Proyecto Patrimonio - 2017 | index | Alejandro Lavquén | Autores |
RESEÑAS DE LIBROS
Por Alejandro Lavquén
Publicadas en revista Punto Final nº 872/ marzo 31/ 2017
.. .. .. .. ..
El lobby feroz y la sociedad de la influencia (Catalonia, 349 pág.). Lobby es una palabra que se tomó la tribuna pública desde que la turbia relación empresarios-políticos salió a la luz con todos sus pormenores. En este libro Renato Garín González da cuenta de ello. Un primer capítulo se refiere a la ley del lobby, el segundo habla de la industria del lobby y el tercero explica el contexto político. Entre los lobistas más influyentes surge siempre el nombre de un personaje: Enrique Correa, ex ministro del presidente Patricio Aylwin.
Sobre el libro, la periodista Beatriz Sánchez expresa en el prólogo que se trata de “un relato que parece salido de una serie de televisión política, somos testigos de las verdaderas negociaciones en el Parlamento. No las que vemos a través de los canales de televisión de la Cámara y del Senado, sino lo que ocurre en los pasillos, en oficinas, en restoranes y en casas particulares. Lo que alguna vez –en forma bastante impune, por lo demás- el senador Andrés Zaldívar llamó ‘cocina’. Allí es donde se ‘hacen’ o negocian las leyes, donde caben unos pocos”.
— ¿Es el lobby sinónimo de corrupción?
— “El lobby no es corrupción, sin embargo, sus lógicas pueden mezclarse en el llamado ‘tráfico de influencias’ que es cuando una autoridad recibe una prebenda o un pago por realizar una gestión o tomar una decisión”.
— ¿Qué opina de la ley del lobby?
— “Es una ley a la chilena, donde los lobbistas no tienen grandes responsabilidades legales, por ejemplo no sabemos cuánto cobran”.
— ¿Existen lobbistas que busquen el bien común y no el de particulares?
— “Las ONG, las fundaciones, los sindicatos son ese tipo de ‘lobbistas’ buenos que señalas”.
¿Cuándo se jodió Chile? Memorias para la democracia (Catalonia, 183 pág.). Claudio Fuentes. Con prólogo de Jorge Baradit. La tónica del libro es poner ante el lector una serie de episodios, documentos, leyes, testimonios (como el de María Graham, por ejemplo), etc. Y en cada uno va surgiendo la interrogante de si fue en ese momento cuando se jodió Chile. Jorge Baradit dice en el prólogo que “este libro da en el clavo. Va al año 1850 para entender un hecho de 1900, retoma lo ocurrido a comienzos del siglo XX para iluminar la crisis de nuestra década. Entiende que la historia es política y debe discutirse como parte de los ingredientes del diálogo actual, siempre”.
— ¿Cuál fue el criterio de selección de lo cuentas?
— Seleccioné una serie de hitos en la historia de Chile que son relevantes en el proceso político, ello incluye reformas electorales significativas, cambios legales relevantes, e hitos significativos de la historia republicana (la independencia, el centenario, la ocupación de la Araucanía, matanzas obreras). La idea es, a partir de traer a colación textos de la época, observar cómo se ha relatado en el pasado el proceso político y observar que algunas claves relatadas son--sorpresivamente--muy similares al momento actual.
— ¿Le falta memoria a los chilenos?
— No creo que pueda dar un juicio certero sobre aquello. No obstante, mi inquietud con el tema de la memoria es sobre lo que recordamos, que que cuánto recordamos. Se ha construido una memoria de la historia republicana como una construcción sólida, institucional, se suele pensar a Chile como una excepción de estabilidad institucional y democrática. Pero, cuando analizamos la forma en que se construyó aquella democracia, descubrimos personas imperfectas, con fuertes incentivos personales y egoistas. La naturaleza humana no es la nobleza sino la codicia y eso es lo que queda reflejado en mi texto.
— Chile se jodió en algún momento, es claro. ¿Qué hacer para que no lo sigan jodiendo?
— Primero, se requiere observar el pasado de otro modo. Si no idealizamos el pasado y lo consideramos como lo que fue, entonces buscaremos no retornar a una ilusión que no existió (el mito republicano), sino que intentaremos construir una democracia distinta: más participativa, más ciudadana, menos anclada en tradicionales formas de relacionarnos. Solemos pensar en soluciones personalistas--que alguien ilustre nos salvará--cuando en realidad, la democracia no depende de soluciones individuales sino de la construcción colectiva; se requieren nuevos arreglos institucionales que velen por el interés de las mayorías y no por el juicio de los pocos. No requerimos una democracia plebiscitaria por ejemplo (donde el o la presidenta de la república--desde arriba--tiene la facultad de convocar a plebiscitos). Por el contrario, requerimos una democracia desde abajo, donde es la ciudadanía organizada que, con un número de firmas, pueda llamar a un referendum.