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        En América,
¿nuestra soberanía puede hablar “español”?
        por Rodolfo Alonso *
        
        
        
          
          
           
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        Estoy  seguro que a nadie habré inquietado con mi ausencia. Pero siento la obligación  de explicar(me) por qué no acepté firmar el documento “Por una soberanía idiomática”, publicado el 17 de septiembre en el  diario argentino Página/12, con cuyos  fundamentos coincido en gran medida, y que rubrican muchos queridos y admirados  amigos.
          
          Como en estos temas del lenguaje no  hay nada inocente, sólo se trató para mí de una sola palabra: llamar “español”  a la lengua que hablamos. Ya en 1492, Antonio de Nebrija denominó “Gramática  castellana” a la primera codificación de dicha lengua, por entonces naciente. Y  ya entonces, y no sólo por obsecuencia, la dedicó a la reina Isabel como  “instrumento del imperio”.
         Desde muy pequeño supe que en España  se hablaban varias lenguas, pero que sólo una no estaba prohibida. Y que esa  prohibición duró muchos siglos, y sólo concluyó con la muerte de Franco y de su  dictadura. A partir de entonces, recuperada la democracia, en la península  existen por lo menos cuatro lenguas oficiales: castellano, vasco, catalán y  gallego.
         Es algo que ya sabía Juan Maria  Gutiérrez (1809-1878), un miembro clave de la primera generación de  intelectuales argentinos, la de 1837, cuando el 30 de diciembre de 1875, con  una digna y larga carta, ampliamente fundamentada, rechazó aceptar su  nombramiento como miembro de la Real   Academia Española.
         Desde entonces, la cuestión de la  lengua tuvo amplio anclaje histórico en la Argentina, incluso con largos períodos donde se  la enseñó nada menos que como “idioma nacional”. Lo que dio, por supuesto, pie para  muchas y fecundas polémicas.
         Pero así como no es azaroso ni ingenuo  que la “Ñ” sea el logo de los muchos congresos que la Real Academia Española viene  realizando sobre todo en nuestra América, tampoco es menos cierto que esa misma  Academia, desde sus orígenes, utiliza el adjetivo de Española para su condición  de organismo, y no para la lengua de la que dice ocuparse. La cual siempre fue  llamada castellano.
         Que nosotros aceptemos denominarla  “español”, especialmente en estos tiempos donde el término “spanish” es  impuesto por la avasalladora masificación de los medios digitales (que tampoco  son ingenuos), es como si aceptáramos que, tal cual ocurre en las aduanas de  Estados Unidos, nos califiquen de “hispanos”, o como si nosotros mismos  siguiéramos aceptando el apelativo de “hispanoamericanos” con el cual quisieron  cautivarnos. Es decir, hacernos cautivos.
         Por eso, a mi modesto entender, pregunto  (y me pregunto): ¿nuestra soberanía idiomática no debería comenzar por negarnos  a designar con el nombre de una nación europea a la lengua en que hablamos,  sobre todo, tantos millones de latinoamericanos?
         
        * Poeta, traductor  y ensayista argentino.
          
          http://rodolfoalonso02.blogspot.com
          es.wikipedia.org/wiki/Rodolfo_Alonso