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Teresa Wilms Montt: "La que Murió en Paris"
Por Alejandro Lavquén
Publicado en El Siglo, 20 de Febrero de 1998
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Poesía, evocación, plena y total poesía, al escuchar aquel hermoso tango titulado: "La que murió en París". Pero no es la inmortal Margarita Gautier quien primero se me viene a la mente, sino los versos y el azaroso existir de la poeta chilena Teresa Wilms Montt. Joven de incalculable belleza, cultura y talento, cuya vida fue una alegoría de sublimes intensidades poéticas, tanto en el alma como en la carne.
Nacida en el seno de una familia aristocrática y potentada, desde adolescente manifestó su desprecio por las reglas convencionales, establecidas por una sociedad hipócrita y satinada de siutiquerías. Conoció, por imposición de su familia, los sinsabores carcelarios del claustro: sufrió la desdicha de un matrimonio obligado y la incomprensión insensible y pacata de la sociedad que le tocó vivir. Más un espíritu libre jamás puede ser controlado por la mediocridad, tarde o temprano emprende el vuelo hacia el libre albedrío..., y así lo hizo la poeta, acompañada por el inefable Vicente Huidobro huyó hacia Argentina. Posteriormente vino Madrid, ciudad en la cual se relacionó con grandes figuras de las letras como Azorín, Pío Baroja y Ramón del Valle Inclán, compartiendo con ellos noches de bohemia y sueños de poeta. Los cafés y el Ateneo de Madrid conocieron de su estilo rompiente y de inigualable estética. Conocieron su tragedia emocional y su singular expresión: "...Es mi diario. Soy yo desconcertadamente desnuda, rebelde contra/ todo lo establecido, grande entre lo pequeño, pequeña ante lo infinito..)/ Soy yo..." nos dice Teresa Wilms en "Páginas de mi Diario": es ella en todo su esplendor y su desgracia ante un mundo que rechaza honestamente. Y son sus versos los que logran conservarla ante ese mismo mundo: la poesía la obliga a vivir "A pesar de que en mi alma se albergan lastimeras cuitas se ilumina/ mi rostro al reír...", y sigue más adelante: "Maldigo y es de tal manera armónico el gesto de mis brazos en su/ apóstrofe dolorido, que diríase que ellos se levantan a impulsos de una/ fuerza extraña...". Para concluir diciendo: "¡Oh siglo agonizante de humanas vanidades! he cultivado un pedazo/ de terreno fecundo, donde puedes desparramar las primeras simientes/ destinadas a la Tierra Prometida". La poeta, en sus cortos veintiocho años de vida escribió varios libros, hoy extraviados entre el olvido y el polvo de algún rincón del tiempo. Entre su obra podemos mencionar además de Páginas de mi Diario: Inquietudes Sentimentales (1917): En la Quietud del Mármol (1918) y Anuario (1918) con prólogo de Valle Inclán.
En sus poemas se puede encontrar toda la ansiedad de un corazón joven y desolado por el desamor, por el drama cotidiano que suele compungir los grandes espíritus rebeldes: "Una campana impiadosa repite la hora y me hace comprender que/ vivo, y me recuerda, también, que sufro". Luego, en hermosísimos versos se acerca a la muerte, y desafía su voluntad: "Así desearía yo morir, como la luz de la lámpara sobre las cosas,/ esparcida en sombras suaves y temblorosas". Teresa Wilms, sufrió la angustia de una época que nacía a un siglo XX aún sin definición concreta. Tuvo la voluntad y la valentía de ser Ella, a pesar de sus detractores sociales. La invadió la soledad, siendo quizá esto su mayor tragedia de mujer amante, de mujer necesitada de afecto y comprensión: "...sabes de mi trágica devoción a las leyendas/ de príncipes encantados.../ Sabes que una música melodiosa y un canto suave me hacían sollozar./ y que una palabra de afecto me hacia esclava de otra alma, y sabes, también,/ que todo lo que soñé tuvo una realidad desgarradora", se conduele la poeta.
En otro poema nos expresa: "Agonizando vivo y el mar está a mis pies/ y el firmamento coronando mis sienes". Y creo que esto es cierto, y refleja de uno u otro modo la vida de esta bella joven; exuberante. muchas veces, de hermosa tristeza. Puesto que, si bien sus momentos cotidianos fueron dramáticos, las estrellas coronaron sus poesía... Vicente Huidobro la definió como: "la mujer más grande que ha producido la América. Perfecta de cara, perfecta de cuerpo, perfecta de elegancia, perfecta de inteligencia, perfecta de fuerza espiritual, perfecta de gracia". Incluso, Juan Ramón Jiménez, hombre poco dado a los elogios fáciles, le dijo: "Tú das una cosa que no es la usual, pero que puede serlo desde que tú la tocas".
Mucho se podrá decir de Teresa Wilms, pero no puede ser olvidada jamás, ni ella ni su grandeza poética. Al leer sus versos, y acerca de su convulsiva existencia, no puedo estar más de acuerdo con Huidobro: pienso que poetas como ella quizás no vuelvan a nacer, y lejos del olvido, debe ser considerada como una de las más grandes poetas chilenas de este siglo. Debe ser rescatada y divulgada su obra. Naín Nómez, en su "Antología Crítica de la Poesía Chilena", la recupera junto a otros poetas injustamente sepultados por los autoelegidos de siempre.
Un día del año 1921, cuando el presente siglo recién enrielaba su camino, Teresa Wilms decidió partir. Se hallaba viviendo en París, la ciudad romántica por excelencia que a tantos poetas ilustres albergó en sus calles, bares, buhardillas y recodos. Se fue a su manera, a su respetable y maravillosa manera: "Nada tengo, nada dejo, nada pido/ Desnuda como nací me voy/ tan ignorante de lo que en el mundo había! Sufrí y es el único bagaje que admite la barca que lleva al olvido"; pero sí nos dejó algo, nos dejó su poesía que hará que nunca la olvidemos. Partió en busca de la paz que un día cantó: "Quiero que en sabia esencia, la Paz descienda sobre mí/ y anegue generosa en frescura mi interior carcomido". Y tal vez, en donde hoy se encuentre, puede que haya alcanzado la felicidad plena que le negó la sociedad que la rodeó en vida. Quizá la esperen y le canten como en el antiguo tango: "Siempre te estaré esperando/ allá en el barrio feliz,/ Pero siempre está nevando/ sobre tu sueño en París..."