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Samuel Ibarra en el festival de performance Hemispheric 2016
Cuerpo y memoria, a contracorriente.
Por Alberto Moreno
Agosto 2016.
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Un creador no es un ser que trabaja por el placer.
Un creador no hace más que aquello de lo que tiene absoluta necesidad.
Gilles Deleuze
El trabajo del artista visual y de performance, Samuel Ibarra, que desde hace dos décadas enriquece, tensiona y complejiza la escena local y latinoamericana del arte contemporáneo, nos dio en estos días una muestra más de su ilimitado talento, a la vez que evidencia los signos de una plena madurez creativa.
Su presentación en el mencionado festival, ha sido un ejercicio que combina el uso del cuerpo y una visión política de la memoria histórica, con un resultado brillante, que nos emociona, conmueve y moviliza todos los sentidos, las energías y el pensamiento. Los asistentes y espectadores fuimos sacudidos –literalmente- del polvo de la amnesia y la desidia.
Concentrando su energía creativa en el proceso reciente – e inacabado aún- de la transición pos-dictadura chilena, Samuel Ibarra desplegó un tejido de imágenes, conceptos y fetiches culturales que nos acompañan y rondan, durante los últimos veinticinco años. No faltaba casi nada ahí, desplegado en el piso del salón Andrés Pérez, (Departamento de Teatro de la Universidad de Chile):
Restos de memoria y olvido colectivos; el Informe Rettig, la revista Capital, revistas del corazón y las vanidades de nuestra sociedad, todas ellas en papel couché brillante, fotografías e íconos visuales de los –aún- detenidos desaparecidos, posters de la selección nacional de fútbol -la roja de todos- la bandera chilena arrugada y retorcida, entre alambres, un poster gigante del querido animador fallecido, libros cuyas portadas quieren reflejar los logros económicos de los últimos gobiernos, una enigmática y oscura fotografía del Papa Juan Pablo II, junto a Pinochet, saludando desde el balcón de La Moneda… y una taza de té, vacía, y una marraqueta enmohecida, y un soldado de plástico, en posición de combate, apuntando desde el suelo a todos los presentes. De fondo… el sonido y el eco de las marchas por Alameda, y más al fondo, el discurso delirante de algún presidente de la SOFOFA, enfatizando que en Chile la cadena de pagos está asegurada, como toda muestra de desarrollo, y ciega soberbia empresarial y gremial.
Todo eso estaba allí, tirado en el piso, desplegando -activando -resonando en la cabeza, en los ojos, en las manos y los pies de quien observa su historia reciente, relatada, apretada, densamente, en un rectángulo lleno de un polvo blanco, cubierto de una gruesa capa de cal, que lo oculta, lo niega o rechaza. Lo vuelve sombrío, ajeno, estulto, mudo quizá. Ciego tal vez. Pasivo siempre.
Lo que puede un cuerpo
Sacudir el polvo de tu memoria, hasta despertar tu conciencia. Parafraseo a Enrique Lihn, quien estuvo siempre presente, como gesto y signo de un trabajo metódico, sin descanso, y a contracorriente. Y creo que eso nos señala esta acción de arte, un recorrido performático, político y corporal, despliegue de imágenes y signos, por nuestra historia reciente.
El cuerpo a contracorriente. No por el placer, o no sólo por el puro placer de la exhibición. También por el rigor del trabajo, por la necesidad del trabajo consciente, por la capacidad que de ahí surge de movilizar los cuerpos y las mentes hacia otra dirección, opuesta, contraria a la del mercado del consumo y del olvido. Sólo sabemos lo que recordamos, nos dice Lezama Lima, desde su Paradiso antillano, resistiendo al tiempo.
En el concepto de olvido que propone el omnipresente “mercado de valores”, habitan lo fácil, lo inmediato, en convivencia sucia con el desprecio por la vida. En el fondo, es la muerte extendiendo sus garras sobre nuestra sociedad, que se queda sin palabras frente a su historia. Orientar nuestra mirada hacia una conciencia lúcida. Esa es la ruta que nos describe esta nueva obra del artista Samuel Ibarra. Y desde ahí nos habla de un futuro posible.
Fotografías de Leonardo Portus