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Hablamos de pandemia, fiestas clandestinas y cajas de mercadería, con el reconocido
poeta chileno Jesús Sepúlveda[1], desde Oregon, USA.

Por Alberto Moreno[2]



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Jesús, ¿Es que acaso el chileno no le teme a la muerte? ¿Es por eso que no se respetan las cuarentenas, ni el toque de queda, y “salimos de fiesta” o “de carrete” a pesar del virus y la pandemia causada por la gripe, a pesar del hambre, y a pesar del frío en las calles? Qué crees tú…
—He conocido a pocos chilenos que no le tienen miedo a la muerte. Uno de ellos fue mi padre, que la esperó en forma estoica en su silla de ruedas. Mi madre, en cambio, que toda su vida fue una luchadora y se mantuvo firme como un roble hasta el final, se resistió a morir. Estoicismo y resistencia son, quizás, las dos caras de la moneda que el pueblo porta en sus bolsillos. 

La muerte, como la vida, es parte del ciclo del ser. Ya lo han dicho los filósofos: para ser hay que morir. No es posible ser sin habitar la muerte. Para morir solo hay que estar vivo. Por eso, desconocer la muerte, ocultarla, ignorarla, es temerle a la vida. Y quien teme vivir, ya está muerto. La idea de la muerte suele ser a veces mucho más fuerte que la muerte misma. 

Las cuarentenas son imposiciones sanitarias que se decretan en forma temporal y espacial para aminorar la mortandad evitable. A veces se justifican. Otras son claramente desproporcionadas. Cuando se justifican, deben ser absolutamente transversales y democráticas, independiente del poder central que las decreta. Como decía Bertolt Brecht, o “todo o nada, o todos o ninguno”. Eso de cuarentenas parciales es un chiste, cuando no una burla siniestra.

La jarana y la juerga son expresiones celebratorias de nuestro espíritu gregario que convocan la vida. Recuerdo un dicho de mi época de universitario en el Pedagógico: “sin fiesta no hay porvenir”. Es precisamente esa fiesta, el abrazo a los amigos, la palmada en la espalda, la constatación de la presencia del otro u otra, lo que esta crisis le ha robado a los seres humanos. Es, sin dudas, a través del reconocimiento mutuo, que las personas conforman su identidad. Sin fiesta ni celebraciones, el ser humano es un fantasma sin historia ni cultura.

El confinamiento carcelario, la domiciliación forzada, el control del desplazamiento son la antesala, o quizás el epílogo, de toda tiranía. El pueblo siempre ha sido parrandero porque la fiesta es una expresión popular. La festividad burguesa, en cambio, es un espectáculo carente de celebración porque su escenificación performática tiene como función marcar diferencias y reafirmar jerarquías. La fiesta popular, por el contrario, es una forma honesta de estar en el mundo y una manera loable de sortear la brutalidad social. La fiesta es en sí un acto de resistencia ante los abusos de un sistema injusto que imposibilita la existencia plena. Uno se pregunta por el origen del humor, la mueca popular, la talla. Creo que su raíz se halla en la sublimación de la desgracia, los atropellos, la explotación.  ¿De qué otro modo se puede sino enfrentar el temor y la precariedad?

Ahora bien, los toques de queda son, y esto lo sabemos en carne propia, formas excepcionales de control de la existencia social. Punto. El problema con la pandemia no es la pandemia misma, sino la segregación social que la pandemia transparenta y el colapso de la sociedad de mercado que ya no se puede ocultar. La muerte, sin duda, entra por las grietas del sistema que, a diferencia del virus, se hacen cada día más visibles.

Pasaron tres meses del “Estado de Excepción Constitucional” y hace un par de días esto fue extendido por tres meses más, es decir, seguiremos con “este orden” hasta septiembre 2020, con todo lo que eso implica: toque de queda, boinas negras en las calles, y permisos exclusivos de tres horas, para ir de compras a los supermercados, a los bancos o al notario ¿algo huele mal en esto… o yo estoy paranoico?
—La paranoia en su justa medida, querido Alberto. El nuevo orden, la nueva normalidad, los estados de excepción, la suspensión de las libertades constitucionales, los botines militares y las boinas negras, los permisos orwellianos y ese largo etcétera no son suspicacias infundadas. No es un misterio que la pandemia es un pretexto para domiciliar a la población y mantener el rebaño en el corral. La instrumentalización política de esta epidemia –producida o real, no importa- se extiende a lo largo de todo el territorio nacional, pero también a través del orbe.

En Chile la discusión se ha centrado en el pobre papel que ha desempeñado el Estado, en la protección sanitaria de sus ciudadanos y en sus contradicciones tanto a la hora de aplicar las leyes en forma ecuánime como en su ímpetu economicista por mantener el proceso de acumulación de capital in crescendo. Salud versus economía. Y ya sabemos que en la mentalidad neoliberal, como en la mentalidad criminal, lo que importa es el dinero.

En Estados Unidos el uso de mascarillas se ha transformado en un símbolo político, cuya manipulación es peligrosa. Los símbolos y los íconos están en el medio de una disputa ideológica, cuyo hibridismo confunde. La verdad es que el paradigma derecha-izquierda está siendo reemplazado por la dicotomía nacionalismo versus globalismo. El primero es, en muchos casos, totalitario y xenófobo. “America First” y “Make America Great Again” son los eslóganes que definen el supremacismo estadounidense actual. Por otro lado están los grandes oligopolios que promueven un capitalismo mundial digital (FAGMA: Facebook, Apple, Google, Microsoft y Amazon) y permiten la centralización del poder a través de organizaciones de control económico y político como el Fondo Monetario Internacional y el Foro Económico Mundial, así como también de control de la salubridad y el cuerpo humano como la Organización Mundial de la Salud. Tales oligopolios deciden, cual gobierno mundial, el destino de muchos seres humanos a lo largo y ancho del planeta, con la excepción, claro, de aquellas zonas donde priman otras hegemonías (China y Rusia, por dar dos ejemplos).  En este contexto, los gobiernos nacionales como el gobierno de Chile que están sujetos a los lineamientos de este conglomerado mundial actúan ad-hoc, implementando –con mayor o menor eficiencia- las políticas de este globalismo de nuevo cuño, cuya existencia solo ha sido posible a través de internet.

Pero no hay que olvidar tampoco que las masas, esa muchedumbre hambrienta y descontenta, que a pesar del terror se indigna, ya ha echado a andar. Su iconoclastia es solo la punta del iceberg. Cada vez que se derrumba una estatua o se derriba un monumento, se ejerce el derecho a desafiar las narrativas del poder. Ejemplo de ello son las estatuas vandalizadas de Cristóbal Colón, de Pedro de Valdivia, del rey Leopoldo II, de los esclavistas, que demuestran que los pueblos del mundo están hartos de esta retórica moderna patriarcal.

El mundo vive una insurrección a gran escala que, aunque ahora esté en cuarentena, no se ha echado a dormir. Quizás la nueva alternativa no sea ni el nacionalismo ni la globalización ni la sociedad panóptica de control digital, sino las comunidades, resilientes, autónomas y solidarias, cuya sola existencia es un quehacer rebelde, estoico y resistente. Sin ir más lejos allí están las ollas comunes.

¿Qué te provoca ver en la prensa -nacional e internacional- que la ayuda del gobierno frente al problema de salud y movilidad que afecta a las personas sea entregar cajas de mercadería en los barrios pobres?
—Me provoca indignación. Pero en realidad todo lo que ha hecho este gobierno es indignante. Ha mutilado al pueblo, tratando de enceguecer porque ya no puede ocultar su verdadero rostro y sus tics mortuorios. Ha profitado de la pandemia, mostrando su verdadera mezquindad. Ha negado la ayuda y ha arrojado migajas como paliativos a una crisis estructural. Ha errado en todo. Es un gobierno fallido, que tampoco ha tenido la voluntad de ejercer justicia ni limpiar sus instituciones de la profunda corrupción que las corroe. ¿Qué quieres que piense? Dos amigos me han descrito lo que traen esas cajas y es irrisorio. Quizás alcance para dos semanas y ¿el resto de la pandemia? Todo lo han hecho pensando en que el mercado debería regular la crisis. Pero se equivocan. Lo único que ha habido es improvisación. El régimen de Piñera está en las antípodas de la dignidad.

Personalmente no creo que hayan optado por el contagio de rebaño. Ese contagio debe hacerse de modo planificado y este gobierno no ha planificado nada porque no tiene políticas públicas. Solo pone y saca ministros sin tener un rumbo coherente. Es triste constatar este dato duro. Pero no hay que ilusionarse con lo que ya no hicieron. Solo queda resistir y recuperar fuerzas, manteniéndose en calma y despierto. Ya vendrá octubre y con la primavera habrá nuevos bríos.

A la distancia, tengo la impresión de que Chile es un madero que flota a la deriva. Es de esperar que a nivel de base, en las comunidades y los municipios, donde se implementan soluciones reales, se rearticule la red social que ataje ese madero porque de otro modo corre el riesgo de que las corrientes de ultramar lo hundan en el vacío.

Para terminar esta conversación, qué puedes decirnos desde la poesía y tu proyecto de escritura.
—Pues nada, solo que este año Calabaza del diablo publicará en Chile mi poemario Espejo de los detalles y El Sur es América publicará el mismo libro en edición bilingüe en Estados Unidos.  Además de la aparición de mis poemas en revistas y antologías de diversos países (Brasil, EE. UU., Francia, India, Sudáfrica, Uruguay, etc.), preparo una selección para una antología de mis poemas que se hará en Alemania. Eso en cuanto a publicaciones. En términos creativos, reviso un poemario titulado tentativamente Insurrección y organizo mis escritos de este período pandémico. También trabajo en un ensayo de largo aliento, Realidades multidimensionales, que Nihil Obstat publicará en Chile, porque como sabes también escribo ensayos, y le hinco el diente a una novela cuya suerte aún es incierta. Eso. Mil gracias, compañero.

Luz, amor y magia,
Jesús

 

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Notas

[1] Poeta y docente, ha publicado: Lugar de origen, 1987; Reinos del príncipe caído, 1991; Hotel Marconi, 1998, reeditado en 2006 y llevado al cine en 2009; Correo negro (2001) Primer Premio de Poesía de la revista argentina Perro negro. En México 2003 Escrivania; Poemas de un bárbaro (selección 1987-2013). En la década del 90 dirigió la revista Piel de Leopardo y coeditó el periódico bilingüe Helicóptero. Su manifiesto ecolibertario El jardín de las peculiaridades (2002) ha sido traducido al inglés, francés, italiano y portugués. Es doctor en Lenguas Romances y docente en la Universidad de Oregón.
[2] Poeta, editor de la revista Simpson 7.


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Crédito fotografía superior: Sarah Grew



 

 

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