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La fiesta: pretexto para la música, el delirio y las líneas
«Hubo fiestas», Álvaro Luquín. Ediciones Cinosargo, 2019

Por Liah Annh


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Una cosa que puede afirmarse sin duda alguna, acerca de Hubo fiestas, sexto poemario del autor jalisciense Álvaro Luquín, es que genera codependencia emocional. Su lectura deja con ganas de más. Y es que su poesía enfrenta al lector con circunstancias tan cotidianas como hostiles, que derivan en un contraste visceral con el que es casi imposible no sentir afinidad. El grado de verosimilitud de los personajes y de sus situaciones nos sugiere esa identificación, palabra por palabra:

"Hijo, aún sin ella, la vida continúa.
Tranquilo. Ya vendrá una persona 
que valore tus ausencias. 
Los desplantes".

Cada línea (elijo esa palabra aludiendo al arriesgado uso que el autor hace de la misma), cualquiera que sea el escenario, genera una especie de intercambio anímico. Y resulta imparable. La construcción poética es de tal ritmo que es imposible dejar de leer. Su cadencia es una constante ruptura: acelerada, continua, espasmódica. No sólo del lenguaje que asume el riesgo de parecer fisurado, sino también de toda su sustancia, que nos lleva por una trama que transgrede la linealidad de la palabra y decrece hasta convertirse en un poema monosilábico, remitiendo al estruendo de un beat progresivo y violento en medio del silencio. El estilo del poeta, emula la adrenalina de la música, presente en los textos a través de diversas referencias musicales: The Smiths, Bjork, The Clash… y por momentos también remite a la secuencia onírica de una película, a fotogramas que evocan las imágenes de un discurso íntimo:

"...antier soñé con mi abuela 
¿sabes? Le hacía cosas que nunca
hubieras imaginado". 

Las dimensiones verbales que predominan, nos van llevando por escenarios que van de la idealización al dolor en un segundo, sin advertencias ni rodeos: 

"Estar en medio de una alberca, 
ebrio y con el culo vuelto al sol,
representa el acto más consciente
del hijo de tus sueños".

Es de resaltar que el arquetipo de la madre es omnipresente en toda la obra. Es ella el elemento de identidad de cada poema, del poeta y del lector. Y su aparición nunca es coincidencia, sino una entrada dialéctica que a veces tiende al monólogo. Las voces de los personajes comparten una cercanía que fluctúa en un discurso homogéneo: 

"Por las tardes hablas con Dios:
ten piedad, que ya no se drogue.
Vino al mundo a ser feliz..."

Otra constante es la muerte. A veces en la literalidad de su significado, otras como un reclamo y hasta como un acto heroico. Casi siempre como signo inmutable de un hecho que no devalúa las emociones de quien la menciona, contrariando el sentir de quien lo escucha (y lee).

"No sabes quién te va a manosear 
después de muerta.
Aprovecha y acompáñalo". 

De principio a fin, la obra mantiene la misma tensión. Cada final da vértigo porque es siempre un estruendo silente e inesperado. Y es al final definitivo, tras el que cerramos el libro, cuando caemos en cuenta que nos dejó enganchados y con ganas de más.

 

 



 

 

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La fiesta: pretexto para la música, el delirio y las líneas
«Hubo fiestas», Álvaro Luquín. Ediciones Cinosargo, 2019
Por Liah Annh