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SOCIALISMO TRAICIONADO

Por Alejandro Lavquén





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Socialismo traicionadoTras el colapso de la Unión Soviética 1917-1991 (Editorial de Ciencias Sociales, La Habana/ Cuba, 2013. 339 pág.). Rogen Keeran y Thomas Kenny, historiador y economista norteamericanos, respectivamente, realizan un detallado análisis del colapso de la Unión Soviética desde puntos de vista políticos, económicos, geográficos, estratégicos, históricos. El libro lleva un prólogo de Ramón Labañino Salazar, héroe de la República de Cuba. Los editores explican que “los autores, con un claro y profundo análisis marxista de este fenómeno [la caída de la URSS] económico, político y social, demuestran que los orígenes de lo ocurrido se remontan a varias décadas atrás, desde la llamada ‘Era de Stalin’ hasta la denominada ‘Era de Gorbachov’. Con estas páginas el lector podrá reflexionar y encontrar respuestas a preguntas que subsistan sobre este proceso”.

Los autores comienzan por realizarse varias preguntas que van respondiendo documentadamente en cada capítulo. Hacen un análisis del factor político en cuanto a las discrepancias al interior del partido bolchevique desde los primeros tiempos del triunfo de la revolución y cómo estas discrepancias se manifestaron y desarrollaron. Un ejemplo son las posiciones políticas de Nikolai Bujárin, que años más tarde resurgirían, dentro de un nuevo contexto, durante los gobiernos de Nikita Jrushchov y Leonid Brézhnev, y sus consecuencias posteriores con la asunción de Mijaíl Gorbachov. Uno de los capítulos esenciales del libro es el que analiza la llamada Segunda Economía, dividida en “legal e ilegal”. Legal porque en la Unión Soviética siempre existió un movimiento económico privado (incluso en tiempos de Stalin), que era permitido y se desarrolló fundamentalmente en el área agrícola, aunque a pequeña escala. En ese sentido, en la URSS también se permitían algunas prestaciones profesionales ejecutadas por particulares. En cambio, en el plano ilegal se desarrolló una economía subterránea que alcanzó un nivel inesperado de producción, fomentando la corrupción y el mercado negro. Esta Segunda Economía ilegal produjo bienes de consumo que se traducían en “vestidos, zapatos, artículos de hogar, baratijas y otros”. Ante la desidia de las autoridades, frente a este fenómeno, llegado un momento fue imposible controlar el daño provocado a la economía oficial: “La inmensa madeja de maquinaciones que ocurría al margen de la economía oficialmente socializada, contribuyó significativamente a la caída de la Unión Soviética. Primero: creó o exacerbó los problemas que el país enfrentó durante los años ochentas y que hicieron ineludible la necesidad de reformas. Segundo: estableció una base económica para las ideas políticas que Mijaíl Gorbachov adoptaría y que condujeron a la perdición del sistema socialista soviético” (…) “Una manifestación de la total negligencia benigna fue la casi nula persecución de las actividades económicas evidentemente ilegales” (…) “por importantes que hayan sido los beneficios pequeños y temporales que la sociedad soviética haya recibido de la Segunda Economía, su costo lo supera con creces, y lo que resulta más trascendente: la Segunda Economía dañó a la Primera. Si bien aquella satisfacía ciertas necesidades y catalizaba el nivel de insatisfacción, estimulaba simultáneamente necesidades y creaba nuevos niveles de descontento: era una espiral”. Es decir, la Segunda Economía, si bien aliviaba las escaseces en el mercado de consumo, lo hacía crecer, contribuyendo a la corrupción y delitos económicos, desestabilizando política y económicamente a la sociedad.

Dicho lo anterior. Una pregunta que salta a la vista, y que se hacen los autores, es ¿Cómo influyó la Segunda Economía en el Partido Comunista de la Unión Soviética? La respuesta:

“En una palabra: la respuesta es corrupción. La corrupción de algunos cuadros explica mejor que cualquier otra cosa por qué el mismo partido que había defenestrado a Bujárin y a Jrushchov (no sin algún perjuicio) no pudo hacerlo con Gorbachov. Los campesinos que proveyeron la base social del pensamiento de Bujárin no necesitaron de la corrupción del Partido para su existencia, pero los empresarios de la Segunda Economía sí la necesitaban. Dicho de manera simple, para existir y prosperar, la producción y la venta ilegal necesitaban de un nivel de corrupción en el Partido y en los funcionarios del Estado”.

El recorrido por los pormenores de las causas de la caída de la Unión Soviética es amplio. Saltando a la vista que no fueron las masas reunidas en protesta en la plaza pública las que propiciaron tal hecho, ni tampoco pidieron la destrucción del Partido, sino que fue el propio secretario general del PCUS, Mijaíl Gorbachov, quien provocó el desenlace de los acontecimientos con sus políticas, llegando incluso a azuzar a los medios de comunicación para que criticaran al Partido públicamente, bajo el argumento de ejercer la autocrítica. Dejándolos, además estos medios en manos de directores revisionistas y afines a la privatización de la economía. También se analiza el tema de los nacionalismos y cómo la perestroika y la glasnost, el supuesto remedio a las falencias –por cierto existentes en la URSS- resultaron ser peor que la enfermedad. Aprovechándose de estos dos conceptos, supuestamente “liberadores y transformadores”, que beneficiarían al país, dirigentes corrompidos y la mafia surgida en torno al mercado negro y a la Segunda Economía, fueron adquiriendo cada vez más poder. Otros temas son el militar, la desideologización y las relaciones internacionales. Los autores indican que: “En 1987 y 1988, el nuevo curso de las acciones se manifestó de tres formas: primera, las reformas al Partido se convirtieron en la liquidación de este y su exclusión del aparato de poder; segunda, bajo la bandera de la glasnost, los medios soviéticos de comunicación devinieron medios anticomunistas, y tercera, Gorbachov abrazó la actividad empresarial privada”. De ahí al colapso final el tiempo transcurrido fue breve, culminando con Boris Yeltsin arriando la bandera roja del Kremlin. El académico Jerry Hough, de Brookings Institution, expresa que: “La revolución no fue causada por el pobre comportamiento de los resultados económicos del Estado, por la presión nacionalista de las repúblicas de la Unión, por el descontento popular, por la falta de libertades o por los bienes de consumo; ni por el simple hecho de liberarse de un régimen dictatorial… la clave debe encontrarse en lo más alto del sistema político o del Estado. (…) El problema no fue la debilidad del Estado como tal, sino la debilidad del estado mental de aquellos que dirigían el Estado”. O bien, como acotó Fidel Castro, en la URSS “el socialismo no murió por causas naturales: fue un suicidio”. Socialismo traicionadoTras el colapso de la Unión Soviética 1917-1991 es un libro que entrega antecedentes para reflexionar sobre el fin de una revolución cuyo proceso final no ha sido lo bastante conocido en Latinoamérica, salvo por los argumentos de quienes festejaron el triunfo de la perestroika y la glasnost como si fuera la panacea.



 



 

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(Editorial de Ciencias Sociales, La Habana/ Cuba, 2013. 339 pág.)
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