado y una pareja de ex colegas, me propusieron hacer las compras de alimentos para mí. Aproveché poco estas ofertas ya que tenía ganas de salir de mi departamento y las compras eran oportunidades.
Sin embargo, el tiempo era bonito, la primavera agradable y como otros "viejitos" empezamos a transgredir las recomendaciones del gobierno. Yo vivo en la Chaux-de-Fonds, una pequeña ciudad del Jura suizo, muy cerca de la frontera con Francia. Mi piso se encuentra cerquita de la salida de la ciudad en dirección al país vecino distante de 5 kilómetros. La frontera natural es el río Doubs, un lugar que se puede recorrer sobre algunos senderos poco conocidos, donde no se encuentra a nadie. Tomando mi auto llegaba a proximidad de tales caminitos y, las primeras veces anduve solo, descubriendo lugares que no conocía. Poco después, llame a Anita y a Yveline (las dos amigas con las cuales hago frecuentemente excursiones en el Jura y en los Alpes) para proponerles que me acompañaran. Anita me dijo que ya estaba haciendo lo mismo y que podríamos encontrarnos en lugares donde se dejaran los autos (cada uno el suyo). Hicimos un primer paseo juntos que nos encantó. Repetimos la experiencia unas veces y rápidamente decidimos tomar un solo coche, yendo cada vez un poco más lejos. Fueron unas semanas magníficas, con descubrimientos de lugares bonitos muy cerca de nuestra ciudad. Era simple: ¡Consultaba los mapas geográficos detallados de la región (sobre todo algunos viejos que tengo casi de recuerdo de mi padre) para ubicar itinerarios olvidados de los Oficio Cantonal del Turismo! Y hay muchos. A veces se pierden en la vegetación que los recubre, pero con un poco de sentido de la orientación, siempre se llega al lugar proyectado, incluso si se debe "perder tiempo" en buscar donde pasar, trepar pendiente sin huella, o dar vueltecitas para evitar unos acantilados. Las veces que nos cruzábamos con otros caminantes, después de los tradicionales saludos de los alpinistas de Suiza, casi siempre las gentes se paraban un rato para intercambiar sobre la necesidad de salir para mantenerse en buena salud física y síquica, para decir el placer de estar afuera e informar mutuamente sobre caminos y lugares "perdidos" pero bonitos.
Un día de abril Yveline me propuso un picnic en un lugar que conocía, no muy lejos de su casa. Me dio cita a orilla de un bosque, a 1200 m de altura, "donde el diablo perdió el poncho". Sacó de su auto una mesita, dos sillas de tela y un rico almuerzo frío. Yo tenía una botella de vino… Lo pasamos muy bien. El tiempo era muy agradable y nos quedamos mucho rato al sol conversando, y observando un zorro que, buscando no sé qué, cruzó el prado a poca distancia de nosotros. Y poco después vimos un par de corzos que se quedaron comiendo las primeras plantitas de la primavera.
En resumen, este periodo de confinamiento resultó para mí, y para mis amigas Yveline y Anita un período de bellas excursiones en nuestra región con visitas a lugares naturales que no conocíamos y con gran placer de hacerlo a veces solo pero más bien agradablemente acompañado.
Además, cada vez que anduve acompañado, fueron momentos en los cuales olvidaba un poco a mi hijo, sus problemas cada vez más graves, sus exigencias, sus dependencias y su perpetua necesidad de dinero. Soy consciente que me manipula, pero no sé cómo salir de esta situación. Y al admirar la naturaleza, me permite escapar unos momentos a esa situación que me agobia. Otro bemol: Soy viudo desde el otoño pasado y cada vez, abriendo la puerta de mi casa, me viene tristeza y nostalgia en darme cuenta que estoy solo y que no tengo a mi querida Gloria para contarle lo bonito que vivo. Este periodo se extendió aproximadamente entre el 16 de marzo y el 11 de mayo, pero desde el 16 de abril ciertas restricciones fueron paulatinamente atenuadas.
El mundo sufre de una catástrofe general y las autoridades de cada país aplican restricciones para afrontar el peligro. En Chile, el 15 de mayo se impuso la cuarentena total para los mayores de 75 años (inclusive). El ministro de la salud explica que esto se debe a “la alta tasa de contagio y letalidad que proviene de la tercera edad”. Más adelante dice “Estas personas no deben salir de sus domicilios, tienen que ser asistidas, deben llevarles el alimento” con el objetivo de evitar hospitalizaciones y fallecimientos.
Imponer un encierro en función de la edad me pareció brutal. Un mayor ¿no puede ir a hacer sus compras y hacer su comida sin estar a expensas de nadie? Las atestaciones de desplazamiento que muchas veces tuve que llenar para salir, en Clichy, eran para todo el mundo, sin indicaciones de edad. Es decir, que una persona mayor beneficia del mismo tiempo que los demás para salir a hacer sus compras, o sus consultas médicas, o alguna actividad administrativa, o simplemente para hacer “una actividad física individual”.
¿Qué hubiera hecho Maurice, en su ciudad del Jura suizo, si hubiera estado obligado de aceptar la ayuda de sus amigos, encerrado en su departamento, sin realizar todas esas excursiones magníficas que le eran tan preciosas para su salud física y mental?
La ayuda de la familia, de los amigos y vecinos se agradece. Pero, infantilizar, con medidas restrictivas a las personas que han llegado a una etapa de la vida sin perder sus facultades productivas, artísticas, científicas o simplemente intelectuales es mostrar que en Chile no existe el respeto a las personas mayores. ¿Lo reconocen los chilenos? No lo creo cuando es común insultar a un conductor de cabeza blanca por el solo hecho de conducir lento en una hora de tráfico intenso.
A partir de julio tuvimos la impresión de que la pandemia se estaba alejando y que podíamos volver a las actividades normales ya que además, las autoridades sanitarias, levantaron casi todas las medidas anti Covid-19. Lamenté haber postergado de un año la semana de excursiones en Italia del Norte que había organizado en el seno del Club Alpino. Y decidí remplazarla por 3 días de excursiones en lugares poco conocidos del Valais en los valles despoblados de la orilla derecha del Rhône. Recorrimos dos "bisses" es decir antiguos canales de irrigación construidos entre los glaciares y los campos cultivados, pasando frecuentemente por lugares espectaculares a orilla de paredes rocosas, franqueando gargantas abruptas o progresando a través de pequeños túneles donde uno tiene que agacharse para pasar… Y empezamos a ir a los museos, a tomar aperitivos en las terrazas de los restaurantes, a pasear en las ciudades, a tomar trenes o buses, a invitar en casa, etc. Y eso no solamente en Suiza sino también en la Francia vecina.
Durante la última semana de setiembre, mi hermana que vive en Inglaterra decidió por fin venir a verme… Fui a buscarla al aeropuerto de Ginebra y viajamos a la Forclaz, un pueblecito del Val d'Hérens en los Alpes, para pasar unos días en un departamento que nos prestaba una pareja amiga. En el cantón del Valais tuvimos la impresión de que la epidemia se había acabado. Visitamos tres museos, la fundación Gianada en Martigny donde se exhibe la magnífica colección de pintores suizos perteneciendo al industrial y antiguo Consejero federal Christophe Blocher, y en Sion el museo histórico regional en el lindo castillo medieval de esa ciudad así como el curioso museo instalado en la antigua cárcel donde se puede ver una exposición sobre las colecciones privadas de objetos de todas clases, bases sobre las cuales se edificaron los museos modernos y una museografía dinámica. Fuimos a restaurantes donde nos sirvieron sin máscaras y donde las mesas estaban muy cerca una de la otra, y sobre todo hicimos dos grandes excursiones sobre caminitos que habíamos recorrido cuando, siendo niños, hacíamos vacaciones en la misma aldea, con nuestros padres. Aprovechamos estos últimos días de "libertad" antes de la segunda ola de coronavirus que nos hubiese impedido encontrarnos y hacer lo que realizamos con un gran placer.
El relato de Maurice nos muestra la necesidad que tenemos los seres humanos de vivir en fusión con la naturaleza. Tener un contacto físico con ella, un contacto de nuestro cuerpo con la tierra que abunda en riqueza de vida. Cuando en las grandes ciudades, la gente va a los parques en un día asoleado es porque hace falta esa relación íntima, que nos viene desde los orígenes de nuestra especie, entre nuestro entorno natural y nosotros mismos.
Algunas notas tomadas por Maurice el 7 de noviembre 2020:
De vuelta de un paseo en el campo cruzo la ciudad en auto siguiendo la Gran avenida Léopold-Robert a las 20 horas. Me llama la atención los hechos siguientes: Hay muy poca gente en las calles. Las luces de las vitrinas de las tiendas están apagadas en su mayoría. Todos los restaurantes y sus terrazas están cerrados. Delante de la Grande Fontaine ya instalaron el tradicional pino de Navidad desnudo, sin las luces que sólo se encienden en diciembre. ¡Tengo la impresión de estar a las cuatro de la madrugada! 8 de noviembre: 16horas. Pasando por le Locle observo algunos “viejitos” sentados de a dos sobre los bancos públicos de la Plaza de la Alcaldía, todos con gruesos abrigos de invierno, bajo el pálido sol de noviembre en vez de estar tomando onces o el aperitivo en los restaurantes del sector, todos cerrados a causa del coronavirus... ¡Me da un golpecito de tristeza! 19 de diciembre.- Una palabra más, estamos a las puertas de Navidad. Las decoraciones llenan calles y tiendas. En Suiza Romande casi todo está abierto, en Suiza Alemánica el confinamiento es severo. Era a la inversa hace apenas dos semanas. Tengo la impresión que nuestras autoridades no saben de qué pie bailar, el de la ciencia o el de la economía…nadan entre dos aguas y entonces dictan reglas diferentes de un cantón a otro, que cambian sin parar y que terminan por molestar a todo el mundo.
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Después de la independencia de Argelia, en 1962, la Sección de Español del Instituto de Lenguas Extranjeras de Argel continuó con el sistema francés de Certificados, con una profesora francesa a la cabeza y unos pocos profesores franceses y extranjeros. Argelia tenía la gran tarea de formar la juventud argelina a todas las profesiones y cargos dejados vacantes por el gran éxodo francés. La reforma universitaria de 1970 cambió el sistema de estudios y en pocos años el alumnado fue mayoritariamente argelino. Entre mis estudiantes de la década de los setenta Souad se destacó por su inteligencia y personalidad. Después de obtener su licencia de español en Argel, partió a estudiar a Madrid y a su regreso fue profesora en la Universidad de Argel desde 1982 hasta 1993.
Fue en estos años que vi a menudo a Souad, sobre todo en las Peñas que los exiliados chilenos realizaban en la sede del Buró de la Resistencia Antifascista Chilena. Muchos argelinos que fraternizaban con la situación de los exiliados se acercaban al Buró a escuchar música y poemas y a comer empanadas y tomar una copa de vino. Souad formaba parte de estas personas, además, era traductora en el Buró.
Hoy día vive en Madrid junto a Redouane, su marido. Escritora y traductora, ha publicado en España relatos y estudios sobre poesía oral femenina en Argelia e igualmente textos literarios y cuentos en revistas españolas y argelinas.
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Madrid vacío durante la cuarentena
En muchas ocasiones la vida cotidiana ha sido bruscamente golpeada por alguna catástrofe natural. Terremotos, inundaciones, erosión de terrenos o inmensas explosiones han caído sobre multitudes inadvertidas causando espanto, muerte y dolor. La humanidad ha vivido esto muchas veces en su historia.
Yo viví en mi juventud el terremoto de 1960, el de las provincias del sur de Chile. La Escuela de Teatro, donde estudiaba, perdió su local y del hermoso Teatro de Concepción no quedó más que la fachada. Como Escuela quedamos en la calle y yo tuve que mudarme de domicilio y de ciudad. Sin embargo, después de unas semanas la vida comenzó a organizarse otra vez dejando atrás las pérdidas y adoptando los cambios.
Pero este virus de la pandemia cayó sobre nosotros sin advertir y sin ganas de partir. Mucha cotidianidad se rompió y las autoridades no podían asegurarnos cuando recomenzaría nuestra vida. Después del miedo surgió la inseguridad y luego la cólera y la rebeldía.
Souad expresa todas estas reacciones del espíritu.
En diciembre de 2019 empecé a hacer proyectos para 2020. Había planeado muchas actividades y escapadas. La primera de todas consistía en un viaje a Nueva York para visitar a mi hijo que lleva ahora seis años viviendo y trabajando en esa ciudad. Compré con bastante antelación mi billete de avión para que me saliera más barato. Efectivamente, conseguí uno por un buen precio en un vuelo directo desde Madrid. En diciembre de 2019 empecé a hacer proyectos, para la última semana de mayo. Me hacía mucha ilusión visitar a mi hijo que no había vuelto a ver desde el verano de 2018...
Dentro de mis planes figuraba también la presentación de mis libros en el Instituto Cervantes de Argel. Era una asignatura pendiente que no pude concretar y, por fin, tras barajar varias fechas con la responsable de actividades culturales, optamos por el 16 de septiembre de 2020.
Mientras agendaba otros planes, el nuevo año nos sorprendió con una remota información sobre una especie de virus que había empezado a infectar a una parte de la población en China. Al igual que mucha gente, no le di demasiada importancia ya que todos los inviernos comienzan con catarros, gripes... así queun virus más no supondría mayor peligro, además estaba segura de que no tendría efecto en nosotros, en Europa y África, por la distancia que nos separa del país asiático.
Sin embargo, el virus se mostraba cada vez más virulento y nos interesamos por el efecto que producía en la ciudad de Wuhan, compadeciendo a sus habitantes porque nos creíamos inmunes, sin percatarnos de las consecuencias de la globalización que nos une a todos, sobre todo en lo malo. Y fue lo que sucedió. Los proyectos a nivel nacional comenzaron a reducirse poco a poco. Fueron anulándose uno tras otros importantes eventos internacionales, pese a la insistencia de sus organizadores de que no serían afectados por el virus y que su cancelación supondría una pérdida de oportunidades y muchos daños económicos que resultaría muy difícil, incluso imposible de compensar. Pero el virus no parecía tan inofensivo como se creía al principio y fue convirtiéndose en epidemia, luego en pandemia, extendiendo sus tentáculos por el mundo entero.
¿Qué hacer ante ese monstruo que no temía nada ni a nadie? Evitarlo. Esquivar sus golpes. Rehuir de él. Escapar. Esconderse. ¿Dónde? En casa. ¿Cómo? Encerrándose. No salir a la calle. No reunirse con nadie. ¿Confinarse? ¡Sí! ¿Durante cuánto tiempo? ¡Dos semanas! ¡No, cuatro..., dos meses, tres meses...! Y la palabra confinamiento, que apenas utilizábamos antes, se introdujo en nuestro vocabulario. Se instaló en nuestro día a día e invadió nuestra mente hasta la saturación, conviviendo con unos términos que recuerdan los tiempos de guerra u otro inventados. Fue así como nos familiarizamos con palabras como estado de alarma, desconfinamiento, desescalada, toque de queda, cierre perimetral, perimetrar o desperimetrar, cuarentena. Y estuvimos detenidos, aprisionados, apresados, recluidos en nuestras propias casas durante más de cuarenta días, mucho más, muchísimo más. Nos convertimos en nuestros propios carceleros, vigilando nuestros gestos, imponiéndonos cadenas e impidiéndonos cualquier movimiento hacia la puerta para... no salir... o salir de puntillas para ir a comprar, casi a escondidas de manera que nadie pudiera contar las veces que hemos ido al súper del barrio, o los metros que hemos andado de más para visitar el otro súper, pretextando no haber encontrado en el primero papel higiénico u otro producto de extrema necesidad. ¡Con mascarilla, por favor!, ¿También en el coche?, ¡Sí!, ¿Incluso si estoy con mi marido?, ¡Mascarilla hemos dicho!, Pero si es mi... ¡Multa!
¡No! No quiero pagar multas. No soporto la mascarilla. No puedo salir. No debo salir. Me quedo en casa. Veo la tele. Escucho a los políticos que dictan cada día nuevas consignas y a los profesionales que dan instrucciones contradictorias. Me marea la prensa que no para de asustarme con las noticias que divulga minuto a minuto por internet. Contabilizo a los contagiados y me escandaliza el número galopante de muertos.
Trabajo desde mi salón. Me comunico con mi jefe por el móvil y le envío todo lo que me manda por e-mail. Tengo suerte porque conservo mi trabajo y sufro por las personas que han perdido el suyo. Las “colas del hambre”, como las llaman los medios de comunicación, van engrosando el número de parados que recuerda el de la crisis de 2008. El virus se colocala corona y se proclama rey de la pobreza y del dolor.
Cuento los pasos que hago a diario en mi diminuto piso. Me asomo al balcón cada vez que puedo, no sin preguntarme antes si debo o no ponerme la mascarilla, por si me pilla desde fuera la policía. Espero las ocho de la tarde para sumarme a los aplausos al personal sanitario que se sacrifica toreando al virus sin saber muy bien por dónde cogerlo. Me pregunto cuánto tiempo durarán los aplausos, estando convencida de que no son más que una muestra de solidaridad transitoria con unas personas que saben que lo peor está por venir, porque han aprendido a conocer al virus, al ver cuántos estragos causa todos los días y al quedar ellos mismos atrapados entre sus garras.
Escapo del encierro gracias a los libros que me ayudan a evadirme. Me salva por fin de mi reclusión la hora de paseo que me otorga el gobierno y que no me pierdo por nada del mundo. Es entonces cuando me doy cuenta del verdadero papel de la mirada. Detecto en los ojos de las personas con las que me cruzo por el camino un destello de felicidad. Les hago un guiño para manifestarles mi complicidad. Tapada la boca, solo hablan los ojos. Expresan la alegría de salir al mundo y la pena de volver al encierro.
La situación en la que nos ha sumido el virus me obliga a suspender mi ansiado viaje a Nueva York. No sé cuándo podré ver a mi hijo. En cuanto a mis libros, ya no me importa aplazar indefinidamente su presentación. La nueva ola de la pandemia no augura ninguna mejora y el nuevo confinamiento, aunque menos severo porque se ha decidido priorizar la economía, me impide hacer más planes porque nada confirma que no nos arrastrarán otras olas.
Detecto en los ojos de las personas con las que me cruzo por el camino un destello de felicidad. Les hago un guiño para manifestarles mi complicidad. Tapada la boca, solo hablan los ojos. Expresan la alegría de salir al mundo y la pena de volver al encierro.
La situación en la que nos ha sumido el virus me obliga a suspender mi ansiado viaje a Nueva York. No sé cuándo podré ver a mi hijo. En cuanto a mis libros, ya no me importa aplazar indefinidamente su presentación. La nueva ola de la pandemia no augura ninguna mejora y el nuevo confinamiento, aunque menos severo porque se ha decidido priorizar la economía, me impide hacer más planes porque nada confirma que no nos arrastrarán otras olas.
El texto de Marie expresa la cólera total, el “grito de espanto”:
El Covid 19 causa muchas víctimas, es verdad, aunque el hambre por todo el mundo, la malaria, la miseria y las guerras causan aún mucho más y desde hace tiempo en la indiferencia general o casi…
Nos han transmitido el virus del miedo, nos causan miedo cada día, cada minuto, nos infantilizan, nos culpabilizan, nos controlan, nos reprimen, nos impiden de circular libremente, ¡nos acusan! Nos dicen que no nos toquemos, que no nos acerquemos los unos a los otros. Nos dicen que nuestros hijos y nietos no pueden expresarnos su amor con gestos de ternura y así es como penetran en nuestra intimidad más fundamental.
Dejaron morir a miles de personas encerradas solas en su habitación, sin asistencia y privados de piedad, entre horribles sufrimientos de angustia. Metieron sus cuerpos en cobertizos refrigerados y los enterraron como a perros (tal vez los perros están mejor tratados que la gente en este período…)
¡En mí, todo eso resuena con espanto!
Yo sabía que nuestro nivel de humanidad había bajado considerablemente en estos últimos años. Sobre todo porque nos impusieron aceptar el tratamiento indigno que se ha hecho a los emigrantes en nuestro suelo: el hambre, el frío, la calle, la suciedad, las violencias, las tiendas destrozadas por la policía, los campos de internamiento, los muertos ahogados en el mar. Mandaron a esos pobres humanos perseguidos y errantes hacia países sin fe ni ley, países crueles, verdugos y esclavistas para que se ocuparan de ellos. Y se encerraron detrás de muros con alambres en un rechazo frío de toda mano tendida, de todo recibimiento decente, de toda solución humana…
¡En mí, todo eso grita de espanto!
Se ha hecho llevar mascarillas durante horas a niños pequeños. Los niños ya no ven la sonrisa de sus nodrizas, ni de sus maestras de párvulos o de la escuela ni de las tías de la cantina… ya sólo ven humanos sin rostro por todas partes…o bien las pantallas… ¡ah, sí, hablemos de las pantallas! Esta realidad que invade nuestras vidas desde los primeros pasos del recién nacido. Mundo virtual, cretinismo de los espíritus por el flujo de imágenes impuestas por los algoritmos inventados por los que quieren poseer nuestras almas a un coste de millares de dólares.
Tener bajo su puño nuestros menores deseos, nuestros desplazamientos y pronto nuestros menores pensamientos…2020, este “annus horribilis” vio levantarse de manera indecente el volumen de negocios de nueve ceros de esas sociedades mortíferas de la manipulación de masas. Teletrabajo, tele enseñanza, teleconferencias, telemedicina, tele vigilancia, tele pago, robotización, domotización…la vida por poder.
¡En mí, eso grita de espanto cada vez más y más fuerte!
(traducido del francés por Adriana Lassel)
La rebeldía de Souad y Marie es un eco de la rebelión general que se ha dejado oír desde antes de la pandemia. El mundo va mal y este virus no ha hecho más que hundir el sufrimiento. Sin que vivan en el mismo país ni se conozcan personalmente, sus voces expresan iguales sentimientos: rechazo al tratamiento a los inmigrantes, compasión por los enfermos que murieron en soledad, juicio comparativo sobre nuestro propio confinamiento y la situación de miseria de otros lugares o el encierro obligado de la población de Gaza. Cierto que Souad aprecia los avances de la tecnología.
Y, por cierto, el amor de ambas por el libro.
Escuchemos otra vez a Souad:
Con el paso de los meses he ido cobrando serenidad y la palabra confinamiento se ha banalizado tanto que se ha despojado de su primer significado... Ahora me río de mi propio confinamiento cuando pienso en cuántas mujeres se quedan encerradas en su casa. No porque se les ha atascado la cerradura o se les ha extraviado la llave de la puerta, no. Se quedan entre cuatro paredes porque son esposadas por un marido que les prohíbe salir o asomarse a la calle. También me río de mí misma porque sé que unos pueblos enteros viven desde hace años confinados en su propio país rodeado de altas verjas o alambradas, como les ocurre a los habitantes de Gaza cercada, cerrada al mundo por unas fronteras infranqueables que les han sido impuestas... Me río de mi confortable confinamiento cuando recuerdo a los refugiados sin refugio que recorren los pasillos de su prisión a cielo abierto, en busca de algún techo de lona que los proteja de las lluvias y la nieve del invierno y del calvario canicular del verano, como esos miles de hombres, mujeres y niños que huyeron de las guerras para verse atrapados en la isla de Lesbos... Lloro por los jóvenes de África, los llamados inmigrantes ilegales, que han cruzado los mares en su ansia de libertad y acaban prisioneros en unos centros de internamiento en Europa, a la espera de ser deportados. Me entristece pensar en los centenares de enfermos que han sido rehenes de un virus, ajenos a la vida y esperando la muerte, una muerte que se los lleva en la soledad más absoluta sin nadie que les abrace o rece por ellos. Sí, lloro cuando pienso en el confinamiento de todos ellos y me río del mío propio.
Pero, ante esta herida abierta, me rebelo cuando observo cómo gobiernos de varios países aprovechan el pretexto de la pandemia para desoír las protestas y reivindicaciones de sus pueblos. No entiendo que los políticos se acusen mutuamente y se lancen a unas carreras en sentido contrario o se dirijan ciegamente hacia callejones sin salida que no hacen más que colapsar la lógica y la sensatez. Me choca ver a los jueces sustituirse a los médicos a la hora de tomar decisiones de ámbito sanitario. Me enfado cuando los hospitales anulan las citas de sus enfermos para dedicarse únicamente a los contagiados del virus y me enfurece saber que en muchas partes del mundo se atiende a los enfermos en tiendas de campaña, que faltan camas UCI o que la gente cae muerta en la calle. No sé por qué las administraciones públicas limitan sus prestaciones rechazando expedir algunos documentos porque consideran que no son urgentes. Me deprime el cierre continuo de los pequeños comercios. Me duele el hambre de la gente que se ha quedado sin trabajo y me aflige la tristeza de los que se encuentran sin el ingreso mínimo y sin ERTE. Me ofuscan los que llaman al ataque a los que vienen de fuera buscando una vida mejor. Reacciono contra las políticas del doble rasero, esas que deciden quién puede curarse y quién va a morir... y me pregunto, en mi arrebato y profunda confusión, hasta cuándo vamos a seguir así y cómo saldremos de ésta... Lo único que me consuela y reconforta es que, a pesar de este aislamiento al que hemos sido y seguimos sometidos a nivel mundial, hemos permanecido en contacto virtual con nuestros seres queridos más alejados y, gracias a las ingeniosas innovaciones tecnológicas, no se han paralizado los intercambios y las actividades culturales e intelectuales. Todo lo contrario, se han multiplicado y han cruzado las fronteras más lejanas en signo de resistencia para desafiar al virus y a lo que ha venido a llamarse pandemia, en este año 2020 que ha querido trastornar el curso de la historia.
(11 de diciembre de 2020)
Por el año 1996 apareció en Francia la revista literaria AlgérieLittérature/Action, cuyo objetivo era “hacer conocer y promover la literatura argelina actual, la de expresión francesa pero también las traducciones de obras en árabe”.
Si bien publicada en Francia, la revista era bastante leída en Argel por todos aquellos que quisieran conocer la actualidad cultural y literaria argelina. Sus páginas eran ricas en estudios, entrevistas y publicaciones de autores consagrados y otros menos conocidos. El teatro, la pintura y los artículos de temas variados componían también esta magnífica revista, que con formato de libro podía contar con más de 250 páginas.
El Director era Aïssa Khelladi y la Responsable de la redacción, Marie Virolle.
Sucede, pues, que cuando conocí personalmente a Marie en el Salón de la Revista, de la Halle des Blancs Manteaux, en noviembre de 2018 su nombre ya me era muy conocido. Marie me apareció como una persona calurosa y sencilla. Al conocerla mejor admiré su enorme capacidad de trabajo y su entrega total a la edición de libros y a la transmisión de la cultura por medio de la revista que ella dirige, junto a Laurent Doucet: ALittérature-Action.
He aquí nuevamente su voz:
Las palabras LIBERTAD y RESISTENCIA son mis antepechos, mis horizontes maravillosos, mis brújulas vitales. Y para cultivarlas, acariciarlas, darles fuerzas me sumerjo en los libros mientras que hay tiempo. Mientras que no seamos obligados, los pocos resistentes que quedamos, a escondernos en los bosques para leer o recitar libros como los héroes de “Fahrenheit 451”.
Hablo de verdaderos libros, con páginas que se pueden tocar o hacerlas pasar; libros confeccionados con tinta, con papel y cartón; libros impregnados del olor de la imprenta; libros que se pueden dejar sobre el velador, sobre la mesa de trabajo, sobre el sofá o bien guardar en una valija. Libros que se pueden esconder rápido en lugares desventurados y cuando la desgracia cesa, podemos mirarlos, arreglarlos en bibliotecas o en los escritorios; compañeros tranquilos o emocionantes de nuestros días de lluvia, de nuestras tardes serenas, de nuestras noches sin dormir, de nuestros viajes…
Los libros los edito y los leo. De la mañana a la noche vivo con ellos. Los concibo, los pongo en página, los corrijo, les confecciono una maqueta de portada, hago que sean hermosos y buenos. Dialogo con sus autores y me maravilla cada día, cada hora el milagro de la CREACION poética y artística.
Y he aquí que este año los libros son encarnecidos: ¡prohibido penetrar en sus santuarios! ¡Librerías cerradas, encuentros literarios, lecturas públicas, diversos salones anulados! Productos declarados “no esenciales” mientras que las diversas pantallas son disponibles con profusión por todas partes. Pero, ¿por quiénes nos toman? No estamos todavía completamente lobotomizados y nuestra capacidad de rebeldía no está muerta, aunque está debilitada por la tetanización, el aturdimiento que nos ha provocado el traumatismo de esta guerra (¿cuál?) que nos han impuesto.
Para mí es una esperanza todas las protestas que han venido a reclamar que la cultura y en particular el libro puedan EXISTIR. ¡Qué espectáculo desolador el de los estantes de libros cubiertos de negro en las grandes tiendas y momificados con cintas adhesivas mientras que la pobre gente camina detrás de sus carritos, reducidos a simples consumidores de papel higiénico y comida chatarra. ¡Qué tristeza pasar por calles sonámbulescas delante de librerías cuyas vitrinas agonizan al lado de las que exhiben chocolates y otros macarrones. No es que me prive del placer de saborearlos, pero es tanto mejor con un buen libro…
(14 de noviembre 2020) (traducido del francés por Adriana Lassel)
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Cuando llegué a vivir a Argel, en febrero de 1967, me encontré con un lugar luminoso, con una ciudad hermosa y una población que hacía sólo 5 años había salido de una larga y devastadora guerra de liberación. Mis primeros años de instalación los ocupé en descubrir el país, en recorrerlo de norte a sur, de este a oeste, junto a mi marido y en buscar conocer lo que era y lo que había sido Argelia. Fue un tiempo de formación donde se forjó otra posición con la que enfoqué el mundo. Reanudé con la escritura y conocí otra gente. Entonces conocí a Djoher Amhis y con ella sentí todo el calor y la solidaridad del alma argelina. Djoher me dio su amistad y en su casa compartí con sus amigas, al mediodía, el alegre encuentro y el delicioso cuscús al que la dueña de casa invitaba frecuentemente. Fue en casa de Djoher que encontré a Ghenima Kemkem. No la veía a menudo a causa de sus obligaciones de trabajo y familiares, pero había entre nosotras una cierta simpatía y afinidad. Ahora ella me envía un relato sobre su vida de confinamiento.
En realidad, el confinamiento es el tema recurrente de todas mis amistades que participan de esta suma de relatos. El encierro al que hemos sido obligados ha agredido directamente nuestra libertad y nuestra vida social. El confinamiento ha puesto a prueba nuestra resiliencia, nuestra capacidad de adaptación, nuestra rebeldía y nuestra empatía. También ha mostrado la solidaridad de que es capaz el ser humano. Por otra parte, esta larga experiencia ha sacado a la luz la violencia, el complotismo, la falta de civilidad. Vivir esto último ha sido tan penoso como sacarle el cuerpo al virus.
En el relato de Ghenima aparecen estos temas y también los medios empleados para hacer algo útil durante el confinamiento: hay un trozo donde cuenta cómo un trabajo manual se convirtió en una verdadera poesía.
Una ciudadana argelina enfrenta las restricciones de desplazamiento en cuarentena
Cuando se declaró la pandemia yo ya estaba confinada desde hacía dos semanas. Por problemas de alergia, había decidido quedarme en casa con el fin de alejarme de todo lugar de polución y preservar mi salud.
La llegada de la pandemia no me tranquiliza en absoluto. De pronto, me veo condenada al encierro, por no sé cuánto tiempo más. Y así, con la cuarentena me encuentro cortada del mundo exterior y todos los lazos sociales se rompen, incluso aquellos con mi familia y amigos. En general soporto sin dificultad la soledad. Y el confinamiento al principio no me molestó. Pero como soy de naturaleza muy activa e independiente y no soporto la coerción, muy pronto el encierro impuesto comenzó a pesar. Tenía la impresión de ser como un animal acostumbrado al aire libre y a los grandes espacios que encierran en un lugar pequeño. Había, pues, que encontrar una escapada y relativizar.
Vivimos momentos terribles y una experiencia única sin precedentes. Todos debemos quedarnos en casa. Al comienzo, como lo decía, acogí de mala manera esta situación penosa y esta falta de libertad. Pienso en el Hirak, movimiento popular, en el que participo y que debe interrumpirse momentáneamente por razones sanitarias, esperando que se encuentren otras formas de protesta. Sin embargo, pronto y a pesar de todo, decido conformarme con la situación. Busco entonces, darle al confinamiento un carácter relativo, destacando las ventajas y comodidades de que dispongo y que otros no tienen.
Para comenzar tengo donde confinarme y algunos no tienen esta suerte. Luego, como estoy jubilada dispongo de una entrada económica que me permite atender a mis necesidades y no estoy obligada a exponerme al riesgo del contagio yendo a trabajar. Además, somos pocos en casa por lo que no hay las fricciones propias de un espacio reducido. Por último, dispongo de medios tecnológicos de comunicación, teléfono e internet que me permiten conservar los lazos con el exterior. Me doy bien cuenta de su importancia en estos momentos de crisis mundial. Decido, pues, adoptar una actitud positiva y no ceder al pánico frente a la muerte.
En efecto, se anunciaron los primeros fallecimientos. El miedo, la falta de información, la impresión de estar desarmada frente a un enemigo peligroso del que ignoramos todo me sumergen en la angustia en un primer tiempo. El calvario y desconcierto que sufren los que han perdido un miembro de la familia para recuperar el cuerpo y enterrarlo me trastorna y sus testimonios son impresionantes. Eso aumenta mi inquietud en relación a mi círculo familiar y de amigos. Me causa angustia la idea de perder a un pariente y no poder enterrarlo dignamente, organizándole funerales según nuestras tradiciones. Me doy cuenta de mi impotencia ¡Es el pánico!
Pienso en mis padres que son de edad, en mi abuelo (¡escapó del coronavirus y murió serenamente este verano a la edad de 105 años!); pienso en mis suegros también que viven en una aldea de las altas montañas de Kabilia y que no puedo visitarlos. Mi hijo y su esposa, encinta, que viven lejos y que están directamente expuestos al riesgo, cada día, por su profesión. Pienso en otros familiares que están en el extranjero, un montón de preguntas se acumulan en mi cabeza, ¡es de locura!
Pero pasados esos primeros momentos de desánimo recupero y decido no ceder al pánico. Voy a Internet y a las redes sociales para informarme. Me doy cuenta que somos numerosos los que buscan informarse. Los intercambios y noticias compartidas se multiplican, veo la importancia que tienen los medios tecnológicos de comunicación (teléfono, internet) para informarnos y conservar contacto con los demás y con el mundo exterior.
¡Informaciones hubo muchas!, sin embargo, había que distinguir y verificar. Algunas eran angióxenas. La inquietud crece en mí al ver que aún los médicos y científicos no parecen estar bastante armados para hacer frente al Covid 19, tan grande es la insuficiencia de medios para hacerse cargo de los enfermos. ¡Me doy cuenta de que en todo el mundo se ha invertido más en las armas que en la salud donde todo falta! Durante varias semanas, pues, me quedo con los ojos fijos en la televisión o pegada a mi ordenador con la esperanza de encontrar por fin, las informaciones que me ayudarán a sobrevivir!
Debo saber organizarme y manejar bien la vida cotidiana. Hacer las compras, guardar los abastecimientos de primera necesidad. Ne sé y nadie sabe cuánto tiempo durará esta situación. Tratar de guardar la cabeza fría frente a la avalancha de gente que va a las tiendas a acaparar todo lo que encuentran. Encontrar las mascarillas que son obligatorias y que al principio no había ¡ni siquiera caras! Encontrar también el desinfectante hidro-alcohólico.
Tratamos de explicar a nuestro padre, que no comprende, de la obligación de confinarse en casa. Como mucha gente, en un principio, niega y no capta la gravedad de la situación. Hay que recordarle, sistemáticamente, las consignas que respetar. Felizmente nuestra madre ha comprendido pronto lo que hay, no es necesario repetir, las reglas son respetadas.
La irrupción del Covid 19 trajo trastornos y cambios en nuestras costumbres y modo de vida. En la tradición argelina somos muy “familia”, se habla de preservar los “lazos uterinos” y los “lazos de sangre”. Los mayores son una prioridad y es impensable no visitarlos. Igual con las relaciones amistosas. Se habla de “echret melh”, en árabe, o sea “lazo de sal”. No debe abandonarse a aquellos con los cuales hemos compartido y no se debe hacerles mal. Visitarse mutuamente es una costumbre natural, un deber.
Esto para decir lo importante que es el lazo social en la sociedad en la que vivo. Y el contacto físico se impone y tiene una gran importancia: besos, gestos de saludos, abrazos. ¡Y he aquí que de pronto la pandemia nos obliga a cambiarlo todo! Cuarentena, distancia física, distancia social: Covid 19 obliga! Se acabaron las visitas a las personas de edad para protegerlas, las visitas familiares o amistosas. De ahora en adelante, si usted quiere a alguien no debe visitarlo ni abrazarlo ¡es el mundo al revés! Asistimos a un verdadero vuelco de nuestros valores.
¡Difícil de limitar a lo mínimo la visita a nuestros padres, nosotros que teníamos la costumbre y aún la tradición de organizar encuentros en la casa de ellos para toda ocasión: aniversarios, fiestas religiosas, fin de año, etc. Tampoco ellos pueden recibir a sus nietos y hay que explicarles a éstos por qué, súbitamente, ya no pueden ir donde papi y mami! Pronto nos dimos cuenta que era mejor quedarse cada uno en su casa y guardar el contacto por teléfono y por videos. Así se podía enviar besos virtuales a los pequeños.
Estamos, pues, reducidos a vivir aislados guardando la distancia entre unos y otros. Estoy resuelta a encontrar otros medios de guardar los vínculos y salvar el tejido social y familiar tan importante. Felizmente hay posibilidades de comunicar por teléfono o internet. La conexión video resulta preciosa en estos momentos, me permite quedar en contacto con los míos. Así es como me doy el tiempo de hablar largo con mi madre. Puedo igualmente conversar con mi hijo y su mujer, mis hermanos y hermanas, sobrinos y sobrinas. Quedo también en contacto con mis suegros, mi suegra que conoció la guerra, es muy sensible y muy protectora lo que hace que se angustie rápidamente cuando algo puede sucederle a los suyos. Por eso un telefonazo, una voz, tener noticias nuestras la reconforta y la tranquiliza. Y a mí también.
Comprendo que ocuparse física y mentalmente es importante en estos tiempos. Para los que no tienen la costumbre de estar confinados y que son normalmente activos el confinamiento puede transformarse en pesadilla si no encuentran en qué ocuparse. Personalmente, detesto la inactividad y, por suerte, no tengo problema en encontrar qué hacer. Se aburre el que quiere aburrirse. Hay montones de cosas que se pueden hacer.
Me pongo, pues, a cocinar, a preparar yo misma mis platos. No soy un “cordon bleu”, pero sé lo que debo meter en ellos. Comer sano es muy importante en este período de pandemia. Siempre he preferido la comida hecha en casa y confieso que poder tener tiempo y no ser importunada me hace la tarea más agradable.
También me puse al trabajo manual. Con mi marido, desde hacía tiempo, queríamos instalar en nuestro balcón una pérgola. Queríamos que fuera a nuestro gusto, según nuestras necesidades y el espacio de que disponíamos. Nos decidimos, entonces, por hacerla e instalarla nosotros mismos. Como ya teníamos las herramientas, compramos lo que nos faltaba: planchas de madera y pintura. Ese pequeño taller nos ocupó durante varias semanas hasta que logramos lo que queríamos ¡sólo faltaba poner los maceteros con flores y ya teníamos nuestro jardín suspendido! Pronto nos visitaron mariquitas, mariposas y abejas. Más espectacular todavía ¡un pájaro tomó por un árbol mi geranio recién plantado y puso allí su nido! Ver todo este verdor, esos colores de flores y esa pequeña fauna que no parecía en absoluto molestarse por mi presencia me reconfortaba y me alegraba. Al despertar era un hermoso espectáculo que me dejaba de buen humor por el resto del día y tengo también materia para hacer fotos todos los días. Las plantas y los pequeños insectos tienen algo de mágico: ofrecen un aspecto diferente a lo largo de su evolución.
Sin actividades físicas, retoma la caminata. No es fácil preservar la forma física cuando se está confinado. Siendo deportista y activa, acostumbrada a hacer frecuentes desplazamientos, el estado sedentario obligado me es penoso. Se impone la necesidad de moverse. Mi cuerpo reclama cada vez más ponerse en actividad por lo que decido consagrar cotidianamente o por lo menos día por medio una hora o dos de caminata al aire libre, lejos de la gente y sobre todo fuera de mi casa. Necesito tomar aire para cambiar las ideas.
Leer y escribir para continuar a ser activa mentalmente ha sido otra de mis preocupaciones. La lectura es un buen medio para estimular la mente. Leer para informarse, leer para instruirse pero también leer por gusto. Nada mejor que la compañía de un buen libro, nada mejor que saborear la belleza de un texto, sobre todo si se tiene la posibilidad de compartirla con alguien. Siempre me ha gustado leer, he leído mucho por necesidades de mi profesión. Pero el sabor de leer nada más que por el placer de hacerlo, sin perspectivas de una tarea que cumplir al final, recorrer las páginas de un libro, dejarse llevar por la poesía de un texto, por el ensueño de un relato ¡eso es algo que no tiene igual!
También busco escribir para expresarme, para decir. La necesidad de llevar al papel mis impresiones, los acontecimientos y un montón de cosas es cada vez más fuerte. Me pongo otra vez a escribir en cabil, mi lengua materna, es el momento de practicar y perfeccionarme. Empecé por un artículo que mandé al único diario nacional en tamazight, que aparece en versión numérica y que hoy está prohibido por razones que solo los autores de esta prohibición conocen. Luego escribí un homenaje a Idir, artista de gran talento recién fallecido, que militó toda su vida por su lengua y su cultura. Primero escribí en cabil, por todo lo que él hizo por la promoción de esta lengua y luego una versión en francés para un diario nacional. Luego otros y otros textos sobre el Hirak, movimiento popular y otros temas para expresar el malestar, la represión injusta, la condición de la mujer, la limitación de libertades individuales, mi pena, mi inquietud, mi cólera…
Con mi mejor amiga hablamos a menudo de nuestras lecturas. Al comienzo era sólo por teléfono, pero al estar mejor informada sobre las precauciones que la pandemia nos obliga a tomar, empecé a visitarla guardando las consignas necesarias. Son momentos cortos, pero preciosos que aprovecho en cada segundo. Ella es siempre positiva y tiene la capacidad de impulsarte siempre a ir más adelante. Su compañía es rica, reconforta y da vigor, ¡Qué felicidad estar con ella!
Aunque hemos conocido otras adversidades como terremotos, inundaciones, terrorismo y algo más la situación que esta pandemia nos hace vivir en todo el mundo es raro en la historia de la humanidad. Y eso ha cambiado mi percepción de la vida. En efecto, la irrupción de Covid 19 en nuestras vidas individuales y colectivas y la experiencia del confinamiento obligado me ha permitido ver lo que representa estar enfermo. Ha sido una toma de conciencia de nuestra vulnerabilidad.
Tomé conciencia igualmente de la importancia de internet que me ha permitido conectarme con mis amigos y comprendí la importancia de las redes sociales en estos momentos difíciles. Además, me di cuenta y eso me reconforta que hay gente capaz de dejar de lado su personita para actuar por el bien de los demás sin esperar nada a cambio. Se ha organizado una formidable solidaridad, cada uno se pone a buscar cómo ayudar a los otros. Algunas personas han llegado hasta incorporarse al personal sanitario en los hospitales y se han encontrado pronto sobrepasados por los acontecimientos y el número impresionante de enfermos de los que hay que hacerse cargo. Pero no han bajado los brazos, hacen frente a la pandemia utilizando los medios de que disponían, sacrificando su tiempo y su familia a quienes dejaron de ver para ayudar a los enfermos en los hospitales.
La gente ha tomado conciencia de que deben ayudar y han comprendido lo qué hay que hacer como esos que se han puesto a hacer mascarillas o los que preparan lo que puede ayudar al personal de enfermeros y médicos. Los científicos estudian el medio de despistar el virus. Los valores ancestrales de “tiwizi”, solidaridad y fraternidad reaparecen entre gente que no se conoce. ¡Vuelven los valores humanitarios!
Y la solidaridad emerge más allá de los océanos como si las fronteras ya no existieran más. Esto me llega al corazón y me da esperanza. La solidaridad entre la gente engendra el amor, el amor engendra la esperanza. Mientras que exista la solidaridad entre los pueblos se puede esperar en el género humano.
En un plano personal, hay otra esperanza en medio de estos tiempos grises: el nacimiento de mi nieto que viene a alumbrar nuestra vida como un rayo de sol. Me pongo, pues, a la hora de “Carpe diem”. Coger los días felices y tratar de aprovechar el instante presente. Busco en mi memoria canciones de cuna cabiles para este angelito que me mira tranquilamente y que parece apreciar la voz y los cantos de los antepasados. Ojalá que este nacimiento augure días mejores para un futuro más brillante.
Ghenima Kemkem, 28/11/2020 (Traducido del francés por Adriana Lassel)
Estamos ya en la década de los 2000 y mi vida ha entrado en otra etapa, después del fallecimiento de mi marido. Estoy sola en Argel, los islamistas integristas han hecho partir a mis hijos y la enfermedad se llevó a mi marido. Paradójicamente y por huir de la soledad, llevo una vida activa social y culturalmente. Tenía amigas con las que nos visitábamos e iba a menudo a la residencia del embajador de Chile, Ariel Ulloa. El y su esposa Katy me recibían amistosamente a tomar onces, el té vespertino acompañado de pan casero y pastelitos. Argelia y Chile convivían en mí con igual propiedad y felicidad.
Uno de los periodistas que conocí y aprecié en esos años fue Ameziane Ferhani, el cronista de El Watan y autor de amenos libros de cuentos donde la ficción recrea el ambiente argelino que el autor conoce tan bien.
Había algo que me gustaba en las crónicas semanales de Ameziane Ferhani: la facilidad de su estilo, que era como escucharlo hablar y su humor bonachón que escondía cierta melancolía. Trataba de temas de actualidad en los que todo el mundo se reconocía, sea un hecho,una fecha o un personaje, con igual altura y densidad.
Asiduos del mismo ambiente cultural, nos encontrábamos en alguna conferencia, algún Salón del Libro, o alguna venta y dedicatoria en Argel o Paris. El libro era el lazo de unión de nuestra amistad.
Mi amiga, la escritora Adriana Lassel, esa gran dama, me ha pedido escribir un texto sobre el confinamiento, cómo lo he vivido y cómo lo vivo todavía. He solicitado lo mismo, me dice, a personas de otras nacionalidades. Cuenta dialogar con esos textos y me alegro de participar en ese proyecto en que las escrituras mezcladas podrán asentar este momento de la humanidad como un puzzle colectivo de piezas íntimas.
Lo que me ha llamado la atención es que ella me contacta por Mail y yo ignoro dónde se encuentra en este momento. Sé que no está en su casa, en Val d’Hydra de Argel. Me la imagino en Clichy, donde su hija yo creo, pero puede también encontrarse en Santiago de Chile, su país natal, cerca de “La casa del fin del mundo” de la que ella hizo un bello y emocionante relato. En realidad, ya no nos quedan lugares y con esta pandemia, lo único que nos queda es nuestra propia profundidad. Uy! Ya me pegué.
Ameziane, estoy en Clichy, no podía alejarme mucho de Argel. Sólo a dos horas de vuelo…cuando sea posible.
Dime, a ti que te gusta buscar el origen de las palabras, ¿qué quiere decir “confinamiento”?
¡El confinamiento! Rara vez sucede que palabras olvidadas, casi desaparecidas, o en todo caso raramente usadas, se vuelvan, de la noche a la mañana, tan comunes como buenos días o buenas tardes. Esto es un récord. Brutalmente, rápidamente “confinamiento” se multiplicó hasta el infinito, antes de expandirse por todo el planeta. En títulos de diarios y de la televisión, en internet, en nuestras conversaciones amistosas o familiares. Un tsunami lingüístico llevado por la ola del virus.
Yo conocía “confinar” y “confinamiento”. Sabía que venían de “confines”. Hace poco descubrí el origen: del latín “confinis” (de cum, con y finis, límite). Yo sabía también que esta palabra sólo se usa en plural, no decimos “un confín”. Los confines son siempre numerosos. Además son lejanos, exactamente como las antípodas.
Cuando comencé a leer y a soñar con las palabras, los confines y las antípodas se metieron en mi cabeza como invitaciones a viajar. Estaban asociadas a personajes reales o inventados, pintorescos, curiosos, intrépidos. Simbad, el Marino, El Idrissi, Robinson Crusoe, Cristóbal Colón, Vasco de Gama, Hassan el Wazzan llamado León el Africano, David Livingstone, Thor Heyerdhal, y sus valientes del Kon Tiki… ignoraba las porquerías coloniales de varios de entre ellos. Pero eran verdaderos aventureros y de niño sólo me fascinaban sus formidables exploraciones por “los confines del mundo”.
¿Cómo hubiera podido imaginar que décadas más tarde yo me enfrentaría a confines, no horizontales e indefinidos, sino verticales y bien definidos puesto que terminaban en los muros de mi departamento y que mis fascinantes antípodas estaban en el departamento de mi vecino de abajo? Y por último, que los personajes que acompañarían esta expedición inmóvil y obligada serían esencialmente, por medio de las pantallas, profesores de medicina, tristes en vista de su estatuto y de la gravedad de la situación y hombres políticos, más tristes todavía y obligados a darse una cierta compostura de seguridad ante lo Desconocido. Prácticamente, el confinamiento es una ablación del mundo exterior. Para mí –y supongo que para muchos de mis semejantes-se ha convertido también en un desmoronamiento del mundo interior.
Desde las primeras migraciones humanas a partir de Africa, el avance constante del Hombre ha quedado profundamente anclado en el fondo de nosotros mismos. Aunque ya no hay gran cosa a descubrir sobre la Tierra, excepto los fondos marinos y alguna zona milagrosamente salvada, aun los que han dado la vuelta al mundo no han podido visitar todo. Por otro lado, el sueño de la conquista del espacio ha venido a compensar esa necesidad de un más allá seduciéndonos con confines cósmicos.
Y entonces, de repente, algo infinitamente chico-ese virus endemoniado-vino a hacer volar nuestro infinitamente grande y nuestra pretensión de tomarnos por el centro del Universo. Vi en esto una terrible lección de humildad para nosotros, peor que la infligida por el Olimpo a Sísifo. El, por lo menos, en su desgracia eterna, sabía lo que le esperaba, repetidamente. Otro asunto es lo nuestro. En este verdadero encogimiento de nuestra existencia que es el confinamiento, al infortunio se agrega la incertidumbre. Cuando el presente está detenido y el futuro es completamente fluctuante, ¿a dónde ir? Al pasado, por supuesto.
Antes de ir al pasado, cuéntame cómo viviste el confinamiento.
De acuerdo, en marcha hacia el orden doméstico.
En el primer confinamiento (casi total), pasados los primeros días de estupefacción, había bien que ocuparse de algo, rendirse útil. O digamos, creerse todavía útil. Después de todo, frente a la amenaza el solo hecho de actuar ya es una forma práctica de esperanza. Estar condenado a quedarse en su casa puede ser una buena ocasión de hacer lo que nunca se tiene tiempo de hacer.
Decidimos, pues, con mi mujer, arreglar la casa, poner orden en la masa increíble de objetos, libros, ropa, documentos acumulados con el paso de los años. Es increíble las cosas que una casa, aún de talla modesta, puede amontonar, muchas de ellas invisibles, guardada o tiradas en el malstrom de armarios, camaranchón, estantes, cajones, u otros depósitos, hasta debajo de las camas donde pueden ir a dar maletas, cartones o tapices enrollados que saben hacerse olvidar.
Sí, fue una buena decisión. Una manera también de afirmar la voluntad, la energía y el dominio de la vida. Frente al desorden planetario, respondamos con el orden doméstico. Pero esta buena iniciativa escondía una lección: el descubrimiento, pruebas en la mano, de nuestro derroche enfermizo, aun tratándose de personas poco dadas al consumo. No es que no se supiera, en realidad, pero confirmarlo y sobre todo medirlo ya es otro asunto. ¿Cuántos objetos inútiles se inventariaron? No los contamos, pero eran bastantes numerosos para que nos parezcan casi espectacular. Ropa del siglo pasado guardadas con la esperanza del regreso de la moda “retro”. Utensilios y servicios inutilizados, a veces en su envoltorio, entre ellos algunos regalos de matrimonio de donadores olvidados. Un montón de porquerías, guardadas por negligencia, afición, interés, costumbre o tontería. Tantas razones que constituyen la falta de razón para ocupar, digamos, la mitad de una pieza.
Agreguemos a este inventario improbable, un pequeño cartón en el cual nuestra hija, que vino hace años a ayudarnos en este mismo trabajo, había inscrito con un grueso fieltro negro “objetos inútiles con origen y usos desconocidos”. Ella se cansó de mostrarnos objetos con la mano interrogándonos con la mirada. Sin respuestas, escribió eso.
Eso por los objetos. ¿Qué decir de los libros? Hay tres bibliotecas principales en nuestra casa. La de mi mujer, especialista universitaria en Didáctica de las Lenguas. Tres estantes llenos de lingüística, pedagogía, neurociencia, etc. La mía, tres estantes también que llegan hasta el techo y, felizmente, instalados pocos días antes del confinamiento, ya que habíamos desarmados los antiguos estantes y los libros estaban guardados en cajas de cartón. Mucha literatura, la cuarta parte argelina y el resto universal. Y libros de historia y sociología de mi formación universitaria.
Por último, la biblioteca del salón, lo más importante en cantidad, general, con libros de arte, álbumes de viajes, atlas y enciclopedias generales o especializadas de las cuales mis preferidas son una de pintura en cinco tomos y otra de mitología, en dos. Aquí tengo también mi pequeño tesoro de bibliófilo, sobre todo los dos antiguos volúmenes de “Las Mil y Una Noches” heredadas de mi padre con tapas de cuero, grabados en cada página y miniaturas. Y, adornando, fotos y objetos relacionados con nuestra familia o nuestros viajes.
A esas tres bibliotecas principales se agregan algunos anexos. Estante en un rincón del corredor con prioridad a la novela policial y de ciencia-ficción. En otra parte, libros que nuestros hijos dejaron aquí: arquitectura, urbanismo, cómics, cine, etc.; más las alacenas con casetes videos y CDS de filmes ¡de los que no sé qué hacer!
Primera constatación: ¡es demasiado! Desde hace varios años regalo libros a la biblioteca de la aldea de mis antepasados. Pero aun así quedan muchos, tantos que no puedo contarlos. Pensé en El Djahiz, ese genial escritor árabe de los siglos Vlllè y XlXè que vivió en Basora. La leyenda dice que habría muerto aplastado por la caída de su biblioteca sobre él.
La red de distribución de libros en Argelia es deficiente. El de las bibliotecas públicas, también. Estamos obligados a comprar. Un lector apasionado compra anticipadamente libros que no leerá sino más tarde, por temor de no encontrarlo después. Algunos libreros de ocasión compensan un poco esta insuficiencia, como el mítico “Etoile d’Or”, en el centro de Argel.
Segunda constatación: nos encontramos con más libros que no podemos leer, ¡el doble! ¡Esto es derroche!
Atacamos esa obra con entusiasmo y pasión. Resultado: más cajones de cartón que llenar con sus anotaciones de destino. Pero ¿Cómo distribuir ese exceso de libros cuando con el confinamiento los desplazamientos y contactos están tan reducidos? El salón y el corredor se llenaron como depósitos de distribución en huelga. El orden doméstico está limitado por el desorden planetario.
A propósito de libros: en mi vida he perdido dos bibliotecas y hoy asisto a la desagregación de mi biblioteca de Argel. Cuando era joven, en mi casa había una gran biblioteca de la que todos nos servíamos. Mi primera biblioteca personal la fui formando cuando era estudiante en el Pedagógico (Facultad de Filosofía y Educación) para ser profesora de Lengua y literatura castellana. Eran libros de literatura española, hispanoamericana, chilena desde luego, y europea (francesa, alemana, italiana). Mi padre contribuyó mucho a llenar ese primer estante de libros míos. Al salir del país, sin regresar, los libros se dispersaron como el viento dispersa las finas fibras del diente de león. Luego, en Cuba, queriendo conocer y comprender tanto mundo nuevo, compré muchos libros que no pudimos llevarnos al partir con mi marido hacia Argelia. Y en nuestro departamento de Val d’Hydra los libros se instalaban en el salón y en todas las piezas, excepto en la habitación de los padres.
Como tú dices, querido Ameziane, ¡es increíble la cantidad de cosas que se juntan con los años! Libros comprados, recibidos en regalo, y heredados de amigos chilenos que regresaban al país, al final del exilio.
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Además de objeto y de libros se puede hacer un inventario existencial con los documentos de toda clase. Cartas, fotos, papeles administrativos, tarjetas de visitas, diversas actas, etc. El total es un puzzle de nuestras vidas, nos dimos cuenta de eso al ordenarlos. El trabajo se despliega entonces, porque a menudo hay un alto para contemplar o leer. Mi mujer es más práctica: «no es el momento, se guarda y más tarde ya los consultarás”. Y yo le respondo que para guardar, hay que saber lo que se guarda. Es verdad que me demoro y ella también participa en esta arqueología de nuestras existencias, sobre todo con las fotos:” ¿te acuerdas?”, “¿y ésta, ¿dónde era?”, “y esta pareja ¿cómo se llamaba?” Los recuerdos vuelven emocionantes, a veces sorprendentes pues el olvido pasó por aquí.
Los archivos personales despiertan la memoria y traen al espíritu hechos del pasado de los que no tenemos ninguna huella física. Eso me hace pensar en el dragaje de un puerto. Una vez asistí a ese tipo de operación en el puerto de Bejaïa. Los obreros sacaron a flote, entre otras cosas, dos botellas de whisky cubiertas de conchas; la fecha del año 1735 estaba grabada en el vidrio.
Finalmente, el confinamiento se convirtió, por lo menos al comienzo en una formidable empresa de recapitulación, un balance nostálgico podríamos decir tomando los objetos como balizas. No se trata de agradecer a esta calamidad, pero el virus nos ha obligado a revisar e interrogar nuestras existencias, a volver por caminos que habíamos tomado, a considerar o reconsiderar nuestras opciones. ¿El destino, el determinismo, la suerte, el azar, las condiciones objetivas? Uno se vuelve furiosamente filósofo. Pensar es también compensar.
Hay que acostumbrarse también a vivir aislados. Y en Argelia no faltamos de experiencia en esa materia. Todavía tengo el vago recuerdo del toque de queda durante la guerra de liberación nacional. Mi madre y mis tías, pegadas detrás de las persianas, murmurando una palabra al paso de las patrullas francesas: “¡laaskar!”(“¡los soldados!”). Seguramente que dije mamá y papá antes de esta angustiante palabra, pero es de ella de la que me acuerdo. Después fuimos independientes y la noche pertenecía a todos, aunque nuestra vida nocturna era bastante pobre. Más tarde vinieron los “años negros” y un nuevo toque de queda que en un momento comenzaba a las dieciocho horas. Este período terrible lo superamos en gran parte gracias al humor. Escribí a ese propósito un texto titulado “La risa contra lo peor” que no publiqué.
A propósito de toque de queda se contaba el chiste siguiente: un cordón de policías en Bouzareah, el punto más alto de Argel. Un peatón llega una media hora antes del toque de queda. Un soldado le pregunta que adónde va, el tipo le responde que vuelve a su casa, en Kouba. El soldado lo mata inmediatamente. El oficial se precipita hacia el soldado gritándole que el toque de queda no ha comenzado. Y el soldado le responde: “Pero mi Teniente, no hubiera llegado nunca a la hora. Por lo demás, no hay más buses ni taxis”. Evidentemente este período nos marcó hasta el punto de que, a menudo, le gente habla de toque de queda al referirse al confinamiento.
¿Una amenaza exterior concreta es más fuerte que un riesgo sanitario eventual? A priori, sí. Sin embargo, me parece que en el caso de la pandemia la gravedad reside en el hecho que el “enemigo” puede ser traído, sin quererlo, por un amigo, una pariente, alguien de la propia familia. Desde ese punto de vista, el confinamiento será más anxiógeno que el toque de queda. Pero, ¿quién sabe? Eso depende de los individuos y de sus experiencias de vida. Cada uno reacciona como puede con lo que la vida ha hecho de él.
Un amigo algo ecologista se apasionó por el cielo de Argel que se había liberado de las emanaciones del intenso tráfico automovilístico. De hecho, la capa brumosa que cubre la capital desde hace alrededor dos décadas había desaparecido. Mi amigo me llamó para decirme: “¿Viste hoy día? Se diría el cielo de antes”. El amigo ciertamente no se alegraba de la pandemia, pero estaba satisfecho que la prueba de los perjuicios de la polución sea claramente mostrada.
Hemos asistido al regreso de animales salvajes como esta jabalina y sus pequeños jabatos paseándose por Ben Aknoun, en los cercanos alrededores de Argel. Y del mundo entero nos llegaron estas imágenes de osos, ciervos o zorros imponiendo sus derechos de circular libremente en su planeta. El confinamiento nos trajo otra lección: el de nuestra relación con la naturaleza y el de nuestro estatuto de inquilinos o mejor aún, coinquilinos del planeta.
Varias veces por día me pongo en la ventana a mirar los pájaros en el bosque frente a mi casa. Durante la “operación arreglo doméstico” había esperado encontrar los anteojos de larga vista que me habían ofrecido un día. Como estaban desaparecidos, me contenté con mis anteojos para observar el vuelo y los juegos de las aves, envidiando su libertad y su indiferencia frente a la calamidad que cayó sobre el planeta. ¿Es indiferencia? Algo me dice que el reino animal nos observa, impotentes, pero atentos. Debe haber en el fondo una “opinión instintiva”, por lo menos detestable de los humanos. Y la merecemos, ya que los de nuestra especie que dirigen el mundo llevan gran responsabilidad. Lo que no disculpa a los otros.
Otra cosa: he notado en mí, durante este período, que mis sueños se han simplificado y se han hecho bucólicos. Se sabe que no se puede dormir sin soñar, pero que no siempre nos acordamos de nuestros sueños. Sé que he soñado más que de costumbre, serie de escenas deshilvanadas (sino los psicoanalistas estarían sin trabajo). Al despertar, todavía tenía la sensación de esta actividad onírica intensa. Y cuando podía recordarme, ya despierto, los relatos eran bucólicos y de gran sencillez.
Varias veces caminaba en un bosque o en una pradera. No pasaba nada, yo caminaba ni feliz ni inquieto, solamente sereno. Normalmente mis sueños, ya sean pesadillas o encantadores, son hollywoodienses. Ya que es gratuito y sin censura, sus presupuestos son ilimitados. Miles de personajes, escenarios faraónicos, efectos especiales, y algunas actrices, justamente de sueño, que pasaban por mis superproducciones íntimas. Pero durante el confinamiento, pasé al minimalismo puro. Un tranquilo paseo campestre o bien estoy en una mesa de la terraza del Tantonville, tomando un café y mirando pasar la gente, los coches, las palomas y las gaviotas. Siempre sereno y sin que no pase nada más que esta serenidad.
Esto me recordó que durante la década negra, yo hacía a menudo un sueño, igual de sencillo inspirado en una escena vivida. Regresaba en coche desde Orán cuando me empezó a dar sueño y mis ojos se cerraban a cada rato. Por precaución paré al borde de la carretera en vista de una siesta reparadora. Ya estaba por hacer bajar mi asiento cuando vi, bajo un seto de cipreses que rodeaban un campo de mandarinas, una acogedora faja de hierbas. Fui a dormir sobre ese colchón natural. Al cabo de más o menos una media hora, mi nariz, que captó un olor de café, ordenó a mis ojos de abrirse. No lejos de mi rostro, ¡unos enormes zapatos! Me levanté bruscamente y vi un viejo campesino pasándome, sonriente, un recipiente metálico de café caliente. Era el guardián del campo que me felicitaba por mi prudencia. Estuve un buen momento con este hombre. Su café no era de lo más refinado que hay pero lo tomé como uno de los mejores del mundo.
En esa época el cielo no nos había caído todavía sobre la cabeza. La vida no era fácil-¿dónde lo es, por lo demás?- pero el país era seguro. Uno podía recostarse al borde de un camino y abandonarse, sin mucho riesgo, al placer del sueño. Me acuerdo que yo había guardado las llaves conmigo pero olvidé cerrar las ventanas del coche.
Cuando se desencadenó el terrorismo ese hermoso recuerdo volvía a mi subconsciente quien me lo representó, en mis sueños, de manera recurrente. No había ni el guardián ni son café ni las dos mandarinas que me ofreció al partir. Yo dormía a orillas del camino y no es necesario ser Freud para comprender que era la necesidad de seguridad y tranquilidad que escribía el guión de ese sueño.
El mismo fenómeno se produjo durante ese confinamiento con algunas pesadillas olvidadas al despertar. Sino la mayoría de mis noches me proyectaban a un universo tranquilo donde lo principal era estar afuera realizando sencillas actividades. Hablo en pasado porque me parece que mis sueños tienen tendencia a complicarse. Ha pasado ya un año bajo tensión. Y el miedo dura todavía…
(Traducido del francés por Adriana Lassel)
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Plaza de la Dignidad, Santiago de Chile
Es el momento de contar mi año de la pandemia. En nuestras vidas, hay años que se destacan por ser especialmente felices o por ser cargados de acontecimientos dramáticos. Yo conocí años así, 1962 en que desde el comienzo hasta el final toqué el cielo con las manos y 1990, año en que la muerte se encarnizó con mi familia y la de Fethi llevándose a cuatro de nuestros seres queridos.
El imprevisible año 2020 no sólo será especial para mí sino para todo el planeta. No puede haber mejor indicio de la coexistencia en que la humanidad se desenvuelve en nuestros tiempos. Por razones comerciales, diplomáticas, turísticas u otras hay un movimiento continuo de entrada y salida entre los diversos países. Y lo que va con nosotros pasa de un lugar a otro también.
Año del virus y del miedo. Ya nos hablaba Silvia de lo que había visto en sus pacientes: ansiedad, angustia y miedo. Ahora que ya entramos en el segundo año de la pandemia, el miedo se instala en lo más profundo de nuestro sentir, debido a las mutaciones del virus y su fuerte contagio.
El primer confinamiento en Francia, donde vivo, comenzó el 16 de marzo de 2020. Un mes antes había ingresado al Colectivo internacional de apadrinamiento de los jóvenes prisioneros que manifestaron en el estallido social en Chile a partir de octubre 2019. Detenidos por centenares fueron encarcelados y mantenidos en prisión preventiva, sin proceso, por largos meses.
Las condiciones de vivir confinados nos llevaron a organizarnos por medio de videoconferencias y, lo más importante, es que agregamos a nuestras reuniones internas reuniones semanales con las familias de los prisioneros. Se nos abrió una ventana a la realidad chilena y vivimos en fusión estrecha con lo que estaba sucediendo dentro de la cárcel y en el seno de las familias. Muchos padrinos o madrinas tuvieron la suerte de contactar personalmente a sus ahijados, cosa difícil porque no se les permitía tener teléfonos, aunque existían clandestinamente. Yo me escribía por WhatsApp con la hermana y la madre de mi ahijado. El peso del sufrimiento de estos jóvenes, que la prisión les cortó sus estudios o sus trabajos, lo sentían también sus familias. Muchas reuniones eran la expresión dolorosa de su vivir. Por nuestra parte, desde Paris, Ginebra, Suecia, Sicilia, Inglaterra y Alemania, la prisión la vivíamos nosotros también. Eran momentos cargados de intensidad.
Salimos del primer confinamiento con la sensación de hinchar nuestros pulmones con un aire maravilloso, ¡el aire de la libertad! Los árboles se habían vestido con todas sus galas verdes y las calles recuperaban a sus paseantes, los padres llevaban a sus niños a correr por la Allée Leon Gambetta y numerosas personas reencontraban el placer de sentarse en un banco a ver pasar la gente. Un día me fui caminando hacia el río Sena que está a veinte minutos a pié de donde vivo. No había mucha gente y no sé, a causa de la mascarilla, si el hombre que venía en sentido contrario me sonreía, pero sí noté que me miraba. Al estar cerca levantó el brazo y gritó: ¡Vive la liberté! ¡Viva!, le respondí, sin detenerme y no supo la convicción con que yo lo dije.
Era verano y seguíamos con las consignas sanitarias adecuadas. La monitora, con la que sigo cursos de gimnasia una vez por semana, las que estaban suspendidas desde hacía tres meses, me llamó para informarme que los cursos se reanudaban en el estadio Georges Racine, al aire libre. ¡Qué agradable reencontrar algo de la vida normal! El solo hecho de hacer ejercicios, de movernos, de poder ir al cine nos devolvía a un mundo que era el nuestro, nuestra realidad, después de tres meses en que no viví más que entre cuatro paredes, con mis escapadas a ver a mi familia, mis salidas necesarias para hacer compras, aprovechando la hora autorizada para hacer una caminata. Lo sombrío del invierno, lo sombrío de la prisión de los jóvenes de la Revuelta, el trabajo intenso que realicé por esta causa, dejando de lado la pila de libros que pensaba leer, todo eso disminuía con el desconfinamiento y el verano. Momentos también de felicidad los que pasé con mi familia, como el week-end de camping en la región de Rambouillet u otros momentos de reencuentro.
Pero en julio comprobé que mi salud física estaba afectada y es ahora mi cuerpo que me somete a un confinamiento. Vivimos circunstancias especiales, no caminamos a nuestro ritmo. El tiempo titubea en su andar y no vemos una salida pronta a un futuro normal. El pasado se hace presente.
Recuerdo las manifestaciones en Santiago durante mi juventud. También recuerdo una protesta en Argel a la que fui con mi amiga Zouzou y otra, en el interior de la Universidad de Argel, donde protestábamos contra el reaccionario código de la familia. Manifestaciones que desafiaban a las autoridades, porque estaban prohibidas. ¿No se decía antes “Vox populi vox dei” ?, expresión de origen religioso, en nuestras democracias no tiene ningún significado. No es el pueblo que debe dejar oír su voz. Manifestar es oponerse al gobierno, perturbar el orden establecido, ser un peligro para la sociedad.
El historiador chileno Hernán Ramírez Necochea que realizó investigaciones sobre el movimiento obrero en el siglo XX, estima que entre 1901 y 1970, quince mil personas murieron en enfrentamientos con carabineros y militares. La más grande matanza fue la de los obreros del salitre, que, en 1907, se trasladaron a la ciudad de Iquique para exponer sus reivindicaciones. Se estima que murieron más de seis mil personas, entre hombres, mujeres y niños.
Las matanzas no siempre fueron por razones gremiales. La policía también intervino en crisis políticas, obedeciendo a órdenes superiores, como la matanza del Seguro Obrero, del 5 de septiembre de 1938. En esta ocasión fue el presidente de la república en persona que ordenó la ejecución de sesenta estudiantes del Movimiento Nacional Socialista que se habían rebelado contra el gobierno y que luego se atrincheraron en el edificio de la Caja del Seguro Obrero, donde fueron masacrados.
Los chilenos no olvidaron esta matanza. Años después, en mi adolescencia, escuché varias veces a mi madre referirse a este hecho; quizás la violencia de estas represiones eran la causa de que mi padre me prohibiera participar en las protestas estudiantiles, aunque yo más bien ignoraba sus órdenes. Sucedía que un aumento del precio de la locomoción colectiva podía ser la chispa que encendiera el fuego de todos los malestares acumulados. Es lo que sucedió en octubre de 2019. Solo que la policía ahora se ha militarizado y va a las manifestaciones como quien va a la guerra.
En Argelia, el estallido social o Hirak comenzó el 22 de febrero de 2019. Insurrección masiva y pacífica que se extendió por todo el país, con el objetivo en un comienzo de oponerse a un 5° mandato presidencial de Abdelaziz Bouteflika. Este hombre, enfermo e invisible, que estaba en el poder desde hacía veinte años, debió dimitir el 2 de abril de 2019 bajo la presión popular y habiendo perdido el apoyo del poderoso ejército nacional.
Pero las manifestaciones generales continuarán todos los viernes y los martes con los estudiantes. Argelia pide un cambio de sistema y la instalación de una 2ª. República. Hacia septiembre el nuevo gobierno que el ejército ha instalado comienza el arresto de figuras destacadas de la oposición, así como la de conocidos activistas, en especial los que exhibían la bandera bereber.
En Chile como en Argelia, las manifestaciones deben suspenderse a causa de la pandemia Covid 19. En ambos países varios miles de personas fueron encarcelados.
Otro motivo de pena y vergüenza es el tratamiento que el Estado chileno da al pueblo Mapuche, el pueblo originario del país.
En las manifestaciones que nuestro Colectivo hizo en diversas ciudades europeas estaba el tema del Mapuche, porque la situación de los presos políticos autóctonos es doblemente preocupante ya que muchos estaban en huelga de hambre. Ellos tienen un trato especialmente duro, simplemente por ser Mapuche. En Europa, las manifestaciones pedían juicios justos y libertad para los Mapuche.
A las fuerzas represivas del estado hay que agregar un sentimiento discriminatorio y racista de una parte de la sociedad chilena con respecto a los autóctonos del país. Si bien hoy día hay mucha más conciencia y conocimiento del despojo que ha habido en la historia de este pueblo-sin olvidar que están en el origen de la nación chilena- en mucha gente los prejuicios raciales tienen la vida dura. Cuadros de vida, sentimientos, palabras, están incrustados con fuerza en mi memoria de los años en que viví en Chile. Y mi memoria es historia. Era un insulto llamar a alguien: “indio de mierda”. Aquellos de pocos recursos que emigraban a la ciudad realizaban los trabajos más bajos de la escala social, por lo que eran doblemente discriminados: razón social y razón racial. Además, los rasgos indígenas no entraban en los criterios de belleza y no llevaban las de ganar frente al blanco de ojos claros. No olvidemos la fuerza del cine de Hollywood que a mediados del siglo XX imponía la superioridad estética del blanco.
Esto en cuanto a la ciudad. En el sur, desde la “Pacificación de la Araucanía”(1861-1883) u ocupación militar, económica y política, el pueblo originario perdió sus territorios y es trasladado a otras regiones donde vivirán en comunidades familiares en pequeños predios. Son las llamadas Reducciones. En esta zona, bajo el impulso de gobierno de la Unidad Popular, comienzan las plantaciones forestales que producirán rentabilidad. Pero la dictadura militar va a privatizar estas cooperativas otorgándolas a familias cercanas al gobierno o rematándolas a bajo precio.
De esta manera, el pueblo Mapuche, cuyo nombre significa “Gente de la tierra”, es hoy un pueblo sin territorio, que vive en una extrema pobreza y sufre la persecución del gobierno neoliberal actual.
La realidad de las manifestaciones y el trato hacia los pueblos autóctonos se invitó en mi enclaustramiento del año 2020. En los momentos especiales que vivíamos, con un virus que detuvo lo que estaba sucediendo en nuestros países, el tiempo se atoró y tropezó. De pronto nos vimos recordando el pasado no por nostalgia sino por comprender muchas cosas. La lectura de libros de historia nos ayudó. Pero también ayuda la fe en la vida y la confianza de que la ciencia nos sacará pronto de esta caída y entonces, cuando todo haya pasado y el aire sea ligero y el día radiante, sin Covid 19, nos cogeremos de la mano y escucharemos, en un instante de fraternidad, “el himno a la alegría” de la 9ª. Sinfonía de Beethoven. Desde cada lugar del planeta donde una voz amiga respondió a la llamada que hice cuando en nuestros corazones pesaba un sombrío malvivir, entonces podremos esperar que vengan cambios para una vida mejor. Tengo esperanza que nos levantaremos porque más de una vez la humanidad ha superado sus crisis, pero sobre todo porque contamos con la juventud, nuestros hijo(a)s y nieto(a)s que supieron atravesar estos meses difíciles. Los que en Chile y Argelia conocieron las cárceles y los que en Francia vivieron los confinamientos en la soledad y la precariedad cuando tenían la edad de vivir una vida universitaria plena y feliz.
Me refiero también a los que tuvieron ayuda familiar y vivieron los confinamientos sin problemas: “Para mí, el primer confinamiento fue muy benéfico. Me permitió cortar puentes con una rutina que me cansaba y me causaba tensión; el segundo confinamiento no me afectó en absoluto…en suma, tener que quedarme a trabajar en mi casa me mostró que mi ritmo natural de trabajo no corresponde al ritmo obligado por la escuela. Así que cuento mucho con el hecho de que numerosas empresas seguirán laxistas en cuanto a los horarios de presencia de sus empleados y se interesarán más en la importancia de la informática, dominio en el cual espero trabajar” dice Amanda, que ya imagina su futuro desde sus 18 años.
Para otra estudiante, Luisa, también de 18 años, "cada prueba a la que fui confrontada me hizo crecer y me volvió más realizada. Si no hubiera sido por la pandemia hubiera pasado mi bachillerato y los concursos para entrar a las escuelas, seguramente mi vida escolar sería diferente a la de hoy. La pandemia me ha hecho apreciar, también, hasta qué punto los miembros de mi familia son importantes para mí".
Chloé, 21 años, estudiante de Derecho reconoce que los confinamientos no han sido difíciles. Pude seguir todos mis cursos en línea y como soy bastante casera no cambiaron gran cosa a mi modo de vida… Lo único que me ha faltado es ver a mis amigas con quienes había previsto salidas y aún un week-end en el campo. Para después de la pandemia me gustaría reanudar mis salidas, ir a los museos, al cine, a los conciertos. Lo que es seguro es que voy a moverme, y aunque no pueda recuperarse este año, voy a tratar nuevas experiencias (¿tal vez volver a ver mi proyecto profesional?) y profundizar cosas que pasaron con la pandemia…”
Ya está dicho, el futuro cambiará muchas cosas, porque pertenece a los jóvenes que vivieron la pandemia y que podrán reanudar lo que estaba en curso en 2019.
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Los tiempos han cambiado
"Nacen y mueren las estrellas, mas no su energía en la que late el círculo del tiempo.
Somos presente porque somos pasado y sólo por ello somos futuro..."
Elicura Chihuailaf Nahuelpán.
Oralitor y escritor Mapuche
"La inteligencia es la facultad de adaptarse al cambio"
Stephen Hawking, (1942-2018).
Astrónomo, escritor científico.
Los tiempos han cambiado
2.11.61… Un número de teléfono que guardo en memoria, no sé por qué. Es aquel que mi madre componía en el disco del antigua aparato mural para hacer sus pedidos en la carnicería del barrio. Es el primer aparato moderno que entró en nuestro departamento donde teníamos que bajar 9 peldaños en los pasillos para ir al váter. Y en invierno por 20 grados bajo cero afuera…
En el 1950, el Señor Tinembart, un vendedor de combustible sonó a la puerta y anunció que estalló la Guerra de Corea. Me largue a llorar mientras mi mama se apresuraba en telefonear a mi padre que trabajaba en una pequeña empresa de relojes para darle la noticia.
Mi papa volvía del trabajo a las 18 horas y siempre se sacaba el sombrero y la corbata, daba un besito a su esposa y se ponía su blusa blanca para proteger su ropa en los trabajos que hacía, jardinería o arreglo de viejos relojes.
En nuestra pequeña ciudad de la Chaux-de-Fonds, la única industria era la fabricación de relojes. Algunas manufacturas eran propiedad de judíos. Esa comunidad, poco practicante, contaba industriales, profesores, médicos y jurista de buena fama. La población nativa era todavía muy influenciada por el rigor calvinista, pero vivía en armonía con los católicos poco numerosos y con los Judíos, en general sin mezclarse. Los matrimonios "mixtos" eran escasos y al origen de disputas o de dramas familiares. Pero existían fuertes prejuicios. Por ejemplo la hermana de mi madre se casó con un Judío de origen polaco en la alcaldía solamente ya que no pertenecía a la comunidad israelita. El marido era un hijo de un relojero de Varsovia que emigró a la "Métropole horlogère" después de la primera guerra mundial. Cuando llego, el funcionario escribió mal su nombre oficial de Krajka y lo transformó en Kraiko, apellido que se oficializó. (Sin embargo, tuve un alumno de esa familia que ahora es pianista; se conoce con su apellido original).
Pero la dominación de los calvinistas sobre esa ciudad disminuyó rápidamente después de la segunda guerra mundial, ya que la clase obrera, los proletarios, los partidos socialistas y comunistas, los sindicatos progresaron en influencia y poder de tal modo que la ciudad recibió el apodo de Ciudad Roja. Sin embargo, ciertas tradiciones se mantuvieron por lo menos hasta los años 60 como la obligación para los jóvenes de seguir una instrucción religiosa y de recibir su primera comunión a los 16 años. Era una suerte de rito de pasaje: se preparaba en las vacaciones de verano durante 6 semanas con cursos en la mañana dados por un pastor tradicionalista. En las tardes éramos libres y teníamos la posibilidad de ir a la piscina, hacer excursiones frecuentemente en grupos de catecúmenos mixtos, de fumar nuestros primeros cigarrillos, de tomar cervezas y de tener nuestros primeros amores lejos de la vista de los padres que se iban de vacaciones a otra parte. Antes de mis 6 semanas de instrucción religiosa, tomé mi tarjeta de las Juventudes Comunistas y por supuesto era ateo. Pero tuve que seguir la tradición protestante. Lo hice de malas ganas y con dos amigos decidimos tomarnos todo el vino del cáliz que circulaba en el medio círculo de los catecúmenos, durante el culto de primera comunión… Lo que hicimos. Después de mí, el pastor tuvo que llenar otra vez la copa…
Si bien había una tolerancia hacía las otras religiones y culturas, ciertos prejuicios se mantenían. En mi familia especialmente, mi madre odiaba a los alemanes, los llamaba los Boches y no le gustó que su querido hermano menor se casará con una linda mujer de Heidelberg. En la familia de mi padre, cuando se casó uno de sus primos en la iglesia católica, su matrimonio se consideró como una apostasía. Otro hecho: Mi tío judío tenía dos hermanos algo especiales: El menor, corredor en relojería hizo estafas y fue condenado a tiempos de cárcel. El otro era homosexual. Entonces, a veces se recibía en la familia el estafador sin problemas mayores pero las puertas eran totalmente cerradas al otro, un intelectual brillante.
Un recuerdo tal vez más antiguo: Un día que mi madre sacudía las alfombras sobre el balcón pasó en la calle un hombre de color. Nos llamó apurada para que viniéramos a la ventana a ver "un nègre" pasar. 70 años más tarde, en ese verano, una docena de niños chicos jugaban entre las 18 y las 21 horas en el pequeño parque frente a mi casa, parque que durante años no servía para nada, pero donde, cuando chicos pasábamos nuestras veladas en jugar con los amigos del barrio. Hay juegos que no han cambiado, el escondite, la rayuela o el fútbol, pero ya nadie juega a las canicas o al salto al elástico, y todos tienen triciclos, bicicletas y teléfonos… Este verano de confinamiento observe desde mi ventana a esos chiquillos, eran todos de color.
Antes de cenar, oíamos las noticias en la radio, un aparato con lámparas que tenía un "ojo mágico" una lucecita verde que cambiaba según la calidad de la recepción. Cada lunes a las ocho, se escuchaba la tradicional obra policial, siempre con los mismos personajes y las mismas voces…
En la velada, mi padre se sentaba en un sillón para fumar su pipa, para descansar y escuchar música clásica primero sobre el gramófono para los discos de 78 vueltas por minuto; se precisaban 12 discos para una sinfonía de Beethoven que se debían cambiar cada 5 minutos; esos discos eran muy frágiles y producían muchos chillidos parásitos, provocados por la aguja que se gastaba con rapidez. Para la música mi padre siempre quiso tener los mejores aparatos. Cuando aparecieron los microsurcos, cambio el gramófono por un tocadiscos moderno que podía leer todos los discos. Se inscribió en la "Guilde du Disque" una sociedad distribuidora de "buena" música que proporcionaba a sus adherentes una obra elegida al mes. La primera fue Eine kleine Nachtmusik de Mozart, de la cual recuerdo perfectamente la melodía: Sol re sol re sol re sol si re, do la do la la do la fa la ré…. Y más tarde adquirió una excelente instalación estereofónica Bang and Olufsen, lo mejor del mercado.
Mi tío Isaac fue el primero de la familia en tener un auto, una Renault 4. A veces nos convidaba a dar un paseo… Eran momentos fabulosos. Un sábado decidió llevarnos a recorrer "Los tres pasos" un recorrido clásico de casi 500 kilómetros sobre las rutas sinuosas de los años 50 en los Alpes de Suiza Central. Un calvario: 4 adultos y 2 niños en su pequeño coche… El viaje era largo y tomaba bastante tiempo así que solo parábamos un rato para dejar que el motor se enfríe, para agregar agua en el radiador, o para permitir a mi hermana de vomitar ya que no soportaba las interminables curvas de los pasos de más de 2000 metros de altura. El Grimsel tenía una ruta normal, asfaltada; el Susten era la mejor carretera para unir dos valles de los Alpes ya que durante la segunda guerra mundial, la construyeron miles de soldados polacos refugiados en Suiza después de la conquista de su país por los Nazis; la Furka era todavía un camino de piedra que además de ser caótico era sumamente polvoriento así que se cerraron las ventanas del coche.
Creo que en los años 50 se modernizó la forma de hacer nuestra toilette. Antes nos bañábamos en una pieza del sótano del edificio, donde cada semana se calentaba a leña agua para lavar ropa. Al final de los lavados, se ponía agua caliente en una herrada o tal vez se aprovechaba del agua con jabón, y nos bañábamos rápido en ese local caliente y oloroso. Mi padre mandó a instalar una cabina de ducha dentro de la grande cocina y cambiar el antiquísimo fregadero de piedra calcárea por un moderno, sobre el cual los grifos podían dar agua caliente de un calentador eléctrico de 70 litros. 70 litros: Era la cantidad justa para que, cada viernes, mi madre primero se duchara, seguida por mi hermana, por mí y por mi padre que a veces tenía que terminar con agua fría. En esa "ceremonia" semanal, mi madre era relativamente poco púdica y no le importaba estar desnuda en la cocina durante algunos ratos. En cambio, mi padre, nunca lo vi desnudo y sé que no apreciaba el hecho que, de vuelta de Chile en 1973 con mi esposa, íbamos a bañarnos en Thièle, una playa naturista a orilla del lago de Neuchâtel, o de vacaciones en camping nudista de Francia.
Mi padre compró su primer auto en 1957. Era un pequeño Ford Anglia de segunda mano. El obtuvo su permiso poco antes, pero nunca supo manejar bien. Fue la oportunidad de hacer nuestro primer viaje al mar. 500 kilómetros hasta les Saintes-Marie-de-la-Mer. El largo viaje por la Nationale 7, una carretera peligrosísima fue una pesadilla. ¡De ida, tuvimos dos choquecitos sin gravedad pero que dejaron a mi hermana en un estado de angustia tal que quería regresa a pie! Y el único recuerdo notable de ese tremendo viaje, es el baño del camping a orilla del mar, una inmundicia indescriptible que nos dejó a todos constipados. En el verano siguiente fuimos a Arcachon en el Atlántico. Remplace frecuentemente a mi padre en el volante y el viaje fue agradable: descubrimos lugares bonitos que nos cambiaban mucho de los bosques de abetos de nuestro Jura. Mi padre me prestaba su coche de tal modo que pudimos cambiar nuestro modo de desplazarse para ir "Aux Sommêtres", el sitio de escalada más cercano de nuestro domicilio, situado a 20 kilómetros que recorríamos a bicicleta.
En el 1961 terminé mis estudios de maestro primario y me nombraron en un colegio de campo, lejos de la ciudad donde tenía todos mis amigos, mis actividades de militante comunista y de técnico en un grupo de teatro aficionado. El piso de función, arriba de la sala de clase única era miserable y difícil de calentar en una estufa que se carga con turba, el combustible local y barato. Casi nunca dormí allí pero unas veces lleve a mi amiga de entonces para que hiciéramos el amor, lejos de los padres que nos cuidaban demasiado. Compre un pequeño auto, una Citroën 2 CV y recorría cada día los 20 kilómetros que separaban mi domicilio donde mis padres y mi colegio. Muy fiel ese coche, pero lento. Nunca tuvo pana ya que, en la semana más fría del invierno que pasé enseñando "au Cachot", con temperaturas hasta -30 grados, para poner en marcha mi Citroneta de manera segura, sacaba el aceite del motor en la tarde, lo guardaba sobre un radiador y lo ponía en la mañana antes de partir. Ese auto pasaba por todas partes, pero una vez me topé con un montón de nieve acumulado por el viento sobre la carretera. Imposible de pasar. Estaba a 200 metros del colegio y tuve que pedir a los alumnos de empujar el auto para sacarme de ese mal paso. Ese mismo invierno, fui de noche sobre el pequeño lago "des Taillères" donde las gentes patinaban, para experimentar la conducta de mi auto sobre hielo. Cosa totalmente prohibida por supuesto y riesgosa.
Tener un auto aumentó muchísimo las posibilidades de ir a la montaña, -el alpinismo era mi deporte favorito-, de esquiar en las estaciones invernales, de ir al teatro en Francia, de abrir nuestros horizontes. Y con mi modesto salario de maestro primario podía ofrecerme estas salidas de vez en cuando.
Al comienzo de los años 60, en las relaciones sexuales de los jóvenes, se temía mucho los embarazos y los anticonceptivos estaban escasos y poco seguros. Para comprarlos había que vencer la vergüenza de pedirlos en las farmacias. En un viajecito a Bourgogne durante un festival de teatro, logré comprar unos supositorios vaginales, lo que nos hubiera dejado sin angustia pero se derritieron ya que los dejé en el auto al sol!
Entre 1966 y 1968 fui contratado por los Chinos para enseñar el francés en Shanghaï. Y de repente me encontré con una civilización muy antigua pero que no había llegado a lo que consideraba la era moderna. Impresión de una vuelta hacia atrás, pero dentro de un movimiento irresistible hacia adelante. Los viajes entre las ciudades se hacían casi exclusivamente en trenes lentos que tenían tres clases de pasajes; dentro de la inmensa ciudad donde viví, los autos eran escasísimas, los buses y los tranvías relativamente frecuentes y los ciclistas, una muchedumbre vestida de azul, tan numerosa como los peatones. La dirección de la escuela y los responsables del Partido nos mandaban un taxi o un auto de función para las grandes ocasiones, pero lo que más se usaba, eran los triciclos con un asiento para dos personas en la parte de atrás, y una silla para el conductor, frecuentemente una persona que nos parecía vieja y que ayudábamos en las únicas subidas de la ciudad, los puentes sobre el río. Compré una bicicleta, un traje azul y frecuentemente me desplazaba así, como los Chinos. En las fábricas casi todo se hacía a mano y los campesinos solo tenían sus brazos y algunas herramientas simples. Ninguna máquina, ningún tractor. En las oficinas, en las administraciones, en los bancos se escribía todo a mano, ya que las máquinas de escribir para 2 o 3000 caracteres no se habían inventado y se oía un tintineo de madera permanente: Eran los numerosísimos contadores que trabajaban con ábacos. En ese periodo los Chinos tenían suficiente comida, pero no era variada, arroz, verduras, legumbre, raras veces carne o pescado, algunas frutas No se veía nunca a un obeso. Nosotros los profesores extranjeros, teníamos sueldos altos y podíamos ir a los excelentes restaurantes cada vez que se nos daban las ganas. Frecuentábamos una galería de antigüedades que se vendían a los extranjeros a precios interesantes. En cuanto a los objetos manufacturados, se podía comprar una radio, una máquina de afeitar, un mediocre tocadiscos o una pálida copia de un Leica en la tienda de la Amistad, reservada a los extranjeros. En el 1965, llegó desde Chile una profesora de castellano, de quien me enamoré y con la cual pasamos más de 50 años casados.
Se nos terminaron los contratos al comienzo de la "Grande Revolución Cultural". Después de un viaje por la Unión Soviética, Checoslovaquia y los Alpes suizos, nos juntamos en Chile, donde pasé 8 años, tal vez los más felices de mi vida aunque se terminaron brutalmente con el golpe de estado de Pinochet el 11 de setiembre de 1973. Era un país lindo con paisajes variados, con un clima agradable y con gente sumamente acogedora. Para la pequeña burguesía la vida era muy agradable, se comía bien, los pescados y mariscos del Pacífico eran sumamente ricos y el vino de calidad. Tuve un trabajo en mi ramo, la enseñanza primaria en una escuela privada donde hijos de las clases altas aprendían el francés. Me pagaban muy mal, pero completaba mi sueldo con clases privadas con un éxito que crecía a medida que aumentaba mi tarifa. Y teníamos dos sueldos ya que mi esposa también trabajaba, enseñando a leer a más de 50 alumnos en un barrio pobre de Santiago.
De un lado, Chile era un país moderno, con instituciones democráticas, con una clase media culta, con buenas escuelas y universidades, con un sistema de salud que funcionaba bien y con posibilidades de progresar en todos los aspectos de la vida. Claro que estaba lejos de los niveles de Suiza, Alemania o Francia, la inflación hacía estragos, los objetos manufacturados eran escasos y caros, y los medios de transportes malos, abarrotados y peligrosos. Fuera de ciertos autos importados no sé cómo, solo se podían comprar pequeños Citroën 2 CV que se llamaban "Citronetas" y que se armaban en Arica en el norte del país. Y como eran chicos, lentos y frágiles los buses, los camiones, las "liebres" no los respetaban a pesar de las reglas de circulación, que pocos automovilistas conocían y respetaban, incluso las profesionales. Para obtener una línea de teléfono eran años de espera y las comunicaciones caras. La Iglesia católica mantenía su influencia sobre toda la sociedad, de tal modo que el ateo convencido era obligado de casarse por la iglesia a pesar de que existía una ceremonia civil. Fue mi caso. Y cosa curiosa, el viejo cura que nos casó era francés y había hecho su seminario en una institución situada a 20 kilómetros de mi casa de la Chaux-de-Fonds. Otra cosa impuesta por la religión: El divorcio no existía. Sin embargo conocí muchas parejas que se habían separado, que eran recompuesta o que vivían juntos sin ser casados. La separación era posible, pero necesitaba mucho trabajo de los abogados, muchas mentiras, mucho tiempo y mucho dinero. Y ni que hablar del aborto…
Santiago de Chile 1970
Los dos últimos años de mi estadía en Chile, bajo el gobierno popular de Salvador Allende, cambié de trabajo y me contrataron como traductor-intérprete en un organismo del estado, la Corporación de Fomento. A pesar de los disturbios organizados por la extrema derecha y la paulatina disminución del abastecimiento del pueblo, fue un periodo de entusiasmo y de gran esperanza… Pero el país se estaba partiendo en dos grupos que ya no dialogaban, que se odiaban y que casi entraron en guerra civil, fomentada por los norteamericanos. La extrema izquierda quería armar al pueblo para resistir a los militares que preparaban el golpe de estado, pero el gobierno nunca aceptó esa extremidad. Lo pagó caro, pero eso es otra historia. En los últimos meses de la democracia chilena, empezaron a faltar los alimentos de base, la inflación llegaba a cumbres nunca visto y las organizaciones populares tuvieron que repartir la comida con una forma de racionamiento.
El golpe de estado significó un cambio total de vida. Pasé a la clandestinidad durante algunas semanas, ya que según un capitán de carabineros, compañero mío de andinismo, los militares me buscaban como "extremista extranjero entrenado a la guerra de guerrilla en China". ¡Y fusilaban por mucho menos! El me salvó la vida llevándome a mi embajada en su Jeep.
Viajamos a Suiza en noviembre de 1973, en un avión afretado por la Cruz Roja Suiza (?) que llevaba un centenar de refugiados seleccionados en la cárcel del Estadio Nacional por un agente consular de mi país. Llegamos a mi ciudad natal donde, a los pocos días encontré un remplazo y un nombramiento en el colegio frente a la casa de mi padre. El interés para con Chile era muy grande en esa ciudad industrial, y se organizó un grupo de simpatizantes para ayudar a los refugiados chilenos y para denunciar a la dictadura de Pinochet. Participamos desde su creación a ese movimiento donde tratábamos de ser eficaces a pesar de que veníamos de varios horizontes, desde la extrema izquierda hasta los católicos progresistas.
Desde que nos instalamos en Suiza, las cosas cambiaron a una velocidad increíble. Algunos avances… ¿Pero podemos llamarlos progresos?
En 1974 enseñaba todavía con pizarrón, tiza, lápices. Desde el año 2000, entraron las computadoras en las aulas, los programas informáticos y de a poco se dejó de escribir a mano.
En 1974 para telefonear se precisaba componer los números sobre un disco y las llamadas eran relativamente caras, sobre todo hacia el extranjero
En 1963 un pequeño auto como mi Citroën 2 CV consumía más benzina que un Mercedes de ahora.
En 1974, se escuchaba música grabada sobre discos vinilos sobre lectores de casete o grabadoras con cintas.
Los CD o los DVD marcaron un cierto adelanto, menos volumen, mejor calidad de sonido y precios bajos. Tuvimos lectores en los autos y ciertos automovilistas transformaron su coche en "sala de concierto" especialmente para oír música rock, pop, metal, a todo volumen. No tuve tiempo de tener una colección de esos discos, ya que desaparecieron en pocos años, remplazados por música a la demanda a partir de sitios accesible con computadoras, sobre llaves USB, tabletas táctiles o teléfonos portables. En mi último auto, un Dacia de 2016, ya no puedo escuchar CD, tengo que arreglármelas para tener nuevos soportes. Y tendré que comprar una nueva radio al final del año ya que las emisoras suizas dejaran las ondas para remplazarlas por un sistema binar.
En cuanto a mí, cuando miro hacia atrás constato que se derrumbaron algunas de mis certezas: primero la "destalinización" con la revelación de los crímenes del "Pequeño Padre del Pueblo" y de la existencia de los gulags en la Unión Soviética, el "ejemplo" de los comunistas chinos que mostraban el camino a los países subdesarrollados, los logros del régimen de Mao Zedong y la necesidad de la Revolución Cultural, le esperanza de una vida mejor para todos en ese planeta, la honradez de los dirigentes democráticos, etc. No soy amargo, pero estimo haberme equivocado de buena fe, influido por gentes y libros, teorías e ideas que me engañaron…
Estimo que lo que más ha cambiado en mi vida es la presencia permanente de la computadora y de sus derivados. Me permite hacer cosas desde mi casa que antes necesitaban que saliera, que encontrara gentes, que explicara lo que quería, etc. Los contactos humanos eran importantes; ciertos me hacen falta pero no me veo yendo hacia atrás. Presidí durante varios años la sección de mi ciudad del Club Alpino a partir del año 2009. Todavía en aquel tiempo la secretaria tomaba las actas de las reuniones del comité con taquigrafía y se mandaba los informes sobre papel en correo postal. Pero de pronto se puso a tomar notas sobre su computadora mandando los documentos por Internet. Un cambio radical, que permitió una comunicación más rápida pero que estaba dependiente de los errores o panas de la informática. Como presidente mandaba las noticias, las cuestiones, las informaciones por internet a todos, fuera de un viejo miembro que rehusaba las técnicas modernas y al cual traía los documentos importantes a su domicilio, ocasión de conversar delante de un café o de una cerveza, según la hora de mi visita.
El 23 de noviembre, las medidas para luchar contra el Covid-19 obligaron a los miembros del Comité del Club Alpino a realizar una sesión por video-conferencia. Resultó un éxito, y creo que fue menos larga y latosa que cuando nos reunimos en una sala. En una hora y media se discutió todos los puntos y no en tres horas. Cada uno se dio la pena de escuchar a los demás y a hablar solo de lo esencial. Pero no hubo el momento importante después de la reunión, cuando se conversa de todo y de nada de una manera informal, tomando una cerveza…
Otra cosa para terminar: Cuando aprendí a escribir, a los 6 años de edad tuve que tratar en vano de dominar una pluma de acero con tinta… Fuera de ensuciar mis dedos y mi ropa, nunca logré presentar una hoja limpia, sin manchas y con una calígrafa posible de leer. En el liceo, tomé la costumbre de entregar los trabajos mecanografiados con la vieja máquina de escribir de mi mama, cosa que los profesores apreciaban ya que así me podían leer. En mi carrera de maestro tuve que hacer muchos esfuerzos para escribir a la pizarra, y en las libretas de notas de mis alumnos. En Chile, trabajé en la CORFO con una Olivetti eléctrica, ¡una maravilla! Y desde los años 70, llegaron las computadoras y todas sus ventajas… y sus desagrados. En toda mi vida evité de escribir a mano para que mis corresponsales pudieran leerme. Solo tomo un bolígrafo para redactar cartas de condolencias, felicitaciones por un matrimonio o un nacimiento…
Ya soy viejo, casi 80 años. Vi los cambios en el mundo en todos los aspectos a veces en bien, pero la miseria y la opresión siguen como antes sin las teorías políticas que pretendieron vencerlas. Y las consecuencias del Covid no van a arreglar las cosas, todo lo contrario.
(Escrito por Maurice Z. en español)
De la liberación a la reapropiación
5 de Julio de 1962. Argelia se libera del yugo colonial: siete años de guerra mortífera, siete años de sufrimiento.
¿El día de la independencia? Tienes que haberlo vivido para valorar su importancia y su potencia: ¡regocijo popular, millones de banderas en los tejados y los balcones, por fin promesas de paz!
Un día inolvidable para toda Argelia. ¡La paz, la paz! Los sacrificios no han sido en vano. Muchos combatientes han muerto por un ideal, la libertad.
El pueblo entero se pone en pie para construir el país, dispuesto a levantar montañas. Pero por desgracia, la intrusión de la "política", de los intereses ha desmovilizado las energías. ¡Pérdida de las ilusiones! Una nueva era: Revolución secuestrada, confiscada. Los lemas "la revolución por el pueblo y para el pueblo", "un único héroe el pueblo" han sido vaciados de su contenido, de su sentido. Otra realidad: una sociedad de hombres nuevos muy lejos del ideal anhelado por la juventud.
Luego, durante casi medio siglo, toda una generación asiste impotente a "un nuevo orden". El pueblo ha dejado de ser héroe. El sistema establecido corta con la sociedad cuya mayoría es joven. Los jóvenes se sienten totalmente abandonados. Es la desesperación: vida difícil, paro, drogas, suicidios, inmolaciones, deseo de marcharse...
Un sistema opresivo, una dura represión aniquila toda veleidad de contestación y de libertad. El argelino se ha convertido en apátrida, excluido de la edificación de su país... Pero llega un momento en que el "ciudadano" se da cuenta de que se han sobrepasado los límites: sufre demasiadas injusticias, mucha arbitrariedad, se rebela y toma conciencia de sus derechos humanos, de su dignidad. Y un día se produce el despertar, el sobresalto, el hirak (el movimiento), el 22 de febrero de 2019: un día histórico altamente simbólico.
He vivido este momento como un renacimiento de Argelia. Esta fecha es para mí el año I de la República. La manifestación pacífica ha suscitado la admiración del mundo entero. La juventud recupera a sus héroes, su historia, su pasado, su genealogía. Basta con leer las inscripciones sobre las pancartas para medir el grado de madurez de esta juventud que quiere gritar, construir, vivir su edad, su tiempo, en su país. Los paneles rezan: "Hemos salido del coma".
Todo un pueblo se libera, ocupa el espacio público, todas las generaciones de hombres y mujeres juntas por una nueva Argelia contra el desdén y la humillación, y sobre todo, consciente de pertenecer a un gran pueblo rico de su historia, de sus mujeres y de sus prestigiosos hombres.
Por fin Argelia se inscribe en el curso de su historia. Esto no será fácil. Uno no puede impedir tener preocupaciones frente a las manipulaciones y la represión.
A pesar de la suspensión de este movimiento por la pandemia, el espíritu del hirak jamás se apagará: se ha vencido al miedo. Argelia ya es otra: los hombres y las mujeres, familias enteras manifiestan juntas por su país y por el de sus hijos.
Lo que ha cambiado, y es algo revolucionario, es que las mujeres toman la palabra sin complejo, pero más aún, los hombres las miran de otra manera, las miran llenos de admiración: son sus madres, sus esposas, sus hermanas, sus hijas las que afirman libremente su presencia y se reapropian el espacio público de una manera completamente natural.
Se rompen los tabúes y las mujeres se afirman como personas de pleno derecho: es el hirak portador del cambio y de la esperanza.
Como educadora, he dedicado una vida entera -casi setenta años- a esta juventud. Es dinámica y emprendedora, sorprendente, inteligente. Siempre he confiado en ella y nunca me ha decepcionado. ¡Ahora me siento satisfecha!
5 de Julio de 1962, es la liberación de un territorio.
2 de febrero de 2019, es el advenimiento de una nueva Argelia, portadora de muchas esperanzas.
Argelia se edificará gracias a la voluntad y al compromiso de sus hijos. El hirak me ha inspirado numerosos poemas. He aquí uno de ellos:
Un tiempo para sufrir
Un tiempo para callar
Un tiempo para luchar
Pero
Otro tiempo para soñar
Otro tiempo para el hombre y la mujer
Simplemente
Otro tiempo para la humanidad
Siempre hay un después
Para revivir
Para sonreír
Para la alegría
Para la esperanza.
Djoher Amhis, Argel 8 de noviembre de 2020.
(Traducido del francés por Souad Hadj-Ali Mouhoub)
El Hirak argelino
En mi campo limosín, el año 2020 pasó como un profundo letargo, habitado por sueños extraños y pesadillas. Desde hace nueve meses no me he alejado un perímetro de veinte kilómetros a la redonda, salpicado de verdes árboles ahora desnudos, de vacas tranquilas, de corderos veludillos, de estanques, de campanas y de algunos amigos queridos, muy queridos a mi corazón.
Sin embargo, el mundo entero colmaba mis pensamientos y los ecos que he recibido del planeta, por varios conductos, me han llenado a menudo de cólera, aunque esta rebeldía no es nueva en mí. La única buena noticia fue la victoria del pueblo chileno que por fin logrará cambiar su infame y terrible constitución. Pero he sentido, por olas de angustias sucesivas que la tela de araña tejida por el capitalismo internacional -que se llama ahora neo-liberalismo- se hace más espesa, se extiende, se cierra sobre todos nosotros, los pobres humanos… y que las luchas son cada vez más difíciles de realizar, a tal punto se intensificaron la represión, la manipulación de los espíritus, el trazado y la feroz explotación de recursos y seres.
¿Qué nuevas formas podrían tomar esos combates para ser mejores?, no lo sé, no lo percibo todavía. Tengo una inmensa confianza en la juventud, de aquí y de todas partes, en su vitalidad, en su poder de invención. ¿Sabrá quedar lúcida y viva, a pesar de todas las quinquinas que le hacen tragar, de todas las vías muertas y sin salida que el sistema le hace tomar?
La famosa crisis del Covid –una epidemia como otras, pasadas y por venir- a mi entender, no ha hecho más que desvelar ciertos terribles mecanismos del capitalismo mundial y permitirle reajustarse y regenerarse. Como las guerras de masas o ciertos golpes de Estado lo han hecho anteriormente. Sería largo de explicar y tal vez no tengo los medios para hacerlo. Yo doy aquí un sentimiento, intuición política de una mujer que, desde sus dieciocho años, ha tratado de comprender los mecanismos de dominio, de desposesión y ha tratado de denunciarlos y de oponerse a ellos, desde su pequeño nivel. Eso es, pues, más de cincuenta años de reflexión y de compromiso: son mis únicos bagajes, mis únicas armas mentales…
Escucho la canción de Julien Doré: “El mundo ha cambiado/Se desplazó/ Algunas vértebras” y ahí yo veo nostalgia y tristeza, con una intensa poesía musical… me digo que son esas bellezas, esos fulgores de la creación, que al ser compartidos por una gran mayoría, nos permiten ser humanos dignos. “La poesía salvará al mundo”, escribía Jean-Pierre Siméon en 2015. Me gusta ese pequeño ensayo. Sobre todo, esa frase, como un lema publicitario de loca esperanza en la noche de invierno.
Soy editora, publico hermosos textos literarios, creo, como mi hermano espiritual Patrick Chamoiseau que lo imaginario sin fronteras se comparte y ese “contra todo lo maquinal del mundo” que diría Julien Gracq. Es mi principal combate sin faltar a ninguna manifestación de protesta en la calle… y hubo tres, bien solidarias cada sábado desde hace tres semanas, aquí en Limoges y en todo este país que se llama Francia, en estos días de noviembre y diciembre cuando el sol se ausenta un poco del hemisferio norte de nuestra bella tierra, ésta que los poderosos del dinero se ingenian en desfigurar y volver inhabitable…
No temo al Coronavirus 19, aunque sé que, como cualquier otra enfermedad puede quitarme la vida y matar a gente que conozco y a los que no conozco también pero por quienes siento amor y compasión de un ser vivo a otro. Los entierros, yo veo sus ritos católicos desde la ventana de mi salón que da a la plaza de la iglesia del pueblo y sé, desde muy joven, que todos moriremos, de una manera o de otra. Lo esencial – y este año 2020 lo pone de relieve- es de quedar vivos en el sentido pleno de la palabra durante el corto destello de nuestra vida.
Marie Virolle, 6 de diciembre 2020
(Traducido del francés por Adriana Lassel)
¿QUÉ HA SIDO DEL TIEMPO?
Mucho antes de la pandemia, ya lo sabíamos como una evidencia y una fatalidad: el tiempo subjetivo de la humanidad se ha alejado mucho del tiempo objetivo, nuestros relojes internos van más rápido que los relojes atómicos.
Los avances técnicos lo han experimentado y sobre todo nuestra capacidad de desplazarnos más y más de prisa. ¡El tren, el coche, el avión! ¡Cada vez más perfeccionados, siempre más eficientes! Como si las distancias se hubiesen acortado. ¡El telegrama, la radio, la televisión, el fax, el móvil! Y la comunicación ha seguido el mismo camino.
Ni siquiera nos damos cuenta de la enormidad de la revolución de Internet. Se ha vuelto tan familiar, como el agua del grifo o la luz eléctrica. Sin embargo, esta increíble invención es del orden de la aparición de la agricultura en el Neandertal, cuando el Hombre comenzó a domesticar la Naturaleza antes de corromperla.
Hace mucho que los hombres dicen que el tiempo pasa cada vez más rápido. Es a menudo el efecto de la edad, cuando el stock eventual de tiempo de una persona disminuye. Pero creo que esta sensación se ha extendido hoy en día, incluso entre los jóvenes. Vamos cada vez más de prisa y esta velocidad “reduce” las distancias. Y como el espacio está ligado al tiempo, el tiempo mismo se contrae. Este razonamiento lo defiendo desde hace muchos años y sigo defendiéndolo. Es mi teoría personal de la relatividad. Me pregunto si la escasez del tiempo no la nutre nuestra obsesión por la velocidad. Hemos perdido las virtudes de una cierta lentitud que era una forma de serenidad, incluso de sensatez. He leído durante este confinamiento El derecho a la pereza de Paul Lafargue. Lo había estudiado en la Facultad, pero ahora ha tomado otro sentido.
Sí, una de las mayores víctimas y no constatada de esta pandemia es el tiempo. Paradoja del confinamiento: tenemos tiempo de sobra pero no podemos utilizarlo. En otras ocasiones, cuando estamos ocupados, el tiempo pasa más de prisa. Pero ahora, desocupados, tenemos la impresión de que galopa. Mi mujer consigue trabajar más o menos. Da clases por Internet, dirige másteres de la misma forma, participa en seminarios... Mientras que yo, estoy desconectado profesionalmente. El suplemento cultural semanal que dirigía ha sido suspendido por la dirección del periódico. En cuanto a mi actividad en el ámbito de la comunicación, está casi en un punto muerto. Entonces, ¿qué haces cuando has guardado tus libros y tus objetos y “creado” nuevas cajas de cosas para dar o tirar?
Sin los marcadores del trabajo, sin las citas y las actividades sociales, el tiempo se deshilacha. Siento que pierdo la noción o más bien la sensación del tiempo. A pesar de los calendarios y de las máquinas (móvil, ordenador, tele) que los indican por todas partes, me equivoco bastante a menudo de días y de fechas. Le digo a mi mujer que mañana voy... “¡Pero, si es fin de semana!”, me responde. Le cuesta menos ubicarse porque siempre ha tenido mejor noción del tiempo que yo.
Puesto que son nuestros cuerpos los que están amenazados, debemos fortalecerlos. Bonita idea, pero no podemos salir ni movernos demasiado. El deporte en casa, ¿por qué no? Como se me ocurre andar sin meta por las habitaciones –un poco como un animal de zoo-, me doy cuenta de que podemos sacar provecho de la disposición del piso. El hall de la entrada da a un pasillo central por donde se accede al salón. De allí, hay una puerta que da a mi despacho, la antigua terraza que he transformado a tal efecto. Por ella se puede acceder a un dormitorio y, de nuevo, al pasillo. Cojo un metro y mido el circuito. Calculo que, si damos 80 vueltas, recorremos un kilómetro y medio. Partiendo de allí, iniciamos un programa diario que consiste en unos ejercicios de gimnasia por la mañana (me inspiro de mis lejanos recuerdos de deportista y de soldado) y, al final del día, antes de la cena, en una caminata rápida. Ya que el suelo es regular, aprovecho para hacerla descalzo. Me doy cuenta hasta qué punto la costumbre de llevar calzado, incluso zapatillas de estar por casa, ha acabado imponiéndose a nosotros. No ha sido indoloro al principio. Pero insisto. Realmente necesito sentir directamente el suelo, notar la gravedad que nos une a este querido y pobre planeta, nuestra dirección común en el cosmos, el suelo de las vacas como dicen los aviadores.
Para que el ejercicio resulte rentable, lo practicamos a las 20:00 horas para escuchar al mismo tiempo el triste y pesado telediario de la primera cadena nacional, la voz oficial del país. Estar tumbado en el sofá para recibir noticias inquietantes no es buen asunto. Estar de pie, como nuestros ancestros homo sapiens, y andar puede dar la ilusión de que se está combatiendo la mala suerte.
La tele está en el salón y no podemos subir el volumen. Como vamos uno tras otro en este circuito, ocurre que quien pasa por el dormitorio se pierde un fragmento del noticiero y pide al otro que le complete la información. Mientras tanto, comentamos las noticias del país y del mundo, pero en un momento dado el ritmo rápido de la marcha nos deja sin aliento y nos callamos.
WESTERNS TONTOS Y PENSAMIENTOS VARIOS
Los primeros días del confinamiento, estaba hambriento de cine. En las distintas cadenas internacionales o por YouTube y streaming, tengo acceso a unos clásicos que ya he visto en su mayoría pero que son inmortales. Es una filmoteca que abro en mi casa y hasta me permito un ciclo de Hitchcock y otro de Elia Kazán. Lo mismo para la literatura. He intentado reducir las pilas de libros pendientes de leer, pero me he centrado sobre todo en las grandes obras, algunas ya leídas y releídas. A veces únicamente por algunos capítulos. Finalmente, entiendo que no quiero releerlas, sino recordar sus primeras lecturas y revivir así, de alguna manera, aquellas etapas de mi vida en las que tuvieron lugar.
Lo entiendo sobre todo porque, contrariamente a mis costumbres, no escucho demasiada música. Sé que la música tiene un contenido más elevado, incluso tóxico, de nostalgia y temo la sobredosis de evocaciones y reminiscencias. Las películas y los libros del pasado son soportables. Pero una canción puede sumirte en melancolías vertiginosas. El poder de los sonidos supera ciertamente al de las palabras y de las imágenes.
Lo que es seguro es que esa necesidad de obras destacadas y de alto nivel literario o artístico no ha funcionado. Al cabo de tres meses más o menos, me despedí de Hitchcock, Kazan, Cervantes, Calvino y de otros genios para buscar un poco de reposo interior. Mi mujer me encuentra zapeando, pasando la interminable lista de cadenas de televisión. “¿Qué buscas?”, me pregunta. Contesto: “Un buen western tonto en el que el protagonista dispara, por detrás de su espalda, la bala que rebota sobre la placa del sheriff para saltar sobre la campana de la iglesia y acabar entre los ojos del bandido escondido en la primera planta del saloon”. Esta respuesta, hace mucho tiempo que me gusta darla para justificar la necesidad de ver cosas insignificantes.
¡No siempre se puede aguantar obras maestras que exigen respeto, mucha atención, reflexiones anexas, sobre todo cuando el western bien real del corona merodea detrás de nuestras puertas! Tengo menos elección con la literatura porque no estoy equipado en “libros que se leen en las estaciones”, aunque nunca he despreciado este género, considerando que cada libro tiene a su lector o lectora.
El resto del tiempo, navego por Internet, no por las redes llamadas sociales ya que no estoy en ninguna de las dos. Odio su ajetreo que ha sustituido la vida real y su pretensión a llamarse “sociales” sabiendo lo que significa cuando lo estudié de cerca en la Facultad. Muchos de mis amigos ya no tienen tiempo de tomarse un café por la tarde como lo hacíamos antes porque se han vuelto adictos a “Face de Bouc” y consortes. Sin embargo, soy feliz en los sitios de búsqueda a través de blogs, diarios electrónicos de calidad, bibliotecas digitales, etc. Y en estos tiempos de corona, hay mucho que hacer, aunque solo sea para informarse sobre el corona.
Hoy, el confinamiento ha disminuido, pero el sentimiento de angustia permanece, alimentado por la imprecisión generalizada y las experiencias vividas. Tantos amigos y conocidos se han ido sin que hayamos podido siquiera asistir a su entierro, entre ellos, unas perlas de humanidad, seres brillantes conocidos o desconocidos. Mi hijo que vive en Francia me ha contado la historia terrible de un hermano y una hermana de sus amigos que tuvieron que seguir en directo por Smartphone el entierro de su madre en Argel.
¿Cuánto tiempo hace desde que no abrazo a mis hijos, a mis hermanos y mi hermana, a tantos familiares y amigos? Tenemos la costumbre de darnos besos incluso entre vecinos durante las fiestas religiosas o tradicionales. Muchas de ellas han pasado sin que hayamos podido reunirnos o vernos. Estos años no hemos celebrado la comida del Aid, ni las de Yennayer, del Mawled y de los cumpleaños.
Pienso a menudo en los enamorados que no pueden vivir sus amores como los habían vivido las generaciones anteriores. Se restringen los desplazamientos, las chicas están a menudo recluidas (ya no por tradición, sino por precauciones sanitarias o tal vez sea la tradición la que aprovecha el pretexto de dichas precauciones). Sus mensajes se transmiten por un intermediario digital. Es también el confinamiento del amor lo que estamos viviendo. O el cólera sin el amor, para citar a Márquez.
En este ambiente cuando menos sombrío, suelo pensar en mi abuelo. Yo era el mayor del mayor de sus hijos, su primer nieto. Me adoraba y yo lo veneraba. Cuando estudiaba en el instituto, el primer día de vacaciones cogía el tren o iba en autostop a verle a su pueblo en la montaña. Le gustaba contarme su vida y recuerdo un poco su relato sobre la gripe española y el tifus. No tenían ni hospitales, ni médicos o farmacéuticos, ni radio ni periódicos. Las noticias les llegaban con tres meses de retraso. Tuvieron que enfrentarse a esas y otras calamidades (entre ellas la colonización, que no era la menor) en las peores condiciones con los únicos recursos de su sabiduría y su determinación, una fe profunda y un elevado sentido de la dignidad. Trato de tomarlo como ejemplo para armarme de valor.
Hoy, yo también soy abuelo. Mi nieta vive al otro lado del Mediterráneo. Mi único contacto con ella se resume a cinco o diez minutos de video en directo, dos o tres veces por semana, a través de una pantalla de diez centímetros cuadrados. La veo crecer a ratos. Empieza a hablar, a actuar, a contar historias haciendo imitaciones y me llena de una inmensa alegría. El minuto en que me reconoce en miniatura en un aparato electrónico, y grita “¡Yeddi, abuelo!”, equivale para mí a unos cargamentos de felicidad. Quiero ser para ella –como lo fue mi abuelo para mí- un personaje cariñosamente imponente, muy presente de carne y hueso y en tres dimensiones y no una figura animada, plana y minúscula, hecha de pixeles de alta resolución y de baja realidad. Ninguna tecnología, venga de una civilización extraterrestre y súper avanzada, sabría reemplazar los sentimientos que pueden generar las relaciones humanas. Este es nuestro verdadero ADN.
Algunas veces me digo que esta pandemia ha venido para concluir el proceso de virtualización de nuestra vida ampliamente iniciado en las décadas anteriores. ¿Por qué hablamos de “distanciamiento social” cuando “distanciamiento sanitario” debería ser suficiente? Soy un ferviente partidario del progreso tecnológico, pero no puedo aceptar que pueda privarnos de nuestras razones de vivir y de reunirnos. Cuando el tren fue inventado, no impidió que la gente se viera, todo lo contrario.
Echo tanto de menos a mi nieta, como a mis parientes, al mundo entero y a mis semejantes, en sus grandezas y sus vilezas. En el fondo, el hecho de no viajar es aguantable. Lo que es inaguantable, es la idea de no poder hacerlo.
¡Hace ya más de un año! ¿Quién lo hubiera dicho? ¿Y quién dirá cuándo esto acabará?
Ameziane Ferhani. Argel, 4 de diciembre de 2020.
(Traducido del francés por Souad Hadj-Ali Mouhoub)
Un sobresalto liberador
Argel, 2019-2020: el despertar del volcán
«Klitu lablad, yâ esserraqin!» (¡Os habéis comido al país, panda de ladrones!) ; «Esh`ab yurid al-istiqlal!» (¡El pueblo quiere la independencia!) ; « Libérez l’Algérie!»; «Free Algeria! »; « ¡Liberar Argelia! »; «¡Al-hurriya lalyazâír! » ; «¡Tilelli i lezzaíer!» (¡Libertad para Argelia!).
Unos eslóganes muy fuertes y muy expresivos que dicen mucho sobre la rabia y el hartazgo de los argelinos que reivindican, con motivo del 65º aniversario del inicio de la guerra de liberación nacional, su liberación y su libertad.
Este pueblo que sufre desde hace años tantas humillaciones sin decir nada, que cuenta con una juventud dinámica que anhela construir el país pero que ha sido ignorada ; este pueblo que parecía padecer de mutismo e inmerso en el letargo, se despierta y grita alto y fuerte su ira. Él que creíamos indiferente a todo e inmerso en el mutismo para siempre, explota como un volcán y por fin se atreve a decir ¡NO! Este pueblo rechaza hoy a todo el sistema. Por fin toma conciencia y demuestra madurez política.
¡Reapropiarse la palabra!
¡El pueblo argelino ha decidido retomar la palabra! «Ma ranâsh jaifin, wallah mâ tsektuna!» corean las muchedumbres cada viernes (¡No tenemos miedo, por Alá que no nos vais a acallar!) ; «Non à la hogra!) » (¡No al desprecio!). « Esh`ab yurîd isqât annidhâm!» (¡El pueblo quiere la caída del sistema !). «Pouvoir mafieux, dégage!» (¡Poder mafioso, fuera!); «A neddu, a neddu alemma yeɣli uḍabu » (¡Marcharemos, marcharemos hasta que caiga el sistema!). «Lâ lil ‘uhda al-jâmisa! » (¡No al quinto mandato!) ; « ¡Ulash el vote, ulash! » (¡No a las elecciones!) ; « Le peuple a dit NON! » (¡El pueblo ha dicho NO!) para expresar su rechazo a un quinto mandato. «Lâ li `adâlat ettiliphun! » (¡No a la justicia por instrucciones telefónicas!). « Libérez les détenus!», «Libérez la liberté!» rezan algunas pancartas. « Vous pouvez tous nous enfermer, mais vous ne pourrez pas nous faire taire! » (¡Podréis encerrarnos a todos, pero no podréis callarnos!)
Las mujeres toman la palabra y las escuchan, las apoyan y las aplauden: madre, esposa, hermana e hija. Están entre la multitud, con velo o con el pelo al viento. Se expresan en distintos idiomas. Las admiran y las animan por su determinación y su compromiso. «La mujer argelina debe liberarse, debe ser liberada con el concurso activo, real, sincero de los hombres », dijo Kateb Yacine en julio de 1989 para contestar a una pregunta que se le hizo sobre la condición de la mujer en Argelia, durante el Festival del cortometraje de Orán. «Si este problema no está solucionado... es que en realidad Argelia camina sobre un solo pie. Es la mitad de sí misma, es reducida a no ser», había añadido ese hombre que siempre simbolizó al intelectual argelino en rebelión contra el orden establecido.
¡Reapropiarse los espacios!
El pueblo ha decidido reapropiarse los espacios públicos; desafiar el miedo y las prohibiciones. A pesar de haberle denegado el derecho a manifestar y a agruparse, miles de argelinos, hombres, mujeres y niños, personas mayores, asaltan Argel, la capital. Dejan momentáneamente sus disputas y se unen por una sola causa: una Argelia libre y justa. Unos espacios simbólicos están ocupados todos los viernes donde organizan sus marchas. Plaza del Primero de mayo, Plaza Maurice Audin, la explanada de la Grande Poste, Plaza de los Mártires...
El primero de noviembre que coincide con una fecha simbólica, la del estallido de la guerra de liberación nacional, es vivido como una cita histórica que no puede perderse. Una marea humana invade las calles de Argel. Se lee en las pancartas que algunos manifestantes ondean valientemente: «La Historia se repite. 1º de noviembre 1954-2019. Las 48 wilayat (provincias) en la capital por una nueva ‘Guerra de liberación’».
Ni los golpes, ni las intimidaciones, ni las detenciones socavan la determinación de los manifestantes: estar en la cita de la Historia. Y, habiendo sacado lecciones de experiencias pasadas, deciden no ceder a la violencia. Es pacíficamente y con la sonrisa como piensan llevar a cabo su revolución. Es la revolución de la sonrisa y del humor. Es así como, a las bombas lacrimógenas y a los camiones aspersores de agua, las multitudes responden con gracia recibiendo los chorros de agua: «Zidulna shampoing nwellu labâs!» (¡Con champú será mejor!). Enseguida, las grandes ciudades del país se solidarizan.
¡Reapropiarse la historia!
El pueblo reanuda con la historia. Este pueblo que parecía en ruptura total con la historia ha decidido apropiársela de nuevo y retomar el control de su destino. ¡NO! ¡Ya no se decidirá más por él! ¡NO! ¡Ya no se callará! Reanuda con el pasado glorioso y con sus símbolos. «Yâ Ali, bladi fi danger!» (¡Ali, mi país está en peligro!), haciendo referencia a Ali Ammar alias Ali Lapointe, mártir de la revolución, fallecido en la Casbah a los 27 años.
Numerosas pancartas se refieren al 1º de noviembre. Ondean retratos de figuras ilustres de la Revolución en todas las marchas: Abane Remdane, Mohamed Boudiaf, Zigoud Youcef, Larbi Ben Mhidi, Krim Belkacem, Amirouche...
Se menciona a Abane Remdane «Sem`u, sem`u yâ nâs! Abane jalla wusaya : dawla madaniía mashi ‘askariía! » (¡Escuchad, buena gente, Abane dejó una recomendación: Estado civil y no militar!). El himno nacional y otros cantos patrióticos se entonan al unísono en cada marcha y en todas las ciudades de Argelia. «Min yibâlina tal`a sawtu al- ahrar yunadinâ lil-istiqlal! (Desde nuestras montañas se eleva la voz de los hombres libres abogando por la independencia). «¿A dónde va Argelia?» se lee en las pancartas, remitiendo al título del libro escrito por Mohamed Boudiaf.
En Argel se destaca la presencia de una figura altamente simbólica en las marchas de los viernes acompañando a los manifestantes: Louisette Ighil Ahriz. La militante nacionalista de la guerra de independencia (1954-1962) quien, a pesar de sus 83 años y de los dolores debidos a sus antiguas heridas por balas, está presente en cada manifestación en la plaza Audin de Argel. Maurice Audin, otra figura ilustre y simbólica de nuestra revolución, prueba de que no es por casualidad que este lugar fuera elegido para las concentraciones y las marchas.
Louisette ighil Ahriz, nuestra gran muyâhida (combatiente), no dudó en afrontar a sus torturadores ante la justicia francesa. Será asimismo la primera mujer a haber rechazado la política de alineamiento en el senado. Dimitió del tercio presidencial del Consejo de la Nación en octubre de 2018 por protestar contra el quinto mandato del presidente. Ahora sale a la calle para reclamar la liberación de los detenidos y el fin del sistema. Apoyada en una muleta y sin dudar en mezclarse con la muchedumbre y con toda esta juventud para participar en las manifestaciones, se gana la admiración e impone el respeto.
Son numerosos los manifestantes que aprovechan la oportunidad para abordarla y hacerle preguntas o hacerse una foto o un selfi con ella. También notaremos la presencia de la hermana de Larbi Ben Mhidi y de Lakhdar Bouregaa...
¡Expresarse y tomar conciencia de su humanidad!
Pese a las tentativas de manipulación, el pueblo está aquí, se reapropia la palabra. La gente habla y se expresa sin temor a las represalias. Hablarse sin juzgarse, hablarse, pero también escucharse con respeto.
Recobra confianza y se deshace del odio a sí mismo. Cabe señalar que desde la independencia, el sistema en el poder se ha impuesto como superior, rebajando al pueblo que pierde poco a poco su conciencia de la humanidad.
Hombres y mujeres, jóvenes y mayores, barbudos o bien afeitados, con vaqueros o gandura, mujeres llevando velo o con el pelo destapado, todos juntos para salvar a Argelia. ¡Sin malos modales! Y si a cualquiera se le ocurre dejar escapar algún taco, enseguida todos le llama al orden recordándole que «aquí estamos en familia».
¡La noche del almirez!
La tradición del almirez remite a la guerra de liberación durante la cual la gente protestaba de manera pacífica desde su casa, dándole al almirez, sin ser reprimida.
Ahora se organizan marchas nocturnas en muchas ciudades del país. En Argel, grupos de manifestantes se reúnen en la Grande Poste y en la plaza Audin para la tradicional «operación del almirez». A falta de almirez, la gente saca cacerolas u ollas y corea consignas hostiles «Makash el vote» (¡No a las elecciones!) marcadas por golpes de almirez y albórbolas.
En cada «noche del almirez» la cita está minuciosamente preparada. Incluso los que no salen, participan desde su casa, asomándose a las ventanas y a los balcones. Se organiza un alboroto del demonio en una atmósfera alegre, pero con la determinación de seguir hasta el final de la meta planeada contra los que...
Contra los que...
Esta noche, haremos que suenen
Los morteros y el almirez
No para triturar las materias y transformarlas
Sino para oponernos
A los que quieren imponernos
Por el terror su voluntad
***
Esta noche, haremos que suenen
Los morteros y el almirez
Contra los que quieren mutilarnos
Los que quieren dividirnos
Los que quieren aplastarnos
Los que quieren machacarnos
***
Esta noche, haremos que suenen
Los morteros y el almirez
De la revuelta y dejaremos que lleven
El grito de la rebelión de los oprimidos
El grito de las almas rotas
Que la tiranía ha humillado
***
Esta noche, haremos que suenen
Los morteros a golpes regulares
Esta noche, haremos que resuene Argel
Para que se oiga la voz de los perseguidos
Para que se oiga la voz de los secuestrados
Para que se oiga la voz de los presos
***
Esta noche, haremos que suenen
Los morteros y el almirez
Contra los que quieren acallarnos para siempre
Contra los que quieren machacarnos
Esta noche haremos que bramen los morteros
Para que se oiga el grito de la LIBERTAD.
Ghenima Rekis Kemkem
Argel, 23 de noviembre de 2020
(Traducido del francés por Souad Hadj-Ali Mouhoub)
EL MUNDO HA CAMBIADO
Que el mundo ha cambiado y lo hace día a día no es una novedad. El avance de la tecnología y de la ciencia de manera exponencial lo determinan. Es claro que esto resulta alucinante si nos remontamos a la historia de la humanidad a sus tiempos y sus épocas. El llamado mundo antiguo permaneció casi inmutable durante varios miles de años y la Edad Media por más de 1000 años. Se trató de períodos que, observados ahora desde las alturas de nuestro mundo global y de la sociedad del conocimiento, vemos como tiempos de oscurantismo y tiranías. No fue así exactamente, pero la velocidad de los cambios que vivimos nos los hace percibir así. En aquellos tiempos, no tan lejanos, también existieron progresos e ideas que, aunque a veces perseguidas por la Inquisición, sirvieron para abrir el camino al mundo de hoy. Caben escasas dudas que las luces del Renacimiento con la imprenta y el arte marcan un hito. Luego fueron la Revolución Francesa que marcó el camino de la democracia al terminar con el Antiguo Régimen y más tarde la gran Revolución Industrial en Inglaterra que vinieron a empujar cambios que fueron trascendentales para la humanidad.
Los siglos XlX y XX destacan en lo fundamental por sus grandes guerras, las napoleónicas y franco-prusianas en la Europa decimonónica y las dos grandes guerras mundiales del siglo XX. Todas estas guerras significaron destrucción y muerte, pero también avances tecnológicos muy importantes. En lo social y político sin duda que la Gran Revolución de Octubre y la aparición en Europa de los Estados del Bienestar de la post guerra en 1945, fueron grandes acontecimientos que marcaron el camino de la humanidad. Es a partir de los avances ocurridos en estos dos siglos que los cambios en el mundo se han acelerado hasta llegar a que en nuestros días avancen de manera geométrica.
Peter Watson ha escrito la Historia Intelectual del Siglo XX, un libro apasionante que nos muestra la obra del pensamiento humano en solo 100 años. Inmensa y sobre todo multifacética, No es fácil leer este libro y no porque sea complejo desde el punto de vista literario, sino porque el lector-a mí me ocurrió- se siente un enano, una suerte de enano lector ante la inmensidad del conocimiento humano. ¿Pero cuáles son los grandes hitos del hoy, de ese mundo cambiante? No lo sé pues son muchos. Desde luego la secuencia del genoma humano- el proyecto ENCODE que se inició en 1990 y culminó en 2005- es uno y quizá el más importante y no solo porque abre el camino del tratamiento de numerosas enfermedades genéticas y porque teóricamente permite al ser humano eludir las taras genéticas, sino porque nos acerca definitivamente al momento en que el hombre crea vida. Ya no se necesita a dios pues este ha sido reemplazado por la ciencia. La medicina ha experimentado avances increíbles en estos últimos 30 años, la nanotecnología aplicada a la medicina permitirá detectar el cáncer y otras enfermedades y tratarlas en sus absolutamente moleculares comienzos, la cirugía no invasiva, etc. El mismo hecho del aporte de una vacuna que permitirá el control de la pandemia de COVID 19 que vivimos es algo abismante. Hasta ahora se necesitaba un mínimo de 10 años para contar con una vacuna, hoy producto del avance científico se contara con ella en plena pandemia…menos de dos años. Algo increíble ciertamente.
Vivimos en la llamada Sociedad del Conocimiento. La revolución informática nos permite llevar en el bolsillo un pequeño aparato Smart que contiene toda la información no secreta que existe en el mundo y en muchísimos idiomas e incluso dialectos. Sin embargo, los seres humanos, incluso los más sabios, no somos capaces de transformar toda esta información y estos conocimientos en SABER. Nuestra obsolescencia cognitiva no nos permite pues no ha avanzado a la misma velocidad que el avance geométrico de datos e informaciones. Es por eso que muchos autores hablan hoy de la Sociedad de la Ignorancia.
(Escrito en español por Ariel Ulloa)
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COLABORADORES Y COLABORADORAS
Ameziane Ferhani.-Nacido en 1954 en Argel (Argelia), estudia la sociología urbana antes de consagrarse al periodismo cultural y a la comunicación. En los años 80 es Jefe de redacción de la revista Parcours Maghrebins (Trayectos Magrebinos). Entre 2006 y 2018 dirigió el suplemento Arts & Lettres del diario El Watan. Autor de una historia de los cómics argelinos (Dalimen 2012) es también autor de dos colecciones de cuentos, publicados en Ediciones Chihab: “Traverses d’Alger” (Senderos de Argel) (2005) y “Les Couffins de l’equinoxe” (Las cestas del equinoccio) (2008).
Ariel Ulloa.- Nacido en 1938 en Lanco, Región de Los Lagos (Chile), estudió en la Escuela de Medicina de la Universidad de Concepción. En 1964 es dirigente estudiantil y Presidente de la FEC (Federación de Estudiantes de Concepción). Militante del Partido Socialista durante la Unidad Popular, fue también dirigente del Partido. Estuvo exiliado en Cuba y en Argelia desde 1974 hasta el 1987. Alcalde de Concepción desde 1994 al 2000. Embajador de Chile en Argelia desde el 2001 hasta 2005. Jubilado, hoy vive en Tomé, Chile.
Djoher Amhis-Ouksel.- Nació en 1928 en Laverdure, Mechraha (Argelia). Entró a la Escuela Normal en 1945 y enseñó desde 1949 hasta 1983. Jubilada, se entregó a la promoción de la lectura y creó la “Collection Empreintes” (Colección Huellas) con la Casa de Edición Casbah para dar a conocer a las jóvenes generaciones el patrimonio literario argelino. Ha consagrado, entre otros estudios, obras a Mohamed Dib, Mouloud Faraoun, Mouloud Mammeri, Malek Oaury y Taous Amrouche.
Marie Virolle.-Editora, co-directora de la revista A, ha coordinado desde 1996 hasta 2017 la redacción de la revista Algérie Litterature/Action. Posee un título de CAPES en Letras Modernas y un Doctorado en Antropología Social y Cultural. Ha sido Directora de Investigación en el CNRS hasta 2014. Vivió 20 años en Argelia y colaboró en trabajos de investigación del CRAPE y de las universidades de Argel y de Orán. Publicó varias obras en Antropología del Magreb y decenas de artículos sobre literaturas orales y escritas de Argelia. Es Chevalier de la Orden de Artes y Letras.
Maurice Zwahlen.- Nació en La-Chaux-de Fonds, pequeña ciudad del Jura suizo en 1941. Después de su bachillerato clásico latín-griego en 1959, estudió en la Escuela Normal de Neuchâtel y enseñó durante dos años. Militante del POP (Partido Comunista) desde 1958 hasta 1964. Desde 1964 a 1966 enseñó en el Institut de Langues Extrangères de Shanghaï. Casado con Gloria Jiménez, chilena, vivió en Chile desde 1966 hasta 1973. El golpe de estado de Pinochet lo hizo partir, junto con su esposa y se instalaron en Suiza donde enseñó hasta 2005. Ha sido Presidente de una sección del Club Alpino Suizo y miembro de la comisión cultural de esta misma institución. Hoy es viudo y jubilado.
Ghenima Rekis Kemkem.- Formadora de formadores jubilada, es traductora y co-autora de un Manuel scolaire de Français, Ed. Casbah. Concepción y realización de soportes pedagógicos y didácticos para la ONEFD (Oficio Nacional para la Enseñanza y formación a distancia), en francés y traducción hacia el inglés en su sitio Web. Traducción de poemas del español al tamazight y al árabe del poeta chileno T. Elssaca. Traducción de escenarios de filmes hacia el tamazight de R. Belmoktar.
Silvia Reyes -Originaria de Santiago de Chile, donde hace sus estudios y obtiene el título de Economía. A los 40 años decide cambiar de actividad y estudia Psicología, con una formación adicional de tres años para especializarse en Clínica. Hoy día vive en Santiago.
Souad Hadj-Ali Mouhoub, argelina (1955), es licenciada en Filología española por las Universidades de Argel y Madrid. Impartió clases de español y traducción en la Universidad de Argel. Es autora de Cronología de mi dolor por Argelia y otros relatos contra el olvido et de Memorias calladas. Editó el libro El ritual de la boqala. Poesía oral femenina argelina, ytradujo el ensayo Images d'Amérique (Imágenes de América) de Adriana Lassel; la novela El caracol obstinado (L'escargot entêté) de Rachid Boudjedra, y dos poemarios: Furtivo instante (Furtif instant) de Hamid Larbi y Echapées éphémères/Escapadas efímeras de Redouane Mouhoub.
Colaboración Técnica de Lidia Lassel - Ingeniero en informática, ha trabajado durante 30 años en varios puestos relacionados con la tecnología en Argelia y Canadá, incluidos los últimos 12 como Directora de tecnología de la información (IT) en el Gobierno de Quebec (Canadá). Recientemente jubilada, vive en Quebec.
Algunos textos de los colaboradores fueron traducidos del francés al español por Souad Hadj-Ali Mouhoub y Adriana Lassel.
www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez
Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com
2020: El año en que el tiempo tropezó.
Compilación de relatos vivenciales sobre la pandemia desde Chile, Francia, Argelia, España y Suiza.
Por Adriana Lassel