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Del desencanto y otras nostalgias
Pálida de hastío. Álvaro Monge Arístegui.
Santiago de Chile: Caligrafía Azul, 2007.
Carola Vesely [1]
Nomadías. No. 11 (2010):
.. .. .. .. .. .
“Contrariamente a lo
romántico en Girard,
nosotros no estamos
en la mentira ni en la
verdad. Vivimos en el
equilibrio precario de
la ilusión perdida”.
Punks de boutique,
Camille de Toledo
Un libro de poemas
que se titula
con un verso de
Percy Shelley y que
es, además, la primera obra en
verso de un filósofo, no tendría
por qué revivir la antigua
pregunta sobre la naturaleza
del filósofo poeta. Pero podría
hacerlo. Miguel de Unamuno
diferenció el quehacer poético
del filosófico, proponiendo
además una figura que sintetizaría
ambas nociones, asumidas
como opuestas: “el naturalista
comprende un árbol,
el filósofo lo piensa, el poeta
lo sueña –el poeta filósofo y
el filósofo poético lo piensan soñándolo, o lo sueñan pensándolo,
que es igual–” (Unamuno,
1987). Aquí, el filósofo
frente al poeta sería
la expresión del
concepto en oposición
a la metáfora,
ante lo cual el
poeta filósofo sería
quien lograría
fundir románticamente
tales polos,
haciéndolos uno.
Aunque presumiblemente
inadecuada
a nuestro
contexto, la pregunta sobre
el rol del filósofo poeta, así
como aquella sobre las fronteras
entre disciplinas, en la
voz de Unamuno nos da luces
sobre una noción de poesía
como catalizadora de una necesidad
expresiva o, en otras
palabras, sobre una fe en el
lenguaje poético en tanto que
alternativa al concepto, al logos. “El artista actual todavía
pretende captar la esencia de
lo real [o lo real en sí] más
allá de todas las mediaciones
falaces del lenguaje y del pensamiento”
(Perniola, 2002),
sugiere el teórico del arte contemporáneo Mario Perniola,
en una propuesta que dialoga
con Álvaro Monge, un poeta
filósofo (o filósofo poético) y
su primera obra en verso.
Aun aproximándonos a Pálida de hastío obviando título,
disquisiciones sobre la figura
del poeta filósofo e, incluso,
alusiones expresas a Shelley,
Schelling y otros, resulta inevitable
que su lectura nos
lleve al encuentro de gigantes
del romanticismo −de doble
militancia también− como
Schiller, Coleridge o Novalis. “En la vasta perplejidad del
mundo que no cesa / naufrago
en noches sin promesa”,
declara uno de los primeros
poemas del libro, haciendo
uso de un imaginario que presenta
la noche como escenario
y reflejo del padecimiento íntimo,
o el náufrago como metáfora del ser arrojado al mundo
para sortear las tormentas. Tales
tópicos se van entretejiendo
con la borrachera, la locura y la
espera infructuosa: “Es un adolescente
a las puertas del Manicomio
/ el que husmea tus ojos − soberana metáfora de lo inasible − (…) yo esperaré como un borracho / en este hospital
derruido que me habita”.
Poemas que se presentan
en forma de himnos, son literalmente
entonados por un
hablante que padece la soledad,
el desencanto y la nostalgia. Se
trata de textos que hablan de
lo inabarcable en clave sublime,
acusando una permanente
seducción por el suicidio y
entretejiendo imágenes tan románticas
como el crepúsculo,
el invierno, el firmamento, el
mar o la decadencia de ciertos
lugares nocturnos. Pero aunque
plenamente romántica,
la elegía del poemario no está
dedicada al pan y al vino, ni a
Marienbad [2]
, sino a John Cassavetes
y sus películas “duras
como la vida”, mientras que
la canción no es precisamente
a la alegría[3]
, sino a Melanie
Griffith “y su voz levemente
ronquita”. Hay nostalgia, sí,
pero esta vez se añora un pasado
cinematográfico (al estilo
de Manuel Puig) que tiene
a Nueva York como telón de
fondo, así como un par de
canciones de Carly Simon. El
contrapunto entre referentes
contemporáneos, transformados
ahora en material de nostalgia,
y su tratamiento desde
tonos propios del romanticismo
literario del siglo XIX, es
lo particularísimo que propone
Pálida de hastío, donde el locus
amoenus irrevocablemente
perdido es también el Santiago
de los años 80 y las esquinas
grises de la dictadura miradas
con los ojos de un niño.
Situada y autoconsciente, la obra de Monge es un valiente
gesto reivindicativo de la
escuela romántica, corregida
y aumentada, aunque en la
voz de un hablante que reconoce
y evidencia el simulacro
de evocarla, como intento infructuoso
de encontrar ahí
algún sentido. Definiéndolo
como “romanticismo de ojos
abiertos”, en su ensayo Punks
de boutique Camille de Toledo
traza las líneas de un nuevo
romanticismo en plena posmodernidad,
que se diferencia
del original en que estaría
sustentado por el escepticismo,
por el querer creer más
que por creer realmente (Toledo,
2008), y que se parece mucho
al de Álvaro Monge. Su
poemario no responde al gesto
visceral nacido de la pluma
de un filósofo poeta que, ya
cansado del logos, ha decidido
dedicarse a las metáforas. No. Existe en Pálida de hastío plena conciencia escritural,
y el poema “Oración” la deja
de manifiesto clara y estéticamente.
Dicho texto se constituye
como una especie de arte
poética en que el hablante se
declara a favor de una reivindicación del romanticismo,
rechazando de forma explícita
las tendencias literarias surgidas
a finales del siglo XIX, justamente
como ruptura contra
este movimiento: “Que no se
convierta en/ Literatura/ El
silencio./ Que no prosperen/
los espléndidos platonismos/
la glorificación del fracaso/
grata a los magos/ de la palabra”.
Se evidencia en estos versos
una crítica directa a la tradición
mallarmeana, a la búsqueda
de la dimensión material
de la poesía, al silencio
como lenguaje o, ciñéndonos
a nuestros referentes nacionales,
a la idea de poeta huidobriano
en tanto que mago
o “pequeño dios”. En suma,
es ésta una respuesta clara y
directa contra la idea de poesía
conceptual, seguida por la
defensa de una poesía de la
experiencia, hipervitalista y
previa a la palabra.
La poesía de Monge es una
poesía de la nostalgia. No sólo
por pretender recuperar ese
pasado irrevocablemente perdido
en el siglo XIX, sino aquel
construido en celuloide o bien
una infancia perdida entre las
calles de la dictadura: “Solos
contra el mundo/ voy con mi
padre/ por Avenida Matta./
Me aferro a él/ que carga,/
sus periódicos clandestinos”. Sobre todo la segunda
parte del libro, encabezada
con un verso de “Barro”, de
Enrique Lihn, perteneciente
a la colección de pequeñas
nostalgias que es La pieza oscura, dibuja con delicada
claridad la infancia, tomando
de este referente el humo de
la ciudad en los años 80 como
evocación romántica, en clave
de extrañamiento y destierro. El hablante aquí transita por la
ciudad y desde ahí recuerda,
no como un flaneur asombrado
por la belleza transitoria de
la urbe, sino más bien como un
testigo arrojado en este escenario
dado y elocuente de las
propias memorias, que claman
por un tiempo previo al de un
padre muerto (figura que recorre
gran parte de los poemas).
Diferentes son los objetos
de la nostalgia presentes en la
obra, encarnados a su vez en
diversos tipos de hablantes que
mantienen, siempre, un tono
hipervitalista y padeciente que
sólo encuentra contrapunto en
la manifestación de una plena
fe en el lenguaje poético. Tal
es la perspectiva del Unamuno
citado al comienzo de este texto, que comprende al poeta
como un ser que sueña el árbol,
que lo comprende en clave
metafórica, frente a un filósofo
que lo pensaría. En Monge se
sueñan árboles, se evocan por
medio de la palabra, sí, románticamente. Pero este procedimiento
es fruto de un trabajo
intelectual sumamente lúcido
(el poeta filósofo que sueña el árbol pensándolo y lo piensa
soñándolo), que invita a retomar
una forma de hacer poesía
que más bien es una propuesta
(a sabiendas infructuosa) ante
la pérdida y el sinsentido.
Pálida de hastío es Percy Shelley
cantando a la luna, pero
es también un acto de fe. En
la voz de Álvaro Monge es
un conjunto de versos a veces
frondosos y, otras, precisos
como un flash fotográfico,
que padecen el humo de su época. Una reclamación lúcida, vívida y nostálgica de
otros momentos, como ése en
que “aún éramos personas/
no sólo porque vivieran nuestros
padres/ o pensáramos en
la posibilidad de ser felices”,
aunque inevitablemente instalada
en su tiempo.
* * *
Bibliografía
- Perniola, Mario. El arte y su sombra.
Madrid: Cátedra, 2002.
- Toledo, Camille de. Punks de boutique.
Confesiones de un joven a contracorriente.
México: Almadía, 2008.
[Primera edición en francés, 2002].
- Unamuno, Miguel de. Prólogo a Cancionero.
En: Poesía Completa, vol. 1.,
Madrid: Alianza, 1987.
* * *
Notas
[1] Universidad de Salamanca.
[2] En alusión a “Pan y vino”, de Hölderlin,
y “Elegía a Marienbad”, de
Goethe.
[3] En alusión a “Canción a la alegría”,
de Schiller.