La porfía de un texto
Conversaciones con el Príncipe de Macul, de Marco Antonio Bugueño
Ventana Abierta Editorial, 2012
Por Alberto Moreno & Samuel Ibarra
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La aparición de Conversaciones con el Príncipe de Macul, de Marco Antonio Bugueño, repone un eslabón necesario para dimensionar la cadena que ha significado la reflexión de la poesía chilena, particularmente la que le ha tocado observar el devenir de los últimos treinta años de historia política y cultural.
Bugueño, un escritor que se pone al borde del silencio editorial por varios años, decide romper su mutismo y saca a luz estos escritos, que son la crónica personal vivida de años inciertos y desconcertantes. Son los eternos y oscuros días donde la vida comienza un combate radical con la pena, el espanto y la oscuridad. Los textos de Bugueño hacen por algunos momentos un ingreso efectivo a aquellas horas. Describen los lugares y calles por donde el tedio y el sentido de urgencia parecen invadirlo todo. Son textos cargados de una atmosfera de tensión y gravedad, cruzados por una creciente orfandad.
Pero… ¿Qué ha perdido el autor? Nada menos que un territorio.
Las calles y las voces se han ensombrecido, fantasmalizado, y luchan por no perderse en la memoria de la escritura que se nos manifiesta en estas setenta páginas. Bugueño se ha refugiado en una voz micropolítica, que lee los fragmentos y recupera en parte, por medio de su enunciación, la intensidad vital que el tiempo circundante de esas horas le niega.
Son textos cruzados por una nostalgia, un hastío y una ternura insuperables. Estremece el poder de sus imágenes cuando describe y nombra la fragilidad de sus cotidianidades: cocinar, caminar y deambular, hacer memoria, cavilar el futuro, pensar el fin y la muerte. Estas son escrituras que ahondan en la experiencia de un horizonte sin promesas. Un horizonte gris que como día de lluvia copiosa, espera que ocurra algo para divisar alguna posibilidad de color, en medio del monocromo paisaje del recuadro militarizado.
Es interesante la figura del príncipe que nos propone el autor. Acá las interpretaciones se multiplican y están a la espera de nuevas y activas disquisiciones. A nuestro parecer, El príncipe, es la voz/cuerpo de una intensidad histórica carnalizada en un testigo de época. Testigo que justamente debe luchar a cada minuto por no desaparecer. Es una voz que se sostiene en intensidades y radicalidades, que antes fueran heroicas y vanguardistas, y hoy parecieran hacernos creer que son sólo nostalgia y anacronía, luces extinguidas de un pasado derrotado y depreciado.
Podríamos pensar que se trata de la voz de una razón esplendorosa que hoy baja la bandera y se suma al silencio y al repliegue. Pero no. Lo que hay en este texto es precisamente algo de signo inverso; una batalla feroz con la tristeza, un intento de leerla en clave política, justamente para accionarla y volverla activa e interrogante. En ese eje la palabra coacciona recorridos por una memoria doblemente recuperada; por un lado los hitos y trazados temáticos que el texto propone (administración consiente de un flujo de memoria) y la publicación misma del libro (Bugueño leyó e hizo circular oralmente muchos de estos poemas en diversos espacios alternativos/subalternos, durante los años más oscuros).
Son múltiples los aciertos de esta obra. Primeramente es una escritura contundente, con fuerza y razones, a contracorriente en su impulso de desactivar la potencialidad de la memoria política reciente, (en la que insiste cierta estética ramplona muy sesgada). Por otra parte, se trata de una escritura que instala el cuerpo también para la defensa de una subjetividad radical, y presta su materialidad para configurar un deseo de ruptura y cambio.
Bugueño ha establecido un texto porfiado, porque desoye los pactos y conjuras para desmovilizar la necesaria urgencia que la escritura debe tener, si desea transformarse en una voz pertinente para los actuales escenarios culturales, donde la (supuesta) intensidad de la palabra crítica, parece debatirse entre la indiferencia y el signo regresivo.
Esta obra se deja leer dentro de un cruce de estilos y técnicas; prosa poética, escrituras de la memoria y género referencial, sin agotar ahí sus posibilidades. Citando a Lezama podemos re-afirmar que “Sólo sabemos lo que recordamos”. En ese sentido, más allá del tono apremiante y las imágenes duras – lo “real concreto”- que nos evoca, esta es una obra necesaria, profundamente contextualizada, que inscribe y reescribe su lugar en nuestra historia reciente. Esa misma que continúa tan mañosamente ocultada por los señores mercaderes, que siguen controlando una parte no menor de nuestra cultura.
Por eso es relevante esta nueva entrega, por eso es placentera su lectura, por esa ventana que abre, por esas puertas que vemos con distancia esquiva, y que aún no deben cerrarse. Al menos no tan simplemente. No sin antes rabiar y gritar una vez más.