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COMBATIENTE EN LA BATALLA DE IDEAS
Entrevista a Alberto Gálvez Olaechea

Por Alejandro Lavquén
Publicada en revista Punto Final nº 862/ Octubre 14 de 2016


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Alberto Gálvez Olaechea (Lima,  1953), militó desde los años setenta en el Movimiento de Izquierda Revolucionario (MIR) y luego en el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA). Su compromiso le costó 27 años de prisión. Recién recuperó su libertad en mayo de 2015. Además de su militancia política, Alberto Gálvez también se dio el tiempo para desarrollar su afición por la literatura. De hecho ha recibido varios reconocimientos por sus libros, entre los que se cuentan Desde el país de las sombras. Escrito en la prisión (2009), Puro cuento (2012) y Con la palabra desarmada (2015). De paso por Chile, conversó con Punto Final.

Usted permaneció en prisión durante 24 años. ¿De qué manera asume hoy ese período?
Quiero empezar aclarando que en el total son 27 los años que permanecí en prisión. Me detuvieron en 1987, me fugué el año 90 y me volvieron a detener el 91 y desde entonces permanecí recluido hasta mi liberación en mayo del año pasado. Estos años han sido de resistencia y aprendizaje. De resistencia, pues desde el primer momento me propuse que la cárcel, por difícil que fuera, no iba a doblegarme, que saldría física y moralmente íntegro. Creo que en buena medida lo logré. De aprendizaje, porque la prisión, sin ser obviamente un lugar  agradable, puede ser un espacio de crecimiento, si se la sabe afrontar adecuadamente. Y no se trata de los conocimientos que adquirí, las vivencias que pasé o los libros que escribí, sino particularmente de la experiencia de haber construido en el encierro espacios de convivencia solidaria y comunidad democrática entre los mismos presos, enfrentando la desestructuración deshumanizante para la cual están hechas las cárceles.

¿Le ha costado integrarse? En 27 años han cambiado muchas cosas…
Sin duda reintegrarme no ha sido fácil, he tenido que reaprender muchas cosas, desde comer en una mesa con cuchillo y tenedor hasta tomar los autobuses. Sin embargo la acogida que recibí de mi pareja, de mi familia y de los amigos y compañeros ha ayudado muchísimo a que este tránsito sea menos complicado. Lo más duro son las ausencias. En todo este tiempo hay tantas personas entrañables que partieron dejando vacíos insuperables. Sin embargo una de las bendiciones que encontré a mi salida fue el nacimiento de mi nieto, quien tiene ahora año y medio y me está permitiendo desquitarme de todo aquello que no pude como padre cuando nació mi hijo.

¿Cómo nace su vocación por la literatura?
Mi relación con la literatura es ante todo como lector. Esta fue una afición de siempre, pero que se intensificó los primeros diez años de prisión cuando vivimos en encierro total y donde prácticamente lo único que podíamos hacer, para no volvernos locos, era leer. Al habernos proscrito todos los medios de comunicación (diarios, revistas, radio, tv, etc.) así como como todo texto de tipo histórico, sociológico o filosófico, nuestro último refugio fue la literatura. Y la buena literatura. Fue entonces que leí o releí a autores como Tolstoi, Kafka, Joyce, Borges, Rulfo, Arguedas y tantos otros.  Fue en esas circunstancias que hubo un concurso de cuentos entre los internos de diversas prisiones del país y me animé a enviar un relato que había venido pergeñando. Resultó ganador, entonces descubrí, gracias a los comentarios de otros, que tenía cierta habilidad para relatar historias y así fui puliendo otros cuentos que giran en torno a la prisión y que los publique como libro: Puro cuento

Usted fue militante del MIR y del MRTA ¿En qué forma resumiría su militancia?
Creo que formo parte de una generación revolucionaria y voluntarista que quiso transformar el mundo, y hacerlo ya. Nos entusiasmamos con procesos como los de Cuba o Nicaragua y creímos que la revolución estaba próxima. Y en el contexto de ascenso de las luchas sociales pretendimos radicalizar los procesos empujando a las masas hacia el socialismo.  Creo que hubo nobleza en nuestras intenciones, pero un vanguardismo nos hizo pensar que la “línea correcta” que poseíamos y la consecuencia de nuestra práctica serían suficientes para que las masas nos siguieran. Fracasamos y pagamos por ello un alto precio. La historia la escriben los pueblos con sus luchas y nadie puede reemplazarlos.

¿Por qué renuncia al MRTA?
Es una pregunta difícil de contestar de manera apretada. He dedicado un libro a este tema, pero intentaré resumirlo. Creo que la primera causa es que a inicios de los 90, cuando ya se había producido el derrumbe de la URSS, los sandinistas en Nicaragua eran derrotados electoralmente y el FMLN en El Salvador exploraba las posibilidades de una negociación política; cuando internamente era perceptible un creciente repliegue del movimiento de masas, la izquierda electoral se había dividido y obtenía un magro resultado, mientras el triunfo de Fujimori mostraba que el pueblo buscaba opciones en el terreno electoral antes que en la insurgencia; fue en esas circunstancias que  fui de los primeros en proponer que la lucha armada del MRTA había entrado en un callejón sin salida y había que encontrarle una solución política negociada decorosa.

Esta posición fue vista como una suerte de capitulación, de rendición, cuando en realidad lo que pretendía era que negociáramos mientras teníamos algo que negociar. Pero aquel era un momento en que la idea era todo o nada. En los siguientes dos años nos pasó una aplanadora por encima y ya fue tarde. Lo segundo es que el MRTA fue fruto de la convergencia de organizaciones que no terminaron de soldar del todo y esto se tradujo en tensiones que no supieron ser administradas correctamente, pero lo más grave fue pretender resolver militarmente problemas políticos internos. Estos dos fueron los principales factores que empujaron mi renuncia. Hay otros asuntos más que examino más ampliamente en mi libro Con la palabra desarmada.

¿Cuál es su visión de las luchas sociales en Latinoamérica hoy en día?
Todo indica que llega a su fin un ciclo que posibilitó el surgimiento de gobiernos progresistas: el de las luchas sociales y políticas que fueron la respuesta al proyecto neoliberal que empezó a implementarse desde los 80s y que produjeron resistencias que permitieron el triunfo de diversos gobiernos progresistas y de izquierda en América Latina. En Argentina y ahora en Brasil el desplazamiento de los gobiernos progresistas está cerrando este ciclo. En Venezuela las cosas están complicadas, incluso en Bolivia Evo enfrenta situaciones complejas. En estos procesos se está redibujando el mapa político del continente, y las derechas alineadas con la política de los EEUU retoman la iniciativa.

Sin embargo creo pese a todo se ha generado una nueva situación en el continente. Las posiciones conquistadas por los pueblos en estos últimos lustros han sido muy importantes y las resistencias masivas que enfrentan desde el inicio Macri y Temer muestran que los reveses no tienen el alcance estratégico que hubo los 70s y 80s. 

Los gobiernos de izquierda y progresistas fueron exploraciones sobre nuevas vías, no recetarios o modelos. Es fácil ahora señalar sus limitaciones e incongruencias respecto a eventuales paradigmas ideológicos. De las distintas experiencias, quien se autodefinió como revolucionario y actuó con más audacia fue el chavismo, quien más impulsó el rol del Estado en la economía, las políticas redistributivas, la movilización popular y la política internacional soberana; no cambió sin embargo su paradigma petrolero ni alteró sustancialmente las correlaciones de fuerza. Es indiscutible, sin embargo, que los gobiernos de izquierda y progresistas permitieron la construcción (o re-construcción) de sujetos sociales, empoderaron a los de abajo y variaron los sentidos comunes.

Otro aspecto a considerar es que no solo se trata solo de economía. El capitalismo es más que eso, en especial en su etapa actual de acumulación expoliadora. Funciona como guerra contra los pueblos, como acumulación por exterminio: basta ver como el imperialismo está dejando el oriente medio para entenderlo. Más cerca, México es espejo en el que mirarnos: los miles de muertos y  desaparecidos no son una desviación, sino núcleo duro de un sistema cuyas partes integrantes, de la justicia al  aparato electoral, de la escuela a la academia, le son funcionales. Los hechos de Ayotzinapa y Nochixtlán lo muestran.

¿En qué trinchera ve su futuro, en la política o en la literatura?
Tengo un par de libros en preparación, uno que se llama provisionalmente “Situaciones y personajes”, que es de carácter testimonial; el otro trata sobre la prisión, en donde he pasado gran parte de mi vida, y que me interesa reflexionarla teóricamente como parte de las estrategias de poder de las clases dominantes  y de la reproducción de la cultura popular urbana. En Perú al menos hay muy poco elaborado desde la academia sobre las cárceles, lo cual me parece una omisión clamorosa en países cada vez más lumpenizados como los nuestros.

Pero también de cuando en cuando escribo relatos, que tengo que pulir, pues en la corrección está el trabajo del escritor. Ya tengo varios seleccionados para un libro que algún día publicaré y que tiene hasta ahora el título de Crónicas infames.



 

 

 

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