La obra que presentamos esta tarde, Ningún libro de historia hablará de nosotros, de los escritores José Ángel Cuevas y Álvaro Monge, y que aparece bajo el sello de “Ediciones Pueblo Unido” reúne los testimonios de la vida clandestina de once militantes comunistas entre los años 1973 y 1989. El cuerpo del libro lo constituye las entrevistas a seis mujeres y cinco hombres, lo que muestra un criterio no sólo paritario, sino claramente en favor del género femenino en la obra. Comprende, además, a diversos grupos etarios y de orígenes sociales y formación diferentes. A pesar de la diversidad de experiencias, miradas, responsabilidades e inserciones sociales en las páginas del libro late un espíritu común: la tensión por mantener la sobrevivencia de su colectividad durante los años de dictadura cívico-castrense en las condiciones de la más artera y violenta política de persecución y exterminio.
I
¿Quiénes son los actores de esta obra? Sin que reemplacemos la lectura de estas conversaciones, creemos menester dar algunas noticias, aunque sea a vuelo de pájaro, de sus protagonistas, aquellos que paradójicamente el título del libro sugiere que no se hablará de ellos. Más adelante nos referiremos a porqué estimamos que el título entraña una paradoja. Por el momento nos concentraremos en lo que en literatura se denomina dramatis personae —las personas del drama—; esto es, en la descripción de quienes, desde sus singularísimas y únicas características personales, confluyen a un escenario donde cada uno cumple un papel insustituible para dar vida armónica al conjunto de la obra. En tal sentido, los once testimonios, con sus distintos perfiles y bagajes, forman el mosaico de una vida común y diversa que nos presentan un fragmento de la clandestinidad comunista. ¿Quiénes son?
Inés Cornejo fue parte del Comité Central que cayó en 1976 y que, por una situación fortuita de un tratamiento médico, estaba temporalmente alejada en el momento en que esta dirección fue exterminada por los agentes de la dictadura. Su testimonio permite conocer aspectos de esa etapa de la sobrevivencia del partido en los años de la más cruda represión. Por otro lado, estremecen sus vivencias como militante donde siempre hubo compañeros más arriba que ella que tomaban decisiones; pero, en la medida que éstos iban desapareciendo por la acción represiva, se percata de que ella misma debía asumir las responsabilidades direccionales. Su testimonio nos traspasa una sensación de vértigo y soledad del trabajo político y una interrogante: ¿podremos sobrevivir al exterminio?
El testimonio de Olivia Saavedra se refiere a la importancia del trabajo cultural, como forma no sólo de inserción partidaria, sino como formas de recomponer el tejido social en los territorios en los años denominados de “receso político”. Nos recuerda que los talleres literarios, las peñas folklóricas o grupos artísticos de diversa índole permitían establecer redes, donde lo político y lo cultural iban de la mano. Se constituían así, espacios de recuperación de la memoria cultural yugulada por la dictadura, pero también frentes sociales de creación, de producción artística, de pensamiento crítico y manifestación de los sentimientos de protesta.
Elena Rojas nos habla de una tradición de trabajo clandestino. Oriunda del norte y formada en la pampa salitrera se refiere al aprendizaje del trabajo clandestino en la época de la persecución de González Videla. Su padre, antiguo dirigente de la zona del salitre le transmitió los conocimientos necesarios que décadas después fueron fundamentales para su sobrevivencia durante la dictadura. Colaboradora de Víctor Díaz y Mario Zamorano, sus recuerdos unen la continuidad de los antiguos cuadros que sobrevivieron a la represión de los años 40 con las generaciones emergentes en los años 70 y 80.
Nicasio Farías, obrero mecánico tornero de dilatada actuación sindical y encargado del Partido en la Universidad Técnica del Estado al momento del golpe, fue un cuadro destacado que llegó a ser el “número uno” de la dirección del PC. Al hacerse cargo de tan importante responsabilidad, según consigna el libro, sentenció: “Aquí nos queda un camino: o nos hundimos o nos llenamos de gloria”. Su testimonio nos habla de cosas bien concretas como la necesidad de recursos para mantener a algunos dirigentes responsables de frentes sindicales, o de conseguir los medios para solventar la infraestructura partidaria y el funcionamiento de los regionales.
Grifé Cid, nos habla del trabajo de enlace que realizaba en Santiago y que fue una de las primeras militantes en advertir la caída de la dirección en la calle Conferencia, porque después de varios puntos de encuentro acordados previamente, sus enlaces no llegaron. Después de que la organización tomó conciencia de esta tragedia, ella misma debió ocupar cargos de los dirigentes caídos con los que trabajaba directamente. Al hablar de su impresión por la caída de sus compañeros, nos relata la experiencia de la pérdida, que es similar a la de un hermano.
Alberto Salinas, profesor de Castellano, habla de su experiencia como joven militante de fines de los años 70 y comienzos de los 80; relata su detención en una peña folclórica, por la delación de un agente infiltrado en la Universidad y su posterior relegación. Comenta lo provecho que fue en ese tiempo la experiencia de relegación porque permitió hacer trabajo político a él y los otros relegados en las diversas localidades donde fueron confinados. Asimismo, revela importantes antecedentes de cómo las Juventudes Comunistas de la región metropolitana se prepararon y actuaron en las jornadas del 2 y 3 de julio de 1986.
Eduardo Sabrovsky, conocido intelectual, ensayista y docente universitario, describe su inserción partidaria en el mundo universitario a comienzos de los años 70 y su encauzamiento a través de las actividades teatrales y artísticas. Por otro lado, también expone el lado humano del compromiso político de esos años donde tenía que separar su vida entre lo laboral (donde siempre pesó la sospecha de su vinculación política) y la vida militante. La mitad del día en empresas capitalistas y la otra mitad en la organización política que al final le provoca una crisis. Por otro lado, describe sus inclinaciones teóricas heterodoxas que comienzan a influir en él y otros importantes sectores intelectuales como el acercamiento a Gramsci y otros pensadores que ofrecían una perspectiva diversa al marxismo tradicional.
Manuel Fernando Contreras, sociólogo y miembro del equipo asesor del Presidente Allende, el llamado “GAP intelectual”, fue uno de los ideólogos de la política de rebelión popular y lo declara sin dobleces. Es interesante leer la argumentación que, según Contreras, no se inspiraba en el modelo cubano ni nicaragüense, sino en la insurrección iraní que significó el copamiento de las ciudades por millones de personas que desalojaron al Sha que era un gobernante al servicio de los Estados Unidos. Otro aspecto que aborda son los conflictos al interior del Partido que lo lleva a abandonar sus filas por diferencias con el núcleo hegemónico de la dirección. Relata con abundantes datos las tensiones que llegaron a su punto cúlmine en el XV Congreso de 1989.
Julia Urquieta, conocida abogada de Derechos Humanos y, en estos días integrante de la Comisión de Expertos del proceso constituyente en representación del Partido Comunista, nos habla de los inicios de su militancia en la Juventudes Comunistas. Reivindica, como otros entrevistados, el papel de Gladys Marín y relata algunas repercusiones en la militancia del proceso de reestructuración del socialismo en la Unión Soviética, conocido como Perestroika, que no tuvo los efectos esperados porque al final, no pudo impedir el colapso del sistema provocando sentimientos encontrados en los comunistas chilenos.
Juan Marquez, expone su trayectoria como militante que se exilia en Cuba y luego su paso por la guerrilla en Nicaragua y su regreso clandestino al país en 1986. Era un cuadro capacitado para realizar operaciones importantes de sabotaje, pero sus compañeros se dan cuenta de un problemita: su marcado acento cubano que lo delataba. Participó en actividades de logística destinadas a preparar un escenario insurreccional. Describe su detención y los interrogatorios a que fue sometido por el propio fiscal Torres. Es, además, uno de los protagonistas de la fuga en enero de 1990, que conmovió a toda la opinión pública de entonces.
Finalmente, Claudia Reyes Allendes, de una generación menor a los otros entrevistados, tenía seis años al momento del golpe de Estado. Relata que comenzó a militar en la enseñanza media y muestra una vivencia juvenil, adolescente del compromiso político junto a sus pares del colegio. Proveniente de un hogar de profesionales de izquierda acomodados, pero muy joven decidió irse a vivir a una población donde desarrolló su compromiso político. Recuerda sus cuestionamientos a la rigidez de la política adoptada por su colectividad frente al plebiscito de octubre de 1988, frente a la cual ella manifestó una posición discordante: ¿Por qué se daba por sentado que el plebiscito iba a ser fatalmente un fraude cuando aún no comenzaba ni siquiera el trabajo de campaña? Se preguntaba en ese entonces.
II
Hecho esta breve presentación de los actores del drama, creemos necesario destacar, en general, algunos tópicos de la experiencia humana de los comunistas en los años del oscurantismo dictatorial que asoman en las páginas del volumen que hoy se presenta.
El libro nos habla del drama humano de la vida clandestina. Muchos no podían ir a fiestas, ver a familiares e incluso, asistir a funerales de seres queridos. No menos relevante fue la precaria situación económica con que sobrevivían en ese período. Sin embargo, este era el precio o daño colateral del compromiso político. Con todo, se logró la sobrevivencia del partido y su inserción en la sociedad civil. Se lograron crear organizaciones sociales en el mundo estudiantil, sindical, poblacional, cultural, organizaciones de mujeres, hasta de jubilados, donde hay que recordar la obra de la antigua militante de tercera edad, doña Teresa Carvajal, destacada en los años de dictadura. También se reconoce el papel relevante desempeñado por la Iglesia Católica, por sus instituciones como la Vicaría de la Solidaridad, las comunidades cristianas de base donde participaban militantes comunistas cristianos y el testimonio de sacerdotes, muchos de ellos ya en el recuerdo, como el obispo Enrique Alvear quine es recordado en una de las entrevistas.
En el terreno político, en el libro se podrá apreciar la asimilación de los militantes de la política de la “rebelión popular” y las diversas tentativas para llevarla a la práctica. Se destaca, en especial, uno de los rasgos más propios de la cultura política comunista: la disciplina militante, que distinguió —para bien o para mal— a este partido en los años dictatoriales y que sólo vino a quebrantarse en vísperas del plebiscito del 5 de octubre de 1988. Sin embargo, lo notable que hay que recalcar es que el Partido Comunista se mantuvo unido en los años de dictadura. Fuera de algunas escisiones menores, su unidad se conservó y sólo se produjeron fraccionamiento cuando las grandes jornadas de lucha contra la tiranía habían surtido sus efectos.
Una de las referencias más comunes sobre la vida interna partidaria es la celebración del XV Congreso de 1989 y las discusiones que se dieron en este torneo. Debe recordarse que en este Congreso se produjo la primera gran fisura dentro del Partido Comunista, donde destacados militantes terminaron abandonando sus filas. En algunos testimonios se representa una desazón o malestar por los juicios negativos que se hicieron en ese evento sobre el trabajo en los años de clandestinidad, que afectaban directamente a algunos de sus actores. Para ellos era una injusticia que desde las filas del propio partido vinieran esas descalificaciones en vez de un reconocimiento por una entrega trabajosa y sacrificada que se hizo con las herramientas disponibles en esos momentos dramáticos. En el libro también se registran autocríticas a ciertas posiciones de la política comunista. No se silencian algunos errores, como la falta de visión estratégica de los cambios que vendrían y que no se compadecía con la visión estrecha, pero predominante de cierta capa dirigente. Se impugnan malas decisiones que significaron al partido caer en la trampa de la proscripción invisible en los años de la post dictadura, la trampa que los propios politólogos de la Concertación habían anunciado y calculado con premeditación y alevosía años antes, formulando como un sistema político deseable aquel que aislara al Partido Comunista. Esta política que aplicaron inescrupulosamente Patricio Aylwin, Frei Ruiz Tagle y Ricardo Lagos.
En las entrevistas se registra la fuerte impresión de algunos militantes por la caída del Muro de Berlín y, luego, por la desintegración de la Unión Soviética que, durante varias generaciones se creyó que constituía un proceso irreversible y la patria del socialismo. Lo que para muchos era una fe ciega e inquebrantable se tornó, por la fuerza de los hechos, en un escepticismo que venía a cuestionar radicalmente las convicciones sustentadas por años.
Finalmente, son sobrecogedores los testimonios impresos en el libro que evocan la memoria de los militantes inmolados. Muchos de los entrevistados recuerdan a esos seres humanos “de carne y hueso”, con quienes compartían no sólo los ideales y las actividades partidarias, sino la cotidianidad y la vida misma. Queda abierta una pregunta incontestable: ¿Cómo fue posible el genocidio? Algunos de los entrevistados reconocen que tuvieron conciencia de que éste era un destino probable para sus vidas, pero también asumían en conciencia lo difícil que significaba ser comunista en los años de dictadura o en cualquier régimen de persecución ideológica. Mirada la historia en retrospectiva, cabe preguntarse: ¿Valía la pena el sacrificio? ¿valía la pena la privación, la postergación de proyectos de desarrollo personal por una colectividad? Muchos arriesgaron lo más valioso que tenían, es decir, su propia vida para mantener un valor conceptuado como superior a la propia existencia, que eran los valores con los cuales se había hecho un compromiso vital.
Pero no fueron sólo los comunistas los que padecieron bajo los años de horror, oprobio y negación de la libertad. Algo del alma del antiguo Chile se terminó con el golpe de Estado que ya no volvió a recuperarse. El país enero se transformó en una cárcel. No se trataba sólo de los encarcelados en las prisiones o campos de concentración, porque, los ciudadanos que vivían una aparente libertad también estaban encarcelados. Y, lo peor de ello fue la cárcel mental que se instaló. Una sociedad panóptica, como dice Foucault, donde todo el orden está supeditado a una vigilancia, al final, ya no necesita vigilar porque el prisionero —es decir, todo el pueblo— ya ha terminado por introyectar la vigilancia en su propia mente. Así, el mejor éxito de la sociedad panóptica es que el vigilado se transforme en autovigilado.
III
Señalamos en uno de los pasajes anteriores que Ningún libro de historia hablará de nosotros, es una obra que título paradójico. Su paradoja reside en que éste es, precisamente un libro de historia que habla de ellos, sus protagonistas, que son una muestra representativa de miles de militantes o ciudadanos de izquierda que vivieron el drama de los años 70 y 80. Son microhistorias, la pequeña historia —la petite histoire de los franceses—, que constituyen los ladrillos de la gran historia. La memoria y la historia se hermanan en este libro que es indispensable para reconstruir un pasado, pero también para comprender el presente y edificar el provenir, por lo menos para todas aquellas personas que abrazando un ideal de transformación social, anhelan vivir en un mundo más justo, fraterno y solidario para todos y cada uno de los habitantes.
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Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com NINGÚN LIBRO DE HISTORIA HABLARÁ DE NOSOTROS.
Testimonios de la clandestinidad comunista. 1973 - 1989.
José Ángel Cuevas y Álvaro Monge Arístegui.
Por Marcelo Alvarado Meléndez