LA
LITERATURA CREATIVA EN
LAS UNIVERSIDADES CHILENAS
Andrés
Morales
Desde tiempos inmemoriales muchos
poetas y escritores se han preguntado si es posible aprender y enseñar
a escribir en una universidad. Sin duda han defendido la formación autodidacta,
la experiencia personal del hallazgo y el "camino difícil" de
errar y acertar en la escritura y en los libros que serán la contraparte,
el diálogo y el impulso para definir y decantar la propia voz.
Hoy por hoy, muy pocos se aventuran en semejante derrotero. Es, desde luego, mucho
más fácil y más rentable (si es que puede hablarse de algo
rentable en la república de las letras) recibir la experiencia de otros,
continuar la senda que han abierto los demás o repetir ociosamente (o provechosamente)
los términos, conceptos, la información, la historia, la teoría
y la práctica que las doctorales barbas reverencian e imponen. Tal vez,
no queda otro camino. El valor del self made man aparece hoy como una insensatez
y hasta como una quijotada… Por otra parte los múltiples "negociados"
de muchos talleres -con las escasísimas excepciones notables que los distinguen
de la mayoría- han desprestigiado el espacio íntimo de la transmisión
del oficio que, sin trucos ni mañas, sin estafas, ni apologías al
maestro (recordando el famoso poema de Allen Ginsberg), se han entronizado con
damas escritoras de dudosa calidad o novatos extraviados que apenas leen la prensa
local.
Entonces, con pudor o sin pudor, con aciertos y muchos desaciertos,
las universidades han tomado el relevo para construir carreras que conducen a
la obtención de un grado académico que puede suplir la autoformación
o el taller literario. Incluso los escritores "consagrados" y los no
tanto, han visto que, sin poseer títulos ni grados, sino con sus éxitos
literarios o su simple trayectoria, acceden a una "tabla de salvación"
al dictar clases bajo el alero de una institución universitaria. Algunos
con toda propiedad, otros con una desfachatez olímpica, aparecen como rostros
visibles, emblemáticos y hasta vendedores de un "producto nuevo"
que los salva del desamparo tradicional que han sufrido tantos literatos en esta
nación.
La experiencia no es nueva en el mundo europeo y anglosajón.
En Chile, la Universidad Diego Portales, con la convergencia de Carlos Cerda y
el que aquí suscribe, fue pionera no sólo en el país, sino
en toda Sudamérica al implementar una Carrera de Literatura Creativa que
honró a esa casa de estudios y propuso un programa absolutamente innovador
en el territorio académico. Cuatro líneas centrales (Teoría
e Historia de la Literatura, Lengua y Gramática, Edición y Creación)
marcaron el destino de un programa que otras universidades privadas imitarían
hasta desvergonzadamente. El único precedente de una experiencia similar
en Chile fue y sigue siendo el "Taller de Poesía Códices"
de la Carrera de Licenciatura en Lengua y Literatura Hispánica de la Universidad
de Chile. Bajo mi dirección y con mucho esfuerzo se ha transformado en
un referente obligado para constatar las actuales voces de la poesía chilena.
Nombres como los de algunos ex integrantes, Javier Bello, Alejandra del Río,
Germán Carrasco, Rodrigo Olavarría, Víctor Quezada, Alejandro
Zambra, David Villagrán, Kurt Fölch y Verónica Jiménez,
por mencionar solo a algunos miembros del taller, en dieciocho años de
ininterrumpida labor(1), constituyen una
prueba que en el mundo académico puede darse con éxito un proyecto
de escritura creativa.
El problema de la mayoría de las carreras
de literatura (creativas o no, en instituciones privadas o no) sigue siendo la
constitución de una malla curricular definida que no sufra constantes alteraciones
en el transcurso de pocos años o al primer cambio de mando bajo la dirección
de turno. La disyuntiva entre presentar un programa "más creativo"
o "más académico" ha sido el punto central de la discusión.
Como si un escritor no necesitase una sólida y más que sólida
formación histórica y teórica de su disciplina… Suprimir
asignaturas troncales por "cursos entretenidos" (al gusto de los profesores
que piensan en sus capacidades particulares más que en las necesidades
de los futuros escritores) es un riesgo que algunas universidades han corrido
y que pasará la cuenta, tarde o temprano, primero a los alumnos y luego
a las instituciones. Es absolutamente compatible entregar una malla equilibrada
entre formación "dura" y formación "creativa".
Renunciar a alguno de estos dos sentidos es renunciar a entregar, honestamente,
una mínima y medianamente clara orientación al futuro escritor.
Otro asunto que puede ser polémico es el de las salidas profesionales.
Si a los programas actuales de la mayoría de las universidades se les agregan
uno o dos años, es posible que los alumnos se decanten "naturalmente"
a lo que su vocación les demanda. Implementar postítulos o postgrados
es también una solución. Así, como no todos tienen un auténtico
talento como escritore(as), dos años de pedagogía pueden conducirlos
a un título profesional. Lo mismo, uno o dos años en la formación
de editores responsables (fundamentales en este país), o en la capacitación
como "directores de talleres literarios" (bastaría un postítulo),
o en la proyección a medios electrónicos y/o audiovisuales (Internet,
televisión, radio, cine, etc.) o, finalmente, en la continuidad y profundización
de sus estudios literarios que los conduzcan a grados superiores y a un perfeccionamiento
que puede desembocar en una concreta salida académica superior o en la
investigación y crítica (universitaria o periodística).
En mi opinión estos asuntos no están resueltos. He oído de
ciertas carreras trasladadas enteramente de una universidad a otra (con profesores
y alumnos incluidos) o, de una facultad a otra, sin entender la necesaria autonomía
y la mínima sedimentación en el tiempo que merece un proyecto literario
de éstas características.
Aquí aparece el problema
final y, a mi juicio, clave. ¿Cuál es la ética que manejan
determinadas universidades para entregar semejante grado académico? ¿Cuál
es el peso específico de sus profesores y de los escritores que imparten
los conocimientos y las herramientas indispensables para transformar a un(a) estudiante
en un académico joven, en un promisorio narrador, editor, guionista, o
poeta?
La universidad (y que me perdonen los economistas y alguno que
otro termocéfalo de alto vuelo que aplica peregrinas teorías de
avant garde) no es un almacén o una farmacia donde se compran conocimientos
o talentos. Esto es obvio. Hoy parece que "el producto" debe entregarse
al "consumidor o cliente" con todo el merchandising posible instaurando
la política del centro comercial en la cátedra o en el taller. Como
diría el tango: Cuesta abajo en la rodada… Este mal que ha llegado
a instalarse como endémico es el cáncer que arruinará no
sólo a las carreras de literatura creativa, sino al necesario ambiente
de rigor, crítica, disciplina y respeto que ha de tener una universidad
decente.
Por último, pero no menos importante, la constante evaluación
(por los pares, por los estudiantes, por los superiores, por las instituciones,
etc.) debe instalarse ya en este tipo de carreras creativas como una práctica
permanente. Nadie debe "eternizarse" en nada ni "dormirse en los
laureles". La calidad académica empieza en los profesores y en los
estudiantes (donde es imprescindible subir la vara, exigir esfuerzo, no cejar
en la demanda).
Todos estos pensamientos, después de mis casi
veinticinco años de escritura y veinte años de academia, pueden
tenerse en cuenta u olvidarse… Al final y definitivamente, superados los grados,
las universidades, los talleres y las cátedras, con o sin formación
universitaria, con o sin título, el verdadero escritor hará lo suyo
en soledad siguiendo sus instintos, equivocándose y acertando en el gozo
y el delirio de la palabra propia.
Santiago de Chile, septiembre de 2006
Notas
(1)
Salvo unos pocos, la mayoría de estos autores parecen haber olvidado semejante
experiencia, pues casi nunca mencionan este primer impulso recibido ni tampoco
a la ya histórica revista "Licantropía" -con diez años
de existencia- que logró constituirse como un espacio fundamental en una
época donde semejantes publicaciones casi no existían. De la misma
manera, se ha enterrado en el olvido la antología poética Códices
(RIL Editores - Universidad de Chile, Santiago, 1993) como uno de los primeros
libros que recogieron sus poemas bisoños.