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LOS PERDIGONES DE RIEDEMANN
(Entrevista al poeta Guillermo Riedemann)
Por Alejandro Lavquén
Publicada en revista Punto Final Nº 879. 7 de Julio de 2017.
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Guillermo Riedemann (Reumén, 1956) publica Perdigones (Ediciones Inubicalistas, 90 pág.) su tercer libro de poemas utilizando su nombre civil. Antes había publicado con el seudónimo de Esteban Navarro. Riedemann (ex Navarro) es uno de los poetas más significativos de los años ochenta, cuando la poesía tenia militancia y se leía junto a las barricadas. Perteneció a la Unión de Escritores Jóvenes de Chile (UEJ) y a la Agrupación Cultural Universitaria (ACU), ambas instancias comprometidas en la lucha contra la dictadura. La primera desde la Sociedad de Escritores de Chile y la segunda desde la Universidad de Chile. Sobre el significado de su nuevo libro, política y poesía, conversó con Punto Final.
— ¿Por qué “perdigones”, quién los dispara y quién los recibe?
— Los perdigones son las municiones o balines del cartucho de la escopeta; claro, sabemos mucho de estos perdigones, la piel de los chilenos sabe en carne viva de estos perdigones, los hay aun bajo la piel de compatriotas nuestros. Estos perdigones los dispara la policía, las escopetas las usa la policía para reprimir, para causar heridas y provocar dolor, y también para matar. Esta policía, cualquier policía, instrumento del sistema de dominación que se despliega a partir de cada Estado, en mayor o menor medida, con mayor o menor fuerza o salvajismo, según los grados de desarrollo de la conciencia y la organización de los pueblos, y de la relativa fortaleza e impunidad de los dispositivos de control y represión. Estos perdigones de las escopetas los reciben los rebeldes, los resistentes, quienes desobedecen al sistema y desean, junto a otros iguales, subvertirlo y se enfrentan a sus instituciones. No pocas veces, además, esas municiones o balines son simbólicos; se bastan con el gesto, la manipulación, la mentira y la amenaza.
Los perdigones son también las crías de la perdiz, las crías que abandona la perdiz; los abandonados, los desplazados, los humillados; pueblos y seres humanos que huyen, que se desplazan y migran del campo a la ciudad, de un país a otro, de un hogar a otro, del lugar al que pertenecen a lugares que les son extraños y hostiles. Por extensión, los perdigones son también los perdidos. Un perdigón es un perdido, un hombre, una mujer, un niño; abandonados y perdidos entre el lugar al que pertenecen y un lugar que les es extraño y hostil.
— ¿Eres un desterrado, un refugiado en los poemas?
— La poesía es mi manera de estar solo, decía Pessoa. Escribir es un medio de viaje también. Un libro es un lugar en la tierra, un refugio seguro al que puede acercarse cualquiera sin temor. No hay armas, no hay uniformes en el poema; el poema es posiblemente nuestra última morada, no sólo la morada del Ser de Heidegger, sino la morada que podemos habitar como se habita un mundo que nos salva en medio de la catástrofe.
— ¿Quiénes son los cazadores?
— Quienes persiguen cualquier intento de subvertir el orden de cosas o disputar el poder. Decirlo así me parece que suena demasiado político; sin embargo, ¿acaso no es, siempre, la palabra, el poema, la literatura, el acto creador del ser humano, esencialmente político?
Los cazadores vigilan, siguen, atrapan, hieren, quitan la vida; en medio del campo, en medio del sueño, en mitad del juego.
— Perteneces a una generación de poetas que participó activamente, desde la militancia, en la lucha contra la dictadura ¿Qué sientes hoy, alegría, desencanto, frustración?
— Hace treinta o cuarenta años “una generación de poetas” significó algo que hoy no existe, que no significada nada, para nadie. Debo decir, no solo hace treinta años; también en los sesenta, y antes. Me parece que los escritores y poetas del siglo XXI, retoños de la normalización del sistema neoliberal en Chile, no dan siquiera para una generación, no generan nada que no sea individualismo, apariencia, carencia de espesor, frivolidad, egoísmo y, lamentablemente, textos mediocres. De modo que referirse a los poetas de los setenta y ochenta es hablar en el páramo, es hablar a oídos sellados por audífonos de aparatos digitales; es responder para ojos que se miran al espejo, es responder a impostores que hacen de la arrogancia y la ignorancia sus mejores cualidades.
Hoy siento todo lo que pones y mucho más. Y, a veces no siento nada, y a veces percibo el horror de la gigantesca derrota de un proyecto de sociedad y de cultura que resistió en aquellos años de dictadura cívico-militar; resistió, soñó, escribió como en ese epigrama no tan anónimo: “El poeta quiere ser el guerrillero que guarda en su mochila un poema recién escrito”. Y el horror del triunfo de un proyecto de sociedad y de vida caracterizado por lo peor del ser humano, por lo más primitivo, por lo más tonto y brutal. Vendrán otros hombres y mujeres, vendrán otros tiempos, la derrota no es para siempre, pero no sabemos qué significa esto más allá de una expresión de deseo.
Y experimento un resto de orgullo, pero más que nada vergüenza y dolor. Los héroes no están, los mataron, los hicieron desaparecer, los lanzaron al mar. Los que hablan-hablamos somos los que hicimos menos, poquito, o tuvimos más miedo o fuimos menos generosos. También hablan, y demasiado, los que colaboraron y fueron cómplices de la dictadura cívico-militar.
— ¿El neoliberalismo, venció a los poetas?
— A los poetas no; tal vez a alguien, a algún pretencioso, en realidad no me interesa. A la poesía seguro que no. Le debe tener muchas ganas a la poesía el neoliberalismo, así como al arte en general. Es que la poesía no sirve para ganar dinero, para hacer negocios. Peor para el sistema: la poesía no tiene nada que ver con esas malas artes y, si hace algo al respecto, es cuestionarlas, desnudarlas, mostrarlas en su primitivismo. Aunque algunas o algunos se sientan muy cómodos con sus malos libros en los cojines de los mercados. La poesía siempre le ha plantado cara al poder, la poesía es un desafío a la muerte. Y está invicta. Cuidado.